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viernes, 9 de marzo de 2012

QUIROZ HERNÁNDEZ. Alfonso: La inquietante sonrisa de un niño

—Mi hijo no debe llorar.

Intentó detener aquella catarata, pero el líquido se abrió paso hasta llegar a los pies de Jack Seis Dedos. Dos zancadas le bastaron para cruzar el zigzagueo de orina y pararse frente a su hijo.

—Mis cigarros no los traes, mi dinero tampoco. Eres una calamidad.

Simón ya conocía el modus operandi de su padre. No debía llorar ni orinarse, pero a sus siete años era imposible no temer.

—Eres como tu madre, débil como una perra.

Jack Seis Dedos con una impresionante cachetada le limpió las lágrimas, incluso las que estaban por venir.

—Habla, ¡y deja de gemir!

Simón temblaba, corría evitando las pozas de agua, con firmeza sostenía tanto el dinero bajo el cinturón de vaquero, como los revólveres de plástico. Un juguete así le daba cierta seguridad en un barrio como ese, aunque solo fuera ilusoria. Si no era la pandilla, sería su padre quien desatara la frustración acumulada. Pero, aun así, con esa ira y su indiferencia, era su padre. El único nexo con la raíz, con ese símbolo de pertenencia. Lo admiraba, quería ser como él; seguro, frío, con el aura de hielo que solo se ve en los héroes del cinematógrafo.

No debía tardarse y para no cometer errores repetía una y otra vez la marca de cigarrillos. Pero al doblar la esquina se encontró con la tropa del barrio. El Gordo Harry le cerró el paso, Simón retrocedió, pero tres de ellos le quitaron el dinero.

Entre risas y burlas lo empujaron, lo botaron y escupieron, pero Simón se incorporó. Con cierto aire de dignidad pandillera llevó sus manos a las pistolas de plástico. Quiso desenfundar, pero aunque eran solo un juguete, no poseía la sangre fría de su padre. Huyó secándose las lágrimas después que el Gordo Harry lo golpeara. Un pequeño mensaje para su padre.

Jack Seis Dedos cogió la chaqueta de cuero, se calzó la manopla y antes de dar el portazo, dijo:

—Debiste defenderte, no mereces llamarte mi hijo. A lo mejor nunca lo fuiste, ella era una ramera.

Simón miró la foto de su madre, intentó traer algún recuerdo, pero su memoria no poseía otra imagen. Lloró un par de horas.

Buscó sus pistolas de plástico y luego de jugar tuvo una idea. Saldría en busca del Gordo Harry, le demostraría a su padre que era de la peor calaña. Aunque Harry le matara a golpes, lo enfrentaría y desenfundaría sus pistolas. Cogió su cinturón de juguete, lo abrochó y salió.

Fuera del bar, Simón se escondió hasta que vio llegar al Gordo Harry.

—Miren muchachos, el hijo del ahora Cuatro Dedos Jack.

Harry rió, extrajo del cinturón un pequeño bulto. Lo abrió y tiró en el callejón varios trozos de carne.

—Llévaselo a tu padre. Que conserve sus dedos, nadie se mete con el Gordo Harry.

Fue en ese instante que Simón se incorporó. Llevó sus manos al cinto de plástico y con aire a lo Clint Eastwood desenfundó sus pistolas similar a como lo mostraban en televisión.

El Gordo Harry rio al ver a ese muchacho esquelético, sin miramientos se burló mientras calzaba la manopla.

Simón disparó y el tiro dio en plena barriga, el proyectil despedazó la grasa y la camisa se tornó rojiza. La segunda bala penetró la rótula destruyendo algunos trozos de hueso. Incrédulo, Harry cayó de rodillas. La tercera, entró en el cráneo, le voló parte del parietal y los sesos cayeron al pavimento. Con el cuarto tiro mató a uno de su pandilla, la bala entró en el pecho haciendo estallar el corazón. Y con el quinto hirió de muerte a su guardaespaldas, el tiro expuso el globo ocular y la sangre quedó como una estela al momento de caer. El resto de la pandilla huyó.

Al otro día, la policía introdujo a Jack Seis Dedos en la patrulla, aún sangraba su mano. Simón jugaba en la puerta mientras, en el interior de la casa, un oficial sacaba las armas de Jack envueltas en un plástico. De seguro le darían veinte años por los tres asesinatos.

Simón cantaba, despreocupadamente extrajo de su bolsillo la foto de su madre y sonrió. Al doblar la patrulla por el callejón, lo último que Jack vio de su hijo fue una inquietante sonrisa seguida de una mirada de hielo similar a la suya.

Alfonso Quiroz Hernández

Ilustrador y cuentista chileno, a los 20 años comienza su vida profesional publicando una tira cómica en el Diario El Día de La Serena, ha trabajado como Director de Arte en agencias de publicidad y como ilustrador se ha desempeñado en el área educativa. Actualmente trabaja como diseñador e ilustrador independiente y mantiene su pasión literaria en diferentes grupos de internet.

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