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jueves, 29 de mayo de 2008

BENEDETTI, Mario: Tres cortitos




SÍNDROME

Todavía tengo casi todos mis dientes
casi todos mis cabellos y poquísimas canas
puedo hacer y deshacer el amor
trepar por una escalera de dos en dos
y correr detrás del ómnibus
o sea que no debería sentirme viejo
pero el grave problema es que antes
no me fijaba en esos detalles
.
ONCE

Ningún padre de la iglesia
ha sabido explicar
por qué no existe
un mandamiento once
que ordene a la mujer
no codiciar al hombre
de su prójima
.
TERAPIA

Para no sucumbir
ante la tentación
del precipicio
el mejor tratamiento
es el fornicio


.

Mario Benedetti
(Uruguay, 1920)


lunes, 26 de mayo de 2008

NERUDA, Pablo: Promulgación de la ley del embudo


Ellos se declararon patriotas.

En los clubs se condecoraron

y fueron escribiendo la historia.

Los Parlamentos se llenaron

de pompa, se repartieron

después la tierra, la ley,

las mejores calles, el aire,

la Universidad, los zapatos.


Su extraordinaria iniciativa

fue el Estado erigido en esa

forma, la rígida impostura.

Lo debatieron, como siempre,

con solemnidad y banquetes,

primero en círculos agrícolas,

con militares y abogados.

Y al fin llevaron al Congreso

la Ley suprema, la famosa,

la respetada, la intocable

Ley del Embudo.


Fue aprobada.

Para el rico la buena mesa.

La basura para los pobres.

El dinero para los ricos.

Para los pobres el trabajo.

Para los ricos la casa grande.

El tugurio para los pobres.

El fuero para el gran ladrón.

La cárcel al que roba un pan.

París, París para los señoritos.

El pobre a la mina, al desierto.

El señor Rodríguez de la Crota

habló en el Senado con voz

meliflua y elegante.


«Esta ley, al fin, establece

la jerarquía obligatoria

y sobre todo los principios

de la cristiandad.

Era

tan necesaria como el agua.

Sólo los comunistas, venidos

del infierno, como se sabe,

pueden discutir este código

del Embudo, sabio y severo.

Pero esta oposición asiática,

venida del sub-hombre, es sencillo

refrenarla: a la cárcel todos,

al campo de concentración,

así quedaremos sólo

los caballeros distinguidos

y los amables yanaconas

del Partido Radical.»


Estallaron los aplausos

de los bancos aristocráticos:

qué elocuencia, qué espiritual,

qué filósofo, qué lumbrera!

Y corrió cada uno a llenarse

los bolsillos en su negocio,
uno acaparando la leche,

otro estafando en el alambre,

otro robando en el azúcar

y todos llamándose a voces

patriotas, con el monopolio

del patriotismo, consultado

también en la Ley del Embudo.

.
Pablo Neruda
(Chile, 1904/1973)
“Canto General”

jueves, 22 de mayo de 2008

CASCIARI, Hernán: La existencia del alma en el Caio




Capítulo 122: La existencia del alma en el Caio
(del libro "Más respeto que soy tu madre")
08 de Enero de 2004

El Zacarías y yo tomamos mate. Siempre. A cualquier hora. Las veces que estuvimos a punto de separarnos, las veces que llegó un hijo nuevo a casa, cuando lo echaron del trabajo, cuando Argentina salió campeón del mundo, cuando se cayeron las torres gemelas. Cuando murió mamá... Entre el Zacarías y yo hubo días sin besos a la mañana, semanas sin dirigirnos la palabra, meses enteros sin juntar los pelos, años larguísimos sin un peso en el bolsillo. Pero no hubo nunca en nuestro matrimonio un solo día sin que él o yo nos sentáramos en silencio a tomar mate.
El mate no es una bebida, corazones de otro barrio. Bueno, sí. Es un líquido y entra por la boca. Pero no es una bebida. En este país nadie toma mate porque tenga sed. Es más bien una costumbre, como rascarse. El mate es exactamente lo contrario que la televisión. Te hace conversar si estás con alguien, y te hace pensar cuando estás sola. Cuando llega alguien a tu casa la primera frase es “hola” y la segunda “¿unos mates?”.
Esto pasa en todas las casas. En la de los ricos y en la de los pobres. Pasa entre mujeres charlatanas y chismosas, y pasa entre hombres serios o inmaduros. Pasa entre los viejos de un geriátrico y entre los adolescentes mientras estudian o se drogan. Es lo único que comparten los padres y los hijos sin discutir ni echarse en cara. Peronistas y radicales ceban mate sin preguntar. En verano y en invierno. Es lo único en lo que nos parecemos las víctimas y los verdugos. Los buenos y los hijos de puta.
Cuando tenés un hijo, le empezás a dar mate cuando te pide. El Caio empezó a pedir a los cinco. La Sofi a los nueve. El Nacho a los tres. Se lo das tibiecito, con mucha azúcar, y se sienten grandes. Sentís un orgullo enorme cuando un esquenuncito de tu sangre empieza a chupar mate. Se te sale el corazón del cuerpo. Después ellos, con los años, elegirán si tomarlo amargo, dulce, muy caliente, tereré, con cáscara de naranja, con yuyos, con un chorrito de limón.
Cuando conocés a alguien por primera vez, te tomás unos mates. La gente pregunta, cuando no hay confianza:
—¿Dulce o amargo?
El otro responde:
—Como tomes vos.
Yo les escribo siempre a ustedes con el mate al lado del teclado. Los teclados de Argentina y Uruguay tienen las letras llenas de yerba. La yerba es lo único que hay siempre, en todas las casas. Siempre. Con inflación, con hambre, con militares, con democracia, con cualquiera de nuestras pestes y maldiciones eternas. Y si un día no hay yerba, un vecino tiene y te da. La yerba no se le niega a nadie. Ni a la vieja Manforte.
Escribo esto por algo. Hoy llegamos todos de la calle y el Caio estaba tomando mate solo. Nunca antes había tomado mate solo. Siempre con el Chileno Calesita, o con la hermana, o con nosotros. Solo jamás. Éste es el único país del mundo en donde la decisión de dejar de ser un chico y empezar a ser un hombre ocurre un día en particular. Nada de pantalones largos, circuncisión, universidad o vivir lejos de los padres. Acá empezamos a ser grandes el día que tenemos la necesidad de tomar por primera vez unos mates, solos. No es casualidad. No es porque sí. El día que un chico pone la pava al fuego y toma su primer mate sin que haya nadie en casa, en ese minuto, es porque ha descubierto que tiene alma. O está muerto de miedo, o está muerto de amor, o algo: pero no es un día cualquiera.
El Caio no sabe qué carajo le pasa. No va a recordar este día. Ninguno de nosotros nos acordamos del día en que tomamos por primera vez un mate solos. Pero debe haber sido un día importante para cada uno. Por adentro hay revoluciones. Yo no me acuerdo de mi día. Zacarías tampoco. Nadie se acuerda. Pero hoy el Caio empezó a tomar mate solo. Hoy, 8 de enero del 2004, a la madrugada. Su padre y yo, escondidos en el pasillo, empezamos a mirarlo con respeto.

HERNÁN CASCIARI
(Mercedes, prov. Buenos Aires, Argentina, 1971)
.
REFLEXIONES DEL MATE (texto erróneamente atribuido a Lalo Mir)
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El mate no es una bebida. Bueno, sí. Es un líquido y entra por la boca. Pero no es una bebida. En este país nadie toma mate porque tenga sed. Es más bien una costumbre, como rascarse.
El mate es exactamente lo contrario que la televisión: te hace conversar si estás con alguien y te hace pensar cuando estás solo. Cuando llega alguien a tu casa la primera frase es: “Hola” y la segunda: “¿Unos mates?”.
Esto pasa en todas las casas. En la de los ricos y en la de los pobres. Pasa entre mujeres charlatanas y chismosas, y pasa entre hombres serios o inmaduros. Pasa entre los viejos de un geriátrico y entre los adolescentes mientras estudian.
Es lo único que comparten los padres y los hijos sin discutir ni echarse en cara.
Peronistas y radicales ceban mate sin preguntar. En verano y en invierno. Es lo único en lo que nos parecemos las víctimas y los verdugos, los buenos y los malos.
Cuando tenés un hijo, le empezás a dar mate cuando te pide. Se lo das tibiecito, con mucha azúcar, y se sienten grandes. Sentís un orgullo enorme cuando un esquenuncito de tu sangre empieza a chupar mate. Se te sale el corazón del cuerpo. Después ellos, con los años, elegirán si tomarlo amargo, dulce, muy caliente, tereré, con cáscara de naranja, con yuyos, con un chorrito de limón.
Cuando conocés a alguien por primera vez, te tomás unos mates. La gente pregunta, cuando no hay confianza: "¿Dulce o amargo?". El otro responde: "Como tomes vos".
Los teclados de Argentina tienen las letras llenas de yerba. La yerba es lo único que hay siempre, en todas las casas. Siempre. Con inflación, con hambre, con militares, con democracia, con cualquiera de nuestras pestes y maldiciones eternas. Y si un día no hay yerba, un vecino tiene y te da. La yerba no se le niega a nadie.
Este es el único país del mundo en donde la decisión de dejar de ser un chico y empezar a ser un hombre ocurre un día en particular. Nada de pantalones largos, circuncisión, universidad o vivir lejos de los padres. Acá empezamos a ser grandes el día que tenemos la necesidad de tomar por primera vez unos mates, solos. No es casualidad. No es porque sí. El día que un chico pone la pava al fuego y toma su primer mate sin que haya nadie en casa, en ese minuto es que ha descubierto que tiene alma. O está muerto de miedo, o está muerto de amor, o algo: pero no es un día cualquiera.
Ninguno de nosotros nos acordamos del día en que tomamos por primera vez un mate solos. Pero debe haber sido un día importante para cada uno. Por adentro hay revoluciones.
El sencillo mate es nada más y nada menos que una demostración de valores...
Es la solidaridad de bancar esos mates lavados porque la charla es buena. La charla, no el mate.
Es el respeto por los tiempos para hablar y escuchar, vos hablás mientras el otro toma y viceversa.
Es la sinceridad para decir: "¡Basta, cambiá la yerba!".
Es el compañerismo hecho momento.
Es la sensibilidad al agua hirviendo.
Es el cariño para preguntar, estúpidamente: "¿Está caliente, no?".
Es modestia de quien ceba el mejor mate.
Es la generosidad de dar hasta el final.
Es la hospitalidad de la invitación.
Es la justicia de uno por uno.
Es la obligación de decir “gracias”, al menos una vez al día.
Es la actitud ética, franca y leal de encontrarse sin mayores pretensiones que compartir.
Ahora vos sabés: un mate no es sólo un mate...

.
Lalo Mir

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Aclaración necesaria de nuestra amiga Laly: Por respeto y cariño al autor, es necesario aclarar que este texto pertenece a Hernán Casciari y se puede leer completo y original en este link:

lunes, 19 de mayo de 2008

ANDRUETTO, María Teresa: Un árbol florecido de lilas


UNO
Él se sentó a esperar bajo la sombra de un árbol florecido de lilas.
Pasó un señor rico y le preguntó:
-¿Qué hace usted, joven, sentado bajo este árbol, en lugar de trabajar y hacer dinero?
Y el hombre contestó:
-Espero.
Pasó una mujer hermosa y le preguntó:
-¿Qué hace usted, hombre, sentado bajo este árbol, en lugar de conquistarme?
Y el hombre le contestó:
-Espero.
Pasó un chico y le preguntó:
-¿Qué hace usted, señor, sentado bajo este árbol, en vez de jugar?
Y el hombre le contestó:
-Espero.
Pasó la madre y le preguntó:
-¿Qué hacés, hijo mío, sentado bajo este árbol, en vez de ser feliz?
Y el hombre le contestó:
-Espero.

DOS
Ella salió de su casa dispuesta a buscar.
Cruzó la calle.
Atravesó la plaza.
Y pasó junto al árbol florecido de lilas.
Miró rápidamente al hombre.
Al árbol.
Pero no se detuvo.
Había salido a buscar.
Y tenía prisa.
Él, con una sonrisa, la vio pasar.
Alejarse.
Hacerse un punto pequeño.
Desaparecer.
Y se quedó mirando el suelo nevado de lilas.
Ella fue por el mundo a buscar.
Por el mundo entero.
En el Norte había un hombre con los ojos de agua.
Ella preguntó:
-¿Sos el que busco?
-No lo creo. Me voy -dijo el hombre con los ojos de agua.
Y se marchó.
En el Este había un hombre con las manos de seda.
-¿Sos el que busco?
-Lo siento. Pero no -dijo el hombre con las manos de seda.
Y se marchó.
En el Oeste había un hombre con los pies de alas.
Ella preguntó:
-¿Sos el que busco?
-Te esperaba hace tiempo. Ahora no -dijo el hombre con los pies de alas.
Y se marchó.
En el Sur había un hombre con la voz quebrada.
Ella preguntó:
-¿Sos el que busco?
-No. No lo soy -dijo el hombre con la voz quebrada.
Y se marchó.

TRES
Ella siguió por el mundo, buscando.
Por el mundo entero.
Una tarde, subiendo una cuesta, encontró a una gitana.
La gitana la miró y le dijo:
-El que buscas te espera en el banco de una plaza.
Ella recordó al hombre con los ojos de agua.
Al hombre que tenía las manos de seda.
Al de los pies de alas.
Y al que tenía la voz quebrada.
Y después se acordó de una plaza.
Y de un árbol con las flores de lilas.
Y de aquel hombre que, sentado a su sombra, la había visto pasar con una sonrisa.
Dio media vuelta y empezó a caminar sobre sus pasos.
Bajó la cuesta.
Y atravesó el mundo.
El mundo entero.
Llegó a su pueblo.
Cruzó la plaza.
Caminó hasta el árbol florecido de lilas.
Y le preguntó al hombre que estaba sentado a su sombra:
-¿Qué hacés aquí sentado bajo este árbol?
El hombre que estaba sentado en el banco de la plaza le dijo, con la voz quebrada.
-Te espero.
Después levanto la cabeza.
Y ella vio que tenía los ojos de agua.
Le acarició la cara.
Y ella supo que tenía las manos de seda.
La invitó a volar con él.
Y ella supo que tenía también los pies de alas.
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María Teresa Andruetto nació el 26 de enero de 1954 en Arroyo Cabral, provincia de Córdoba, Argentina. Es egresada de la carrera de Letras, de la Universidad Nacional de Córdoba. Ejerció paralelamente el periodismo y la docencia en el nivel medio y superior en diversas instituciones. Contribuyó a fundar y formó parte del equipo docente y ejecutivo del CEDILIJ (Centro de Difusión e Investigación de la Literatura Infantil y Juvenil), Córdoba, entre los años 1984 y 1995.
Entre 1986 y 1996 fue secretaria de redacción de la revista Piedra Libre, publicación especializada en literatura infanto-juvenil del CEDILIJ. Actualmente reside en Cabana, localidad de las sierras cordobesas.

martes, 13 de mayo de 2008

GORODISCHER, Angélica: Ayyyy



Sonó el timbre y ella fue a abrir la puerta. Era su marido.
—¡Ayyy! —gritó ella—, ¡pero si vos estás muerto!
El sonrió, entró y cerró la puerta. Se la llevó al dormitorio mientras ella seguía gritando, la puso en la cama, le sacó la ropa e hicieron el amor. Una vez. Dos veces. Tres. Una semana entera, mañana, tarde y noche haciendo el amor divina, maravillosa, estupendamente.
Sonó el timbre y ella fue a abrir la puerta. Era la vecina.
—¡Ayyy! —gritó la vecina—, ¡pero si vos estás muerta! —y se desmayó.
Ella se dio cuenta de que hacía una semana que no se levantaba de la cama para nada, ni para comer, ni para ir al baño. Se dio vuelta y allí estaba su marido, en la puerta del dormitorio:
—¿Vamos yendo, querida? —dijo y sonreía.
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Angélica Gorodischer
(Argentina)

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Angélica Gorodischer nació en Buenos Aires en 1929. Desde hace muchos años vive en Rosario, provincia de Santa Fe. Es una de las voces más originales de la narrativa argentina.
Gorodischer es conocida como escritora de ciencia ficción. Sin embargo, su labor no sólo se limita a la escritura, sino que ha desempeñado una activa difusión de la literatura escrita por mujeres latinoamericanas. Por su compromiso con los derechos humanos y la situación de las mujeres, ha recibido el premio Estebán Echeverría por trayectoria y el premio Dignidad por su trabajo en defensa de los derechos de la mujer.
En sus publicaciones más recientes, Gorosdicher explora temas que consituyen un alejamiento de la ciencia ficción. En Historia de mi madre (2004), la autora recupera su historia familiar y especialmente la rama materna. Escrita en un vaivén entre pasado y presente, Historia de mi madre sirve como testimonio de dos épocas definidas de Argentina y reflexiona sobre los roles de género en los años 40 y 50 y los últimos años del siglo veinte. En Tumba de jaguares (2005), los ejes argumentales giran en torno a la función de la escritura y el existir en tanto se es pensado por otros.

GALEANO, Eduardo: Celebración de la amistad 2



Juan Gelman me contó que una señora se había batido a paraguazos, en una avenida de París, contra toda una brigada de obreros municipales. Los obreros estaban cazando palomas cuando ella emergió de un increíble Ford a bigotes, un coche de museo, de aquellos que arrancaban a manivela; y blandiendo su paraguas, se lanzó al ataque.
A mandobles se abrió paso, y su paraguas justiciero rompió las redes donde las palomas habían sido atrapadas. Entonces, mientras las palomas huían en blanco alboroto, la señora la emprendió a paraguazos contra los obreros.
Los obreros no atinaron más que a protegerse, como pudieron, con los brazos, y balbuceaban protestas que ella no oía: más respeto, señora, haga el favor, estamos trabajando, son órdenes superiores, señora, por qué no le pega al alcalde, cálmese, señora, qué bicho la picó, se ha vuelto loca esta mujer...
Cuando a la indignada señora se le cansó el brazo, y se apoyó en una pared para tomar aliento, los obreros exigieron una explicación.
Después de un largo silencio, ella dijo:
—Mi hijo murió.
Los obreros dijeron que lo lamentaban mucho, pero que ellos no tenían la culpa. También dijeron que esa mañana había mucho que hacer, usted comprenda...
—Mi hijo murió —repitió ella.
Y los obreros: que sí, que sí, pero que ellos se estaban ganando el pan, que hay millones de palomas sueltas por todo París, que las jodidas palomas son la ruina de esta ciudad…
—Cretinos —los fulminó la señora.
Y lejos de los obreros, lejos de todo, dijo:
—Mi hijo murió y se convirtió en paloma.
Los obreros callaron y estuvieron un largo rato pensando. Y por fin, señalando a las palomas que andaban por los cielos y los tejados y las aceras, propusieron:
—Señora: ¿por qué no se lleva a su hijo y nos deja trabajar en paz?
Ella se enderezó el sombrero negro:
—¡Ah, no! ¡Eso sí que no!
Miró a través de los obreros, como si fueran de vidrio, y muy serenamente dijo:
—Yo no sé cuál de las palomas es mi hijo. Y si supiera, tampoco me lo llevaría. Porque, ¿qué derecho tengo yo a separarlo de sus amigos?

Uruguay, 1940/2015

martes, 6 de mayo de 2008

DOLINA, Alejandro: Balada del amor imposible


(fragmento de "Crónicas del Ángel Gris")

Los cronistas más serios del barrio del Ángel Gris coinciden en destacar la propensión de sus habitantes hacia los amores imposibles.
Así, mientras los jóvenes de otros barrios se enamoran de muchachas groseramente posibles, los hombres de Flores parecen condenados a amar —casi siempre en secreto— a mujeres que no serán para ellos.
Y en honor a esas damas, los Hombres Sensibles hacen lo que hacen.
Algunos emprenden desde chicos el estudio del violín, únicamente para aprender a tocar un vals en obsequio de su amada. No importa que ella no alcance jamás a oírlo. Ese no es el punto.
Otros indagan los secretos de la versificación y se sumergen en el dolor para lograr una poesía.
Piensan los Hombres Sensibles que siendo mejores merecerán ser amados. Y para la ética sentimental de este barrio, los mejores hombres son artistas, valientes, tristes o locos.
Existe una leyenda que dice: “Hay para cada hombre una mujer, una sola, que reúne todas las virtudes que ese hombre sueña. Su belleza está hecha para deslumbrar a ese hombre. Su voz ha sido creada para seducirlo. Su inteligencia, para suscitarle ideas amables. Su ternura, para hacerle dulce el diario sufrimiento. Esa mujer existe y anda por esas calles. Pero el destino ha decidido que nunca jamás se crucen los caminos de ningún hombre con la mujer que para él ha sido concebida”.
Dijo Manuel Mandeb en sus “Memorias”: “No hay mejor amor que el que nunca ha sido. Los romances que alcanzan a completarse conducen inevitablemente al desengaño, al encono o a la paciencia; los amores incompletos son siempre capullo, son siempre pasión”.
Por eso, señores, si acaso atesoran ustedes uno de estos metejones locos, a no arrepentirse. Sigan soñando y esperando lo imposible. Aunque sepamos que nuestras ilusiones no habrán de cumplirse nunca, sigamos acariciándolas.

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Alejandro Dolina

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Escritor argentino nacido en Caseros el 20 de Mayo de 1949. Desde hace ya varios años tiene un programa de Radio ("La venganza será terrible"), que tiene un gran éxito sobre todo en el público joven. El Programa se inició en Radio el Mundo con el título "Demasiado tarde para lágrimas", con el mismo título años más tarde se trasladó a Radio Rivadavia, para finalmente estar hasta hoy en Continental con este exitosísimo programa (quizás el más exitoso de la radiodifusión argentina), que se emite diariamente entre las 0:00 y las 2:00 de la madrugada. En 1987 escribió el libro "Crónicas del Ángel Gris". En 1996 decide renovarlo, cambiando de editorial , y agregando nuevos capítulos , suprimiendo otros, y reformando algunos. Las ilustraciones de la vieja edición estaban a cargo de Carlos Nine, y el de lanueva versión, por el dibujante uruguayo Hermenegildo Sábat.Un importante anhelo del "Negro Dolina"era grabar un disco hasta que en 1995 empezó a Grabar "Lo que me costó el amor de Laura", algo que el caratuló como "opereta criolla".

viernes, 2 de mayo de 2008

MEDINA, Enrique: Barrio latino


Con los pelos desparramados finiquitaba la peruana cada vez que su chileno y tullido marido la fajaba. Un día cargó sus petates y con los dos chicos huyó a lo de su amiga boliviana en busca de refugio. Y se hizo costumbre: chileno faja, peruana escapa, boliviana protege. Sin pizca de rubor, el barrio opinaba recurriendo al psicoanálisis: “Típico caso de sometimiento”, afirmaba el vendedor de flores. “Dependencia erótica”, argumentaba el panadero, separando las palmas a una distancia respetable. “Pérdida de identidad”, aseveraba Doña Clota. Todo bien. La buena boliviana, abandonada y con un crío y una cría, la recibía en la casa, también abandonada, pero convenientemente ocupada por decenas de hermanos latinoamericanos. Juntas la pasaban chiche-bomba, bailando el fin de semana en el boliche del Abasto. Del mismo modo lo pasaban los chicos en las calles, jugando y pidiendo a los turistas que se fotografiaban junto al monumento a Gardel. El lunes, la peruana extrañaba y le imploraba a su amiga que intercediera para volver con su peor-es-nada. Comedida, la boliviana le encargaba la esquina donde desplegaba un plástico en la vereda para exhibir bombachas, corpiños, toda esa mercadería de la que vivía, y rumbeaba a lo del duro chileno, que de haber nacido en mejor cuna hubiera sido uno de los cinco mejores dégustateur del mundo. La boliviana, más tarde o más temprano, retornaba con el semblante laxo y con el perdón obtenido. Y colorín-colorado, la peruana volvía al nido conyugal hasta la próxima paliza. La primera vez que entró a la comisaría fue cuando el marido le partió la cabeza con la muleta. No le tomaron la denuncia, pero le dieron una curita. Ella se fue contenta. “Había recibido una muestra de afecto”, según Doña Clota. El panadero destacó la puntería del chileno, mérito que cabe si se tiene en cuenta que además de cojo se estaba quedando ciego, el pobre. Nada hacía pensar que la monotonía pudiera quebrarse.
Pero como en los cuentos siempre hay un “pero”, ese “pero” llegó.
Llegó por decisión del chileno que, o no conforme con su destino, o vaya a saberse qué bicho le había picado, cagándose en las interpretaciones psicoanalíticas que el barrio haría, se ahorcó con el alambre que descargaba el tanque de agua de la letrina. Frente al comisario, la peruana lloraba y se culpaba por no haber comprendido al marido. Lloró y gritó hasta que lo metieron en el ataúd; ahí aprovechó para llenarlo con ropa de él y viejas fotos del casamiento. En medio de las piernas le colocó los CDs cumbancheros con los que se relajaban cuando estaban de buenas. Entre las manos le puso unas cartas de despedida garabateadas por los hijos, ella agregó la suya. No dejó de hablarle y besarlo hasta que lo enterraron, y a otra cosa mariposa.
Hasta aquí el cuentito, en pretérito. El remate, en presente.
Ululando su bocina llega el patrullero. La peruana, con el cuchillo ensangrentado en la mano, se encierra con los hijos. A través de la puerta, el comisario intenta una conciliación mientras en la ambulancia cargan todavía viva a la boliviana, a pesar de la sangre que brota de los mil puntazos. Alterada y consintiendo el diálogo, la peruana llora y se justifica porque su boliviana amiga, pensando que lo pasado-pisado no le afectaría, le confesó que cada vez que iba a mediarle con su chileno marido lograba hacer las paces metiéndosele en la cama, y le gustó el chileno, y por eso era que él la echaba revoleando la muleta como ventilador de techo, era para que lo visitara la boliviana, y además él le había pedido que lo acompañara a Chile y como la boliviana no quiso, seguramente por eso se ahorcó, el pobre, de tristeza. El comisario le ruega que deje salir a los chicos, y se entregue porque la víctima aún vive y todo se puede arreglar. Ella jura que se degollará. Llega el camión de exteriores de Crónica TV, el movilero salta con el micrófono y, ya partiendo la ambulancia, le pregunta a la boliviana qué pasó. Ella se niega a responder y muere. El comisario le dice a la peruana que llegó la televisión y puede hacer su descargo. La peruana se arregla el pelo, sale y se la llevan. Insatisfecho con la información, el movilero encaja el micrófono en la boca de Doña Clota para que escriba el final de la historia. En realidad, aclara ella, la peruana no tenía celos del chileno sino de la boliviana, ellas estaban unidas sentimentalmente, ¿se entiende? Así que... el chileno..., ¿se suicidó...?, ¿fue ahorcado...?, ¿o lo ahorcaron...?

Enrique Medina
(Argentina, 1937)

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El escritor argentino Enrique Medina, nació en Buenos Aires el 26 de diciembre de 1937.
En 1972 publica su primera novela: Las Tumbas. La repercusión de crítica y público es impresionante. Desde 1973 en que el gobierno de turno secuestra su novela “Sólo Ángeles” ( junto a “The Buenos Aires Affair” de Manuel Puig), y hasta el fin de la tiranía en 1983, Enrique Medina es constantemente prohibido y perseguido por su literatura cuestionadora y frontal, siempre lejos del acartonamiento burocrático de la cultura oficial.Lleva publicados 23 libros: 7 de relatos, 1 de ensayos, 1 de teatro infantil, y 14 novelas. Su obra ha sido traducida parcialmente al portugués, inglés, francés, húngaro, polaco y yugoslavo. Figura en antologías nacionales e internacionales.
Algunas de sus novelas y cuentos fueron llevados al cine y al teatro.
En la actualidad es columnista en la contratapa del diario “Página 12" de Buenos Aires, y dirige su Taller de Literatura.