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domingo, 13 de junio de 2010

14 DE JUNIO: HOMENAJE A LOS EX COMBATIENTES DE MALVINAS

Graciela Paoloni .
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MONÓLOGO
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Buenos días, señoras y señores, me permito distraer un minuto de su amable atención para ofrecerles un recuerdo barato y útil de un pasado que ustedes preferirían olvidar.
Seguramente ya me habrán visto otras veces en este tren. Si no, me recordarán tratando de agarrarme al travesaño en el colectivo, o desgañitándome para que me escuchen en la estación.
Soy el ex combatiente que vuelve de sus pesadillas. Sí, ya los veo, no pongan esa cara de fastidio. Claro, después de 20 años ya ni se molestan en disimular. Antes era distinto. Se acuerdan, ¿no? Yo les repartía la revista del veterano y ustedes hacían como que abrían las páginas, actuaban como si me prestaran algo de atención. Después, pasados algunos años, ya nos íbamos conociendo, apenas me subía ustedes manoteaban el diario o la agenda, se ponían a hablar con el de al lado o descubrían algo interesante del otro lado de la ventanilla.
Yo al menos me sentía alguien. No es que me sintiera bien, para nada. Si les tengo que ser franco, desde el mismo momento en que volví de las islas empecé a sentir que les caía incómodo, que no sabían qué hacer conmigo. Ni siquiera sabían qué cara ponerme. Pero al menos sentía que ustedes se ponían nerviosos. Yo les recordaba algo. El tiempo avanzaba, ustedes se alejaban de esas viejas versiones de ustedes mismos, esos jóvenes en blanco y negro que escuchaban música disco y veían a Gómez Fuentes por la tele, la Argentina de la democracia cambiaba a ritmo vertiginoso. Y yo estaba ahí, siempre con el mismo pantalón que se iba descoloreando igual que sus recuerdos.
Hasta que un día, llovía, hacía frío, ustedes estaban apurados por llegar a casa, agotados y entumecidos, les dolían los huesos, se sentían viejos, y en cuanto subí y les dije, como hoy, “Buenas tardes damas y caballeros”, me di cuenta de que algo había cambiado. Ustedes me miraron con extrañeza, como una presencia que uno cree perdida y nos asombra que todavía esté ahí. Por primera vez me miraron con extrañeza. Yo, que los representé a todos ustedes en las irredentas islas australes en 1982, yo que soy y siempre seré lo mejor, lo más puro y lo más inocente de todos ustedes. Me miraron como si no me conocieran.
Entonces dirigí la vista a mis pantalones camuflados, mi camisa militar, con un botón de cada color y la medalla de oro desteñido. Y me vi yo también extraño. Como un fantasma. Porque es extraño verse a sí mismo como un fantasma, ¿no, señora? Sí, a usted le digo. No toque el timbre. ¿Por qué se quiere bajar? ¿Se cree que no sé que esta no es su parada? ¿Por qué no sigue hasta la esquina del banco, pasando la plaza, como siempre? ¿Le doy miedo? Le parece que le puedo hacer algún mal?
Aunque si quiere, la verdad que mejor se baja. Ma sí, que me escuche el que quiera. Bájense todos. Total, ya me escucharon tantas veces... Lo que pasa es que hoy me hacía un poco de ilusión, para qué se los voy a negar. Como se cumplen 20 años...
¿Se acuerdan? ¡Qué contentos estaban cuando me subí al avión! ¡Qué mar de banderas! ¡Cómo sonaban las bocinas y todos gritaban “lo vamo a reventar” y “bajo un manto de neblina”! Íbamos en el micro y ustedes nos saludaban, hacían así con el pulgar hacia arriba, como en la propaganda de “Argentinos a vencer”, llenos de orgullo, todos hermanos, sin divisiones ni luchas ni odios. Todos hermanos, carajo, por una causa nacional ajena a las mezquinas divisiones políticas.
¡Si hasta casi me creí lo que decían las revistas! En esas fotos a todo color yo estaba tan heroico, tan joven, tan patriótico, con la ropa verde recién planchada que parecía tan abrigada y nueva, y comiendo esa comida que debía estar riquísima, por la cara de contento que ponía yo en las fotos de las revistas. Lástima que las fotos sólo las vi cuando ya estaba de vuelta, y me parecían un chiste de mal gusto. ¿Nunca les conté que los jefes llevaron a Malvinas cocinas de campaña que funcionaban con leña? ¡Miren los años que llevamos juntos y nos les había contado! Resulta que llevaron cocinas de esas con ruedas como de carretilla, que hay que ponerles leña dentro. Pero no se avivaron de que en Malvinas no hay árboles. El rancho era una sopa fría que era agua sucia con tres fideos nadando.
¿Y tampoco les conté del depósito de dulce de batata de Puerto Argentino? ¡Pero si es lo más divertido! El 15 de junio, cuando ya había terminado todo y ya habíamos perdido la guerra, los ingleses nos llevaron a abrir un depósito que usaba el ejército. No lo podíamos creer. Estaba lleno, pero lleno de latas de dulce de batata. Los ingleses nos preguntaron que quién había guardado todas esas latas y para quién eran si no nos las daban a nosotros. Si era sólo para los oficiales deberían estar comiendo dulce de batata por cuatro o cinco años, y todavía les hubiera sobrado. A los ingleses les daba asco, porque no conocían la maravilla del dulce de batata. Qué salvajes, ¿no?
Pero ¿por qué les estoy contando estas cosas? Si ustedes ya casi ni se acuerdan de lo poco que alguna vez supieron de Malvinas. A ver, ¿se acuerdan del ruido de los Sea Harrier que venían a todo lo que da y había que meterse en el pozo de cabeza? ¿Y del olor de la ropa mojada? ¿Y de la oscuridad de esas noches donde no se podía prender ni un cigarro porque te estaqueaban ahí nomás? ¿Y del viento, ese puto viento que no paraba nunca y que no te dejaba escuchar si venía o no venía el enemigo y toda la noche tratando de escuchar y toda la noche el viento? ¿Ni siquiera se acuerdan de cuando teníamos 18 años y nos mandaron a pelear a las Malvinas?
Pero qué hago yo acá, gritándoles, si venía a celebrar los 20 años. Tienen que perdonarme. Es que siempre arranco con el mismo discurso que ya no me emociona ni un cachito así, y ahora que les cuento cosas nuevas es como si estuviera ahí otra vez.
¿Saben lo que pienso ahora? Que si no fuera por cosas como el viento y las gaviotas y la turba y la cara de mi camarada muerto, tapado con una frazada que le dejaba al aire las botas marrones, no creería que esas cosas pasaron. Es como de otra galaxia, ¿no les parece? Todo el mundo en la plaza, creyéndose lo de que “estamos ganando”, y Galtieri en el balcón de la Rosada, y el Ejército reencontrado con su pueblo, y nadie sabía nada de los 30 mil desaparecidos, y “no te borrés que te necesitamos”. Parece que nunca nos hubieran pasado estas cosas.
Les miro las caras y quiero creer que ninguno de ustedes tuvo nada que ver con la dictadura. Pero las dictaduras no funcionan solas. Ahora queremos acordarnos de que fuimos todos opositores, pero la verdad es que casi todos bajamos la cabeza y obedecimos y tratamos de no saber. ¿Y Malvinas? Fue la aventura delirante de un general borracho. Queremos acordarnos de que siempre supimos que fue una locura. Hasta que aparezco yo, zaparrastroso y con el mismo pantalón de un color de otra época, y les desbarato lo que quisieran contarse a ustedes mismos de su pasado.
Sí, señor, ya sé que llegamos a la terminal. Denme solo un minuto más. Estoy loco pero no tanto. En un segundo los dejo bajar, no se pongan nerviosos. No los voy a secuestrar. No quiero venderles ninguna revista, ni calcomanías ni lápices ni nada. No represento a ninguna organización ni hablo en nombre de nadie. Sólo soy el ex combatiente que anida en la memoria de mis compatriotas, que se pasea con ropas gastadas que nunca asustaron a nadie por los pasillos de su memoria, recordándoles que hace 20 años ustedes salieron a las calles con pitos y matracas a celebrar una guerra.
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ROBERTO HERRSCHER
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Nota publicada en el suplemento “Temas” del diario “La Voz del Interior” de Córdoba, el 31 de marzo de 2002.
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ROBERTO HERRSCHER es sociólogo, periodista y profesor universitario de comunicación, actualmente dirige el Master de Periodismo de BCNY y reside en Barcelona, España.
En abril de 1982, con 19 años, estaba a punto de terminar el servicio militar obligatorio que cumplía en la Marina, cuando, pese a la proximidad de su baja, le notificaron que debía combatir en las Malvinas y, poco tiempo después, lo asignaron como tripulante del “Penélope”: el barco más viejo utilizado en la guerra, propiedad de un malvinense decomisada por la Armada argentina para transportar combustible, víveres y soldados. Allí, como único conscripto de la tripulación y traductor, vivió “su guerra” sin saber que lo hacía a bordo de una goleta histórica que había sido enviada a construir por el aviador alemán Ghunter Plüchow en 1927. Finalizada la guerra, Herrscher estudió sociología y periodismo, y durante años investigó la historia de aquella embarcación que narra en el libro Los viajes del Penélope (Editorial Tusquets).

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Simplemente un texto agudo, inteligente, verdadero, desgarrador, profundamente doloroso y al mismo tiempo tan cierto, tan real....

El Club de la Matemática dijo...

Acabo de descubrir este blog. Los felicito, el material es excelente!!!
Con el permiso de Uds. lo he puesto como favorito en mi blog: http://elclubdelamatematica.blogspot.com/