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martes, 30 de diciembre de 2008

FONTANARROSA, Roberto: Sobre las malas palabras

Fragmentos de la ponencia del escritor, dibujante y humorista rosarino en el III Congreso Internacional de la Lengua Española, llevado a cabo en noviembre de 2004 en Rosario,
provincia de Santa Fe.

No voy a lanzar ninguna teoría. Un congreso de la lengua es un ámbito apropiado para plantear preguntas y eso voy a hacer.
La pregunta es por qué son malas las malas palabras, ¿quién las define? ¿Son malas porque les pegan a las otras palabras?, ¿son de mala calidad porque se deterioran y se dejan de usar? Tienen actitudes reñidas con la moral, obviamente. No sé quién las define como malas palabras. Tal vez al marginarlas las hemos derivado en palabras malas, ¿no es cierto?
Muchas de estas palabras tienen una intensidad, una fuerza, que difícilmente las haga intrascendentes. De todas maneras, algunas de las malas palabras... no es que haga una defensa quijotesca de las malas palabras, algunas me gustan, igual que las palabras de uso natural.
Yo me acuerdo de que en mi casa mi vieja no decía muchas malas palabras, era correcta. Mi viejo era lo que se llama un mal hablado, que es una interesante definición. Como era un tipo que venía del deporte, entonces realmente se justificaba. También se lo llamaba boca sucia, una palabra un poco antigua pero que se puede seguir usando.
Era otra época, indudablemente. Había unos primos míos que a veces iban a mi casa y me decían: “Vamos a jugar al tío Berto”. Entonces iban a una habitación y se encerraban a putear. Lo que era la falta de la televisión, que había que caer en esos juegos ingenuos.
Ahora, yo digo, a veces nos preocupamos porque los jóvenes usan malas palabras. A mí eso no me preocupa, que mi hijo las diga. Lo que me preocuparía es que no tengan una capacidad de transmisión y de expresión, de grafismo al hablar. Como esos chicos que dicen: “Había un coso, que tenía un coso y acá le salía un coso más largo”. Y uno dice: “¡Qué cosa!”.
Yo creo que estas malas palabras les sirven para expresarse, ¿los vamos a marginar, a cortar esa posibilidad? Afortunadamente, ellos no nos dan bola y hablan como les parece. Pienso que las malas palabras brindan otros matices. Yo soy fundamentalmente dibujante, manejo mal el color pero sé que cuantos más matices tenga, uno más se puede defender para expresar o transmitir algo. Hay palabras de las denominadas malas palabras, que son irremplazables: por sonoridad, por fuerza y por contextura física.
No es lo mismo decir que una persona es tonta, a decir que es un pelotudo. Tonto puede incluir un problema de disminución neurológico, realmente agresivo. El secreto de la palabra “pelotudo” –que no sé si está en el Diccionario de Dudas- está en la letra “t”. Analicémoslo. Anoten las maestras...
Hay una palabra maravillosa, que en otros países está exenta de culpa, que es la palabra “carajo”. Tengo entendido que el carajo es el lugar donde se ponía el vigía en lo alto de los mástiles de los barcos. Mandar a una persona al carajo era estrictamente eso. Acá apareció como mala palabra. Al punto de que se ha llegado al eufemismo de decir “caracho“, que es de una debilidad y de una hipocresía…
Cuando algún periódico dice “El senador fulano de tal envió a la m… a su par”, la triste función de esos puntos suspensivos merecería también una discusión en este congreso.
Hay otra palabra que quiero apuntar, que es la palabra “mierda”, que también es irremplazable, cuyo secreto está en la “r”, que los cubanos pronuncian mucho más débil, y en eso está el gran problema que ha tenido el pueblo cubano, en la falta de posibilidad expresiva.
Lo que yo pido es que atendamos esta condición terapéutica de las malas palabras. Lo que pido es una amnistía para las malas palabras, vivamos una Navidad sin malas palabras e integrémoslas al lenguaje porque las vamos a necesitar.




Roberto Fontanarrosa





Roberto Fontanarrosa era apodado “El Negro”. Había nacido en Rosario, Argentina, el 26 de noviembre de 1944, y murió el 19 de julio de 2007. Era humorista gráfico y escritor.
Su carrera comenzó como dibujante humorístico, destacándose rápidamente por su calidad y por la rapidez y seguridad con que ejecuta sus dibujos. Estas cualidades hicieron que su producción gráfica fuera copiosa.
Era un apasionado del fútbol, deporte al cual le ha dedicado varias de sus obras. El cuento "19 de diciembre de 1971" es un clásico de la literatura futbolística argentina. Como buen "futbolero", siempre ha mostrado su simpatía por el equipo al que sigue desde pequeño, en este caso Rosario Central.
En los años setenta y ochenta, se lo podía encontrar tomándose un café en sus ratos libres en el bar El Cairo (esquina de calles Santa Fe y Sarmiento), sentado a la metafórica “mesa de los galanes”, escenario de muchos de sus mejores cuentos. Desde los años noventa, la mesa se mudó al bar La Sede.
Fue expositor en el III Congreso de la Lengua Española que se desarrolló en Rosario (Argentina), el 20 de noviembre de 2004. En el mismo dio la charla titulada “Sobre las malas palabras”.
En 2003 se le diagnosticó esclerosis lateral amiotrófica, por lo que desde 2006 utilizó frecuentemente una silla de ruedas. El 26 de abril del 2006, el Senado le entregó la Mención de Honor Domingo Faustino Sarmiento, en reconocimiento a su vasta trayectoria y aportes a la cultura argentina.
El 18 de enero de 2007 anunció que dejaría de dibujar sus historietas, debido a que ha había perdido el completo control de su mano derecha a causa de la enfermedad. Sin embargo aclaró que continuaría escribiendo guiones para sus personajes.
Falleció el 19 de julio de 2007 en su ciudad natal, Rosario, a la edad de 62 años, estando internado en un hospital debido a su enfermedad.

lunes, 22 de diciembre de 2008

GALEANO, Eduardo: Nochebuena


Fernando Silva dirige el hospital de niños, en Managua. En vísperas de Navidad se quedó trabajando hasta muy tarde, ya estaban sonando los cohetes y empezaban los fuegos artificiales a iluminar el cielo, cuando Fernando decidió marcharse. En su casa lo esperaban para festejar.
Hizo una última recorrida por las salas, viendo si todo quedaba en orden, y en eso estaba cuando sintió que unos pasos lo seguían. Unos pasos de algodón: se volvió y descubrió que uno de los enfermitos le andaba atrás. En la penumbra, lo reconoció. Era un niño que estaba solo.
Fernando reconoció su cara ya marcada por la muerte y esos ojos que pedían disculpas o quizás pedían permiso. Fernando se acercó y el niño lo rozó con la mano:
—Decile a... —susurró el niño—. Decile a alguien que yo estoy aquí.


EDUARDO GALEANO
(Uruguay, 1940)

jueves, 18 de diciembre de 2008

GELMAN, Juan: Nota I



Te nombraré veces y veces.
Me acostaré con vos noche y día.
Noches y días con vos.
Me ensuciaré cogiendo con tu sombra.
Te mostraré mi rabioso corazón.
Te pisaré loco de furia.
Te mataré los pedacitos.
Te mataré una con paco.
Otro lo mato con rodolfo.
Con haroldo te mato un pedacito más.
Te mataré con mi hijo en la mano.
y con el hijo de mi hijo / muertito.
Voy a venir con diana y te mataré.
Voy a venir con jote y te mataré.
Te voy a matar / derrota.
Nunca me faltará un rostro amado
para matarte otra vez.
Vivo o muerto / un rostro amado.
Hasta que mueras /dolida como estás / ya lo sé.
Te voy a matar / yo
te voy a matar.
.
Juan Gelman

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Juan Gelman nació en 1930, en Buenos Aires. Comenzó a escribir poesía a los 11 años de edad. Estudió en el Colegio Nacional de Buenos Aires y abandonó estudios universitarios de química. Se desempeñó como traductor de la UNESCO y periodista en diversos medios gráficos. Entre ellos, La Opinión, la revista Crisis, el diario Noticias (del Movimiento Montoneros) y el diario Página/12. Fue perseguido por sus ideas políticas y debió exiliarse durante la última dictadura militar argentina que secuestró y asesinó a su hijo Marcelo y a su nuera, luego de dar a luz. Logró dar con el paradero de su nieta, nacida en cautiverio, luego de recorrer un arduo camino de reclamos ante los militares y los gobiernos. También recuperó el cuerpo de su hijo.
Publicó decenas de libros de poesías entre los que se encuentran: “Violín y otras cuestiones”, "El juego en que andamos", "Gotán", "Cólera buey", "Los poemas de Sidney West", "Interrupciones I y II", "Carta a mi madre" y "Mundar". Obtuvo los Premios Juan Rulfo (2000), el Reina Sofía y el Premio Cervantes (2007), que le fue otorgado oficialmente el pasado 23 de abril de 2008.

sábado, 13 de diciembre de 2008

PALMA, Ricardo: La gran desgracia

LEER ES UN PLACER, PERO...
¿Y LOS QUE NO SABEN LEER?


LA GRAN DESGRACIA

A un viejo que pasaba por la calle
detuvo del faldón de la levita, una niña bonita
y de arrogante talle,
diciéndole: —Señor, por vida suya
quiero que usted me instruya
de las nuevas que aquí me participa
una tía que tengo en Arequipa.
Y sin más requilorio
una carta pasole al vejestorio.

Calose el buen señor sobre los ojos
un grave par de anteojos,
el sobre contempló, rompió la oblea,
la arenilla quitó de los borrones,
examinó a la firma, linda o fea,
y se extasió media hora en los renglones.

Ya de aguardar cansada
—¿Qué me dicen, señor? —dijo la bella.
Y el viejo echó a llorar diciendo: —¡Nada!
Has nacido, mujer, con mala estrella.
Asustada la joven del exceso
del llanto del anciano,
le preguntó: —¿Quizás murió mi hermano?
Y el viejo respondiole: —¡Ay, es peor que eso!
—¿Está enferma mi madre? —Todavía
es peor cosa, hija mía:
no puedes resistir a esta desgracia...
Yo, viejo y todo, me volviera loco.
—¿Qué ha sucedido, pues, por Santa Engracia?
—Que no sabes leer... ¡Y yo tampoco!

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Ricardo Palma
(Perú, 1833/1919)

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Nació en Lima, Perú, el 7 de febrero de 1833. Estudió Leyes en la Universidad Mayor de San Marcos. Se interesó desde joven por las lecturas. Se desempeñó en la Armada del Perú, pero debió exiliarse en Chile por cuestiones políticas, en 1861. En 1863 publicó "Anales de la Inquisición en Lima" y a partir de este año comenzaron a ser leídas sus "Tradiciones peruanas".
Viajó por Europa y América. Ocupó el cargo de Secretario del Presidente Balta de Perú (1868-1872), pero después de este período se retiró de la actividad política y se dedicó de lleno a la literatura. En 1872 publicó las primeras "Tradiciones peruanas", recopilación de las que habían aparecido en diarios y revistas hasta entonces. Fue Director de la Biblioteca Nacional de Lima desde 1884 hasta 1912. Falleció en Miraflores el 6 de octubre de 1919.

lunes, 8 de diciembre de 2008

MORAES, Vinicius de: Ausencia


Dejaré que muera en mí el deseo
de amar tus ojos dulces,
porque nada te podré dar sino la pena
de verme eternamente exhausto.
No obstante, tu presencia es algo
como la luz y la vida.
Siento que en mi gesto está tu gesto
y en mi voz tu voz.


No quiero tenerte porque en mi ser
todo estará terminado.
Sólo quiero que surjas en mí
como la fe en los desesperados,
para que yo pueda llevar una gota de rocío
en esta tierra maldita
que se quedó en mi carne
como un estigma del pasado.


Me quedaré... tu te irás,
apoyarás tu rostro en otro rostro,
tus dedos enlazarán otros dedos
y te desplegarás en la madrugada,
pero no sabrás que fui yo quien te logró,
porque yo fui el amigo más íntimo de la noche,
porque apoyé mi rostro en el rostro de la noche
y escuché tus palabras amorosas,
porque mis dedos enlazaron los dedos
en la niebla suspendidos en el espacio
y acerqué a mí la misteriosa esencia
de tu abandono desordenado.


Me quedaré solo como los veleros
en los puertos silenciosos.
Pero te poseeré más que nadie
porque podré irme
y todos los lamentos del mar,
del viento, del cielo, de las aves,
de las estrellas, serán tu voz presente,
tu voz ausente, tu voz sosegada.

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Vinicius de Moraes (Río de Janeiro, 1913-id., 1980) Cantautor y escritor brasileño. Su primer libro de poemas, inspirado en la Biblia, llevaba por título “Forma e Exegese” (1935). Sus siguientes publicaciones fueron “Novos poemas” (1938), “Cinco elegias” (1943), “Libro de sonetos” (1957). En 1954 escribió el drama “Orfeu da Conceiçao”, que inspiró la película de Marcel Camus “Orfeo negro” (1959). En 1955 apareció su “Antología poética”, y pocos años después alcanzó fama internacional a raíz de la letra de una canción musicada por el compositor Antonio Carlos Jobim: “A garota de Ipanema”, que se convirtió en uno de los temas emblemáticos de la bossa nova, estilo musical brasileño que se popularizó en los años sesenta. En 1968 escribió una obra de protesta social con el título de “O mergulhador”. Otros títulos suyos son “Cordelia y el peregrino” (1965) y “El arca de Noé” (1979).

miércoles, 3 de diciembre de 2008

TAHAN, Malba: El reparto que parecía imposible

Hacía pocas horas que viajábamos sin detenernos cuando nos ocurrió una aventura digna de ser contada, en la que mi compañero Beremiz, con gran talento, puso en práctica sus habilidades de eximio cultivador del Álgebra.
Cerca de un viejo albergue de caravanas medio abandonado, vimos tres hombres que discutían acaloradamente junto a un hato de camellos.
Entre gritos e improperios, en plena discusión, braceando como posesos, se oían exclamaciones:
—¡Que no puede ser!
—¡Es un robo!
—¡Pues yo no estoy de acuerdo!
El inteligente Beremiz procuró informarse de lo que discutían. Y los hombres le contaron:
—Somos hermanos —explicó el más viejo— y recibimos como herencia esos 35 camellos. Según voluntad de mi padre, me corresponde la mitad, a mi hermano Hamet Namir una tercera parte y a Harim, el más joven, sólo la novena parte. No sabemos, sin embargo, cómo efectuar la partición y a cada reparto propuesto por uno de nosotros sigue la negativa de los otros dos. Ninguna de las particiones ensayadas hasta el momento ha ofrecido un resultado aceptable. Si la mitad de 35 es 17 y medio, si la tercera parte y también la novena de dicha cantidad tampoco son exactas, ¿cómo proceder a tal partición?
—Muy sencillo —dijo el Hombre que Calculaba—. Yo me comprometo a hacer con justicia ese reparto, pero antes permítanme que una a esos 35 camellos de la herencia este espléndido animal que nos trajo aquí en buena hora.
En este punto intervine en la cuestión:
—¿Cómo voy a permitir semejante locura? ¿Cómo vamos a seguir el viaje si nos quedamos sin el camello?
—No te preocupes, bagdalí —me dijo en voz baja Beremiz—. Sé muy bien lo que estoy haciendo. Cédeme tu camello y verás a qué conclusión llegamos.
Y tal fue el tono de seguridad con que lo dijo que le entregué sin el menor titubeo el camello que, inmediatamente, pasó a incrementar el grupo que debía ser repartido entre los tres herederos.
—Amigos míos —dijo—, voy a hacer la división justa y exacta de los camellos, que como ahora ven, son 36.
Y volviéndose hacia el más viejo de los hermanos, habló así:
—Tendrías que recibir , amigo mío, la mitad de 35, esto es: 17 y medio. Pues bien, recibirás la mitad de 36 y, por tanto, 18. Nada tienes que reclamar puesto que sales ganando con esta división.
Y dirigiéndose al segundo heredero, continuó:
—Y tú, Hamed, tendrías que recibir un tercio de 35, es decir, 11 y poco más. Recibirás un tercio de 36, esto es, 12. No podrás protestar, pues también sales ganando en la división.
Y por fin dijo al más joven:
—Y tú, joven Harim Nair, según la última voluntad de tu padre, tendrías que recibir una novena parte de 35, o sea, 3 camellos y parte de otro. Sin embargo, te daré la novena parte de 36, o sea, 4. Tu ganancia será también notable y bien podrás agradecerme el resultado.
Y concluyó con la mayor seguridad:
—Por esta ventajosa división que a todos ha favorecido, corresponden 18 camellos al primero, 12 al segundo y 4 al tercero, lo que da un resultado —18+12+4— de 34 camellos. De los 36 camellos sobran por lo tanto 2. Uno, como saben, pertenece al bagdalí, mi amigo y compañero; otro, es justo que me corresponda por haber resuelto satisfactoriamente el complicado problema de la herencia.
—Eres inteligente, extranjero —exclamó el más viejo de los tres hermanos—, y aceptamos tu división con la seguridad de que fue hecha con justicia y equidad.
Y el astuto Beremiz —el Hombre que Calculaba— tomó posesión de uno de los más bellos camellos del conjunto, y me dijo, entregándome por la rienda el animal que me pertenecía:
—Y ahora podrás, amigo mío, continuar el viaje en tu camello, manso y seguro. Tengo otro para mi especial servicio.
Y seguimos camino hacia Bagdad.
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Malba Tahan
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Extraído de El hombre que calculaba. Barcelona, Vosgos, 1976.
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Julio César de Mello y Souza, (en Portugués Júlio César de Mello e Souza), (Queluz, 6 de mayo de 1895 - Recife, 18 de junio de 1974). Profesor y escritor brasileño, conocido por sus libros sobre las ciencias matemáticas que han deleitado, y deleitan en forma recreativa, enseñando tanto a grandes como a chicos. Escribió bajo los pseudónimos de "Malba Tahan" o como él mismo lo escribiera "yo, el-hadj jerife Ali lezid lzz-Edim ibn Salim Hank Malba Tahan" y "Breno de Alencar Bianco", para lograr tal vez mayor atención, en su país de origen, hacia su obra didáctica, sus libros se han traducido en varios idiomas, por lo cual el maestro ve logrado su cometido en difundir el apego hacia las matemáticas. En cierta ocasión uno de sus biógrafos aseveró acerca del profesor: 'Es el único profesor de matemáticas que a llegado a ser tan famoso como un jugador de fútbol' .
El ilustre maestro escribió 69 libros de cuentos y 51 de matemáticas y otros temas. En 1995 se vendieron más de dos millones de copias de sus publicaciones. Uno de sus libros más famosos es titulado: "El Hombre Que Calculaba", donde el maestro parecería esgrimir su fascinación por la cultura árabe, inculcando las matemáticas mediante la narración de la interesante y casi prodigiosa vida del calculador Beremiz Samir, quien a su vez nos embelesa con sus cuentos llenos de enredos y problemas matemáticos. Este libro alcanzó su 54ª edición en el año de 2001.
El Maestro Mello y Souza es conocido por haber realizado una investigación tenaz y profunda así como fructífera, en la que también aparecen trabajos sobre la historia y geografía; especialmente sobre el imperio
Islámico, lo cual se hace bien presente en varios de sus libros. Él no viajó mucho afuera de su país natal, sin embargo visitó Buenos Aires, Montevideo y Lisboa pero jamás sentó pie en los desiertos o ciudades árabes que tanto se afanó por describir en sus obras.
El profesor se dedicaba a criticar asiduamente los métodos de enseñanza brasileños, especialmente aquellos utilizados en la instrucción matemática. Solía decir "El profesor de matemáticas es un sadista, que ama hacer todo lo que es complicado como posible". En educación, él estaba muchas décadas más avanzando que los educadores de su propio tiempo, por lo que a pesar del paso del tiempo, sus propuestas siguen siendo vigentes y siempre son causa de admiración, aunque parece ser que no se han llevado mucho a la práctica. De cualquier forma, El señor Julio César Mello y Souza, recibió muchos galardones, entre los cuales figura, el prestigioso premio que le confirió La Academia Literaria Brasileña. Él también fue miembro honorario de la
Academia Literaria Pernambuco. Por una legislatura estatal de Río de Janeiro se determinó que el día de su onomástico, 6 de Mayo, sea conmemorado como el "Día del Matemático" En sus memorias, publicadas bajo el título: "Acordaram-me de Madrugada" ("Me levantaron de madrugada") y en sus grabaciones archivadas en el "Museo de la Imagen y el Sonido (MIS)", en Río de Janeiro. El maestro ha dejado grabadas para la posteridad las notas de su propia existencia. Parece ser que siempre fue muy humilde; en las postrimerías de su vida pidió ser enterrado muy modestamente y sin mucha ceremonia. Para hacerse entender más aún se refirió a los versos de Compositor Brasileño Noel Rosa:


"Los vestidos negros son vanidad
para quienes visten de fantasía
mi luto es la pena
y la pena no tiene color."

lunes, 24 de noviembre de 2008

LIMA QUINTANA, Hamlet: A media pierna


Le pusieron un grillo a media pierna.
Lo condenaron a vivir a medias.
Le escondieron la paz y la sonrisa.
Le pusieron el pan a media rienda.
Pero él seguía caminando.

Le vendieron la luna cada noche.
Lo fueron lentamente atornillando.
Le tuvieron las manos ocupadas.
Le sumaron la pena y las estafas.
Pero él seguía caminando.

Le pusieron las piedras por delante.
Le taparon la boca, por si acaso.
Le abrieron una herida por la espalda.
Le sumaron olvido a la condena.
Pero él seguía caminando.

De lejos, bien mirado,
cuando ya era horizonte,
se asemejaba al viento,
aunque según parece
él caminaba potente
¡como el Pueblo!
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Hamlet Lima Quintana
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Hamlet Lima Quintana nació el 15 de setiembre de 1923 en la ciudad de Morón, pero aprendió a caminar en Saladillo, y en su obra plasmó los colores, los sabores, las personas, las costumbres de la pampa húmeda. Heredó de su familia la pasión por la poesía y la música: su padre escribía y su madre tocaba el piano. A partir de allí, hizo sus propias armas para consolidarse como uno de los más grandes creadores argentinos. En su carrera tiene escritos más de 25 libros de poemas, una biografía de Osvaldo Pugliese, más de 400 canciones, y una cantata al Che Guevara.
El poeta Hamlet Lima Quintana murió el 21 de febrero de 2002 por la tarde a los 78 años, víctima de un cáncer de pulmón. Y las letras argentinas, la poesía inolvidable del folclore popular incrementó aquel vacío que fueron dejando Manuel J. Castilla (1980), Jaime Dávalos (1984), Armando Tejada Gómez (1992), Gustavo “Cuchi” Leguizamón (2000).
Pero al igual que ellos, Lima Quintana no se fue del todo. Se fue con el cuerpo asombrado y la voz ronca de gritar que volverá, como prometía en aquella emblemática letra de Zamba para no morir. Él se quedará en sus letras, en la voz del pueblo y los músicos que llevan su palabra imprescindible por los escenarios del país y del mundo.

sábado, 22 de noviembre de 2008

GALEANO, Eduardo: El tiempo


La otra noche, me cuenta Alejandra Adoum, la madre de Alina se estaba preparando para salir. Alina la miraba mientras la madre, sentada ante el espejo, se pintaba los labios, se dibujaba las cejas y se empolvaba la cara. Después la madre se probó un vestido, y otro, y se puso un collar de coral negro, y una peineta en el pelo, y toda ella irradiaba una luz limpia y perfumada. Alina no le quitaba los ojos de encima.
—Cómo me gustaría tener tu edad —dijo Alina.
—En cambio yo... —sonrió la madre— yo daría cualquier cosa por tener cuatro años, como tú.
Aquella noche, al regreso, la madre la encontró despierta. Alina se abrazó fuerte a sus piernas.
—Me das mucha pena, mamá —dijo sollozando.




EDUARDO GALEANO
(Uruguay, 1940)

miércoles, 19 de noviembre de 2008

MONTERROSO, Augusto: La rana que quería ser una rana auténtica


Había una vez una rana que quería ser una rana auténtica, y todos los días se esforzaba en ello.
Al principio se compró un espejo en el que se miraba largamente buscando su ansiada autenticidad. Unas veces parecía encontrarla y otras no, según el humor de ese día o de la hora, hasta que se cansó de esto y guardó el espejo en un baúl.
Por fin pensó que la única forma de conocer su propio valor estaba en la opinión de la gente, y comenzó a peinarse y a vestirse y a desvestirse (cuando no le quedaba otro recurso) para saber si los demás la aprobaban y reconocían que era una Rana auténtica.
Un día observó que lo que más admiraban de ella era su cuerpo, especialmente sus piernas, de manera que se dedicó a hacer sentadillas y a saltar para tener unas ancas cada vez mejores, y sentía que todos la aplaudían.
Y así seguía haciendo esfuerzos hasta que, dispuesta a cualquier cosa para lograr que la consideraran una Rana auténtica, se dejaba arrancar las ancas, y los otros se las comían, y ella todavía alcanzaba a oír con amargura cuando decían que qué buena rana, que parecía pollo.
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Augusto Monterroso
(Guatemala, 1921/2003)
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Augusto Monterroso nació el 21 de diciembre de 1921 en Tegucigalpa, capital de Honduras. Sin embargo, a los 15 años su familia se estableció en Guatemala y desde 1944 fijó su residencia en México, al que se trasladó por motivos políticos.
Narrador y ensayista guatemalteco, empezó a publicar sus textos a partir de
1959, en ese año salió la primera edición de Obras completas (y otros cuentos), conjunto de incisivas narraciones donde comienzan a notarse los rasgos fundamentales de su narrativa: una prosa concisa, breve, aparentemente sencilla que, sin que el lector lo note en una primera lectura, está llena de referencias cultas así como un magistral manejo de la parodia, la caricatura y el humor negro.
Tito, como lo llamaban sus allegados, el gran hacedor de cuentos y fábulas breves, falleció el
7 de febrero de 2003.

domingo, 16 de noviembre de 2008

ALLENDE, ISABEL: EL SEXO Y YO (Capítulo I)



Mi vida sexual comenzó temprano, más o menos a los cinco años, en el kindergarten de las monjas ursulinas, en Santiago de Chile. Supongo que hasta entonces había permanecido en el limbo de la inocencia, pero no tengo recuerdos de aquella prístina edad anterior al sexo. Mi primera experiencia consistió en tragarme casualmente una pequeña muñeca de plástico.
—Te crecerá adentro, te pondrás redonda y después te nacerá un bebé —me explicó mi mejor amiga, que acababa de tener un hermanito. ¡Un hijo! Era lo último que deseaba. Siguieron días terribles, me dio fiebre, perdí el apetito, vomitaba. Mi amiga confirmó que los síntomas, eran iguales a los de su mamá. Por fin una monja me obligó a confesar la verdad.
—Estoy embarazada —admití hipando.
Me vi cogida de un brazo y llevada por el aire hasta la oficina de la Madre Superiora. Así comenzó mi horror por las muñecas Y mi curiosidad por ese asunto misterioso cuyo solo nombre era impronunciable: sexo. Las niñas de mi generación carecíamos de instinto sexual, eso lo inventaron Master y Johnson mucho después. Sólo los varones padecían de ese mal que podía conducirlos al infierno y que hacía de ellos unos faunos en potencia durante todas sus vidas. Cuando una hacía alguna pregunta escabrosa, había dos tipos de respuesta, según la madre que nos tocara en suerte. La explicación tradicional era la cigüeña que venía de París y la moderna era sobre flores y abejas. Mi madre era moderna, pero la relación entre el polen y la muñeca en mi barriga me resultaba poco clara.
A los siete años me prepararon para la Primera Comunión. Antes de recibir la hostia había que confesarse. Me llevaron a la iglesia, me arrodillé detrás de una cortina de felpa negra y traté de recordar mi lista de pecados, pero se me olvidaron todos. En medio de la oscuridad y el olor a incienso escuché una voz con acento de Galicia.
—¿Te has tocado el cuerpo con las manos?
—Sí, padre.
—¿A menudo, hija?
—Todos los días...
—¡Todos los días! ¡Esa es una ofensa gravísima a los ojos de Dios, la pureza es la mayor virtud de una niña, debes prometer que no lo harás más!
Prometí, claro, aunque no imaginaba cómo podría lavarme la cara o cepillarme los dientes sin tocarme el cuerpo con las manos (este traumático episodio me sirvió para "Eva Luna", treinta y tantos años más tarde. Una nunca sabe para qué se está entrenando).
Nací al sur del mundo, durante la Segunda Guerra Mundial en el seno de una familia emancipada e intelectual en algunos aspectos y casi paleolítica en otros. Me crié en el hogar de mis abuelos, una casa estrafalaria donde deambulaban los fantasmas invocados por mi abuela con su mesa de tres patas. Vivían allí dos tíos solteros, un poco excéntricos, como casi todos los miembros de mi familia. Uno de ellos había viajado a la India y le quedó el gusto por los asuntos de los fakires, andaba apenas cubierto por un taparrabos recitando los 999 nombres de Dios en sánscrito. El otro era un personaje adorable, peinado como Carlos Gardel y amante apasionado de la lectura (ambos sirvieron de modelos —algo exagerados, lo admito— para Jaime y Nicolás en "La casa de los espíritus"). La casa estaba llena de libros, se amontonaban por todas partes, crecían como una flora indomable, se reproducían ante nuestros ojos. Nadie censuraba o guiaba mis lecturas y así leí al Marqués de Sade, pero creo que era un texto muy avanzado para mi edad, el autor daba por sabidas cosas que yo ignoraba por completo, me faltaban referencias elementales. El único hombre que había visto desnudo era mi tío, el fakir, sentado en el patio contemplando la luna y me sentí algo defraudada por ese pequeño apéndice que cabía holgadamente en mi estuche de lápices de colores. ¿Tanto alboroto por eso?
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Novelista y periodista chilena nacida en Lima, Perú, en 1942, donde su padre se encontraba destinado como diplomático. Asistió a diversos colegios privados y viajó por varios países antes de regresar a Santiago de Chile para concluir sus estudios y trabajar en la Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO), organismo de las Naciones Unidas. Posteriormente trabajó como periodista, escribió artículos sobre temas sumamente polémicos y también hizo cine y televisión. En 1962 contrajo matrimonio con Miguel Frías, del que habría de divorciarse en 1987, después de haber tenido dos hijos: Paula —que falleció víctima de porfiria, en 1992— y Nicolás. Allende se exilió en 1973 y buscó refugio en Caracas, Venezuela, cuando su tío Salvador Allende, presidente de Chile, murió durante el golpe militar encabezado por el General Augusto Pinochet Ugarte. En el exilio escribió su primera novela La casa de los espíritus (1982), una crónica familiar ambientada en el torbellino de cambios políticos y económicos acontecidos en Latinoamérica. La novela fue bien acogida por la crítica, que vio en ella ciertos elementos propios del realismo mágico, una técnica literaria que consiste en mezclar lo real con lo sobrenatural y cuyo principal exponente es el novelista colombiano galardonado con el Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez. Esta novela fue llevada al cine por el director danés Bille August en 1993, la que le dio un poderoso impulso de proyección internacional. El director de la película contó con la colaboración de la propia Isabel Allende para elaborar el guion, filme que fue interpretado por un prestigioso elenco, entre los que figuraban Meryl Streep, Glenn Close, Jeremy Irons, Winona Ryder, Antonio Banderas y Vanesa Redgrave. Allende continuó su exploración sobre cuestiones personales y políticas en sus dos siguientes novelas De amor y de sombra (1984) y Eva Luna (1987), y en la colección Cuentos de Eva Luna (1992). Ha sido una de las primeras novelistas latinoamericanas que ha alcanzado fama y reconocimiento a escala mundial. Su exilio concluyó en 1988 cuando los chilenos derrotaron en las urnas al dictador Pinochet y eligieron un presidente democrático. En 1995 publicó Paula, un libro de recuerdos dedicado a su hija. Sus obras, que ocupan siempre los primeros puestos en las listas de ventas no solo americanas sino también europeas, han sido traducidas a más de 25 idiomas.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

BENEDETTI, Mario: Un padre nuestro latinoamericano


Padre nuestro que estás en los cielos
con las golondrinas y los misiles
quiero que vuelvas antes de que olvides
cómo se llega al sur de Río Grande


Padre nuestro que estás en el exilio
casi nunca te acuerdas de los míos
de todos modos dondequiera que estés
santificado sea tu nombre
no quienes santifican en tu nombre
cerrando un ojo para no ver las uñas
sucias de la miseria


en agosto de mil novecientos sesenta
ya no sirve pedirte
venga a nos tu reino
porque tu reino también está aquí abajo
metido en los rencores y en el miedo
en las vacilaciones y en la mugre
en la desilusión y en la modorra
en esta ansia de verte pese a todo

cuando hablaste del rico
la aguja y el camello
y te votamos todos
por unanimidad para la Gloria
también alzó su mano el indio silencioso
que te respetaba pero se resistía
a pensar hágase tu voluntad

sin embargo una vez cada tanto
tu voluntad se mezcla con la mía
la domina
la enciende
la duplica
más arduo es conocer cuál es mi voluntad
cuándo creo de veras lo que digo creer
así en tu omnipresencia como en mi soledad
así en la tierra como en el cielo
siempre
estaré más seguro de la tierra que piso
que del cielo intratable que me ignora

pero quién sabe
no voy a decidir
que tu poder se haga o se deshaga
tu voluntad igual se está haciendo en el viento
en el Ande de nieve
en el pájaro que fecunda a su pájara
en los cancilleres que murmuran yes sir
en cada mano que se convierte en puño
claro no estoy seguro si me gusta el estilo
que tu voluntad elige para hacerse
lo digo con irreverencia y gratitud
dos emblemas que pronto serán la misma cosa

lo digo sobre todo pensando en el pan nuestro
de cada día y de cada pedacito de día
ayer nos lo quitaste
dánosle hoy
o al menos el derecho de darnos nuestro pan
no sólo el que era símbolo de Algo
sino el de miga y cáscara
el pan nuestro
ya que nos quedan pocas esperanzas y deudas
perdónanos si puedes nuestras deudas
pero no nos perdones la esperanza
no nos perdones nunca nuestros créditos

a más tardar mañana saldremos a cobrar a los fallutos
tangibles y sonrientes forajidos
a los que tienen garras para el arpa
y un panamericano temblor con que se enjugan
la última escupida que cuelga de su rostro

poco importa que nuestros acreedores perdonen
así como nosotros
una vez
por error
perdonamos a nuestros deudores

todavía
nos deben como un siglo
de insomnios y garrote
como tres mil kilómetros de injurias
como veinte medallas a Somoza
como una sola Guatemala muerta

no nos dejes caer en la tentación
de olvidar o vender este pasado
o arrendar una sola hectárea de su olvido
y ahora que es la hora de saber quiénes somos
y han de cruzar el río
el dólar y su amor contrarrembolso
arráncanos del alma el último mendigo
y líbranos de todo mal de conciencia
amén
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Mario Benedetti
(Uruguay, 1920)

sábado, 8 de noviembre de 2008

BONOMINI, Ángel: El ladrón Alberto Barrio

Alberto barrio fue ladrón. Tenía nueve años y siempre lo mandaban al almacén de Las Heras y Azcuénaga. Una mañana fue a comprar una latita de azafrán. El almacén estaba desierto. Había olor a lavandina y a garbanzos, a jabón y a queso, un olor mezclado y limpio y, aunque afuera la mañana brillara amarilla de sol, allí parecía la hora de la siesta por las cortinas de lona que cuidaban las sombras y el fresco.
Como en una tarea secreta, don José apilaba con geométrica precisión una torre de tabletas de chocolate Águila. Ante la mirada estupefacta de Barrrio levantaba una torre hueca de amarga delicia, edificio que no guardaba otro tesoro que sus propios muros.
Al día siguiente volvió al almacén. Había mucha gente y aceptó con gratitud la espera. Primero contempló la torre. Después se acercó a ella. Por último la tocó. Sintió un súbito escalofrío cuando sus dedos, involuntariamente, comprobaron que una tableta estaba suelta. Era fácil sacarla sin que la torre se derrumbara. Lo atendieron, pagó y se fue.
La batalla duró un mes. La fascinación y la ceguera del peligro lo pasearon por el placer y la angustia. A veces, sentía el secreto como una riqueza. A veces se le resolvía en catástrofe: lo sorprendían robando, lo perseguían, lo apresaban, no volvía a ver a su madre ni a sus hermanos, le ponían un uniforme y lo condenaban a la soledad y silencio.
Sucesivas correcciones de su conducta lo convirtieron en presidiario, en beatífico renunciante a la tentación, en gozador exclusivo de chocolate, en dadivoso repartidor de barritas entre sus hermanos. Creyó -con confusión- que pensar el mal era igual que ejercerlo, que la tentación era el pecado mismo. Que después de haberlo pensado, robar o dejar de hacerlo no modificaba su responsabilidad. No desestimó la posibilidad de que adivinaran su proyecto y lo arrestaran. Durante un mes, cada día, vio la pila, se cercioró de la presencia de la tableta suelta, leyó en la cobertura la incomprensible aseveración de que el peso neto era de media libra, hizo sus compras y regresó a su casa. No llevársela era casi tan terrible como robarla. Elaboró varios planes: emplear una bolsa; valerse del amplio bolsillo del impermeable; usar una tricota. Visitó febrilmente una serie de horrores: don José lo veía por un espejo cuando ponía el paquete en la bolsa; o se le caía del bolsillo del impermeable; o una mujer lo delataba al verlo cometer el robo. Y así lo cometió una y mil veces sin soslayar la delectación del riesgo que lo hacía dar bruscos saltos en la cama mientras robaba y volvía a robar la golosina. Y una y mil veces desechó la horrible idea para recobrar la calma que le permitiera la tregua del sueño.
En el colegio empezó a dibujar torres octogonales que guardaban su secreto. Con delirante fantasía llegó a verse escondido detrás del mostrador durante una noche entera, concretar el robo y no tener después cómo salir del negocio. Para ese momento, denunciada su ausencia, la policía lo buscaba. Hasta que de pronto un vigilante entraba en el almacén y bajo el poderoso foco de la linterna policial era sorprendido con el chocolate en la mano. Y vuelta otra vez a la odiada y temida prisión con el uniforme y la soledad.
Una mañana, la madre repitió el encargo: una latita de azafrán El Riojano. La reiteración del hecho, sumada a la fortuita coincidencia de que ese día también había un sol muy pleno, se le manifestó a Barrio al principio como un signo inextricable. Pronto lo interpretó como el fin de su condena: debía robar la tableta.
Pidió el azafrán. No estaban sino el almacenero y él en el local. Barrio se encontraba junto a la pila y pensó fugazmente que almacén debería llamarse el lugar donde se encuentra el alma. El viejo se agachó detrás del mostrador. Barrio tomó la tableta y la largó por la abertura de su camisa. El paquete se deslizó contra su pecho y quedó retenido por el cinturón. En el momento en que el objeto robado recorría su piel, el almacenero se levantaba. "¿Qué más?", preguntó el hombre. "Nada más", respondió el ladrón.
Con las piernas flojas, que no obedecían a su voluntad sino a su costumbre, salió del almacén. Se metió en su casa. Desde la puerta de la calle hasta la de su departamento se alargaba un estrecho y profundo corredor. También por allí lo llevaron de memoria sus piernas. Apenas aceptó la realidad de que el corredor estuviera desierto cuando, antes de meterse en el departamento, se volvió seguro de ver a los mil veces imaginados vigilantes. Entregó el azafrán a su madre y se encerró en el baño. Primero se lavó las manos y la cara. No quiso mirarse en el espejo por miedo de haber cambiado de rostro. Se sentó en el borde de la bañadera y sacó el paquete que se había calentado por el contacto con su cuerpo. Lo abrió cuidadosamente. Primero, la cobertura amarilla que ostentaba la imagen de un águila con las alas desplegadas, después el papel plateado. pero no había chocolate. Era una tableta de madera.
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Ángel Bonomini
Argentina, 1929/1994
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Ángel Bonomini nace en Buenos Aires el 13 de octubre de 1929. A los 18 años publica su primer libro de poesías, Primera enunciación, género en el que profundiza en sus siguientes tres obras: Argumento del enamorado, Las leyes del júbilo y El mar. Si bien luego de la publicación de estos cuatro títulos Bonomini se inclinó más sostenidamente por el cuento, nunca abandonó por completo la poesía, publicando en 1982 Torres para el silencio y en 1991 De lo oculto y lo manifiesto.
Prosista de estilo sobrio, riguroso, despojado de adornos innecesarios, admirado por Borges y Bioy Casares. A Bonomini se lo recuerda como el último representante de lo que en Argentina se conoció como literatura fantástica. Su debut en este género se da en 1972 con el libro de relatos Los novicios de Lerna, que mereció el primer premio municipal; el autor obtuvo también la beca Fullbright y en 1974, el premio de la Fundación Lorenzutti, esta última distinción, en realidad, por su labor como crítico de arte, que ejercía en La Nación, diario al que había ingresado como periodista al regreso de una larga temporada en los Estados Unidos, donde se desempeñó como traductor en la revista Life en español.
A Los novicios de Lerna siguen El libro de los casos (1975), Los lentos elefantes de Milán (1978), Zodíaco (1981), Cuentos de amor (1982), Historias secretas (1985) y Más allá del puente, editado en forma póstuma en 1996. En 1983, su cuento "Memoria de Punkal" fue seleccionado entre los ocho mejores enviados desde los países de lengua española al Primer Concurso Internacional Juan Rulfo, organizado en París por el Ministerio de Cultura de Francia y la Casa de la Cultura de México. Jorge Luis Borges lo seleccionó, además, como el autor del mejor cuento "Iniciación del miedo" entre 2700 trabajos presentados a un certamen del género.
Ángel Bonomini muere en 1994.

sábado, 25 de octubre de 2008

CASTILLO, Abelardo: Por el sendero venía avanzando un viejecillo...


Puedo decir que asistí a un solo taller literario en mi vi­da y que duró alrededor de cinco minutos. Yo tenía dieciséis o diecisiete años, había escrito un cuento muy largo llama­do "El último poeta" y consideraba que era, naturalmente, extraordinario. Se lo fui a leer, una tarde, a un viejo profesor sin cátedra que vivía en las barrancas de San Pedro, un hom­bre muy extraño. Bosio Arnaes se llamaba. Leía una cantidad de idiomas. Recuerdo que tenía un búho, papagayos, un enorme mapamundi en su mesa. Él mismo se parecía a un búho, pájaro, dicho sea de paso, que fue el de la sabiduría en­tre los griegos. La penúltima vez que lo vi, el viejo estaba casi ciego, pero se había puesto a aprender ruso para leer a Dostoievski en su idioma original. Eso la penúltima vez. La última, estaba leyendo a Dostoievski, en ruso, con una lupa del tamaño de una ensaladera. Era un hombre misterioso y excepcional. En San Pedro se decía que era el verdadero au­tor del libro sobre los isleros que escribió Ernesto L. Castro y del que se hizo la famosa película. La novela original era una novela vastísima de la que, se decía, Castro tomó el te­ma de Los isleros. No importa si esto es cierto; era una de esas historias míticas que ruedan y crecen en los pueblos.
De modo que fui a la casa de la barranca y comencé a leer mi cuento, que empezaba exactamente con estas pala­bras: Por el sendero venía avanzando el viejecillo… y ahí ter­minó todo.
Bosio Arnaes me interrumpió y me preguntó: ¿Por qué "sendero" y no “camino”?, ¿por qué “avanzando” y no caminando"?, en el caso de que dejáramos la palabra sendero, ¿por qué "el" viejecillo y no "un" viejecillo?, ya que aún no conocíamos al personaje; ¿por qué "viejecillo" y no "viejecito", "viejito", "anciano" o simplemente "viejo"? Y sobre todo: ¿por qué no había escrito sencillamente que el viejecillo venía avanzando por el sendero, que es el orden lógico de la frase? Yo tenía diecisiete años, una altanería acorde con mi edad y ni la más mínima respuesta para ninguna de esas pre­guntas.
Lo único que atiné a decir, fue: "Bueno, señor, por­que ése es mi estilo". Bosio Arnaes, mirándome como un lechuzón, me respondió:
—Antes de tener estilo, hay que aprender a escribir.
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ABELARDO CASTILLO
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Abelardo Castillo nació en Buenos Aires en 1935. Es miembro del Consejo de Presidencia de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos. Como novelista destacan: La casa de ceniza ( 1967), El que tiene sed (1985, Premio Municipal de Literatura) y Crónica de un iniciado (1991, Premio Club de los Trece a la mejor novela del año). También ha publicado libros de cuentos: Las otras puertas (1961, Premio Casa de las Américas), Cuentos crueles (1966), Los mundos reales (1972), Las panteras y el templo ( 1976 ), El cruce del Aqueronte (1982), Las maquinarias de la noche (1992) y Cuentos completos (1997). De teatro: El otro Judas (1961, estrenada en Buenos Aires y Premio de los Festivales Mundiales de Teatro de Varsovia y Cracovia), Israfel (1964, estrenada en Buenos Aires en 1966 y Premio Internacional de autores dramáticos Latinoamericanos Contemporáneos), Tres damas (1968), Teatro completo (1995), Sobre las piedras de Jericó (estrenada en Buenos Aires en 1975) y El señor Brecht en el salón dorado (estrenada en Buenos Aires en 1982). Y como ensayista destacan: Las palabras y los días (1989), Ser escritor (1997) y EI oficio de mentir (1998).También ha publicado antologías extranjeras. Es director y co-fundador de las revistas literarias: El Grillo de papel (1959-1974), El Escarabajo de Oro (1961-1974) y El Ornitorrinco (1977-1986).

martes, 21 de octubre de 2008

MARTÍ, José: La edad de oro

“…Para eso se publica LA EDAD DE ORO: para que los niños americanos sepan cómo se vivía antes, y se vive hoy, en América, y en las demás tierras… Para los niños trabajamos, porque los niños son los que saben querer, porque los niños son la esperanza del mundo. Y queremos que nos quieran y nos vean como cosa de su corazón”…

“…Pero nunca es un niño más bello que cuando trae en sus manecitas de hombre fuerte una flor para su amiga, o cuando lleva del brazo a su hermana, para que nadie se la ofenda: el niño crece entonces y parece un gigante”…

“Libertad es el derecho que todo hombre tiene a ser honrado y a pensar y a hablar sin hipocresía. En América no se podía ser honrado, ni pensar, ni hablar. Un hombre que oculta lo que piensa, o no se atreve a decir lo que piensa, no es un hombre honrado. Un hombre que obedece a un mal gobierno, sin trabajar para que el gobierno sea bueno, no es un hombre honrado. Un hombre que se conforma con obedecer a leyes injustas, y permite que pisen el país en que nació los hombres que se lo maltratan, no es un hombre honrado”...

“Hay hombres que son peores que las bestias, porque las bestias necesitan ser libres para vivir dichosas: el elefante no quiere tener hijos cuando vive preso; la llama del Perú se echa en la tierra y se muere cuando el indio le habla con rudeza, o le pone más carga de la que puede soportar. El hombre debe ser, por lo menos, tan decoroso como el elefante y como la llama. En América se vivía antes de la libertad como la llama que tiene mucha carga encima. Era necesario quitarse la carga, o morir”...

“Esos son héroes; los que pelean para hacer a los pueblos libres, o los que padecen en pobreza y desgracia por defender una gran verdad. Los que pelean por la ambición, por hacer esclavos a otros pueblos, por tener más mando, por quitarle a otro pueblo sus tierras, no son héroes, sino criminales”.

“Lo que ha de hacer el poeta de ahora es aconsejar a los hombres que se quieran bien y pintar todo lo hermoso del mundo de manera que se vea en los versos como si estuviera pintado con colores, y castigar con la poesía, como con un látigo, a los que quieran quitar a los hombres su libertad, o roben con leyes pícaras el dinero de los pueblos, o quieran que los hombres de su país les obedezcan como ovejas y les laman la mano como perros. Los versos no se han de hacer para decir que se está contento o se está triste, sino para ser útil al mundo, enseñándole que la naturaleza es hermosa, que la vida es un deber, que la muerte no es fea, que nadie debe estar triste ni acobardarse mientras haya libros en las librerías, y luz en el cielo, y amigos, y madres”...

“Antes todo se hacía con los puños: ahora, la fuerza está en el saber más que en los puñetazos; aunque es bueno aprender a defenderse, porque siempre hay gente bestial en el mundo, y porque la fuerza da salud, y porque se ha de estar pronto a pelear, para cuando un pueblo ladrón quiera venir a robarnos nuestro pueblo”…

“Las cosas buenas se deben hacer sin llamar al universo para que lo vea a uno pasar. Se es bueno porque sí; y porque allá adentro se siente como un gusto cuando se ha hecho un bien, o se ha dicho algo útil a los demás. Eso es mejor que ser príncipe: ser útil. Los niños debían echarse a llorar, cuando ha pasado el día sin que aprendan algo nuevo, sin que sirvan de algo”…


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JOSÉ MARTÍ
(Cuba, 1853/1895)

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Luchador incansable por la independencia de Cuba, esgrimió en su vida dos armas certeras: la pluma y el fusil. Poeta fundamental de la literatura hispanoamericana, incursionó en prosa y en verso para dignificar la condición humana. Su mensaje literario está dirigido hacia la juventud que aspira a encaminarse hacia los auténticos valores.
Falleció fiel a su ideal de vida: luchando en la acción de Dos Ríos por la libertad de su país.

jueves, 16 de octubre de 2008

GELMAN, JUAN: Confianzas




se sienta a la mesa y escribe
“con este poema no tomarás el poder” dice
“con estos versos no harás la Revolución” dice
“ni con miles de versos harás la Revolución” dice


y más: esos versos no han de servirle para
que peones maestros hacheros vivan mejor
coman mejor o él mismo coma viva mejor
ni para enamorar a una le servirán


no ganará plata con ellos
no entrará al cine gratis con ellos
no le darán ropa por ellos
no conseguirá tabaco o vino por ellos


ni papagayos ni bufandas ni barcos
ni toros ni paraguas conseguirá por ellos
si por ellos fuera la lluvia lo mojará
no alcanzará perdón o gracia por ellos


“con este poema no tomarás el poder” dice
“con estos versos no harás la Revolución” dice
“ni con miles de versos harás la Revolución” dice
se sienta a la mesa y escribe


Juan Gelman
(Argentina, 1930)

lunes, 13 de octubre de 2008

VERISSIMO, LUIS FERNANDO: BROMA

Todo comenzó como una broma. Llamó por teléfono a un amigo y le dijo:
—Lo sé todo.
Después de un silencio, el amigo respondió:
Cómo lo sabes?
—Eso no importa. Lo sé todo.
—Hazme un favor. No lo cuentes por ahí.
—Lo pensaré.
—¡Por el amor de Dios!
—Esta bien, pero ten cuidado.
Descubrió que tenía poder sobre las personas.
—Lo sé todo.
—¿Co… cómo?
—Lo sé todo.
—¿Todo el qué?
—Tú lo sabes bien.
—Pero es imposible. ¿Cómo lo has descubierto?
La reacción de las personas variaba. Algunas preguntaban en seguida:
—¿Alguien más lo sabe?
Otras se volvían agresivas:
—Está bien. Lo sabes. ¿Y qué?
—Nada. Solo quería que supieras que lo sé.
—Si se lo cuentas a alguien, yo…
—Depende de ti.
—¿De mí, cómo?
Si te portas bien, no lo contaré.
—Está bien.
Una vez, parecía que había encontrado a un inocente:
—Lo sé todo.
—¿Todo, el qué?
—Ya sabes.
—No, no sé. ¿Qué es lo que sabes?
—No te hagas el ingenuo.
—Pero no sé de qué me hablas.
—No me vengas con esas.
—Tú no sabes nada.
—Ah, eso quiere decir que hay alguna cosa para saber, pero que yo no la sé, ¿no?
—No hay nada.
—Mira que lo voy a contar por ahí…
—Puedes contarlo, que es mentira.
—¿Cómo sabes lo que voy a contar?
—Cualquier cosa que cuentes será mentira.
—Está bien. Lo contaré.
Pero al poco tiempo, recibió una llamada.
—Escucha. Lo pensé mejor. No cuentes nada sobre eso.
—¿Sobre “eso”?
—Sí, ya sabes…
Pasó a ser temido y respetado. Siempre había alguien que se le acercaba y le decía susurrando:
—¿Se lo has contado a alguien?
—Todavía no.
—Joder, gracias.
Con el paso del tiempo, ganó reputación. Era una persona en la que se podía confiar. Un día, un amigo le ofreció un trabajo con un gran sueldo.
—¿Por qué yo? —quiso saber.
—El trabajo conlleva muchas responsabilidades —dijo el amigo—. He decidido recomendarte.
—Pero, ¿por qué?
—Por tu discreción.
Comenzó a ganar prestigio. Se decía que lo sabía todo de todos pero que nunca abría la boca para hablar de nadie. Además de estar siempre bien informado, era un gentleman. Hasta que un día, recibió una llamada. Una voz misteriosa que dijo:
—Lo sé todo.
—¿Co… cómo?
—Lo sé todo.
—¿Todo el qué?
—Ya sabes...
Decidió largarse. Se fue de la ciudad. Los amigos se sorprendieron por su repentina desaparición. Decidieron investigar. ¿Qué estaría tramando? Finalmente, fue descubierto en una playa lejana. Los vecinos cuentan que una noche vieron llegar muchos coches que rodearon la casa. Varias personas entraron. Se oyeron gritos. Los vecinos cuentan que la voz que más se oía era la de él, gritando:
—¡Era broma! ¡Era broma!
Fue descubierto a la mañana siguiente, asesinado. El crimen nunca fue esclarecido. Pero las personas que lo conocían, no tenían dudas sobre el motivo.
Sabía demasiado.
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Luis Fernando Veríssimo (Porto Alegre, Rio Grande do Sul, 26 de septiembre de 1936) es un escritor brasileño, hijo del escritor brasileño Erico Veríssimo y vivió con su padre en los Estados Unidos durante su niñez. Dice que probó muchas cosas antes de escribir. En una lectura para los estudiantes de periodismo en Unisinos, Veríssimo dijo que "a la edad de 31 y dándome cuenta de que no había trabajado en nada, decidí probar como escritor, luego de una invitación del Jornal Zero Hora (de Porto Alegre)". Muchos de sus trabajos tienen un tono humorístico yescribe para programas de televisión.
Veríssimo es un gran admirador del jazz y toca el saxofón en una banda llamada Jazz 6. Como muchos intelectuales brasileños, disfruta de la cultura de Rio de Janeiro. Veríssimo es un crítico del ala derecha de políticos, especialmente del ex-presidente, Fernando Henrique Cardoso.
Veríssimo se casó con Lúcia Helena Massa en 1964, y tienen tres hijos: Fernanda, periodista; Mariana, escritora y Pedro, músico. Vive con su esposa en Porto Alegre.

martes, 7 de octubre de 2008

PIGNA, Felipe: 12 de Octubre


11 de Octubre, el último día de libertad de América...

Autor: Felipe Pigna.


Ayer fue 11 de Octubre, el último día de libertad de América. ¡Hoy es el día de la raza! ¿De qué raza estamos hablando? Las Naciones Unidas abolieron el término raza en 1959 por carecer de todo valor científico y por servir solamente para incentivar el odio entre los hombres de distintas culturas. ¡Y acá seguimos festejando el día de la raza!.

¿Qué festejamos el 12 de octubre?

El aniversario de la llegada de un comerciante aventurero que se tropezó con un continente maravilloso donde los hombres vivían en libertad y en armonía con la naturaleza. Pueblos como los arahuacos, que le ofrecieron a Colón y sus secuaces toda su amistad, porque para decir amigo decían “mi otro corazón”, y al arco iris lo llamaban “serpiente de collares de colores”. Colón no tenía vocación para la poesía y rápidamente los esclavizó y los puso a buscar oro para el Papa y los Reyes Católicos. En treinta años la población de las Antillas fue exterminada por los invasores empachados de codicia.

¿Qué festejamos el 12 de Octubre?

Festejamos la introducción en América de los secuestros extorsivos. El asesino Hernán Cortés secuestró y mató a Moctezuma a pesar de que los aztecas pagaron un rescate de toneladas de oro y plata. Lo mismo hará su compañero Pizarro con Atahualpa en el Perú. La conquista le costó a América 80 millones de vidas que quedaron en las minas, en los obrajes, en las haciendas, para enriquecer al reino de España y a los banqueros europeos. Pero de entrada nomás pintó la rebelión y el caballo, traído por los españoles para dominar, fue adoptado por los nativos que se formaron las caballerías rebeldes de los ejércitos libertadores como el de Tupac Amaru, que les metió miedo a los conquistadores y los obligó a cambiar su política de explotación y genocidio. Hoy a más de 500 años, la conquista sigue y sigue la lucha desigual de los mapuches contra el emporio Benetton, dueño de 900.000 hectáreas en la Patagonia. En este territorio entrarían varios estados europeos, pero no les alcanza y quieren quitarle la poca tierra que les quedó a nuestros habitantes originarios después del saqueo de Roca y sus secuaces. ¡Nunca Más día de la Raza! ¡No festejemos el saqueo, la violación y el asesinato! ¡Recordemos cada 11 de octubre a los que nos antecedieron en esta tierra y que enseñaron a sus hijos a cuidarla porque, como dice un proverbio mapuche, nadie es dueño de la tierra, la recibe en préstamo cuando nace y la debe devolver a la naturaleza más próspera y fértil cuando se va.

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Y TODO FUE DESTRUIDO
(poema azteca)

Todo esto pasó con nosotros. Nosotros lo vimos,
nosotros lo admiramos.
Con suerte lamentosa nos vimos angustiados.
En los caminos yacen dardos rotos,
los cabellos están esparcidos.
Destechadas están las casas,
enrojecidos tienen sus muros.
Gusanos pululan por calles y plazas,
y en las paredes están salpicados los sesos.
Rojas están las aguas, están como teñidas,
y cuando las bebimos,
es como si hubiéramos bebido agua de salitre.
Golpeábamos, en tanto, los muros de adobe,
y era nuestra herencia una red de agujeros.
En los escudos fue su resguardo:
¡pero ni con los escudos puede ser sostenida su soledad!
Hemos comido pelos de eritrina,
hemos masticado grama salitrosa,
piedras de adobe, ratones, tierra en polvo, gusanos.
Todo esto pasó con nosotros.


miércoles, 1 de octubre de 2008

MURÚA, Dámaso: Vendetta


El hombrón con su permanente rostro enfurecido, afilaba la navaja en el asentador. Dos o tres tragos de saliva había pasado ya por su garganta el indefenso hombre que permanecía de frente al techo blanco del salón. Buscaba los ojos del hombrón para esbozar una sonrisa, para ganarse su simpatía, sin lograrlo nunca. Solo el ir y venir de la blanca navaja, en infatigable ascenso y descenso, con sordo ruido, interrumpía la casi detenida respiración de los dos.
En el espacio, con la luz del crepúsculo, brillaron lastimosamente las perlas deslumbrantes del filo de la navaja. El hombrón se arrancó bruscamente algunos pelos gruesos de la nuca y probó, al aire, el maravilloso filo que el asentador había conseguido transmitir al acero. Otro trago de saliva trajo momentáneamente paz al hombre acostado.
Intercambiaron dos o tres hoscas frases y el silencio los arropó de pies a cabeza empeñados en su común tarea. La navaja alisó la piel encima de la aorta, henchida de miedo; perlas de sudor sobre la frente denunciaban el temor filtrándose al ambiente, en volutas mágicas que se evaporan en el aire seco del cotidiano y trágico salón blanco. En la radio empezó a escucharse la quinta sinfonía de Beethoven.
—De modo que no te acuerdas cuando me pegaste en la escuela.
—No me acuerdo, te lo juro.
—Estábamos en segundo año, acuérdate.
La navaja se deslizó diestra sobre la barbilla llena de jabón. Él no contestó ya. Salió de la peluquería envejecido como cien años.
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Dámaso Murúa
(México, 1933)
Puro Cuento nº 7
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Dámaso Murúa es uno de los valores más destacados de su tierra natal, y como dicen los escuinapenses, un gran orgullo, que ha dado brillo y prestigio a las letras. Nació el 13 de agosto de 1933. De profesión Contador Público, se desempeñó con éxito en las actividades bancarias y financieras, lo mismo en la industria pesquera del sur de Sinaloa, casas de bolsas y ejerció la docencia en la Escuela Superior de Economía.
Su contacto permanente con los pescadores le permitió adentrarse a sus formas de expresión, sus entornos, problemas, anécdotas, humor, condiciones que le proporcionaron innumerables vivencias para plasmarlas en una amplia y fructífera obra literaria.
Dámaso Murúa, refiriéndose a Escuinapa nos dice: “Aquí nací y me crié. Me destetaron de esta tierra a los quince años. Pero todo sigue igual. Estos hombres, pescadores prietos de tanto sol, son los mismos de aquel tiempo. ¡Qué impresionante es verlos envejecidos! Todos, uno por uno, fueron testigos de mi lejana infancia. Escuinapa, tierra mía, de tantos recuerdos”.
Es Dámaso Murúa uno de los sinaloenses de mayor trayectoria en los géneros de cuento y novela. Su producción es rica, el humor, la ironía, el sarcasmo, la ficción, son figuras que definen su estilo como escritor y periodista.
Sus cuentos, relatos y novelas surgen de su prodigiosa imaginación y de su contacto con la realidad.
Su personaje por antonomasia es Florencio Villa, El Güilo Mentiras, la figura más maravillosa de la picaresca sinaloense que fuera su inspiración para producir su antológica obra, El Güilo Mentiras.
Su producción es prolífica, misma que ha enriquecido a la narrativa sinaloense y mexicana. Destacan: Doce Relatos Escuinapenses (1964), El Mineral de los Cauques (1966), La Ronda (1969), El Güilo Mentiras (1971), Colachi (1972), Tiempos Regiomontanos (1973), Amor en el Yanqui Stadium (1975), Esopo del Estuario (1975), Vacum Totoliboque (1976), Las Playas de Las Cabras (1979), Las Redes Rotas (1979), En Brasil crece un Almendro (1985), Palabras Sudadas, La Muerte de Marcos Cachanos (1987), Para mis Amigos (1988), Éxodo en la Perla (1994), La Mujer Primero.
Algunos de sus relatos forman parte de la Antología de la nueva narrativa (México) y en la Antología del Cuento Fantástico Latinoamericano (Varsovia).
Fue director de la revista Albatros y ha incursionado con mucho éxito en el periodismo. Actualmente vive en Mazatlán.

lunes, 29 de septiembre de 2008

HEKER, Liliana: La fiesta ajena


Nomás llegó, fue a la cocina a ver si estaba el mono. Estaba y eso la tranquilizó: no le hubiera gustado nada tener que darle la razón a su madre. ¿Monos en un cumpleaños?, le había dicho; ¡por favor! Vos sí que te creés todas las pavadas que te dicen. Estaba enojada pero no era por el mono, pensó la chica: era por el cumpleaños.
—No me gusta que vayas —le había dicho—. Es una fiesta de ricos.
—Los ricos también se van al cielo—dijo la chica, que aprendía religión en el colegio.
—Qué cielo ni cielo —dijo la madre—. Lo que pasa es que a usted, m'hijita, le gusta cagar más arriba del culo.
A la chica no le parecía nada bien la manera de hablar de su madre: ella tenía nueve años y era una de las mejores alumnas de su grado.
—Yo voy a ir porque estoy invitada —dijo—. Y estoy invitada porque Luciana es mi amiga. Y se acabó.
—Ah, sí, tu amiga —dijo la madre. Hizo una pau­sa—. Oíme, Rosaura —dijo por fin—, ésa no es tu amiga. ¿Sabés lo que sos vos para todos ellos? Sos la hija de la sirvienta, nada más.
Rosaura parpadeó con energía: no iba a llorar.
—Callate —gritó—. Qué vas a saber vos lo que es ser amiga.
Ella iba casi todas las tardes a la casa de Luciana y preparaban juntas los deberes mientras su madre hacía la limpieza. Tomaban la leche en la cocina y se contaban secretos. A Rosaura le gustaba enormemente todo lo que había en esa casa. Y la gente también le gustaba.
—Yo voy a ir porque va a ser la fiesta más hermosa del mundo, Luciana me lo dijo. Va a venir un mago y va a traer un mono y todo.
La madre giró el cuerpo para mirarla bien y ampulosamente apoyó las manos en las caderas.
—¿Monos en un cumpleaños? —dijo—. ¡Por favor! Vos sí que te creés todas las pavadas que te dicen.
Rosaura se ofendió mucho. Además le parecía mal que su madre acusara a las personas de mentirosas simplemente porque eran ricas. Ella también quería ser rica, ¿qué?, si un día llegaba a vivir en un hermoso palacio, ¿su madre no la iba a querer tampoco a ella? Se sintió muy triste. Deseaba ir a esa fiesta más que nada en el mundo.
—Si no voy me muero —murmuró, casi sin mover los labios.
Y no estaba muy segura de que se hubiera oído, pero lo cierto es que la mañana de la fiesta descubrió que su madre le había almidonado el vestido de Navidad. Y a la tarde, después que le lavó la cabeza, le enjuagó el pelo con vinagre de manzanas para que le quedara bien brillante. Antes de salir Rosaura se miró en el espejo, con el vestido blanco y el pelo brillándole, y se vio lindísima.
La señora Inés también pareció notarlo. Apenas la vio entrar, le dijo:
—Qué linda estás hoy, Rosaura.
Ella, con las manos, impartió un ligero balanceo a su pollera almidonada: entró a la fiesta con paso firme. Saludó a Luciana y le preguntó por el mono. Luciana puso cara de conspiradora; acercó su boca a la oreja de Rosaura.
—Está en la cocina —le susurró en la oreja—. Pero no se lo digas a nadie porque es un secreto.
Rosaura quiso verificarlo. Sigilosamente entró en la cocina y lo vio. Estaba meditando en su jaula. Tan cómico que la chica se quedó un buen rato mirándolo y después, cada tanto, abandonaba a escondidas la fiesta e iba a verlo. Era la única que tenía permiso para entrar en la cocina, la señora Inés se lo había dicho: 'Vos sí pero ningún otro, son muy revoltosos, capaz que rompen algo". Rosaura, en cambio, no rompió nada. Ni siquiera tuvo problemas con la jarra de naranjada, cuando la llevó desde la cocina al comedor. La sostuvo con mucho cuidado y no volcó ni una gota. Eso que la señora Inés le había dicho: "¿Te parece que vas a poder con esa jarra tan grande?". Y claro que iba a poder: no era de manteca, como otras. De manteca era la rubia del moño en la cabeza. Apenas la vio, la del moño le dijo:
—¿Y vos quién sos?
—Soy amiga de Luciana —dijo Rosaura.
—No —dijo la del moño—, vos no sos amiga de Luciana porque yo soy la prima y conozco a todas sus amigas. Y a vos no te conozco.
—Y a mí qué me importa —dijo Rosaura—, yo vengo todas las tardes con mi mamá y hacemos los deberes juntas.
—¿Vos y tu mamá hacen los deberes juntas? —dijo la del moño, con una risita.
—Yo y Luciana hacemos los deberes juntas —dijo Rosaura, muy seria.
La del moño se encogió de hombros.
—Eso no es ser amiga —dijo—. ¿Vas al colegio con ella?
—No.
—¿Y entonces de dónde la conocés? —dijo la del moño, que empezaba a impacientarse.
Rosaura se acordaba perfectamente de las palabras de su madre. Respiró hondo:
—Soy la hija de la empleada —dijo.
Su madre se lo había dicho bien claro: Si alguno te pregunta, vos le decís que sos la hija de la empleada, y listo. También le había dicho que tenía que agregar: y a mucha honra. Pero Rosaura pensó que nunca en su vida se iba a animar a decir algo así.
—Qué empleada—dijo la del moño—. ¿Vende cosas en una tienda?
—No —dijo Rosaura con rabia—, mi mamá no vende nada, para que sepas.
—¿Y entonces cómo es empleada? —dijo la del moño.
Pero en ese momento se acercó la señora Inés haciendo shh shh, y le dijo a Rosaura si no la podía ayudar a servir las salchichitas, ella que conocía la casa mejor que nadie.
—Viste —le dijo Rosaura a la del moño, y con disimu­lo le pateó un tobillo.
Fuera de la del moño todos los chicos le encantaron. La que más le gustaba era Luciana, con su corona de oro; después los varones. Ella salió primera en la carrera de embolsados y en la mancha agachada nadie la pudo agarrar. Cuando los dividieron en equipos para jugar al delegado, todos los varones pedían a gritos que la pusieran en su equipo. A Rosaura le pareció que nunca en su vida había sido tan feliz.
Pero faltaba lo mejor. Lo mejor vino después que Luciana apagó las velitas. Primero, la torta: la señora Inés le había pedido que la ayudara a servir la torta y Rosaura se divirtió muchísimo porque todos los chicos se le vinieron encima y le gritaban "a mí, a mí". Rosaura se acordó de una historia donde había una reina que tenía derecho de vida y muerte sobre sus súbditos. Siempre le había gustado eso de tener derecho de vida y muerte. A Luciana y a los varones les dio los pedazos más grandes, y a la del moño una tajadita que daba lástima.
Después de la torta llegó el mago. Era muy flaco y tenía una capa roja. Y era mago de verdad. Desanudaba pañuelos con un solo soplo y enhebraba argollas que no estaban cortadas por ninguna parte. Adivinaba las cartas y el mono era el ayudante. Era muy raro el mago: al mono lo llamaba socio. "A ver, socio, dé vuelta una carta", le decía. "No se me escape, socio, que estamos en horario de trabajo".
La prueba final era la más emocionante. Un chico tenía que sostener al mono en brazos y el mago lo iba a ha­cer desaparecer.
—¿Al chico? —gritaron todos.
—¡Al mono! —gritó el mago.
Rosaura pensó que ésta era la fiesta más divertida del mundo.
El mago llamó a un gordito, pero el gordito se asustó enseguida y dejó caer al mono. El mago lo levantó con mucho cuidado, le dijo algo en secreto, y el mono hizo que sí con la cabeza.
—No hay que ser tan timorato, compañero —le dijo el mago al gordito.
—¿Qué es timorato? —dijo el gordito.
El mago giró la cabeza hacia uno y otro lado, como para comprobar que no había espías.
—Cagón —dijo—. Vaya a sentarse, compañero.
Después fue mirando, una por una, las caras de todos. A Rosaura le palpitaba el corazón.
—A ver, la de los ojos de mora —dijo el mago. Y to­dos vieron cómo la señalaba a ella.
No tuvo miedo. Ni con el mono en brazos, ni cuando el mago hizo desaparecer al mono, ni al final, cuando el mago hizo ondular su capa roja sobre la cabeza de Rosaura, dijo las palabras mágicas... y el mono apareció otra vez allí, lo más contento, entre sus brazos. Todos los chicos aplaudieron a rabiar. Y antes de que Rosaura volviera a su asiento, el mago le dijo:
—Muchas gracias, señorita condesa.
Eso le gustó tanto que un rato después, cuando su madre vino a buscarla, fue lo primero que le contó.
—Yo lo ayudé al mago y el mago me dijo: "muchas gracias, señorita condesa".
Fue bastante raro porque, hasta ese momento, Rosaura había creído que estaba enojada con su madre. Todo el tiempo había pensado que le iba a decir: "Viste que no era mentira lo del mono". Pero no. Estaba contenta, así que le contó lo del mago.
Su madre le dio un coscorrón y le dijo:
—Mírenla a la condesa.
Pero se veía que también estaba contenta.
Y ahora estaban las dos en el hall porque un momen­to antes la señora Inés, muy sonriente, había dicho: "Espérenme un momentito".
Ahí la madre pareció preocupada.
—¿Qué pasa? —le preguntó a Rosaura.
—Y qué va a pasar —le dijo Rosaura—. Que fue a buscar los regalos para los que nos vamos.
Le señaló al gordito y a una chica de trenzas, que también esperaban en el hall al lado de sus madres. Y le explicó cómo era el asunto de los regalos. Lo sabía bien porque había estado observando a los que se iban antes. Cuando se iba una chica, la señora Inés le regalaba una pulsera. Cuando se iba un chico, le regalaba un yo-yo. A Rosaura le gustaba más el yo-yo porque tenía chispas, pero eso no se lo contó a su madre. Capaz que le decía: "Y entonces, ¿por qué no le pedís el yo-yo, pedazo de sonsa?". Era así su madre. Rosaura no tenía ganas de explicarle que le daba vergüenza ser la única distinta. En cambio le dijo:
—Yo fui la mejor de la fiesta. Y no habló más porque la señora Inés acababa de entrar en el hall con una bolsa celeste y una bolsa rosa.
Primero se acercó al gordito, le dio un yo-yo que había sacado de la bolsa celeste, y el gordito se fue con su mamá. Después se acercó a la de trenzas, le dio una pulsera que había sacado de la bolsa rosa, y la de trenzas se fue con su mamá.
Después se acercó a donde estaban ella y su madre. Tenía una sonrisa muy grande y eso le gustó a Rosaura. La señora Inés la miró, después miró a la madre, y dijo algo que a Rosaura la llenó de orgullo. Dijo:
—Qué hija que se mandó, Herminia.
Por un momento, Rosaura pensó que a ella le iba a hacer los dos regalos: la pulsera y el yo-yo. Cuando la señora Inés inició el ademán de buscar algo, ella también inició el movimiento de adelantar el brazo. Pero no llegó a completar ese movimiento.
Porque la señora Inés no buscó nada en la bolsa celeste, ni buscó nada en la bolsa rosa. Buscó algo en su cartera.
En su mano aparecieron dos billetes.
—Esto te lo ganaste en buena ley —dijo, extendiendo la mano—. Gracias por todo, querida.
Ahora Rosaura tenía los brazos muy rígidos, pegados al cuerpo, y sintió que la mano de su madre se apoyaba sobre su hombro. Instintivamente se apretó contra el cuerpo de su madre. Nada más. Salvo su mirada. Su mirada fría, fija en la cara de la señora Inés.
La señora Inés, inmóvil, seguía con la mano exten­dida. Como si no se animara a retirarla. Como si la perturbación más leve pudiera desbaratar este delicado equilibrio. 



Liliana Heker, cuentista y novelista, nació en Buenos Aires en 1943. Fue directora de dos revistas literarias de incuestionable trascendencia: El Escarabajo de Oro y El Ornitorrinco. En ellas sostuvo polémicas, publicó ensayos y críticas y participó de los encendidos debates ideológicos y culturales de los últimos veinticinco años. Empezó a escribir desde muy joven. "El poema es pésimo, pero por la carta se nota que sos una escritora", le había dicho Abelardo Castillo al leer los escritos que Heker le había hecho llegar cuando tenía 17 años. Fue entonces cuando Liliana Heker entró a trabajar en la revista literaria El grillo de papel. Unos años después la publicación de Los que vieron la zarza (1966) la consagraría, precoz y definitivamente, como una de las grandes narradoras argentinas contemporáneas. Sus cuentos completos han sido traducidos al inglés y muchos de sus relatos se han publicado también en Alemania, Rusia, Turquía, Holanda, Canadá y Polonia. Ha reunido todos sus cuentos en el volumen Los bordes de lo real (1991). Su última novela, El fin de la historia (1996), una desgarradora historia ambientada en los violentos años '70, fue un suceso literario y cultural, desatando por igual la admiración y la polémica.