tag:blogger.com,1999:blog-26247283574171964842024-03-18T23:51:41.976-03:00LEER PORQUE SÍADVERTENCIA: La lectura del presente blog puede herir la sensibilidad de personas que no comprenden que un hecho artístico es justamente eso. Queda bajo la decisión de cada lector ingresar y disfrutar o no los textos aquí compartidos. Prohibida la visita a aquellos que no saben ni quieren pensar.LEER PORQUE SÍhttp://www.blogger.com/profile/16099185274996211672noreply@blogger.comBlogger626125tag:blogger.com,1999:blog-2624728357417196484.post-45407557495149066412024-03-14T17:20:00.002-03:002024-03-14T17:21:03.144-03:00GOUIRIC. Marie: "...Tu única llave para tu libertad"<div style="text-align: justify;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhT63xA4YwjrinCQ9lr7wB6bSvdkworZqQN3jyXT_1Lk1zW_ZBqKdwNDsQaXZfk50GPhiq8V-gHcjVutfIIhqmOaYpt8RFBWIob9DA6IY3G2V1B-w94fWU0hwXz1lhjEH7p3IfTnCMAEN6BjheM2kzw9BwIs-hyXqftVIcjPAGQTE8xtm6x8ETi37DNG1E/s768/le%C3%B3n.png" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="506" data-original-width="768" height="422" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhT63xA4YwjrinCQ9lr7wB6bSvdkworZqQN3jyXT_1Lk1zW_ZBqKdwNDsQaXZfk50GPhiq8V-gHcjVutfIIhqmOaYpt8RFBWIob9DA6IY3G2V1B-w94fWU0hwXz1lhjEH7p3IfTnCMAEN6BjheM2kzw9BwIs-hyXqftVIcjPAGQTE8xtm6x8ETi37DNG1E/w640-h422/le%C3%B3n.png" width="640" /></a></div></div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Mi padre insistió, estudiá, hacete un oficio. Eso nadie te podrá sacarlo. Y puso el estudio y el oficio como misma cosa. Vos podés tener un trabajo, decía, pero mañana vienen y te dicen no servís más estás viejo, contratan a uno más joven, pero el estudio te lo llevás con vos y va a ser tu herramienta para defenderte. Casate, pero estudiá que mañana tu hombre se va con otra mujer más joven que vos y va a parecer que no tenés a quién abrazarte, pero tendrás tu oficio que nunca te soltará ni te dejará sola. No te confiés en los hombres, hoy te aman y mañana te dejan de querer o se mueren. No te cases con uno que no trabaje porque será una carga y tendrás que trabajar para él. Tu estudio te servirá de arma y hará que ningún ladrón toque tu casa. El día que mueras de hambre, vos y tus hijos, batirás puertas y siempre alguien te abrirá. Elegirán a vos aunque sea para limpiar porque dirán tiene estudio, y eso te dará una oportunidad. La mano es dura para los que nacen como nosotros. Ha sido difícil y ha de ser peor. Habrá épocas buenas, y lo bueno de todo lo malo que nos ha pasado es que cuando subas con el estudio subirás con humildad y cuando te toque bajar, bajarás la cabeza y comerás lo que puedas y harás el trabajo que sea y estarás tranquila.Vos sos mi mayor inversión, me decía. No pude comprar casas, ni autos, ni terrenos. No voy a dejarte nada, pero quisiera dejarte estudio. Y por eso también te pido que estudies y que te cuides, porque todo lo poco lo invertí en vos y si algo te pasara, a mí no me queda nada tampoco. En cambio si vos te formás y prosperás, serás la tierra al sol brotada llena de trigo para hacer harina, con ella amasar la masa para el pan sobre la mesa bajo la sombra de un eucalipto.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">No te preocupes ahora por trabajar y ganar dinero, yo en lo que pueda te daré que no es muy mucho, no tendrás las mejores zapatillas, ni la ropa, pero para estudiar lo necesario. Contá conmigo para en lo mínimo tener todo y con eso ganar un estudio o un oficio que será una llave siempre, tu única llave para tu libertad.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-small;"><a href="https://www.instagram.com/p/CarwIwkAkf2Ci0y1MH0-R15ZfZqbudvULGGO040/?hl=es">(artículo publicado en el Instagram de la autora)</a></span></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="font-size: x-large; text-align: center;"><a href="https://www.filba.org.ar/filba-internacional/festival-internacional-2022_120/participantes/gouiric-marie_1349">Marie Gouiric</a></div><div style="text-align: center;">Bahía Blanca, 1985</div><div style="text-align: center;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjuRXP9nwEn70zkOjK_ohHfa5CPKhquqFxNZAfTbJH6BagJo98769_BQIL5yPzABOx1IKcaopc4fjj9S2bjagLayR0Y6Pk1t757crwwQzfoB8RPPGFMNBluroCQpwXdwlKqOPsLogeAQPmiUYnZP5jWdKBqjSnydMDVmZrxElHtt7LstMot1GBzVycYniQ/s1599/marie.jpeg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1066" data-original-width="1599" height="266" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjuRXP9nwEn70zkOjK_ohHfa5CPKhquqFxNZAfTbJH6BagJo98769_BQIL5yPzABOx1IKcaopc4fjj9S2bjagLayR0Y6Pk1t757crwwQzfoB8RPPGFMNBluroCQpwXdwlKqOPsLogeAQPmiUYnZP5jWdKBqjSnydMDVmZrxElHtt7LstMot1GBzVycYniQ/w400-h266/marie.jpeg" width="400" /></a></div><br /><div style="text-align: center;"><br /></div>LEER PORQUE SÍhttp://www.blogger.com/profile/16099185274996211672noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2624728357417196484.post-17027242605519627182024-02-23T18:46:00.004-03:002024-02-23T18:46:52.906-03:00CHÉJOV, Antón: Un viaje de novios<p> </p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjFPfjjBFHVhoyyytyXiL-S1mWv35YS8sVzn4FOhz4IpIBtUEt2P8zheIiW2D923ya05C-BE3FgVTRye9RCoFpUiESaqFqAczVttP4x9_7s2cvqSR64079iCuMU5m-XP_SKON_slBu72zo5bnan_F1B7cbUbfF6AaVR9xadat5MaZb1pg_WXMdX-PRfwLs/s1280/viaje.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="720" data-original-width="1280" height="360" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjFPfjjBFHVhoyyytyXiL-S1mWv35YS8sVzn4FOhz4IpIBtUEt2P8zheIiW2D923ya05C-BE3FgVTRye9RCoFpUiESaqFqAczVttP4x9_7s2cvqSR64079iCuMU5m-XP_SKON_slBu72zo5bnan_F1B7cbUbfF6AaVR9xadat5MaZb1pg_WXMdX-PRfwLs/w640-h360/viaje.jpg" width="640" /></a></div><br /><p></p><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Sale el tren de la estación de Balagore, del ferrocarril Nicolás. En un vagón de segunda clase, de los destinados a fu madores, dormitan cinco pasajeros. Habían comido en la fonda de la estación, y ahora, recostados en los cojines de su departamento, procuran conciliar el sueño. La calma es absoluta. Se abre la portezuela y penetra un individuo alto, derecho como un palo, con sombrero color marrón y abrigo de última moda. Su aspecto recuerda el de ese corresponsal de periódico que suele figurar en las novelas de Julio Verne o en las operetas. El individuo se detiene en la mitad del coche, respira fuertemente, se fija en los pasajeros y murmura: «No, no es aquí… ¡El demonio que lo entienda! Me parece incomprensible…; no, no es este el coche».</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Uno de los viajeros le observa con atención y exclama alegremente:</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">-¡Iván Alexievitch! ¿Es usted? ¿Qué milagro le trae por acá?</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Iván Alexievitch se estremece, mira con estupor al viajero y alza los brazos al aire.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">-¡Petro Petrovitch! ¿Tú por acá? ¡Cuánto tiempo que no nos hemos visto! ¡Cómo iba yo a imaginar que viajaba usted en este mismo tren!</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">-¿Y cómo va su salud?</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">-No va mal. Pero he perdido mi coche y no sé dar con él. Soy un idiota. Merezco que me den de palos.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Iván Alexievitch no está muy seguro sobre sus pies y ríe constantemente. Luego añade:</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">-La vida es fecunda en sorpresas. Salí al andén con objeto de beber una copita de coñac; la bebí, y me acordé de que la estación siguiente está lejos, por lo cual era oportuno beberme otra copita. Mientras la apuraba sonó el tercer toque. Me puse a correr como un desesperado y salté al primer coche que encontré delante de mí. ¿Verdad que soy imbécil?</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">-Noto que está usted un poco alegre -dice Petro Petrovitch-. Quédese usted con nosotros; aquí tiene un sitio.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">-No, no; voy en busca de mi coche. ¡Adiós!</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">-No sea usted tonto, no vaya a caerse al pasar de un vagón a otro; siéntese, y al llegar a la estación próxima buscará usted su coche.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Iván Alexievitch permanece indeciso; al fin suspira y toma asiento enfrente de Petro Petrovitch. Se halla agitado y se encuentra como sobre alfileres.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">-¿Adónde va usted, Iván Alexievitch?</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">-Yo, al fin del mundo… Mi cabeza es una olla de grillos. Yo mismo ignoro adónde voy. El Destino me sonríe, y viajo… Querido amigo, ¿ha visto usted jamás algún idiota que sea feliz? Pues aquí, delante de usted, se halla el más feliz de estos mortales. ¿Nota usted algo extraordinario en mi cara?</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">-Noto solamente que está un poquito…</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">-Seguramente, la expresión de mi cara no vale nada en este momento. Lástima que no haya por ahí un espejo. Quisiera contemplarme. Palabra de honor, me convierto en un idiota. ¡Ja!, ¡ja!, ¡ja!, ¡ja! Figúrese usted que en este momento hago mi viaje de boda. ¿Qué le parece?</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">-¿Cómo? ¿Usted se ha casado?</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">-Hoy mismo he contraído matrimonio. Terminada la ceremonia nupcial, me fui derecho al tren.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Todos los viajeros lo felicitan y le dirigen mil preguntas.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">-¡Enhorabuena! -añade Petro Petrovitch-. Por eso está usted tan elegante.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">-Naturalmente. Para que la ilusión fuese completa, hasta me perfumé. Me he dejado arrastrar. No tengo ideas ni preocupaciones. Solo me domina un sentimiento de beatitud. Desde que vine al mundo, nunca me sentí tan feliz.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Iván Alexievitch cierra los ojos y mueve la cabeza. Luego prorrumpe:</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">-Soy feliz hasta lo absurdo. Ahora mismo entraré en mi coche. En un rincón del mismo está sentado un ser humano que se consagra a mí con toda su alma. ¡Querida mía! ¡Ángel mío! ¡Capullito mío! ¡Filoxera de mi alma! ¡Qué piececitos los suyos! Son tan menudos, tan diminutos, que resultan como alegóricos. Quisiera comérmelos. Usted no comprende estas cosas; usted es un materialista que lo analiza todo; son ustedes unos solterones a secas; al casarse, ya se acordarán de mí. Entonces se preguntarán: ¿Dónde está aquel Iván Alexievitch? Dentro de pocos minutos entraré en mi coche. Sé que ella me espera impaciente y que me acogerá con fruición, con una sonrisa encantadora. Me sentaré al lado suyo y le acariciaré el rostro…</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Iván Alexievitch menea la cabeza y se ríe a carcajadas.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">-Pondré mi frente en su hombro y pasaré mis brazos en torno de su talle. Todo estará tranquilo. Una luz poética nos alumbrará. En momentos semejantes habría que abrazar al universo entero. Petro Petrovitch, permítame que lo abrace.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">-Como usted guste.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Los dos amigos se abrazan, en medio del regocijo de los presentes. El feliz recién casado prosigue:</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">-Y para mayor ilusión beberé un par de copitas más. Lo que ocurrirá entonces en mi cabeza y en mi pecho es imposible de explicar. Yo, que soy una persona débil e insignificante, en ocasiones tales me convierto en un ser sin límites; abarco el universo entero.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Los viajeros, al oír la charla del recién casado, cesan de dormitar. Iván Alexievitch se vuelve de un lado para otro, gesticula, ríe a carcajadas y todos ríen con él. Su alegría es francamente comunicativa.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">-Sobre todo, señor, no hay que analizar tanto. ¿Quieres beber? ¡Bebe! Inútil filosofar sobre si esto es sano o malsano. ¡Al diablo con las psicologías!</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">En esto, el conductor pasa.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">-Amigo mío -le dice el recién casado-, cuando atraviese usted por el coche doscientos nueve verá una señora con sombrero gris, sobre el cual campea un pájaro blanco. Dígale que estoy aquí sin novedad.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">-Perfectamente -contesta el conductor-. Lo que hay es que en este tren no se encuentra un vagón doscientos nueve, sino uno que lleva el número doscientos diecinueve.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">-Lo mismo da que sea el doscientos nueve que el doscientos diecinueve. Anuncie usted a esa dama que su marido está sano y salvo.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Iván Alexievitch se coge la cabeza entre las manos y dice:</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">-Marido…, señora. ¿Desde cuándo?… Marido, ¡ja!, ¡ja!, ¡ja! Mereces azotes… ¡Qué idiota!… Ella, ayer, todavía era una niña…</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">-En nuestro tiempo es extraordinario ver a un hombre feliz; más fácil parece ver a un elefante blanco.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">-¿Pero quién tiene la culpa de eso? -replica Iván Alexievitch, extendiendo sus largos pies, calzados con botines puntiagudos-. Si alguien no es feliz, suya es la culpa. ¿No lo cree usted? El hombre es el creador de su propia felicidad. De nosotros depende el ser felices; mas no quieren serlo; ello está en sus manos, sin embargo. Testarudamente huyen de su felicidad.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">-¿Y de qué manera? -exclaman en coro los demás.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">-Muy sencillamente. La Naturaleza ha establecido que el hombre, en cierto período de su vida, ha de amar. Llegado este instante, debe amar con todas sus fuerzas. Pero ustedes no quieren obedecer a la ley de la Naturaleza. Siempre esperan alguna otra cosa. La ley afirma que todo ser normal ha de casarse. No hay felicidad sin casamiento. Una vez que la oportunidad sobreviene, ¡a casarse! ¿A qué vacilar? Ustedes, empero, no se casan. Siempre andan por caminos extraviados. Diré más todavía: la Sagrada Escritura dice que el vino alegra el corazón humano. ¿Quieres beber más? Con ir al buffet, el problema está resuelto. Y nada de filosofía. La sencillez es una gran virtud.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">-Usted asegura que el hombre es el creador de su propia felicidad. ¿Qué diablos de creador es ese, si basta un dolor de muelas o una suegra mala para que toda su felicidad se precipite en el abismo? Todo es cuestión de azar. Si ahora nos ocurriera una catástrofe, ya hablaría usted de otro modo.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">-¡Tonterías! Las catástrofes ocurren una vez al año. Yo no temo al azar. No vale la pena hablar de ello. Me parece que nos aproximamos a la estación…</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">-¿Adónde va usted? -interroga Petro Petrovitch-. ¿A Moscú, o más al Sur?</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">-¿Cómo, yendo hacia el Norte, podré dirigirme a Moscú, o más al Sur?</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">-El caso es que Moscú no se halla en el Norte.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">-Ya lo sé. Pero ahora vamos a Petersburgo -dice Iván Alexievitch.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">-No sea usted majadero. Adonde vamos es a Moscú.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">-¿Cómo? ¿A Moscú? ¡Es extraordinario!</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">-¿Para dónde tomó usted el billete?</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">-Para Petersburgo.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">-En tal caso lo felicito. Usted se equivocó de tren.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Transcurre medio minuto en silencio. El recién casado se levanta y mira a todos con ojos azorados.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">-Sí, sí -explica Petro Petrovitch-. En Balagore usted cambió de tren. Después del coñac, usted cometió la ligereza de subir al tren que cruzaba con el suyo.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Iván Alexievitch se pone lívido y da muestras de gran agitación.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">-¡Qué imbécil soy! ¡Qué indigno! ¡Que los demonios me lleven! ¿Qué he de hacer? En aquel tren está mi mujer, sola, mi pobre mujer, que me espera. ¡Qué animal soy!</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">El recién casado, que se había puesto en pie, se desploma sobre el asiento y se revuelve cual si le hubieran pisado un callo.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">-¡Qué desgraciado soy! ¡Qué voy a hacer ahora!…</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">-Nada -dicen los pasajeros para tranquilizarlo-. Procure usted telegrafiar a su mujer en alguna estación, y de este modo la alcanzará usted.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">-El tren rápido -dice el recién casado-. ¿Pero dónde tomaré el dinero, toda vez que es mi mujer quien lo lleva consigo?</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Los pasajeros, riendo, hacen una colecta, y facilitan al hombre feliz los medios de continuar el viaje.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: center;"><a href="https://www.biografiasyvidas.com/biografia/c/chejov.htm">Antón Chéjov</a></div><div style="text-align: center;">(Rusia, 1860/1904)</div><div style="text-align: center;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiq_2CGX5Bk0xcspJsbtHwAMy25pyyCfHgaxFygXPgUJosECk3CQdHl20v1SsH1C-oqJ2obGW7cLMXMKq-9i60ZXBKh1b7UrszodnUXL43diFWeALy7ZWdC1mqs7tywiGFpqyk380B19500dxYj3cid6uafzGwUZTxL2vCANzbTOxYYM0Bhzmr49cHdO54/s340/chejov.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="336" data-original-width="340" height="395" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiq_2CGX5Bk0xcspJsbtHwAMy25pyyCfHgaxFygXPgUJosECk3CQdHl20v1SsH1C-oqJ2obGW7cLMXMKq-9i60ZXBKh1b7UrszodnUXL43diFWeALy7ZWdC1mqs7tywiGFpqyk380B19500dxYj3cid6uafzGwUZTxL2vCANzbTOxYYM0Bhzmr49cHdO54/w400-h395/chejov.jpg" width="400" /></a></div><br /><div style="text-align: center;"><br /></div>LEER PORQUE SÍhttp://www.blogger.com/profile/16099185274996211672noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2624728357417196484.post-35699977469277601422024-02-11T12:45:00.005-03:002024-02-11T12:51:34.734-03:00RULFO, Juan: Acuérdate<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjLXMGOejkNkEb5oHsuIWtG8-sOH528MVDClPRJ7SCMq0fWL3AZ32Vd_aRZkGAXMf6x1S6CWK0vKvS825g7YQ3AyzN8VZU33dYUd7JynV0qV6gZgMr0qfRAtorTQyHPyH6v93r6aFoBb49IuxM5I8byvaPupya0-9-Hu3RGwIldLz1hxqxP-27P_3tRSZU/s257/acu%C3%A9rdate.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="196" data-original-width="257" height="488" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjLXMGOejkNkEb5oHsuIWtG8-sOH528MVDClPRJ7SCMq0fWL3AZ32Vd_aRZkGAXMf6x1S6CWK0vKvS825g7YQ3AyzN8VZU33dYUd7JynV0qV6gZgMr0qfRAtorTQyHPyH6v93r6aFoBb49IuxM5I8byvaPupya0-9-Hu3RGwIldLz1hxqxP-27P_3tRSZU/w640-h488/acu%C3%A9rdate.jpg" width="640" /></a></div><br /><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Acuérdate de Urbano Gómez, hijo de don Urbano, nieto de Dimas, aquel que dirigía las pastorelas y que murió recitando el “rezonga ángel maldito” cuando la época de la influencia. De esto hace ya años, quizá quince. Pero te debes acordar de él. Acuérdate que le decíamos el Abuelo por aquello de que su otro hijo, Fidencio Gómez, tenía dos hijas muy juguetonas: una prieta y chaparrita, que por mal nombre le decían la Arremangada, y la otra que era rete alta y que tenía los ojos zarcos y que hasta se decía que ni era suya y que por más señas estaba enferma del hipo. Acuérdate del relajo que armaba cuando estábamos en misa y que a la mera hora de la Elevación soltaba un ataque de hipo, que parecía como si estuviera riendo y llorando a la vez, hasta que la sacaban fuera y le daban tantita agua con azúcar y entonces se calmaba. Esa acabó casándose con Lucio Chico, dueño de la mezcalera que antes fue de Librado, río arriba, por donde está el molino de linaza de los Teódulos.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Acuérdate que a su madre le decían la Berenjena porque siempre andaba metida en líos y de cada lío salía con un muchacho. Se dice que tuvo su dinerito, pero se lo acabó en los entierros, pues todos los hijos se le morían recién nacidos y siempre les mandaba cantar alabanzas, llevándolos al panteón entre música y coros de monaguillos que cantaban “hosannas” y “glorias” y la canción esa de “ahí te mando, Señor, otro angelito”. De eso se quedó pobre, porque le resultaba caro cada funeral, por eso de las canelas que les daba a los invitados del velorio. Solo le vivieron dos, el Urbano y la Natalia, que ya nacieron pobres y a los que ella no vio crecer, porque se murió en el último parto que tuvo, ya de grande, pegada a los cincuenta años.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">La debes haber conocido, pues era muy discutidora y cada rato andaba en pleito con las vendedoras en la plaza del mercado porque le querían dar muy caros los jitomates, pegaba gritos y decía que la estaban robando. Después, ya pobre, se le veía rondando entre la basura, juntando rabos de cebolla, ejotes ya sancochados y alguno que otro cañuto de caña "para que se les endulzara la boca a sus hijos". Tenía dos, como ya te digo, que fueron los únicos que se le lograron. Después no se supo ya de ella.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Ese Urbano Gómez era más o menos de nuestra edad, apenas unos meses más grande, muy bueno para jugar a la rayuela y para las trácalas. Acuérdate que nos vendía clavellinas y nosotros se las comprábamos, cuando lo más fácil era ir a cortarlas al cerro. Nos vendía mangos verdes que se robaba del mango que estaba en el patio de la escuela y naranjas con chile que compraba en la portería a dos centavos y que luego nos las revendía a cinco. Rifaba cuanta porquería y media traía en el bolso: canicas ágata, trompos y zumbadores y hasta mayates verdes, de esos a los que se les amarra un hilo en una pata para que no vuelen muy lejos.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Nos traficaba a todos, acuérdate.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Era cuñado de Nachito Rivero, aquel que se volvió tonto a los pocos días de casado y que Inés, su mujer, para mantenerse tuvo que poner un puesto de tepeche en la garita del camino real, mientras Nachito se vivía tocando canciones todas refinadas en una mandolina que le prestaban en la peluquería de don Refugio.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Y nosotros íbamos con Urbano a ver a su hermana, a bebernos el tepeche que siempre le quedábamos a deber y que nunca le pagábamos, porque nunca teníamos dinero. Después hasta se quedó sin amigos, porque todos al verlo, le sacábamos la vuelta para que no fuera a cobrarnos.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Quizá entonces se vio malo, o quizá ya era de nacimiento.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Lo expulsaron de la escuela antes del quinto año, porque lo encontraron con su prima la Arremangada jugando a marido y mujer detrás de los lavaderos, metidos en un aljibe seco. Lo sacaron de las orejas por la puerta grande entre la risión de todos, pasándolo por una fila de muchachos y muchachas para avergonzarlo. Y él pasó por allí, con la cara levantada, amenazándolos a todos con la mano y como diciendo: “Ya me las pagarán caro”.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Y después a ella, que salió haciendo pucheros y con la mirada raspando los ladrillos, hasta que ya en la puerta soltó el llanto; un chillido que se estuvo oyendo toda la tarde como si fuera un aullido de coyote.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Solo que te falle mucho la memoria, no te has de acordar de eso.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Dicen que su tío Fidencio, el del molino, le arrimó una paliza que por poco lo deja parálisis, y que él, de coraje, se fue del pueblo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Lo cierto es que no lo volvimos a ver sino cuando apareció de vuelta aquí convertido en policía. Siempre estaba en la plaza de armas, sentado en la banca con la carabina entre las piernas y mirando con mucho odio a todos. No hablaba con nadie. No saludaba a nadie. Y si uno lo miraba, él se hacía el desentendido como si no conociera a la gente.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Fue entonces cuando mató a su cuñado, el de la mandolina. Al Nachito se le ocurrió ir a darle una serenata, ya de noche, poquito después de las ocho y cuando las campanas todavía estaban tocando el toque de Ánimas. Entonces se oyeron los gritos y la gente que estaba en la Iglesia rezando el rosario salió a la carrera y allí los vieron: al Nachito defendiéndose patas arriba con la mandolina y al Urbano mandándole un culatazo tras otro con el máuser, sin oír lo que le gritaba la gente, rabioso, como perro del mal. Hasta que un fulano que no era ni de por aquí se desprendió de la muchedumbre y fue y le quitó la carabina y le dio con ella en la espalda, doblándolo sobre la banca del jardín donde se estuvo tendido.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Allí lo dejaron pasar la noche. Cuando amaneció se fue. Dicen que antes estuvo en el curato y que hasta le pidió la bendición al padre cura, pero que él no se la dio.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Lo detuvieron en el camino. Iba cojeando, y mientras se sentó a descansar llegaron a él. No se opuso. Dicen que él mismo se amarró la soga en el pescuezo y que hasta escogió el árbol que más le gustaba para que lo ahorcaran.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Tú te debes acordar de él, pues fuimos compañeros de escuela y lo conociste como yo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"><br /></span></div> <div style="text-align: center;"><a href="http://www.elem.mx/autor/datos/970">Juan Rulfo</a></div><div style="text-align: center;"><a href="http://www.elem.mx/autor/datos/970">(México, 1917/1986)</a></div><div style="text-align: center;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj6SKPGhJoB4Fs1YzidN-Q2vv-XKqq8_uVOnElp-0RqFHXSCm_JIy12H7iQ20-5IrIW-DhiiV0JQItZhGH9UCxqyP09ayoiu3vhKxO-mL-gIysBZYn_eo2DxCGFrUslX4mNbRUH_ZJvJyTaa249KpYzhCMM7OsXQiS2iXHA2OwZIX0WyoikA1QcXpy2aZc/s242/rulfo.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="208" data-original-width="242" height="275" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj6SKPGhJoB4Fs1YzidN-Q2vv-XKqq8_uVOnElp-0RqFHXSCm_JIy12H7iQ20-5IrIW-DhiiV0JQItZhGH9UCxqyP09ayoiu3vhKxO-mL-gIysBZYn_eo2DxCGFrUslX4mNbRUH_ZJvJyTaa249KpYzhCMM7OsXQiS2iXHA2OwZIX0WyoikA1QcXpy2aZc/w320-h275/rulfo.jpg" width="320" /></a></div><br /><div style="text-align: center;"><br /></div>LEER PORQUE SÍhttp://www.blogger.com/profile/16099185274996211672noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2624728357417196484.post-46348273683986981202024-02-09T20:31:00.000-03:002024-02-09T20:31:03.375-03:00ANDERSON IMBERT, Enrique: El suicida<div style="text-align: justify;"></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEguChIWf3ExftnzCUiliRz1autah5RAUg7rsMeSmKoRnlu6xMJ5WclgmLKSxeYdo-wLWKKeJ-NBJIpr6Mw65bo0vAk9XzN01hhZegxFzvMORHn0d_Ttp0AX95RIZW32qiC_-zL3o9xn9MQhG4ezVWT7KOdMl3sQHeK5en567YfTzoNGeSq5FLpqYkeV4j8/s289/sui.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="175" data-original-width="289" height="388" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEguChIWf3ExftnzCUiliRz1autah5RAUg7rsMeSmKoRnlu6xMJ5WclgmLKSxeYdo-wLWKKeJ-NBJIpr6Mw65bo0vAk9XzN01hhZegxFzvMORHn0d_Ttp0AX95RIZW32qiC_-zL3o9xn9MQhG4ezVWT7KOdMl3sQHeK5en567YfTzoNGeSq5FLpqYkeV4j8/w640-h388/sui.jpg" width="640" /></a></div><br /><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Al pie de la Biblia abierta —donde estaba señalado en rojo el versículo que lo explicaría todo— alineó las cartas: a su mujer, al juez, a los amigos. Después bebió el veneno y se acostó.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Nada. A la hora se levantó y miró el frasco. Sí, era el veneno.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">¡Estaba tan seguro! Recargó la dosis y bebió otro vaso. Se acostó de nuevo. Otra hora. No moría. Entonces disparó su revólver contra la sien. ¿Qué broma era esa? Alguien —¿pero quién, cuándo?—, alguien le había cambiado el veneno por agua, las balas por cartuchos de fogueo. Disparó contra la sien las otras cuatro balas. Inútil. Cerró la Biblia, recogió las cartas y salió del cuarto en momentos en que el dueño del hotel, mucamos y curiosos acudían alarmados por el estruendo de los cinco estampidos.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Al llegar a su casa se encontró con su mujer envenenada y con sus cinco hijos en el suelo, cada uno con un balazo en la sien.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Tomó el cuchillo de la cocina, se desnudó el vientre y se fue dando cuchilladas. La hoja se hundía en las carnes blandas y luego salía limpia como del agua. Las carnes recobraban su lisitud como el agua después que le pescan el pez.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Se derramó nafta en la ropa y los fósforos se apagaban chirriando.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Corrió hacia el balcón y antes de tirarse pudo ver en la calle el tendal de hombres y mujeres desangrándose por los vientres acuchillados, entre las llamas de la ciudad incendiada.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;"><b><br /></b></div> <div style="text-align: center;"><b><a href="https://www.biografiasyvidas.com/biografia/a/anderson_imbert.htm">Enrique Anderson Imbert</a></b></div><div style="text-align: center;">(Argentina, 1910/2000)</div><div style="font-size: x-large; text-align: center;"><br /></div><div style="font-size: x-large; text-align: center;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjYGpIgHXl4evsMKRRb0Opgad2gfE8U5Dhbnj9PGtEUjhoyyj6nZp94WZB8ty5BDF9Y76C3srYY6BaOAOOZJxtkAIjnvU7g5sj5J3aYx0GV6YMZ9RJwVpPYqRp2fHaJsa-GjllDY_1LghG_xbVyQmrytM8bxZxX_2Hb9s9fMOohfv6I9loWCND50H2hTOM/s300/images%20(1).jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="168" data-original-width="300" height="179" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjYGpIgHXl4evsMKRRb0Opgad2gfE8U5Dhbnj9PGtEUjhoyyj6nZp94WZB8ty5BDF9Y76C3srYY6BaOAOOZJxtkAIjnvU7g5sj5J3aYx0GV6YMZ9RJwVpPYqRp2fHaJsa-GjllDY_1LghG_xbVyQmrytM8bxZxX_2Hb9s9fMOohfv6I9loWCND50H2hTOM/w320-h179/images%20(1).jpg" width="320" /></a></div><br /></div>LEER PORQUE SÍhttp://www.blogger.com/profile/16099185274996211672noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-2624728357417196484.post-86358253982108901582024-02-02T19:05:00.002-03:002024-02-02T19:07:04.331-03:00QUIROGA, Horacio: La insolación<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgfjeWg-3PlsQXsm6MFvaC5cMPjstvugJcjl3OWLFdeHCrir18LwsjjP28RaRgIwhMzwsUbN6tFn8uetZM_HyY0xjbNnTr5G5k39Ag34jDpAK2YWWg_my9V5HjAhl9RW2QWMgySQcns5EG3V33DVqzMwMstla9t_3orFSHbbkfeBuSD5il8-MfFOjLQjtY/s1440/LA-INSOLACION-1-PITU-ALVAREZ-scaled.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1440" data-original-width="1094" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgfjeWg-3PlsQXsm6MFvaC5cMPjstvugJcjl3OWLFdeHCrir18LwsjjP28RaRgIwhMzwsUbN6tFn8uetZM_HyY0xjbNnTr5G5k39Ag34jDpAK2YWWg_my9V5HjAhl9RW2QWMgySQcns5EG3V33DVqzMwMstla9t_3orFSHbbkfeBuSD5il8-MfFOjLQjtY/w486-h640/LA-INSOLACION-1-PITU-ALVAREZ-scaled.jpg" width="486" /></a></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><span style="font-size: large;"><div style="text-align: justify;">El cachorro Old salió por la puerta y atravesó el patio con paso recto y perezoso. Se detuvo en la linde del pasto, estiró al monte, entrecerrando los ojos, la nariz vibrátil, y se sentó tranquilo. Veía la monótona llanura del Chaco, con sus alternativas de campo y monte, monte y campo, sin más color que el crema del pasto y el negro del monte. Este cerraba el horizonte, a doscientos metros, por tres lados de la chacra. Hacia el Oeste, el campo se ensanchaba y extendía en abra, pero que la ineludible línea sombría enmarcaba a lo lejos.</div><div style="text-align: justify;">A esa hora temprana, el confín, ofuscante de luz a mediodía, adquiría reposada nitidez. No había una nube ni un soplo de viento. Bajo la calma del cielo plateado el campo emanaba tónica frescura que traía al alma pensativa, ante la certeza de otro día de seca, melancolías de mejor compensado trabajo.</div><div style="text-align: justify;">Milk, el padre del cachorro, cruzó a la vez el patio y se sentó al lado de aquel, con perezoso quejido de bienestar. Ambos permanecían inmóviles, pues aún no había moscas.</div><div style="text-align: justify;">Old, que miraba, hacía rato a la vera del monte, observó:</div><div style="text-align: justify;">—La mañana es fresca.</div><div style="text-align: justify;">Milk siguió la mirada del cachorro y quedó con la vista fija, parpadeando distraído. Después de un rato dijo:</div><div style="text-align: justify;">—En aquel árbol hay dos halcones.</div><div style="text-align: justify;">Volvieron la vista indiferente a un buey que pasaba y continuaron mirando por costumbre las cosas.</div><div style="text-align: justify;">Entretanto, el Oriente comenzaba a empurpurarse en abanico, y el horizonte había perdido ya su matinal precisión. Milk cruzó las patas delanteras y al hacerlo sintió un leve dolor. Miró sus dedos sin moverse, decidiéndose por fin a olfatearlos. El día anterior se había sacado un pique, y en recuerdo de lo que había sufrido lamió extensamente el dedo enfermo.</div><div style="text-align: justify;">—No podía caminar —exclamó en conclusión.</div><div style="text-align: justify;">Old no comprendió a qué se refería, Milk agregó:</div><div style="text-align: justify;">—Hay muchos piques.</div><div style="text-align: justify;">Esta vez el cachorro comprendió. Y repuso por su cuenta, después de largo rato:</div><div style="text-align: justify;">—Hay muchos piques.</div><div style="text-align: justify;">Uno y otro callaron de nuevo, convencidos.</div><div style="text-align: justify;">El sol salió, y en el primer baño de su luz, las pavas del monte lanzaron al aire puro el tumultuoso trompeteo de su charanga. Los perros, dorados al sol oblicuo, entornaron los ojos, dulcificando su molicie en beato pestañeo. Poco a poco la pareja aumentó con la llegada de los otros compañeros: Dick, el taciturno preferido; Prince, cuyo labio superior, partido por un coatí, dejaba ver los dientes, e Isondú, de nombre indígena. Los cinco foxterriers, tendidos y beatos de bienestar, durmieron.</div><div style="text-align: justify;">Al cabo de una hora irguieron la cabeza; por el lado opuesto del bizarro rancho de dos pisos —el inferior de barro y el alto de madera, con corredores y baranda de chalet—, habían sentido los pasos de su dueño, que bajaba la escalera. Míster Jones, la toalla al hombro, se detuvo un momento en la esquina del rancho y miró el sol, alto ya. Tenía aún la mirada muerta y el labio pendiente tras su solitaria velada de whisky, más prolongada que las habituales.</div><div style="text-align: justify;">Mientras se lavaba, los perros se acercaron y le olfatearon las botas, meneando con pereza el rabo. Como las fieras amaestradas, los perros conocen el menor indicio de borrachera en su amo. Alejáronse con lentitud a echarse de nuevo al sol. Pero el calor creciente les hizo presto abandonar aquel, por la sombra de los corredores.</div><div style="text-align: justify;">El día avanzaba igual a los precedentes de todo ese mes: seco, límpido, con catorce horas de sol calcinante que parecía mantener el cielo en fusión, y que en un instante resquebrajaba la tierra mojada en costras blanquecinas. Míster Jones fue a la chacra, miró el trabajo del día anterior y retornó al rancho. En toda esa mañana no hizo nada. Almorzó y subió a dormir la siesta.</div><div style="text-align: justify;">Los peones volvieron a las dos a la carpición, no obstante la hora de fuego, pues los yuyos no dejaban el algodonal. Tras ellos fueron los perros, muy amigos del cultivo desde el invierno pasado, cuando aprendieron a disputar a los halcones los gusanos blancos que levantaba el arado. Cada perro se echó bajo un algodonero, acompañando con su jadeo los golpes sordos de la azada.</div><div style="text-align: justify;">Entretanto el calor crecía. En el paisaje silencioso y encegueciente de sol, el aire vibraba a todos lados, dañando la vista. La tierra removida exhalaba vaho de horno, que los peones soportaban sobre la cabeza, envuelta hasta las orejas en el flotante pañuelo, con el mutismo de sus trabajos de chacra. Los perros cambiaban a cada rato de planta, en procura de más fresca sombra. Tendíanse a lo largo, pero la fatiga los obligaba a sentarse sobre las patas traseras, para respirar mejor.</div><div style="text-align: justify;">Reverberaba ahora adelante de ellos un pequeño páramo de greda que ni siquiera se había intentado arar. Allí, el cachorro vio de pronto a Míster Jones sentado sobre un tronco, que lo miraba fijamente. Old se puso en pie meneando el rabo. Los otros levantáronse también, pero erizados.</div><div style="text-align: justify;">—Es el patrón—dijo el cachorro, sorprendido de la actitud de aquellos.</div><div style="text-align: justify;">—No, no es él—replicó Dick.</div><div style="text-align: justify;">Los cuatro perros estaban apiñados gruñendo sordamente, sin apartar los ojos de Míster Jones, que continuaba inmóvil, mirándolos. El cachorro, incrédulo, fue a avanzar, pero Prince le mostró los dientes:</div><div style="text-align: justify;">—No es él, es la Muerte.</div><div style="text-align: justify;">El cachorro se erizó de miedo y retrocedió al grupo.</div><div style="text-align: justify;">—¿Es el patrón muerto? —preguntó ansiosamente. Los otros, sin responderle, rompieron a ladrar con furia, siempre en actitud temerosa. Pero Míster Jones se desvanecía ya en el aire ondulante.</div><div style="text-align: justify;">Al oír los ladridos, los peones habían levantado la vista, sin distinguir nada. Giraron la cabeza para ver si había entrado algún caballo en la chacra, y se doblaron de nuevo.</div><div style="text-align: justify;">Los foxterriers volvieron al paso al rancho. El cachorro, erizado aún, se adelantaba y retrocedía con cortos trotes nerviosos, y supo de la experiencia de sus compañeros que cuando una cosa va a morir, aparece antes.</div><div style="text-align: justify;">—¿Y cómo saben que ese que vimos no era el patrón vivo?—preguntó.</div><div style="text-align: justify;">—Porque no era él —le respondieron displicentes.</div><div style="text-align: justify;">¡Luego la Muerte, y con ella el cambio de dueño, las miserias, las patadas, estaba sobre ellos! Pasaron el resto de la tarde al lado de su patrón, sombríos y alerta. A1 menor ruido gruñían, sin saber hacia dónde.</div><div style="text-align: justify;">Por fin el sol se hundió tras el negro palmar del arroyo, y en la calma de la noche plateada, los perros se estacionaron alrededor del rancho, en cuyo piso alto Míster Jones recomenzaba su velada de whisky. A media noche oyeron sus pasos, luego la caída de las botas en el piso de tablas, y la luz se apagó. Los perros, entonces, sintieron más el próximo cambio de dueño, y solos al pie de la casa dormida, comenzaron a llorar. Lloraban en coro, volcando sus sollozos convulsivos y secos, como masticados, en un aullido de desolación, que la voz cazadora de Prince sostenía, mientras los otros tomaban el sollozo de nuevo. El cachorro solo podía ladrar. La noche avanzaba, y los cuatro perros de edad, agrupados a la luz de la luna, el hocico extendido e hinchado de lamentos—bien alimentados y acariciados por el dueño que iban a perder—, continuaban llorando a lo alto su doméstica miseria.</div><div style="text-align: justify;">A la mañana siguiente Míster Jones fue él mismo a buscar las mulas y las unció a la carpidora, trabajando hasta las nueve. No estaba satisfecho, sin embargo. Fuera de que la tierra no había sido nunca bien rastreada, las cuchillas no tenían filo, y con el paso rápido de las mulas, la carpidora saltaba. Volvió con esta y afiló sus rejas; pero un tornillo en que ya al comprar la máquina había notado una falla, se rompió al armarla. Mandó un peón al obraje próximo, recomendándole cuidara del caballo, un buen animal, pero asoleado. Alzó la cabeza al sol fundente de mediodía, e insistió en que no galopara ni un momento. Almorzó en seguida y subió. Los perros, que en la mañana no habían dejado un segundo a su patrón, se quedaron en los corredores.</div><div style="text-align: justify;">La siesta pesaba, agobiada de luz y silencio. Todo el contorno estaba brumoso por las quemazones. Alrededor del rancho la tierra blanquizca del patio, deslumbraba por el sol a plomo, parecía deformarse en trémulo hervor, que adormecía los ojos parpadeantes de los foxterriers.</div><div style="text-align: justify;">—No ha aparecido más—dijo Milk.</div><div style="text-align: justify;">Old, al oír aparecido, levantó vivamente las orejas. Incitado por la evocación el cachorro se puso en pie y ladró, buscando a qué. A1 rato calló, entregándose con sus compañeros a su defensiva cacería de moscas.</div><div style="text-align: justify;">—No vino más—agregó Isondú.</div><div style="text-align: justify;">—Había una lagartija bajo el raigón—recordó por primera vez Prince.</div><div style="text-align: justify;">Una gallina, el pico abierto y las alas apartadas del cuerpo, cruzó el patio incandescente con su pesado trote de calor. Prince la siguió perezosamente con la vista y saltó de golpe.</div><div style="text-align: justify;">—¡Viene otra vez! —gritó.</div><div style="text-align: justify;">Por el norte del patio avanzaba solo el caballo en que había ido el peón. Los perros se arquearon sobre las patas, ladrando con furia a la Muerte, que se acercaba. El caballo caminaba con la cabeza baja, aparentemente indeciso sobre el rumbo que debía seguir. Al pasar frente al rancho dio unos cuantos pasos en dirección al pozo, y se desvaneció progresivamente en la cruda luz.</div><div style="text-align: justify;">Míster Jones bajó; no tenía sueño. Disponíase a proseguir el montaje de la carpidora, cuando vio llegar inesperadamente al peón a caballo. A pesar de su orden, tenía que haber galopado para volver a esa hora. Apenas libre y concluida su misión, el pobre caballo, en cuyos ijares era imposible contar los latidos, tembló agachando la cabeza, y cayó de costado. Míster Jones mandó a la chacra, todavía de sombrero y rebenque, al peón para no echarlo si continuaba oyendo sus jesuísticas disculpas.</div><div style="text-align: justify;">Pero los perros estaban contentos. La Muerte, que buscaba a su patrón, se había conformado con el caballo. Sentíanse alegres, libres de preocupación, y en consecuencia disponíanse a ir a la chacra tras el peón, cuando oyeron a Míster Jones que le gritaba pidiéndole el tornillo. No había tornillo: el almacén estaba cerrado, el encargado dormía, etc. Míster Jones, sin replicar, descolgó su casco y salió él mismo en busca del utensilio. Resistía el sol como un peón, y el paseo era maravilloso contra su mal humor.</div><div style="text-align: justify;">Los perros salieron con él, pero se detuvieron a la sombra del primer algarrobo; hacía demasiado calor. Desde allí, firmes en las patas, el ceño contraído y atento, veían alejarse a su patrón. Al fin el temor a la soledad pudo más, y con agobiado trote siguieron tras él.</div><div style="text-align: justify;">Míster Jones obtuvo su tornillo y volvió. Para acortar distancia, desde luego, evitando la polvorienta curva del camino, marchó en línea recta a su chacra. Llegó al riacho y se internó en el pajonal, el diluviano pajonal del Saladito, que ha crecido, secado y retoñado desde que hay paja en el mundo, sin conocer fuego. Las matas, arqueadas en bóveda a la altura del pecho, se entrelazan en bloques macizos. La tarea de cruzarlo, sería ya con día fresco, era muy dura a esa hora. Míster Jones lo atravesó, sin embargo, braceando entre la paja restallante y polvorienta por el barro que dejaban las crecientes, ahogado de fatiga y acres vahos de nitrato.</div><div style="text-align: justify;">Salió por fin y se detuvo en la linde; pero era imposible permanecer quieto bajo ese sol y ese cansancio. Marchó de nuevo. Al calor quemante que crecía sin cesar desde tres días atrás, agregábase ahora el sofocamiento del tiempo descompuesto. El cielo estaba blanco y no se sentía un soplo de viento. El aire faltaba, con angustia cardíaca, que no permitía concluir la respiración.</div><div style="text-align: justify;">Míster Jones adquirió el convencimiento de que había traspasado su límite de resistencia. Desde hacía rato le golpeaba en los oídos el latido de las carótidas. Sentíase en el aire, como si de dentro de la cabeza le empujaran el cráneo hacia arriba. Se mareaba mirando el pasto. Apresuró la marcha para acabar con eso de una vez... Y de pronto volvió en sí y se halló en distinto paraje: había caminado media cuadra sin darse cuenta de nada. Miró atrás, y la cabeza se le fue en un nuevo vértigo.</div><div style="text-align: justify;">Entretanto, los perros seguían tras él, trotando con toda la lengua de fuera. A veces, asfixiados, deteníanse en la sombra de un espartillo; se sentaban, precipitando su jadeo, para volver en seguida al tormento del sol. A1 fin, como la casa estaba ya próxima, apuraron el trote.</div><div style="text-align: justify;">Fue en ese momento cuando Old, que iba adelante, vio tras el alambrado de la chacra a Míster Jones, vestido de blanco, que caminaba hacia ellos. El cachorro, con súbito recuerdo, volvió la cabeza a su patrón, y confrontó.</div><div style="text-align: justify;">—¡La Muerte, la Muerte!—aulló.</div><div style="text-align: justify;">Los otros lo habían visto también, y ladraban erizados, y por un instante creyeron que se iba a equivocar; pero al llegar a cien metros se detuvo, miró el grupo con sus ojos celestes, y marchó adelante.</div><div style="text-align: justify;">—¡Que no camine ligero el patrón! —exclamó Prince.</div><div style="text-align: justify;">—¡Va a tropezar con él!—aullaron todos.</div><div style="text-align: justify;">En efecto, el otro, tras breve hesitación, había avanzado, pero no directamente sobre ellos como antes, sino en línea oblicua y en apariencia errónea, pero que debía llevarlo justo al encuentro de Míster Jones. Los perros comprendieron que esta vez todo concluía, porque su patrón continuaba caminando a igual paso como un autómata, sin darse cuenta de nada. El otro llegaba ya. Los perros hundieron el rabo y corrieron de costado, aullando. Pasó un segundo, y el encuentro se produjo. Míster Jones se detuvo, giró sobre sí mismo y se desplomó.</div><div style="text-align: justify;">Los peones, que lo vieron caer, lo llevaron a prisa al rancho, pero fue inútil toda el agua; murió sin volver en sí. Míster Moore, su hermano materno, fue allá desde Buenos Aires, estuvo una hora en la chacra, y en cuatro días liquidó todo, volviéndose en seguida al Sur. Los indios se repartieron los perros, que vivieron en adelante flacos y sarnosos, e iban todas las noches con hambriento sigilo a robar espigas de maíz en las chacras ajenas.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><div style="background-color: white; color: #333333; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; text-align: center;"><a href="https://www.argentina.gob.ar/noticias/horacio-quiroga-un-clasico-de-lo-inquietante" style="color: #cc4411; text-decoration-line: none;">Horacio Quiroga</a></div><div style="background-color: white; color: #333333; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13.86px; text-align: center;">(Uruguay, 1878/Argentina, 1937)</div><div style="background-color: white; color: #333333; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13.86px; text-align: center;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://biblioteca.org.ar/libros/211732.pdf" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="500" data-original-width="333" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhAYkD9FQ8cL_3OCMqGOlLQ-olG16iuUTklaSmNf-A2cX-Xq_aBrIM0igrzFa7HTf2c7Mj2gfji-DkVnTh66s-G7j5OLCwtNlT6VtQvSVQDhNilQEhhJORlrnF-TBcIFtIa7r6v3mZaMF85ekljULdKzfBjCYmkrovTk2UiHIJgfI9eb-d-EN6gbpTU9-Q/w266-h400/hq.jpg" width="266" /></a></div><br /><div style="background-color: white; color: #333333; font-family: Arial, Tahoma, Helvetica, FreeSans, sans-serif; font-size: 13.86px; text-align: center;"><br /></div></div></span>LEER PORQUE SÍhttp://www.blogger.com/profile/16099185274996211672noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2624728357417196484.post-81212835443264276512024-01-25T11:28:00.003-03:002024-01-25T11:29:40.160-03:00SOLOA, Isaías: Facundo<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhkx-HV5KBsOePe0FLAi6GYKU7Rixod-L3pM5J55LGJwTRe_kcNf3Fs0HXLRUecJ3SssTNUs3BGAxkhf0_FblXNwI1h_ZsFcsyI-lk6fIfKPD6mo339qsZpD7tmK2wfWPGJrXSXGh9VFpDXyKo-9VhuWhmMYRRt2fxM3XZaIQRQEDx8FmSmoSaejaqGcSQ/s300/aula.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="168" data-original-width="300" height="358" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhkx-HV5KBsOePe0FLAi6GYKU7Rixod-L3pM5J55LGJwTRe_kcNf3Fs0HXLRUecJ3SssTNUs3BGAxkhf0_FblXNwI1h_ZsFcsyI-lk6fIfKPD6mo339qsZpD7tmK2wfWPGJrXSXGh9VFpDXyKo-9VhuWhmMYRRt2fxM3XZaIQRQEDx8FmSmoSaejaqGcSQ/w640-h358/aula.jpg" width="640" /></a></div><br /><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">El preceptor abrió la puerta y encontró a Facundo, el pibe de quinto primera, acostado en el piso del baño, muy tranquilo, en horas de clases, después de que tocara el timbre para entrar al curso. Mirando el techo, como buscando algo que no lograba encontrar.</span></div><span style="font-size: large;"><div style="text-align: justify;">—Morales, qué hace ahí en el piso. Levántese ya mismo.</div><div style="text-align: justify;">Facundo tenía 17 años.</div><div style="text-align: justify;">Facundo, Facundo Morales, Facundo Morales de quinto año. Facundo Morales de quinto primera.</div><div style="text-align: justify;">A decir verdad, era raro. Se juntaba con las pibas de la fila que está del lado de la ventana. Al fondo. En el último banco.</div><div style="text-align: justify;">Algunos decían que era medio retrasado: no hablaba mucho, le daba vergüenza pasar a lección oral. Un día la profe de Naturales le dijo que pasara al frente, porque si no se la iba a llevar. Él no dijo nada. Ella le dijo que si no respondía, se iba a llevar la materia. Él no respondió nada, como creando resistencia con su silencio. La profe se sintió desafiada. Él la miraba. Ella sentía que él la desafiaba, no bajándole la mirada. Él la miraba. No le importaba nada, parecía. No sabía lo que pensaba. No sabía que prefería desaprobar a someterse a la burla de todo apenas hablara. La materia era solucionable. Una vergüenza más, a estas alturas, no.</div><div style="text-align: justify;">Facundo no iba a gimnasia. Nunca. Había zafado cinco años presentando trabajos prácticos escritos en diciembre.</div><div style="text-align: justify;">Por eso decían también que era medio raro. Sabía que si no iba no aprobaba. No quería ir. Había quedado marcado toda la secundaria, desde ese día que lo hicieron jugar al fútbol, para el equipo de los del otro curso. Para diferenciar los equipos hicieron que se sacaran la remera los del grupo en el que él estaba. No supo cómo manejarlo. No supo cómo zafar para no sacarse la remera. Se la sacó. Se rieron. Corrió sin la remera puesta. Se rieron. Terminó el partido. Los pibes se saludaron. A Facundo no lo veían. Hubiera sido mejor que ese día no hubiera ido. Ese día lo marcó para siempre.</div><div style="text-align: justify;">Era gordo, era malo para el fútbol. No era como los demás pibes.</div><div style="text-align: justify;">Hablaba poco, se juntaba solamente con las pibas del fondo del curso, era malísimo para los deportes. Era raro.</div><div style="text-align: justify;">Lo habían encontrado en el baño. Acostado. Con los ojos abiertos, como mirando el techo. Tranquilo. Vaya uno a saber qué se le pasaba por la cabeza.</div><div style="text-align: justify;">En la escuela le iba más o menos. Zafaba como podía. Copiaba cuando había que copiar en las pruebas. Era contradictorio lo que le pasaba con la escuela. Quería ir, pero no quería ir. Quería aparecer en la escuela, pero estaba cansado de tener que ver a los pibes que lo jodían en la parada del bondi, a la entrada y a la salida. Quería ser absolutamente invisible durante el camino. Le gustaba estar sentado al fondo de la clase, mirando todo desde atrás. No quería estar afuera de la escuela. Porque afuera significaba tener que volver al barrio, atravesar la plaza, ver a los pibes, llegar a su casa para encerrarse en la pieza con alguna excusa, no salir. Protegerse del mundo.</div><div style="text-align: justify;">Vivía en un barrio de Mendoza. Todas las mañanas se tomaba el bondi verde. Ya sabía, a las 7,05 AM era el horario indicado para tomarlo. No estaba el grupo de los que se iban más temprano a la misma escuela, en la misma parada. Tampoco estaban los pibes del barrio, que lo conocían. Los que no se sentaban al lado suyo, aunque tuvieran que ir parados los treinta y siete minutos que duraba el viaje. Porque no daba. Porque si alguien se sentaba a su lado, tenía que bancarse las cargadas de los otros. No daba. Todo bien, pero era un quemo juntarse con él.</div><div style="text-align: justify;">Pasa que el pibe era rarito. Era mejor que no hablara, porque se le notaba. Era mejor que fuera calladito. Y no daba juntarse con él. Las chicas se juntaban con Facundo. Pero un rato, para hacer las tareas. Se hacían el aguante. Él se ocupaba de resolver las actividades y las chicas de pasar en su carpeta lo que le copiaban. No era tan malo juntarse con él. Era callado. Pero no era malo. Era afeminado. Pero no era tan malo. Era gordo, pero no era tan malo.</div><div style="text-align: justify;">Parecía que todos entendían implícitamente que el silencio de Facundo era lo mejor que podía suceder. Los compañeros, los profes, los preceptores; todos. Era mejor así. Ausente.</div><div style="text-align: justify;">Le salía ser así. Facundo se imaginaba siempre en una situación mejor. Se imaginaba riéndose con amigos. Se imaginaba saliendo los fines de semana. Se imaginaba otro. Y así se sentía bien.</div><div style="text-align: justify;">Lo que nunca se imaginó fue lo que le hicieron las compañeras que se sentaban con él. Ni lo que reprodujeron los pibes del resto del curso, en el primer recreo del martes.</div><div style="text-align: justify;">Julieta, la compañera de banco, le había encontrado unas hojas en la carpeta. Unos carteles escritos a mano. Encontró un cartel. El cartel que iba para Marcos Fuentes. El de la otra fila. Decía: Marcos, me gustás.</div><div style="text-align: justify;">Julieta sacó foto. Miró la foto. Cerró la carpeta. Mandó la foto al grupo de Whatsapp de los del curso. Donde estaban casi todos. Casi. Uno de los que no estaba era Facundo. Así es que no había problema, no se iba a enterar. Era gracioso.</div><div style="text-align: justify;">Como cuando uno pone las fichitas de dominó, una detrás de la otra, y empuja una para que se caigan en fila las demás; así pasó con la foto que pasó del teléfono de Julieta al grupo de Whatsapp, de ese grupo a otros de la escuela, de ahí a los muros de Facebook de los pibes de la escuela. Y así. Como las fichitas del dominó. El tema es que la última ficha por caer era Facundo.</div><div style="text-align: justify;">Cuando se enteró, ya era tardísimo. Era el segundo recreo. Todo pasó rapidísimo. Violentamente rápido. Malditamente rápido.</div><div style="text-align: justify;">En el pasillo del primer piso, no podía estar. Le gritaban que era un putito. Le preguntaban cuánto cobraba. Rodrigo Baigorria de 4°1° se acercó, lo puso contra la pared, haciendo como que le iba a pegar. Facundo no entendía nada. Cerró los ojos esperando el golpe. No pensando en nada. Sintiendo la mano fría y fuerte de Rodrigo. Escuchaba gritos. Abrió los ojos justo cuando había infinitas miradas en su cara. Justo cuando le estaban tocando el cuerpo, riéndose de él. Se defendió como pudo. Salió corriendo entre el público improvisado, sorprendido porque el soldado cautivo había sobrevivido al gladiador.</div><div style="text-align: justify;">En el escape alcanzó a escuchar que le decían que no fuera tan nena. Era un chiste. Un juego inocente. Para divertirse. Para divertirse. No era para tanto. Darle algunos pechones. Reírse un toque del cartelito para Marcos. El cartelito del putito de la escuela que se había popularizado en cuanto grupo existía. El cartelito para Marcos.</div><div style="text-align: justify;">Que no fuera tan nena. Esta última frase sonó por mil en su cabeza. Sonó con distintas voces. Sonó tanto que dejó de ser un ruido de afuera.</div><div style="text-align: justify;">Escuchó gritar que ahí iba ella, la Facunda. La enamorada. La puta de la escuela. Se fue rápidamente a algún sitio. Corriendo. Al baño del segundo piso, donde no iba casi nadie.</div><div style="text-align: justify;">Sonó el timbre que indicaba el fin del recreo. Cerró fuerte la puerta. Por si lo seguían. Por si el mundo se le volcaba encima. Sentía el corazón que bombeaba a mil. Respiraba rápido. Veía sin mirar.</div><div style="text-align: justify;">No pensaba en nada. Estaba enojado. Con él. Con July. Con el flaco Baigorria. Con todos lo que lo habían empujado. Con las pibas que le gritaron mientras él subía las escaleras.</div><div style="text-align: justify;">Se apretó las manos. Se rasguñó la cara. Se clavó las uñas de marica descubierta. Se lastimó la cara de enamorada sin derecho a nada. Se odió. Odió a todos. Golpeó la puerta del cubículo. Se fue al lavamanos. Le faltaba el aire. Le sobraba la impotencia. Se miró y no se encontró.</div><div style="text-align: justify;">Intentó tranquilizarse. Se acostó en el suelo. Mirar el techo. Buscar un punto cualquiera para concentrarse en eso. Dejar de respirar tan fuerte. Dejar de sentir tanto el corazón. Dejar de intentar irse cuando quería quedarse. Dejar de obligarse.</div><div style="text-align: justify;">Fuego. Respiración. Marica sin derechos. El cartel para Marcos. Las manos frías que le apretaron el cuello. El timbre de la escuela. El frío del piso. Los pibes que se burlaban en el bondi. La voz de mujer. Cansancio de vivir con miedo. Miedo de que lo mataran. Pasar por la plaza. Encerrarse en la casa. La cara caliente. La sangre punzante. El odio. El amor. Las manos de los demás pibes en su cuerpo. Las ganas de volar.</div><div style="text-align: justify;">Las ganas de haberse ido.</div><div style="text-align: justify;">—Morales, qué hace ahí en el piso. Levántese ya mismo.</div><div style="text-align: justify;">Morales. Le dijo el preceptor, cuando lo encontró en el piso del baño del segundo piso. Tirado. Con los ojos abiertos, como mirando el techo. Como buscando un cielo dentro de ese infierno escolar.</div><div style="text-align: justify;">Facundo Morales no podía responder. Facundo Morales de quinto primera desplegó sus alas de mariposa descubierta, consciente de que había sido cazada. Contuvo el aire todo lo que pudo. Dejó de respirar. Se escapó. Anestesiado de verdades, abrió sus alas destruidas y se fue a volar.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: center;"><a href="https://www.facebook.com/isaias.soloa">Isaías Soloa</a></div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: center;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/a/AVvXsEhoYvCQiJYQp6LaejsnzbS5mJI7zbaTPbzd5zVkRGMTLoJJR0l25QZvheCOD3cgUioLxmoVPhWYYtOjrXyufGZFQNN2Z5AZqsAW8T40PNzYu9ydAnXChTtZAUUPl8tQBQcxh1mJHAQnfVrbGEuoX7UP9m0gfywR5cMUTmQh-7JBs-dFpkVBRuxTn1swF6E" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img alt="" data-original-height="606" data-original-width="653" height="240" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/a/AVvXsEhoYvCQiJYQp6LaejsnzbS5mJI7zbaTPbzd5zVkRGMTLoJJR0l25QZvheCOD3cgUioLxmoVPhWYYtOjrXyufGZFQNN2Z5AZqsAW8T40PNzYu9ydAnXChTtZAUUPl8tQBQcxh1mJHAQnfVrbGEuoX7UP9m0gfywR5cMUTmQh-7JBs-dFpkVBRuxTn1swF6E" width="259" /></a></div><br /><br /></div></span>LEER PORQUE SÍhttp://www.blogger.com/profile/16099185274996211672noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2624728357417196484.post-29447103357037732532023-12-25T21:12:00.001-03:002023-12-25T21:12:22.553-03:00Iparraguirre, Sylvia: El pasajero en el comedor<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiU2jenMQWPge2jmMEIDPkchF795Yq5pvn8KaHoCWB7V0zbFXN1o9wgcYlTR3H-Y50z9rlVyuAJ3H7zRv0btzlhoKk5BMXNGDFNzhNdGST_m-3h2U3f-51RZJbt1zZo7MCm7LXtv0G2Zijbs9Jn3iCqKSh3s7G6trxSc0X3cAjiylL3hUfl2q4emdC9IAI/s929/coche-comedor-trenes.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="523" data-original-width="929" height="360" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiU2jenMQWPge2jmMEIDPkchF795Yq5pvn8KaHoCWB7V0zbFXN1o9wgcYlTR3H-Y50z9rlVyuAJ3H7zRv0btzlhoKk5BMXNGDFNzhNdGST_m-3h2U3f-51RZJbt1zZo7MCm7LXtv0G2Zijbs9Jn3iCqKSh3s7G6trxSc0X3cAjiylL3hUfl2q4emdC9IAI/w640-h360/coche-comedor-trenes.jpg" width="640" /></a></div><p><br /></p><span style="font-size: large;"><span style="vertical-align: inherit;"><div style="text-align: justify;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">-Vamos al comedor a tomar un café.</span></span></div></span><div style="text-align: justify;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Su marido tenía la expresión que ella, malignamente, había previsto.</span></span></span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">-Tengo sueño -respondió el hombre. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Acomodó los kilos de más en el asiento-. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">En todo caso, andá vos.</span></span></span></span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">-En todo caso. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Siempre lo mismo.</span></span></span></span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">La voz de la mujer apenas pudo disimular la cólera repentina. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Se puso de pie, sacudió la melena pelirroja y alisó mecánicamente la falda del vestido verde oscuro, con un cuello grande, un tanto extravagante. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">"Al fin y al cabo", pensó, "es mejor". </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Tenía la revista y los cigarrillos.</span></span></span></span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Tres vagones más adelante, cruzaba la puerta del coche-comedor.</span></span></span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Estaba casi desierto. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Un mozo parecía conversar con nadie en el fondo, al lado del bufete. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">A la izquierda, una pareja cuchicheaba con las manos entrelazadas. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Eligió una mesa del costado derecho y se sentó junto a la ventanilla. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">El mozo caminó hacia ella despacio, hurgándose la boca con un escarbadientes. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Pidió un café doble y sacó la revista de la cartera. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Miró el reloj: la una de la madrugada. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">En ese momento, la pareja se levantó. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Pasaron a su lado y desaparecieron. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Como surgió de la nada, sentado en diagonal a ella, un hombre ocupaba la mesa posterior a la de la pareja que acababa de irse. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">La sorpresa la dejó envarada en la silla. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Por unos segundos se quedó mirándolo. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Agachado sobre el vaso y la botella de Quilmes parecía hundido en oscuras cavilaciones; </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">la imaginación de la mujer borroneó velozmente la imagen de un convicto en una película en blanco y negro. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">"Demasiado bien vestido", reflexionó. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">El mozo capturó otra vez su atención: volvió por el pasillo, la bandeja exageradamente en alto; </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">descolgó la servilleta del hombro y, como si azuzara a un caballo, golpeó a un lado ya otras las seis mesas que iban de la que ocupaba el hombre a la ocupada por ella. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Los golpes secos, inesperados, restallaron en el aire mustio del comedor. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Displicente, el mozo parecía ejecutar un ejercicio de equilibrio y malevolencia destinado a sus dos pasajeros. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">El hombre ni parpadeó. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Permaneció inmóvil, reconcentrado en el vaso o en algún punto sobre la mesa. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">La mujer evitó cualquier gesto que el mozo pudiera interpretar como una respuesta a su demostración. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Sacó la billetera y pagó en el momento.</span></span></span></span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Echó azúcar en la taza y revolvió el café. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">"Por bueno", pensó, mientras se llevaba la cucharita a la boca: "Me casé con él por bueno". </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Bebió despacio dejando que el café le calentara la boca y miró de reojo la otra mesa: alto, pelo negro, flaco. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Se entretuvo imaginando un coqueteo sin importancia. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Con gesto mecánico acomodó el pelo rojo y ondulado mientras pensaba qué pediría en el caso de que él la invitara. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">La cerveza le daba sueño y el whisky la alegraba demasiado. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">En esos casos, su marido solía decir que parecía una cualquiera. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">De todos modos y viéndolo bien, el hombre no le gustaba. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Hacía un movimiento extraño con la boca, un violento tic nervioso. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">"Parece clavado a la silla", pensó la mujer, sintiendo que la alcanzaba otra vez la ola aceitosa del aburrimiento. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Contuvo un bostezo. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Algunos chispazos por mínimos que eran, como lo del mozo un momento atrás, la hacían esperar algo que se saliera, por fin, del carril. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Era un reclamo, una sorda ansiedad. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">La mujer no hubiera podido precisar lo que esperaba, solo sintió que la realidad se arrastraba opaca a su alrededor. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Abró la revista y pasó unas páginas humedeciéndose el dedo índice con la lengua. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Con brusquedad la cerró. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Decidió mirar por la ventanilla. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Matorrales oscuros traspasaban su propia cara y se abalanzaban sobre el tren, súbitamente vivos a la luz del vagón-comedor. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">La noche no tenía luna y lejos, en el horizonte negro, descubrió un resplandor. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Pegó la cara al vidrio: fuego. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Fuego que se acercaba por el campo a toda velocidad. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Una larga curva de fuego ondulaba perpendicular a la vía, recostando las llamas altas en la dirección del viento. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">La fantástica serpiente llegaba ahora a su altura lanzando chispas en todas direcciones. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Su cara se mezcló con las llamas y sus manos sobre la mesa se volvieron rojas. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Por un segundo vertiginoso presintió mundos extraños y amenazantes, pero el fuego ya había desaparecido. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">En el vidrio apagado, una cara sin rasgos se inclinaba sobre ella. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Se dio vuelta.</span></span></span></span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">-Dame fuego.</span></span></span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Sintió una alarma instintiva y le alcanzó el encendedor con la punta de los dedos. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Desde el fondo, el mozo los miró. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">En realidad, no había imaginado que el hombre pudiera levantarse de su silla y caminar. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Los ojos fijos, opacos, dominaban una cara alargada y cadavérica donde la boca húmeda era lo único que tenía color. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Encendió el cigarrillo y empujó el encendedor que se deslizó hasta chocar con la taza de café; </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">con el mismo impulso se sentó frente a ella como si pretendiera quedarse allí toda la noche. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Cruzó las manos sobre la mesa; </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">eran unas manos inesperadamente finas y hermosas. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Giró la cara hacia la ventanilla pero no miraba nada. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Lo único expresivo en la cara del hombre era el tic: el labio superior bajaba acuciado por una picazón de la nariz y allí producía un resuello corto, feroz. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Un segundo después la cara volvió a la impasibilidad. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Ella asimiló todo esto de golpe.</span></span></span></span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">-Escuche... -empezó a decir pero el hombre la interrumpió con el ademán de espantar una mosca.</span></span></span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">-Traigo la Quilmes y te escucho -habló en voz baja, sin sacarse el cigarrillo de los labios.</span></span></span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">No la miró ni se movió. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Los ojos fijos como los de un muñeco mecánico, estaban clavados en los pechos de la mujer. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Ella se empujó hacia atrás.</span></span></span></span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">-Vuelva a su mesa -dijo-. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Quiero estar sola. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">No me interesa hablar con usted. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Su instinto de coqueteo de hacía un momento fue sofocado por un florecimiento de pánico y las palabras le salieron roncas desde el fondo de la garganta. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">El hombre la miraba ahora a la cara. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Mostró los dientes, largos y amarillos, en una especie de sonrisa. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">No parpadeaba.</span></span></span></span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">-Vamos -dijo y se inclinó un poco hacia adelante-. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Ya sabemos cómo son, pobres animales. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Andan buscando siempre un poco de fiesta, algo de alegría -la mueca se amplió como si fuera a reírse pero no lo hizo-. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Te dejo ser por un rato lo que de verdad sos. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">No es un juego, es una oportunidad.</span></span></span></span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">-Váyase de mi mesa o llamo al mozo -la voz de ella sonó tensa, todavía con cierta autoridad. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Él se había quedado otra vez inmóvil, con la mirada fija en el pocillo de café.</span></span></span></span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">-Nadie quiere ser lo que en realidad es. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Por eso el tedio. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Vos te aburrís -dijo-. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Podemos hacer un viaje entretenido -consideró un momento el borde de la ventanilla. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">El tic volvió a desfigurarle la cara. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Los hombres quieren ser violadores, las mujeres quieren ser violadas. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Alguna vez quiero decir.</span></span></span></span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">La mujer echó hacia atrás la melena pelirroja. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Se había puesto pálida. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Esto pareció complacerlo porque se veían otra vez los dientes.</span></span></span></span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">-Nos juntó la casualidad y ya se sabe que la casualidad es una forma de la necesidad -extendió una mano y tocó apenas el borde del cuello del vestido-. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">El viaje es largo, podemos entretenernos.</span></span></span></span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">-Váyase - repitió ella con voz débil.</span></span></span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">-Todo se sabe -dijo el hombre-, pero ellas... -con el índice se cruzó la boca-...silencio. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Sí señor, silencio. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">No quieren mostrar cómo son.</span></span></span></span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">De repente se levantó como si se tratara de cambiar de lugar o como si hubiera estado hablando solo. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Caminó erguido hasta su mesa y, sin vacilar, se sentó. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Al cabo de un minuto o dos, la mujer pudo aflojarse y respirar otra vez con normalidad. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Volvió a percibir el traqueteo del tren, como si el momento que el hombre había pasado en su mesa hubiera estado bajo una campana de vidrio. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Su cabeza giraba locamente buscando insultos. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Se daba cuenta de que la estaba mirando. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Las luces del vagón se le volvieron crudas, como de quirófano. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">La mujer comprometida quirófano con cuchillo. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">"Los tipos así son capaces de llevar una navaja", pensó. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Abrí la revista pero las fotos le bailaron delante de los ojos. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Por hacer algo, prendió un cigarrillo. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Asociación cuchillo con loco.</span></span></span></span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Decidió levantarse e irse; </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">pero muy despacio, para no demostrarle que la había asustado. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Miró el reloj. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">La una y cuarenta. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Recordó que a la una apagaban las luces del tren y que le quedaban tres vagones hasta su asiento.</span></span></span></span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Enroscaba y desenroscaba del índice la cinta de celofán del atado de cigarrillos. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Estaba rígido; </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">como si esa mirada tuviera el poder de galvanizarla.</span></span></span></span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Guardó la revista y los cigarrillos en la cartera con deliberada lentitud que se convirtió en torpeza. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Antes de levantarse lo iba a mirar con asco, de arriba a abajo; </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">ella lo iba a mirar. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Con enorme esfuerzo, colgó la correa del hombro y levantó la cara. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">El hombre la miraba con la mueca horrible que le descubría los dientes. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Se puso de pie y caminó hasta la salida del vagón; </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">de un tirón abrió la puerta, pasó al otro lado y cerró.</span></span></span></span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">El estruendo de la marcha del tren la ensordeció y quedó un momento aturdida en medio del viento que le voló el pelo y la envolvió en el olor acre del campo nocturno. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">El tren corría en la noche con desaforado alborozo.</span></span></span></span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Cruzó el enganche de los vagones y abrió la puerta del siguiente. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">En el fondo del túnel, la luz de la otra puerta. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Atravesó el vagón tanteando a ciegas los respaldos de los asientos. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Distinguía apenas formas oscuras de cuerpos que dormían. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">La puerta del segundo vagón estaba atascada. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Con una explosión de ansiedad, la mujer se obligó hasta quebrarse las uñas. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Al fin, la puerta se abrió, pero no terminaba nunca de empujarla. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Enfrentó el segundo vagón azuzada por un escozor en la espalda que la hacía adelantar el cuerpo como un nadador buscando aire. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Hacia la mitad del coche una luz individual perforaba la oscuridad. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">El alivio casi la hace gritar. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">"Alguien despierto por fin en este tren", pensó la mujer. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Miró hacia atrás. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">La cara y la mano del hombre se adherían al vidrio redondo de la puerta en un gesto de ahogado aferrado al ojo de buey. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Corrió. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">El asiento iluminado estaba vacío. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Un hormigueo de calambre le subió por las piernas. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Reaccionó y avanzó aferrándose a los respaldos de los asientos. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Se estiró sobre la anteúltima puerta y la cruzó como si fuera un puente; </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">al llegar a la de su vagón, el hombre la había alcanzado y estaba detrás de ella. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">La mano la sujetó por la mata de pelo tirándola brutalmente hacia atrás.</span></span></span></span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">La cartera voló por el aire. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">La mujer gritó, pero como en las pesadillas, su grito quedó sepultado bajo el fragor indiferente del tren. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Con un violento empellón el hombre la empujó dentro del baño. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Permanecieron jadeantes bajo la cruda luz cenital, las palmas de ella presionando el cuerpo del hombre que la inmovilizaba. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Durante unos segundos, frente a frente, sus cuerpos siguieron por inercia el vaivén de las ruedas en las vías. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">El hombre le aferró una muñeca y, despacio, le fue bajando la mano. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">La garganta de la mujer produjo un ruido ahogado, trunco. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Tenía los ojos muy abiertos fijos en los ojos del hombre.</span></span></span></span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Intentó zafarse pero él se lo impidió. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">El hombre mostró los dientes.</span></span></span></span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">-Te dije que no era un juego -susurró-. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Era una oportunidad. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Con el índice le rozó lentamente la boca de un lado al otro.</span></span></span></span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">-Silencio -dijo. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">La otra mano del hombre rodeaba con firmeza el cuello de la mujer.</span></span></span></span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">-La señora acaba de perder su oportunidad, por farsante -enarcó exageradamente las cejas como si se le hubiera ocurrido algo muy gracioso-. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Sí -dijo-, por farsante y embustera. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Presionó más el cuello. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">La cara se le arrugó en un gesto parecido a la risa.</span></span></span></span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">De repente, como si la escena hubiera perdido total interés, cayeron los brazos, dio media vuelta y desapareció en la oscuridad. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Con mano insegura, la mujer reconoció las cosas de la cartera; </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">casi sin verso, se acomodó la ropa y el pelo en el espejo sucio de los lavabos. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">El vagón olía a lana mojada y al aliento concentrado de personas durmiendo. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Contó siete respaldos y se sentó. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Temblaba, la mano derecha agarrotada sobre la cartera. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Su marido se movió en el asiento. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Pasaron unos segundos interminables en los que la mujer fue calmando la respiración.</span></span></span></span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">-¿Qué hora es? </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">-murmuró su marido mientras estiraba la mano hacia la luz individual. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Ella expandiendo la suya para impedirlo.</span></span></span></span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">-Tardaste -dijo él en la oscuridad, un poco más despierto. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">La mujer se recostó en el asiento abandonándose al traqueteo del tren. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">En ese momento él subió la luz. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Se incorporó y la miró:</span></span></span></span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">-¿Pasa algo?</span></span></span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">La mujer estaba pálida y tenía los ojos abiertos. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Tardó un momento en contestar.</span></span></span></span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">-Nada -dijo. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">El tono volvió a tener algo de apático-. </span></span></span></span></span><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">Qué va a pasar.</span></span></span></span></span></div></span><br /><div style="text-align: center;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><a href="https://www.biografiasyvidas.com/biografia/i/iparraguirre_sylvia.htm">Sylvia Iparraguirre</a></span></span></span></span></div><span style="vertical-align: inherit;"><div style="text-align: center;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;">(Argentina, 1947)</span></span></div><div style="text-align: center;"><span style="vertical-align: inherit;"><span style="vertical-align: inherit;"><br /></span></span></div><div style="text-align: center;"><span style="vertical-align: inherit;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://es.wikipedia.org/wiki/Sylvia_Iparraguirre" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="501" data-original-width="919" height="217" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEilglfAby4gD52KsqNhpmNOpMGAFkvSVOs9bQQz35jLv_m-KYvfi4TfLjrge2QhyvQXA_5vMYzh7S-Qty0-PRA9lgpm6eUzZdIE79BTtmiLHu0ZDfwGzC3ZyLX0qj_iye2-03K_2BvaMjg_m7IHYqEvRcG5rDzR61ALwoLo-_y1JuhMBxF3dR1OyRtDp6A/w400-h217/iparraguirre.web_.png" width="400" /></a></div><br /><span style="vertical-align: inherit;"><br /></span></span></div></span>LEER PORQUE SÍhttp://www.blogger.com/profile/16099185274996211672noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2624728357417196484.post-22841392475259616612023-12-18T19:11:00.002-03:002023-12-18T19:11:10.323-03:00CONTI, Haroldo: Cinegética<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi21o1J89Tf9TwENfVd0IafhlAd6rbbdWbq8gpq1QH7icKAINxG-_7aGSYS6ngK0Hsz6Y-J67pJof1BUAc0w7YXnHhAk6b6rRQ5IIxoPLIkWMvhYURXiAmMX3YNU9rlRM4lh2tSp-lbapYi5D2WBo1TW_kzDQdmWVfTAQ4sT54cik53so2Ny3sHzXZ9KnU/s1063/cinegetica-1-copia100.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1063" data-original-width="751" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi21o1J89Tf9TwENfVd0IafhlAd6rbbdWbq8gpq1QH7icKAINxG-_7aGSYS6ngK0Hsz6Y-J67pJof1BUAc0w7YXnHhAk6b6rRQ5IIxoPLIkWMvhYURXiAmMX3YNU9rlRM4lh2tSp-lbapYi5D2WBo1TW_kzDQdmWVfTAQ4sT54cik53so2Ny3sHzXZ9KnU/w452-h640/cinegetica-1-copia100.jpg" width="452" /></a></div><br /><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Apartó la chapa con cuidado y metió la cabeza a través de la abertura.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Al principio vio solamente la claridad mugrienta de la ventana que flotaba a una distancia imprecisa pero después de un rato comenzaron a brillar los agujeritos de las chapas. Había un millón por lo menos y parecían llenos de vida. No tenía por qué compararlo con nada, pero en todo caso sentía la misma impresión que si metiera la cabeza en medio de la noche. Cuando era chico se paraba a veces en el baldío lleno de sombras, de espaldas a la casilla, y miraba todo el montón de estrellas que tenía por encima hasta que empezaban a saltar de un lado a otro del cielo y le entraba miedo.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Los agujeritos temblaban o cambiaban de posición a cada movimiento de su cabeza. Entretanto, el olor a humedad y a orina se le iba metiendo hasta los sesos.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Sacó la cabeza y tragó aire.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">El auto había quedado detrás de la última joroba de tierra. Era una tierra de color de cartón, dura y pelada. Entre el auto y el galpón, es decir, entre el galpón y la calle había una punta de aquellas jorobas que brotaban en medio de las latas vacías, las cubiertas podridas y los recortes de hojalata de la fábrica de menaje que emergía a la izquierda. A la derecha estaba el pozo que habían abierto durante la guerra para sacar la greda con la que hacían los caños de desagüe en lugar de cemento. Tenía las paredes cubiertas de yuyos y el fondo de agua y en verano se llenaba de pibes que corrían de un lado a otro con el culito al aire.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">A veces se sentaba en una de las jorobas y mientras fumaba un cigarrillo echaba un vistazo a todo aquello. En otra forma, se entiende, como si estuviera al principio de las cosas. Entonces el tiempo se volvía lento y perezoso y le parecía oír a la vieja que lo llamaba a los gritos mientras él estaba echado en el fondo del pozo con el barro seco sobre la piel chupando un pucho, tres pitadas por vez, con el Beto y el Gordo y el Andresito, al que lo reventó un 403 cuando cruzaba la calle precisamente por hacerle caso a la vieja.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Maldonado le hizo una seña desde el coche y él movió la cabeza con fastidio. Después la volvió a meter por el boquete y llamó por lo bajo, apuntando la voz hacia el rincón de la izquierda.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¡Pichón!</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">La voz se alargó en el galpón y se perdió un poco por encima de su cabeza.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Pichón, ¿estás ahí? Soy yo, Rivera.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Esperó un rato y aunque solo alcanzaba a oír los crujidos y reventones de las chapas sintió que el tipo estaba ahí.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Entonces apartó la chapa del todo y pasó el resto del cuerpo.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Avanzó a tientas hasta el medio del galpón con los agujeritos que subían y bajaban a cada paso suyo. La luz de la ventana, en cambio, seguía inmóvil y si uno la miraba con demasiada fijeza parecía nada más que un brillo en el aire.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Dio una vuelta sobre sí mismo en la oscuridad y los agujeritos giraron todos a un mismo tiempo. El olor lo cubría de pies a cabeza y el rumor de las chapas semejaba el de un fuego invisible o el de un gran mecanismo que rodaba lenta y delicadamente.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">El tipo estaba en algún rincón de aquella oscuridad. Podía sentirlo. Sentía la forma agazapada de su cuerpo y el olor ácido de su miedo. Tenía un olfato especial para esas cosas.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Pichón... soy yo, Rivera. No tengas miedo.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Maldonado no servía para eso. Todos los malditos ascensos no servían para nada. Se ponía nervioso y echaba a perder las cosas. Maldonado también tenía un olor especial en estos casos. Le comenzaba a temblar la nariz, se ponía duro y entonces olía de esa forma.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Dejó de pensar en Maldonado porque su cara de negro colgada del aire le hacía perder la noción de las cosas. Dio otra vuelta sobre sí mismo y en mitad de la vuelta supo exactamente dónde estaba el tipo.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Se acercó unos pasos sin forzar la vista, dejándose llevar nada más que por la piel.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Ahora lo tenía justo delante.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Sacó la cajita de fósforos y la sacudió. Entonces oyó la voz de Pichón que venía desde abajo.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¡No prendas, por favor!</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—No tengas miedo. No hay nadie.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Encendió un fósforo. Los agujeritos desaparecieron de golpe.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Cuando reventó el chispazo alcanzó a ver las chapas de la pared. Después el círculo amarillento se redujo.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">El tipo estaba recostado contra un cajón de embalar con el pelo revuelto y la cara desencajada. Apuntaba el fósforo con la Browning 9 mm con cachas de nogal francés segriñadas. Maldonado le iba a poner los ojos encima. Era un negro codicioso y en eso justamente mostraba su alma de grasa.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">El fósforo boqueó, pero antes de tirarlo levantó un pedazo de vela y alcanzó a encenderlo.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¿Cómo estás?</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¿Qué te parece?</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Sacó de debajo de la campera un pañuelo empapado en sangre. El sudor le brotaba a chorros como si tuviera fiebre.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Bajó la Browning, cerró los ojos y pareció a punto de desmayarse.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—No van a tardar —dijo casi en un sollozo.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—No te apures.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Pichón abrió los ojos y trató de mirarlo a través del resplandor de la vela. Las pupilas se le hincharon silenciosamente y un vórtice de estrías amarillas apuntaron hacia él. Tenía la cabeza metida en el miedo de manera que necesitaba hacer un verdadero esfuerzo para ver otra cosa. Apretó la frente y se quedó pensando en algo.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Él conocía todo eso. Había tenido oportunidad de observarlos una punta de veces, sin pasión y con calma, que es como se aprende. Primero el miedo que les hincha las venas y les corta el aire. Después la desesperación. Por último un frío abandono. Entonces no hay más que tomarlos de los pelos y descargar el golpe.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¿Cómo estás aquí? —preguntó al fin, sin cambiar de expresión.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Salté del camión y corrí todo lo que pude.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">El rostro se le animó un poco.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¿Se salvó algún otro?</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Vera. Escapó, por lo menos.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Efectivamente, Vera había saltado detrás de él pero corrió unos pasos y lo reventaron.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Cerró los ojos y volvió a desinflarse.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¿Te das cuenta que estamos listos? —gimoteó por lo bajo.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—No te apures. ¿Te duele?</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Claro que sí.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Déjame ver.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¿De qué sirve?</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Sacó el pañuelo y lo miró estúpidamente, sin comprender.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Parecía otra cosa... ¿Qué fue lo que pasó?</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Algún tira —dijo él con naturalidad.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¿Quién se te ocurre?</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—No sé, pero hay que contar con eso.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Al tipo no le entraba. Quería pensar pero no le entraba.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Crujió una chapa y se encogió entero.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Él no dijo nada, adrede. Se lo quedó mirando.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Casi daba lástima. Casi le había tomado aprecio o por lo menos se había acostumbrado a él en todos esos meses que estuvieron preparando el golpe. Maldonado o cualquiera de los otros negros no tenía nada que hacer al lado del tipo.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Pero ese era el peligro, encariñarse con los tipos. Por dentro eran distintos. No era la apariencia lo que contaba sino las ideas podridas que tenían. En ningún momento había que perder de vista la figura interior, por así decir, esa especie de forma oscura y escamosa que ocultaban debajo de la piel. Maldonado con todo lo hijo de puta que resultaba cuando se lo proponía, y a veces aunque no se lo propusiera, era de su misma madera. Tenía esa forma aceitosa de hablar y todos esos prolijos ademanes de negro encumbrado, pero en el fondo funcionaba igual que él. Sucedía lo mismo que con el Gordo o el Andresito que cuando pensaban demasiado fuerte en una cosa se les torcían los ojos. Pero eran de la misma madera.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Son las chapas —alargó la mano y lo palmeó—. Las chapas, no te asustes.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">El contacto de la mano pareció devolverle la vida.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Rivera... ¿te parece que podemos salir de esta?</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Claro que sí.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¿Estás seguro?</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Iba a desarmarse otra vez pero volvió a tocarlo con la mano.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¿Querés fumar?</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Le pasó un cigarrillo que agarró con avidez y casi rompe entre los dedos.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Vamos a salir, por supuesto —dijo arrimándole la vela, nada más que por decir.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—No se puede con ellos.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Es grupo.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Una vez que te marcan no se puede.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Había un boquetito más grande que los otros justo sobre su cabeza. Se movió apenas dos dedos y desapareció.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Termino el cigarrillo y me voy.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Pichón volvió a encogerse. Abrió muy grandes los ojos y tragó saliva.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¿No es mejor que te quedes?</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">El cigarrillo colgaba delante de su cara sostenido por una mano blanca y afilada que temblaba ligeramente.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Tengo que moverme si quiero sacarte de aquí.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Se corrió y reapareció el boquetito.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—No te pongas nervioso, no se gana nada.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Maldonado se estaría preguntando qué pasaba ahí adentro. Era un grasa, no hay caso. No tenía estilo.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Apago la vela.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Alargó la mano y antes de apagarla lo miró fijamente. Estaba a punto.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Apagó.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Terminó el cigarrillo en la oscuridad.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¿Estás mejor?</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Sí...</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Era curioso ver cómo la brasa se hinchaba a cada chupada y después empalidecía suavemente. Igual que las pupilas de Pichón.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Aplastó el cigarrillo contra la tierra y se alejó unos pasos.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Pichón...</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—No tardes.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Caminó hacia la abertura entre el bailoteo de los agujeritos. Antes de salir se volvió y miró hacia la oscuridad. Allí debía estar con los ojos bien abiertos y la Browning apretada a la altura del pecho.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Se agachó y salió.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">La luz lo encegueció por un momento. Luego aparecieron las jorobas de tierra, las latas y las cubiertas.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Los negros esperaban al lado del coche revolviéndose dentro de los uniformes. El sudor les brotaba a chorros por debajo de la gorra. Maldonado agitó un brazo con impaciencia.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Pasó junto al pozo y volvió a acordarse del Gordo y del Andresito y hasta le pareció que los veía echados en el fondo con la panza al sol.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">La porra de Maldonado brillaba como si fuera de lata. Después de todo resultaba un tipo gracioso.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¿Por qué tardaste?</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Le temblaba la nariz y había comenzado a echar aquel olor.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¿Qué apuro hay?</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Maldonado estiró el pescuezo y se acomodó la corbata, cosa bien de grasa.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Bueno, ¿qué pasa?</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Está ahí adentro.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Maldonado hizo sonar los dedos y los negros echaron a andar hacia el galpón. Luego con un movimiento rápido calzó la primera bala en la recámara y los siguió a los saltitos.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: center;"><a href="http://conti.derhuman.jus.gov.ar/areas/institucional/sobre-haroldo-conti.php">Haroldo Conti</a></div><div style="text-align: center;"><a href="http://conti.derhuman.jus.gov.ar/areas/institucional/sobre-haroldo-conti.php">(Argentina, 1925/1976)</a></div><div style="text-align: center;"><br /></div><i>«Cinegética»: La caza o cacería (también, <b>actividad cinegética</b>) es la actividad o acción en la que se captura o abate un animal en estado salvaje o silvestre, tras su pisteo y persecución.</i><div><br /><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgKMfw3HAnW8T-htRU4leDh8Ems_Rex6VMwxGWcZa_OBIFzJLA73rNV9pKKeLUh-CgoYVKL541K0p16nW-2qrJIN5Mu95EVpHFkoJBB_oyT_o7bE8cY1zeINTIwng63NhkB4kBzp8fAA766t12LSpNW5lKI6ep731eRBqyAYEOkKhYLtkIR_zd4jGbjuTw/s900/conti_1.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="506" data-original-width="900" height="225" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgKMfw3HAnW8T-htRU4leDh8Ems_Rex6VMwxGWcZa_OBIFzJLA73rNV9pKKeLUh-CgoYVKL541K0p16nW-2qrJIN5Mu95EVpHFkoJBB_oyT_o7bE8cY1zeINTIwng63NhkB4kBzp8fAA766t12LSpNW5lKI6ep731eRBqyAYEOkKhYLtkIR_zd4jGbjuTw/w400-h225/conti_1.jpg" width="400" /></a></div><br /><div style="text-align: justify;"><br /></div> </div>LEER PORQUE SÍhttp://www.blogger.com/profile/16099185274996211672noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2624728357417196484.post-16969279961887065772023-12-17T18:29:00.001-03:002023-12-17T18:31:41.424-03:00DI BERNARDO, Alfredo: El largo viaje de "La generación de la Bidú"<p><span face="Georgia, "Times New Roman", sans-serif" style="background-color: white; color: #29303b; font-size: 11.7px; letter-spacing: 0.1em; text-transform: uppercase;">SÁBADO, 31 DE OCTUBRE DE 2009</span></p><div class="date-posts"><div class="post-outer"><div class="post hentry uncustomized-post-template" itemprop="blogPost" itemscope="itemscope" itemtype="http://schema.org/BlogPosting" style="margin: 8px 0px 24px;"><span face="Georgia, "Times New Roman", sans-serif" style="background-color: white; color: #29303b; font-size: 13px;"><a name="1410431138724412"></a></span><h3 class="post-title entry-title" itemprop="name" style="color: #1b0431; font-family: Georgia, "Times New Roman", sans-serif; font-weight: normal; margin: 0px; padding: 0px;"><span style="background-color: white; font-size: large;">Alfredo Di Bernardo: El largo viaje de "La generación de la Bidú"</span></h3><div class="post-header" style="color: #29303b; font-family: Georgia, "Times New Roman", sans-serif; font-size: 13px;"><div class="post-header-line-1"></div></div><div class="post-body entry-content" id="post-body-1410431138724412" itemprop="description articleBody"><span style="background-color: white;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi83lcV8HS0RrpSL2fXBzBTRpH5ML99WHXzkJckjJLjHnz1Xu8mXUZu1fImFfaYm4Ou5TZZ7OB7swfbZVC3_IbOVaXp8F3LtbrqkMjrDRpYSzpeEs6RvhEafuY-Abo5eIY3YbzUyLWGvFO9/s1600-h/bid%C3%BA.jpg" style="color: #956839; font-family: Georgia, "Times New Roman", sans-serif; font-size: 13px;"><img alt="" border="0" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5398921719269773282" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi83lcV8HS0RrpSL2fXBzBTRpH5ML99WHXzkJckjJLjHnz1Xu8mXUZu1fImFfaYm4Ou5TZZ7OB7swfbZVC3_IbOVaXp8F3LtbrqkMjrDRpYSzpeEs6RvhEafuY-Abo5eIY3YbzUyLWGvFO9/s400/bid%C3%BA.jpg" style="border: 0px; display: block; height: 400px; margin: 0px auto 10px; text-align: center; width: 298px;" /></a><br /></span><div style="color: #29303b; font-family: Georgia, "Times New Roman", sans-serif; font-size: 13px;"><span style="background-color: white;"><strong></strong></span></div><span style="background-color: white;"><br /></span><div style="color: #29303b; font-family: Georgia, "Times New Roman", sans-serif; text-align: justify;"><strong><span style="background-color: white; font-size: large;">EL LARGO VIAJE DE "LA GENERACIÓN DE LA BIDÚ"</span></strong></div><div style="text-align: justify;"><span face="Georgia, "Times New Roman", sans-serif" style="background-color: white; color: #29303b; font-size: x-large; font-weight: 700;"><br /></span></div><div style="color: #29303b; font-family: Georgia, "Times New Roman", sans-serif; text-align: justify;"><strong><span style="background-color: white; font-size: large;"><br /></span></strong></div><span style="background-color: white; font-size: large;"><div style="color: #29303b; font-family: Georgia, "Times New Roman", sans-serif; text-align: justify;">A comienzos de 1984, influido por el entusiasmo generalizado que despertaba el flamante renacimiento de la democracia en el país, decidí comprar un ejemplar de la revista Humor. Nunca en mi despolitizada adolescencia, vivida en pleno Proceso, había tenido uno entre mis manos, pero a pesar de ello conocía por comentarios ajenos el prestigio que esa publicación había sabido ganarse durante la dictadura militar a fuerza de talento y coraje. Así que una mañana me encaminé muy resuelto al kiosco de don Levy y, cuando salí de allí con la revista en mi poder, sentí que estaba empezando a saldar una de mis tantas deudas con la historia cultural argentina más reciente. Eran tiempos de descubrir a Anacrusa y de volver a escuchar a Víctor Heredia. Tiempos de conocer "Quebracho" y "La Patagonia rebelde". Tiempos de construirse como ciudadano por fuera de los márgenes pautados en los libros de Formación Cívica.</div><div style="color: #29303b; font-family: Georgia, "Times New Roman", sans-serif; text-align: justify;">Por aquel entonces, la revista traía una sección llamada "Humor Interior", cuyas ocho páginas se distinguían por la infrecuente concepción federal que las animaba: ninguno de los periodistas, columnistas y dibujantes que participaban en ellas era porteño. Todos pertenecían a esa vasta entelequia geográfica que suele denominarse "el interior del país".</div><div style="color: #29303b; font-family: Georgia, "Times New Roman", sans-serif; text-align: justify;">De aquel primer encuentro con "Humor Interior" recuerdo que su Correo de Lectores ("Llorando la carta", creo que se llamaba) estaba monopolizado por la notable repercusión que había tenido una nota publicada en el número anterior, escrita por la periodista cordobesa María Rosa Grotti con el título de "La Generación de la Bidú". El tenor de las cartas resultaba muy útil para comprender de qué hablaba el artículo en cuestión. Todo indicaba que "La Generación de la Bidú" era un acertado retrato colectivo de aquella "juventud maravillosa" que, llegada a la treintena, evocaba ahora la década anterior y contemplaba, con horror y melancolía, los restos del sueño naufragado. Era evidente que la autora había hecho blanco en zonas muy sensibles, despertando en los lectores ecos emocionales muy profundos que habían permanecido reprimidos durante demasiado tiempo.</div><div style="color: #29303b; font-family: Georgia, "Times New Roman", sans-serif; text-align: justify;">La onda expansiva provocada por el artículo se prolongó todavía durante varios números más y lo transformó casi en un texto de culto para los seguidores de "Humor Interior". Motivo más que suficiente para potenciar mi frustración por no haberlo leído.</div><div style="text-align: justify;"><span face="Georgia, "Times New Roman", sans-serif" style="color: #29303b;"><br /></span></div><strong style="color: #29303b; font-family: Georgia, "Times New Roman", sans-serif;"><div style="text-align: justify;"><strong>* * *</strong></div></strong><div style="text-align: justify;"><br /></div><span face="Georgia, "Times New Roman", sans-serif" style="color: #29303b;"><div style="text-align: justify;">Mi entusiasmo juvenil de entonces -por no decir mi inconsciencia- me llevó a mandar un escrito de mi autoría a "Humor Interior" con la esperanza de que me lo publicaran. Si bien eso no ocurrió (afortunadamente, porque el artículo era bastante malo), los integrantes de la redacción me obsequiaron con un acuse de recibo que salió publicado en el Correo de Lectores del número siguiente, y en el cual me instaban a seguir insistiendo. Creo que literalmente salté de la alegría al descubrirlo. Ahora puede sonar pueril pero a mis 19 años no era común ver mi nombre impreso, y menos en una revista de circulación nacional. El sólo hecho de estar mencionado allí me parecía todo un logro que me auguraba un futuro auspicioso.. Por supuesto, aquel ejemplar de Humor fue debidamente guardado en mi archivo como un tesoro.</div></span><span face="Georgia, "Times New Roman", sans-serif" style="color: #29303b;"><div style="text-align: justify;">Si aún conservo aquella página entre mis papeles, inexorablemente amarilleada por el correr de los años, no es tanto por las razones ya apuntadas, sino más bien porque la vida vino a otorgarle, con retroactividad, una significación inesperada. Sucede que, inmediatamente a continuación del acuse de recibo de mi nota, había otro referido a una carta en la que un tal Horacio Rossi, también santafesino, derramaba halagos sobre la autora de "La Generación de la Bidú". La facilidad para retener nombres que me caracteriza me permitió registrar sin problemas el de aquel conciudadano desconocido que, por obra del azar, se había transformado en vecino ocasional de mis quince milímetros de fama.</div></span><span face="Georgia, "Times New Roman", sans-serif" style="color: #29303b;"><div style="text-align: justify;">Tuvieron que pasar tres años para que ese nombre se uniera a una persona de carne y hueso y yo descubriera que el tal Horacio Rossi era poeta. Y debieron pasar todavía dos años más para llegar a tener trato directo con él. Después -las vueltas de la vida, suele decir la gente- el tiempo hizo su trabajo de tejedor artesanal y terminamos siendo amigos. Compañeros de ruta en esto de la escritura y la difusión cultural, compartí con él numerosos encuentros, de los artísticos y de los que fluyen serenos alrededor de una botella de vino. Alguna vez le referí el episodio de los acuses de recibo contiguos en "Humor Interior" y hablamos sobre el dichoso artículo de la Grotti. Sabedor de que Horacio era de acumular infinidad de papeles en su biblioteca, le pregunté como al descuido si por casualidad no había conservado aquella revista. Me contestó que no y acabó así con mis modestas esperanzas al respecto.</div></span><div style="text-align: justify;"><br /></div><span face="Georgia, "Times New Roman", sans-serif" style="color: #29303b;"><div style="text-align: justify;">* * *</div></span><div style="text-align: justify;"><br /></div><span face="Georgia, "Times New Roman", sans-serif"><div style="text-align: justify;"><span style="color: #29303b;">Hace unos meses, mi amigo Mario recibió un mail enviado desde la ciudad de Rafaela por un remitente desconocido: el </span><span style="color: red;"><b>Taller "Leer porque sí"</b></span><span style="color: #29303b;">. Vano sería, por supuesto, tratar de entender cómo fue que la dirección electrónica de Mario quedó integrada a la lista de destinatarios de aquel mensaje; Internet, ya se sabe, está atravesada por sorpresas de este tipo. Lo cierto es que, apenas comprobó que se trataba de una cuestión literaria, Mario me reenvió el mail. Lo hizo, claro, sin poder siquiera sospechar la puntada de excitación que habría de alojarse en la boca de mi estómago cuando, al revisar mi correo, encontré en mi bandeja de entrada un mail cuyo asunto rezaba, ni más ni menos: "La Generación del Bidú". Me quedé petrificado frente al monitor mientras en mi cabeza, a pesar de la vocal ausente, repicaba la pregunta obvia: ¿sería ese mail lo que estaba pensando?</span></div></span><span face="Georgia, "Times New Roman", sans-serif" style="color: #29303b;"><div style="text-align: justify;">Era.</div></span><div style="text-align: justify;"><br /></div><span face="Georgia, "Times New Roman", sans-serif" style="color: #29303b;"><div style="text-align: justify;">* * *</div></span><div style="text-align: justify;"><br /></div><span face="Georgia, "Times New Roman", sans-serif" style="color: #29303b;"><div style="text-align: justify;">Fue una sensación extraña la de leer el artículo después de tanto tiempo. Es indudable que no ha perdido su vigencia -lo cual habla bien de su valor testimonial y muy mal de nosotros como sociedad- pero también es innegable, abrumadoramente innegable que el contexto histórico y personal reinante en 1984 poco tiene que ver con el actual. Humor ya no existe, Horacio se murió, los perfumes primaverales de la democracia se marchitaron, la creencia masiva en un futuro inmediato mejor ya no flota en el ambiente y mi adolescencia es una costa que se divisa lejana ahora que navego mar adentro las aguas de la adultez. Resulta imposible, entonces, no ceder a cierta impresión de desajuste temporal, como si uno encontrara en la calle, volviendo del trabajo, la figurita difícil que nunca pudo conseguir en la infancia.</div></span><span face="Georgia, "Times New Roman", sans-serif" style="color: #29303b;"><div style="text-align: justify;">Han pasado veinticinco años, claro.. Que en la existencia de cualquier mortal es como decir la eternidad. Sin embargo, rescatado del silencio vaya uno a saber cómo y por quién, "La generación de la Bidú" se resiste a desvanecerse en el olvido y sale en busca de nuevos lectores, incluso de algunos tardíos como yo. Y son tantos los recuerdos que remueve su irrupción extemporánea, que me resulta fascinante la reconstrucción de su larga travesía, el juego de imaginar la intrincada trama de causas y azares que debieron confabularse para que yo pudiera llegar a leerlo.</div></span><span face="Georgia, "Times New Roman", sans-serif"><div style="text-align: justify;"><b><span style="color: red;">El Taller "Leer porque sí"</span></b><span style="color: #29303b;"> me tiene ahora entre los receptores habituales de sus envíos. María Rosa me ha confesado que la hice emocionar contándole esta historia. Yo he redactado una crónica hablando sobre ellos. El tiempo sigue labrando sus urdimbres secretas.</span></div></span><span face="Georgia, "Times New Roman", sans-serif" style="color: #29303b;"><div style="text-align: justify;">Las vueltas de la vida, suele decir la gente.</div></span></span><div style="color: #29303b; font-family: Georgia, "Times New Roman", sans-serif;"></div><span style="font-size: large;"><div style="text-align: justify;"><span face="Georgia, "Times New Roman", sans-serif" style="background-color: white; color: #29303b;"><br /></span></div></span><div><div style="text-align: justify;"><span face="Georgia, "Times New Roman", sans-serif" style="background-color: white; color: #29303b; font-size: x-large;"><br /></span></div><span style="background-color: white; font-size: large;"><div style="text-align: justify;"><span face="Georgia, "Times New Roman", sans-serif" style="color: #29303b;"><br /></span></div><strong style="color: #29303b; font-family: Georgia, "Times New Roman", sans-serif;"><div style="text-align: justify;"><strong>APOSTILLA TRISTE</strong></div><div style="text-align: justify;"><strong>(Crónica -casi inverosímil- de la crónica anterior)</strong></div></strong></span></div><span style="font-size: large;"><div style="text-align: justify;"><span face="Georgia, "Times New Roman", sans-serif" style="background-color: white; color: #29303b;"><br /></span></div></span><div><div style="text-align: justify;"><span face="Georgia, "Times New Roman", sans-serif" style="background-color: white; color: #29303b; font-size: x-large; font-weight: 700;"><br /></span></div><span style="background-color: white;"><span face="Georgia, "Times New Roman", sans-serif" style="font-size: large;"><div style="text-align: justify;"><span style="color: #29303b;">Apenas terminé de leer el artículo de María Rosa, y viendo que por suerte </span><b><span style="color: red;">la gente de Rafaela</span></b><span style="color: #29303b;"> había tenido la buena idea de incluir en el mismo su dirección electrónica, sentí que era necesario ponerla en conocimiento de lo que había pasado y le escribí un mail contándole esta historia. Me lo contestó al día siguiente, confesándome que se había emocionado, que le parecía increíble que un texto suyo escrito hace tanto pudiera seguir generando interés. Me dijo también que hasta le daban ganas de escribir un cuento sobre el tema. "Dale", la animé, "vos escribí el cuento, yo escribo una crónica y después intercambiamos figuritas".</span></div><div style="color: #29303b; text-align: justify;">Empecé a escribir "El largo viaje..." a mediados de septiembre. En líneas generales, la crónica estuvo lista con bastante rapidez. Sin embargo, para gran ansiedad, decepción y hasta enojo de mi parte, no podía cerrarla. Tenía decidida la última frase, pero no conseguía hacerla coordinar con el párrafo anterior. Había algo en la parte donde menciono a María Rosa que hacía ruido y desentonaba, algo que fallaba y no sabía por qué.</div><div style="color: #29303b; text-align: justify;">El lunes 19 pasé en limpio lo que había garabateado el fin de semana y no quedé muy conforme. Para escapar de la sensación de estar empantanado sin remedio, decidí leer el artículo de nuevo. Al rastrearlo en Google, descubrí con un asombro descomunal que ese mismo día lo habían publicado en el diario "La Mañana" de Córdoba. La cosa violentaba toda lógica: ¿cómo podía ser que publicaran un artículo escrito veinticinco años atrás el mismo día que yo estaba terminando una crónica que hablaba justamente sobre ese mismo artículo? Le escribí un mail a María Rosa contándoselo para compartir con ella mi incredulidad. No me contestó. Tuve un mal presentimiento. Volví a meterme en el Google al día siguiente y entonces apareció, en un diario del domingo 18, la noticia que no quería leer: "Falleció ayer la periodista María Rosa Grotti".</div><div style="color: #29303b; text-align: justify;">Por lo general, soy de buscar señales en lo cotidiano, mensajes que el universo podría estar poniendo a nuestro alcance para decirnos algo. Es probable que a veces exagere con esas búsquedas y las cosas sean así de simples, así de frágiles. Pero en ocasiones como ésta la palabra "coincidencia" me resulta de una estrechez inaceptable. "El largo viaje..." habla del destino, especula sobre la aparente inevitabilidad de ciertos acontecimientos y encuentros. ¿Cómo no preguntarse, entonces, por qué escribí esta crónica ahora y no en agosto? ¿Cómo no dudar acerca de las verdaderas causas por las que no podía terminarla?</div><div style="color: #29303b; text-align: justify;">Ahora mi crónica encontró un final. Lástima. Es el que menos me gusta. Hubiera preferido uno en el que María Rosa se volvía a emocionar.</div><div style="color: #29303b; text-align: justify;">Las vueltas de la vida, suele decir la gente.</div></span><br /><strong style="color: #29303b; font-family: Georgia, "Times New Roman", sans-serif; font-size: 13px;">Alfredo Di Bernardo<br />(De "Crónicas del hombre alto" Nº 55)</strong></span></div><div><span style="background-color: #fff2cc;"><br /></span></div><div class="post-body entry-content" id="post-body-1410431138724412" itemprop="description articleBody"><br /></div>Ver <a href="https://leerporquesi-1007.blogspot.com/2009/02/grotti-maria-rosa-la-generacion-de-bidu.html">LEER PORQUE SÍ: GROTTI, María Rosa: La generación de Bidú sigue de pie (leerporquesi-1007.blogspot.com)</a></div></div></div></div>LEER PORQUE SÍhttp://www.blogger.com/profile/16099185274996211672noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2624728357417196484.post-73566088638944767402023-12-17T17:55:00.000-03:002023-12-17T17:55:00.222-03:00CORTÁZAR, Julio: Axolotl<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgadHKAuPnXGHl91V2bMvg9lb8CMTv1jCR3NBCGUxJLa-trC3sMQHMBT_oFgVOvYogMuRK6oCMRUY8j4nG4m7voW0DwaB-LuVvi2LC9XMqa7MwN3_nkO32HSJp-CSmJj1Gbkpn2Haxl__Ic87x2wPEE_PHdvLFfUufeOQFUtNUnyJ1S32ptxZhG8N3aOGg/s1400/axolotl.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="787" data-original-width="1400" height="360" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgadHKAuPnXGHl91V2bMvg9lb8CMTv1jCR3NBCGUxJLa-trC3sMQHMBT_oFgVOvYogMuRK6oCMRUY8j4nG4m7voW0DwaB-LuVvi2LC9XMqa7MwN3_nkO32HSJp-CSmJj1Gbkpn2Haxl__Ic87x2wPEE_PHdvLFfUufeOQFUtNUnyJ1S32ptxZhG8N3aOGg/w640-h360/axolotl.jpg" width="640" /></a></div><br /><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Hubo un tiempo en que yo pensaba mucho en los axolotl. Iba a verlos al acuario del Jardin des Plantes y me quedaba horas mirándolos, observando su inmovilidad, sus oscuros movimientos. Ahora soy un axolotl.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">El azar me llevó hasta ellos una mañana de primavera en que París abría su cola de pavo real después de la lenta invernada. Bajé por el bulevar de Port Royal, tomé St. Marcel y L’Hôpital, vi los verdes entre tanto gris y me acordé de los leones. Era amigo de los leones y las panteras, pero nunca había entrado en el húmedo y oscuro edificio de los acuarios. Dejé mi bicicleta contra las rejas y fui a ver los tulipanes. Los leones estaban feos y tristes y mi pantera dormía. Opté por los acuarios, soslayé peces vulgares hasta dar inesperadamente con los axolotl. Me quedé una hora mirándolos, y salí incapaz de otra cosa.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">En la biblioteca Saint-Geneviève consulté un diccionario y supe que los axolotl son formas larvales, provistas de branquias, de una especie de batracios del género amblistoma. Que eran mexicanos lo sabía ya por ellos mismos, por sus pequeños rostros rosados aztecas y el cartel en lo alto del acuario. Leí que se han encontrado ejemplares en África capaces de vivir en tierra durante los períodos de sequía, y que continúan su vida en el agua al llegar la estación de las lluvias. Encontré su nombre español, ajolote, la mención de que son comestibles y que su aceite se usaba (se diría que no se usa más) como el de hígado de bacalao.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">No quise consultar obras especializadas, pero volví al día siguiente al Jardin des Plantes. Empecé a ir todas las mañanas, a veces de mañana y de tarde. El guardián de los acuarios sonreía perplejo al recibir el billete. Me apoyaba en la barra de hierro que bordea los acuarios y me ponía a mirarlos. No hay nada de extraño en esto porque desde un primer momento comprendí que estábamos vinculados, que algo infinitamente perdido y distante seguía sin embargo uniéndonos. Me había bastado detenerme aquella primera mañana ante el cristal donde unas burbujas corrían en el agua. Los axolotl se amontonaban en el mezquino y angosto (solo yo puedo saber cuán angosto y mezquino) piso de piedra y musgo del acuario. Había nueve ejemplares y la mayoría apoyaba la cabeza contra el cristal, mirando con sus ojos de oro a los que se acercaban. Turbado, casi avergonzado, sentí como una impudicia asomarme a esas figuras silenciosas e inmóviles aglomeradas en el fondo del acuario. Aislé mentalmente una situada a la derecha y algo separada de las otras para estudiarla mejor. Vi un cuerpecito rosado y como translúcido (pensé en las estatuillas chinas de cristal lechoso), semejante a un pequeño lagarto de quince centímetros, terminado en una cola de pez de una delicadeza extraordinaria, la parte más sensible de nuestro cuerpo. Por el lomo le corría una aleta transparente que se fusionaba con la cola, pero lo que me obsesionó fueron las patas, de una finura sutilísima, acabadas en menudos dedos, en uñas minuciosamente humanas. Y entonces descubrí sus ojos, su cara, dos orificios como cabezas de alfiler, enteramente de un oro transparente carentes de toda vida pero mirando, dejándose penetrar por mi mirada que parecía pasar a través del punto áureo y perderse en un diáfano misterio interior. Un delgadísimo halo negro rodeaba el ojo y los inscribía en la carne rosa, en la piedra rosa de la cabeza vagamente triangular pero con lados curvos e irregulares, que le daban una total semejanza con una estatuilla corroída por el tiempo. La boca estaba disimulada por el plano triangular de la cara, sólo de perfil se adivinaba su tamaño considerable; de frente una fina hendedura rasgaba apenas la piedra sin vida. A ambos lados de la cabeza, donde hubieran debido estar las orejas, le crecían tres ramitas rojas como de coral, una excrescencia vegetal, las branquias supongo. Y era lo único vivo en él, cada diez o quince segundos las ramitas se enderezaban rígidamente y volvían a bajarse. A veces una pata se movía apenas, yo veía los diminutos dedos posándose con suavidad en el musgo. Es que no nos gusta movernos mucho, y el acuario es tan mezquino; apenas avanzamos un poco nos damos con la cola o la cabeza de otro de nosotros; surgen dificultades, peleas, fatiga. El tiempo se siente menos si nos estamos quietos.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Fue su quietud la que me hizo inclinarme fascinado la primera vez que vi a los axolotl. Oscuramente me pareció comprender su voluntad secreta, abolir el espacio y el tiempo con una inmovilidad indiferente. Después supe mejor, la contracción de las branquias, el tanteo de las finas patas en las piedras, la repentina natación (algunos de ellos nadan con la simple ondulación del cuerpo) me probó que eran capaz de evadirse de ese sopor mineral en el que pasaban horas enteras. Sus ojos sobre todo me obsesionaban. Al lado de ellos en los restantes acuarios, diversos peces me mostraban la simple estupidez de sus hermosos ojos semejantes a los nuestros. Los ojos de los axolotl me decían de la presencia de una vida diferente, de otra manera de mirar. Pegando mi cara al vidrio (a veces el guardián tosía inquieto) buscaba ver mejor los diminutos puntos áureos, esa entrada al mundo infinitamente lento y remoto de las criaturas rosadas. Era inútil golpear con el dedo en el cristal, delante de sus caras no se advertía la menor reacción. Los ojos de oro seguían ardiendo con su dulce, terrible luz; seguían mirándome desde una profundidad insondable que me daba vértigo.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Y sin embargo estaban cerca. Lo supe antes de esto, antes de ser un axolotl. Lo supe el día en que me acerqué a ellos por primera vez. Los rasgos antropomórficos de un mono revelan, al revés de lo que cree la mayoría, la distancia que va de ellos a nosotros. La absoluta falta de semejanza de los axolotl con el ser humano me probó que mi reconocimiento era válido, que no me apoyaba en analogías fáciles. Solo las manecitas... Pero una lagartija tiene también manos así, y en nada se nos parece. Yo creo que era la cabeza de los axolotl, esa forma triangular rosada con los ojitos de oro. Eso miraba y sabía. Eso reclamaba. No eran animales.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Parecía fácil, casi obvio, caer en la mitología. Empecé viendo en los axolotl una metamorfosis que no conseguía anular una misteriosa humanidad. Los imaginé conscientes, esclavos de su cuerpo, infinitamente condenados a un silencio abisal, a una reflexión desesperada. Su mirada ciega, el diminuto disco de oro inexpresivo y sin embargo terriblemente lúcido, me penetraba como un mensaje: «Sálvanos, sálvanos». Me sorprendía musitando palabras de consuelo, transmitiendo pueriles esperanzas. Ellos seguían mirándome inmóviles; de pronto las ramillas rosadas de las branquias se enderezaban. En ese instante yo sentía como un dolor sordo; tal vez me veían, captaban mi esfuerzo por penetrar en lo impenetrable de sus vidas. No eran seres humanos, pero en ningún animal había encontrado una relación tan profunda conmigo. Los axolotl eran como testigos de algo, y a veces como horribles jueces. Me sentía innoble frente a ellos, había una pureza tan espantosa en esos ojos transparentes. Eran larvas, pero larva quiere decir máscara y también fantasma. Detrás de esas caras aztecas inexpresivas y sin embargo de una crueldad implacable, ¿qué imagen esperaba su hora?</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Les temía. Creo que de no haber sentido la proximidad de otros visitantes y del guardián, no me hubiese atrevido a quedarme solo con ellos. «Usted se los come con los ojos», me decía riendo el guardián, que debía suponerme un poco desequilibrado. No se daba cuenta de que eran ellos los que me devoraban lentamente por los ojos en un canibalismo de oro. Lejos del acuario no hacía más que pensar en ellos, era como si me influyeran a distancia. Llegué a ir todos los días, y de noche los imaginaba inmóviles en la oscuridad, adelantando lentamente una mano que de pronto encontraba la de otro. Acaso sus ojos veían en plena noche, y el día continuaba para ellos indefinidamente. Los ojos de los axolotl no tienen párpados.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Ahora sé que no hubo nada de extraño, que eso tenía que ocurrir. Cada mañana al inclinarme sobre el acuario el reconocimiento era mayor. Sufrían, cada fibra de mi cuerpo alcanzaba ese sufrimiento amordazado, esa tortura rígida en el fondo del agua. Espiaban algo, un remoto señorío aniquilado, un tiempo de libertad en que el mundo había sido de los axolotl. No era posible que una expresión tan terrible que alcanzaba a vencer la inexpresividad forzada de sus rostros de piedra, no portara un mensaje de dolor, la prueba de esa condena eterna, de ese infierno líquido que padecían. Inútilmente quería probarme que mi propia sensibilidad proyectaba en los axolotl una conciencia inexistente. Ellos y yo sabíamos. Por eso no hubo nada de extraño en lo que ocurrió. Mi cara estaba pegada al vidrio del acuario, mis ojos trataban una vez más de penetrar el misterio de esos ojos de oro sin iris y sin pupila. Veía de muy cerca la cara de una axolotl inmóvil junto al vidrio. Sin transición, sin sorpresa, vi mi cara contra el vidrio, en vez del axolotl vi mi cara contra el vidrio, la vi fuera del acuario, la vi del otro lado del vidrio. Entonces mi cara se apartó y yo comprendí.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Solo una cosa era extraña: seguir pensando como antes, saber. Darme cuenta de eso fue en el primer momento como el horror del enterrado vivo que despierta a su destino. Afuera mi cara volvía a acercarse al vidrio, veía mi boca de labios apretados por el esfuerzo de comprender a los axolotl. Yo era un axolotl y sabía ahora instantáneamente que ninguna comprensión era posible. Él estaba fuera del acuario, su pensamiento era un pensamiento fuera del acuario. Conociéndolo, siendo él mismo, yo era un axolotl y estaba en mi mundo. El horror venía -lo supe en el mismo momento- de creerme prisionero en un cuerpo de axolotl, transmigrado a él con mi pensamiento de hombre, enterrado vivo en un axolotl, condenado a moverme lúcidamente entre criaturas insensibles. Pero aquello cesó cuando una pata vino a rozarme la cara, cuando moviéndome apenas a un lado vi a un axolotl junto a mí que me miraba, y supe que también él sabía, sin comunicación posible pero tan claramente. O yo estaba también en él, o todos nosotros pensábamos como un hombre, incapaces de expresión, limitados al resplandor dorado de nuestros ojos que miraban la cara del hombre pegada al acuario.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Él volvió muchas veces, pero viene menos ahora. Pasa semanas sin asomarse. Ayer lo vi, me miró largo rato y se fue bruscamente. Me pareció que no se interesaba tanto por nosotros, que obedecía a una costumbre. Como lo único que hago es pensar, pude pensar mucho en él. Se me ocurre que al principio continuamos comunicados, que él se sentía más que nunca unido al misterio que lo obsesionaba. Pero los puentes están cortados entre él y yo porque lo que era su obsesión es ahora un axolotl, ajeno a su vida de hombre. Creo que al principio yo era capaz de volver en cierto modo a él -ah, solo en cierto modo-, y mantener alerta su deseo de conocernos mejor. Ahora soy definitivamente un axolotl, y si pienso como un hombre es solo porque todo axolotl piensa como un hombre dentro de su imagen de piedra rosa. Me parece que de todo esto alcancé a comunicarle algo en los primeros días, cuando yo era todavía él. Y en esta soledad final, a la que él ya no vuelve, me consuela pensar que acaso va a escribir sobre nosotros, creyendo imaginar un cuento va a escribir todo esto sobre los axolotl.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: center;"><a href="https://www.elhistoriador.com.ar/julio-cortazar/">Julio Cortázar</a></div><div style="text-align: center;">(Argentina, 1914/1984)</div><div style="text-align: center;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhhNPbIxytVgH7zMPsILwJ1ly2_zojwLZke1-GitAbqAWyF-g6PbxmVQb8wzaQIxFPAgLF7f9L-3wYN0mkPkRgOuTlVDfmCxb3Ag04mH0MuRxEkCO_-vqhcYP_ovQPvBVw37_V0kB_Ks0rgTbcAjdwtXaESKKe7Coh8EZm_5RM_8WLvBRHQB_9za2fBokw/s640/cort%C3%A1zar.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="480" data-original-width="640" height="300" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhhNPbIxytVgH7zMPsILwJ1ly2_zojwLZke1-GitAbqAWyF-g6PbxmVQb8wzaQIxFPAgLF7f9L-3wYN0mkPkRgOuTlVDfmCxb3Ag04mH0MuRxEkCO_-vqhcYP_ovQPvBVw37_V0kB_Ks0rgTbcAjdwtXaESKKe7Coh8EZm_5RM_8WLvBRHQB_9za2fBokw/w400-h300/cort%C3%A1zar.jpg" width="400" /></a></div><br /><div style="text-align: center;"><br /></div>LEER PORQUE SÍhttp://www.blogger.com/profile/16099185274996211672noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2624728357417196484.post-74807724597553945602023-12-13T17:48:00.001-03:002023-12-13T17:48:22.027-03:00HERNÁNDEZ, Juan José: Anita<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjWoN1cyAgqPL2mrOvYWzl3K9uDWb_b3J6HGdt6Ue4tkJSAuO19AZdZlm8JIdyaqpyh17uMO7NF2zgY5ufznsUCBzacXn2LpPnMNr7alAzC7K90G13eMvh-1MMt-_aSnUccfVGmVfIqpqdFliYRu7YVkkJT4UsYnYlBB7p1ruRNJ29gOnNednD0DH6HA-k/s1024/Anita.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1024" data-original-width="999" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjWoN1cyAgqPL2mrOvYWzl3K9uDWb_b3J6HGdt6Ue4tkJSAuO19AZdZlm8JIdyaqpyh17uMO7NF2zgY5ufznsUCBzacXn2LpPnMNr7alAzC7K90G13eMvh-1MMt-_aSnUccfVGmVfIqpqdFliYRu7YVkkJT4UsYnYlBB7p1ruRNJ29gOnNednD0DH6HA-k/w624-h640/Anita.jpg" width="624" /></a></div><br /><div style="text-align: right;"><i>A Silvina Ocampo</i></div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;"><br /></div> <div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Casi todos los días, antes de almorzar, paseamos con Marcelo por la Plaza del Bajo. De allí salen los ómnibus que van a la campaña. Los pasajeros, que han llegado a la ciudad con el primer ómnibus, recorren desde muy temprano los negocios próximos a la plaza, donde hábiles y ojerosos comerciantes (el metro de hule enroscado al cuello, el lápiz o la tiza de color en la oreja) les ofrecen sus variadas mercaderías.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Apoyados en la puerta de sus tiendas (un cartel, en lo alto, anuncia la sorprendente liquidación) los vendedores declaman una lista de fugaces artículos rebajados de precio. Imposible evitar su exaltación sincera, sus gestos, su bigote. Los clientes son arrastrados entre mimos y halagos al interior del negocio. Por último se detienen frente a la desdeñosa patrona que juega con sus pulseras de oro, detrás de la caja registradora, y acaban por entregarle los manoseados billetes.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Pero también la Plaza del Bajo es el lugar preferido por los vendedores ambulantes que aparecen con sus monos sabios, sus víboras amaestradas, sus loros adivinos. Vociferan entre una multitud de hombres y mujeres que aguardan atónitos la demostración del prodigio; de pronto, sin darse cuenta, han comprado la birome dorada o la pipa sacacorchos, y antes de que la víbora baile, el loro vaticine, o el mono toque la guitarra.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">En uno de nuestros paseos por la plaza descubrimos al hombre del turbante. Era moreno y delicado, con ojos de expresión melancólica. Sus dedos sostenían unas bolsitas de papel azul. Apenas se oía su voz aguda y entrecortada, como de rata. Tuvimos que acercarnos para saber qué decía. Pensé que era un vendedor poco diestro: necesitaba algo más llamativo que un simple turbante para anunciar su mercadería.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Con excepción de Marcelo, yo, y dos o tres chicos lustrabotas que estaban sentados en el suelo comiendo laponias, nadie hacía caso del hombre del turbante ni de las bolsitas azules que mostraba. Con los débiles sonidos que salían de su boca pudimos componer las siguientes frases: "Hierbas de Oriente. Curan toda clase de enfermedades. Se toman con la comida. Por un peso, un solo peso moneda nacional." Repitió varias veces las frases, equivocándose en el orden. Parecía no tener mucho interés en la venta porque en seguida se fatigó y comenzó a guardar las bolsitas en una valija adornada con signos cabalísticos. Nos dio tanta pena el hombre de turbante con su aire de palúdico y su mirada entre afiebrada y piadosa, que Marcelo y yo decidimos juntar las monedas que teníamos y comprarle dos bolsitas azules. De paso, le aconsejaríamos algo más eficaz para anunciar su mercadería: por ejemplo, atravesarse la lengua con una aguja, hipnotizar a un gallo, tragarse un hisopo encendido en nafta. El hombre sonrió al escuchar nuestras sugerencias. Antes, en los buenos tiempos, nos dijo, vendía cientos de bolsitas, pero el negocio era un fracaso desde que el Inspector le había prohibido trabajar con ella. Preguntamos quién era ella. ¿Queríamos conocerla? Estaba ahí, en la valija, agregó, y se llamaba Anita. Nos miramos con recelo pensando que el pobre estaba loco. El hombre abrió la valija, sacó una caja de alambre tejido, del que se utiliza en las fiambrerías, y dijo:</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Salga, Anita. Aquí hay dos jóvenes que quieren conocerla.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Entonces, del interior de la caja, saltó la araña pollito. Retrocedimos deslumbrados. La araña, grande como una mano, tenía el color de la miel de caña.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Salude a los jóvenes. Anita. No sea mal educada.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">La araña, posada en el hombro del vendedor de hierbas orientales, levantó dócilmente una patita peluda; luego, por voluntad propia, trepó al turbante donde se escondió. Intentamos sonreír. Marcelo, con su manía de coleccionar animales (tiene mariposas y un ciempiés disecado sobre su escritorio), le preguntó cuánto quería por Anita. Se la compraba en el acto. (Yo adivinaba su pensamiento: la quería para ahogarla en un frasco de formol.) El hombre le contestó que no se desprendería de ella por todo el oro del mundo.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Usted puede conseguir otra —dijo Marcelo.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—No como Anita.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Le doy quince pesos.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—No.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Treinta.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">(Pensé: ¡Qué farsante! ¿De dónde los va a sacar?)</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—No.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Cincuenta —insistió Marcelo con descaro.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">El hombre del turbante vaciló; luego pidió que le enseñara el dinero. Marcelo no lo tenía, por supuesto.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Si espera media hora se los traeré.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—No —dijo el hombre, y guardó la araña.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Marcelo quedó decepcionado. íbamos a cruzar la plaza para tomar el tranvía, cuando el hombre nos llamó:</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Está bien —dijo—, se la dejo por ese anillo.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Y señaló mi mano derecha. Le di mi anillo, un anillo de oro con iniciales, regalo de mi abuela.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Pero se la vendo sin el estuche —aclaró.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Aceptamos y fuimos hasta un almacén donde nos dieron una caja de galletas vacía. Allí metimos a la araña. Marcelo estaba radiante de felicidad. Yo le previne que de ninguna manera aceptaría que Anita formara parte de su colección, que la quería viva.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Pero Anita será de los dos, ¿no?</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Sí, de los dos.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Antes de marcharse, el hombre del turbante nos dijo que la araña era muy cariñosa e inofensiva, que se le partía el alma de tristeza al abandonarla, que no olvidáramos darle su ración de moscas, ni su platito de agua limpia.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Cuando volvimos a casa, mi abuela, por suerte, había salido. Entramos a mi cuarto. Marcelo, que también es artista, dibujó sobre la caja de galletas (antes hicimos unos agujeros en el cartón para que Anita no se asfixiara) una calavera. No porque la araña significara un peligro como el polvo de estricnina, tan parecido al talco, pero que tiene la virtud de inmovilizar a los gatos en lo alto de las cornisas de donde se desploman al patio, y es divertido mirar sus ojos vidriosos, dilatados por el veneno. Anita era inofensiva. Así nos aseguró el hombre del turbante que conocimos en la Plaza del Bajo, hace un mes. La calavera de la tapa, pintada con tinta china, la dibujó Marcelo con un propósito meramente decorativo.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Al poco tiempo descubrimos que el hombre del turbante era un impostor. La cariñosa Anita resultó una araña malhumorada que se negaba a saludar y. permanecía encogida en el fondo de la caja. La verdad es que habríamos muerto de susto si se le hubiera ocurrido repetir el salto espectacular del primer día. Cuando golpeábamos un lado de la caja, Anita despertaba. Tomados de la mano (la de Marcelo, helada) sentíamos el vértigo de observar su cuerpo peludo, sus ojitos brillantes, sus patas complicadas. A veces, para sorprendernos, Anita movía rítmicamente las ocho patas. Por nosotros corría un ligero estremecimiento, nos abrazábamos nerviosos, dábamos saltos alrededor de la caja.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">A Marcelo, una siesta, mientras estábamos encerrados en mi cuarto fumando los cigarrillos de mi abuela, se le ocurrió aquella atrevida idea. Tiramos a cara o cruz. Perdió él. Al principio estuvo dispuesto (además, le correspondía: él había inventado el juego) pero luego desistió. Le dije que era un miedoso. Para humillarlo me acosté en la cama y le pedí que me volcara la caja destapada. Marcelo dijo que así no era gracia, que antes me quitara la camisa. Me quité la camisa y esperé. Anita, como una mano de felpa, cayó sobre mi pecho. Se me paró el corazón. Marcelo salió corriendo del cuarto. Yo me apresuré a guardar la araña pollito que había subido por el respaldar de la cama y estaba inmóvil junto a la llave de la luz.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Sé que fui injusto con Marcelo después de aquel incidente. Para mortificarlo paseaba por la vereda con el ruso Natalio, que le había ganado la última carrera de ciclismo. Un día me llamó por teléfono. Simulé la voz de mi abuela y le dije que estaba en el techo, arreglando la antena de la radio. Debió de advertir el engaño porque no volvió a llamar. Marcelo andaba triste y aburrido. Yo lo miraba desde la terraza de mi casa, oculto entre los jarrones de mampostería, dar vueltas y más vueltas alrededor de la manzana, en su Raleigh amarilla, esperando el momento en que me asomara a la puerta de calle para comprar un helado, y entonces dirigirme la palabra como si nada hubiera sucedido. Utilizaría el pretexto de siempre: "¿Me prestarías una llave para ajustar una tuerca, o el inflador para la rueda de atrás que está en llanta?".</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">No es que me pareciera una cobardía imperdonable el susto que se llevó aquella siesta, sino que, por culpa de Anita, o mejor dicho del anillo que me costó, mi abuela me había suprimido el dinero de los domingos. Mentí que había perdido el anillo en la escuela.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Un día vas a perder la cabeza —dijo—. No hay cine hasta fin de mes.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">El verdadero motivo de mi enojo era que a Marcelo enterado del rigor de mi abuela; no se le hubiera ocurrido compartir mi desgracia y continuara yendo al cine —mientras yo quedaba encerrado en mi cuarto, muerto de envidia, en compañía de la taciturna Anita.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Pero una mañana, cuando le estaba dando de comer a la araña, escuché música, tambores y una Voz que anunciaba por un altoparlante el debut del Circo Primavera. Salí del cuarto y me precipité a mirar el desfile. Me pareció decepcionante. El elefante tenía las orejas desflecadas, a la jirafa le faltaba un ojo, los leones, marchitos, bostezaban en sus jaulas. Me sacó de aquel estado de depresión el alarido de mi abuela. En el acto comprendí lo sucedido: había dejado abierta la puerta de mi dormitorio y ella, con esa maldita costumbre que tiene de entrar, apenas me descuido, a revisarme los papeles o a hurgar en los bolsillos de mis pantalones ("entré a ventilar el cuarto", dice), había descubierto a Anita sobre la almohada. Llegué a tiempo para evitar el desastre. Mi abuela, armada de una escoba y una pava de agua hirviendo, corría a la araña que ahora trepaba ágilmente por la pared. Le dije que era una araña inofensiva, que Marcelo y yo la habíamos comprado por indicación de la maestra con el propósito de estudiarla y dibujar una lámina en colores para la clase de zoología. No hubo forma de tranquilizarla.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—La araña se va ahora mismo de esta casa, o me voy yo —dijo.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Ese día reanudé mi amistad con Marcelo. Él tiene un altillo donde nadie sube: era el lugar más seguro para Anita.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Anoche fui a casa de Marcelo para visitar a Anita. Había pasado una semana sin verla y la extrañaba. Marcelo, sentado en un sillón de mimbre de la galería, hojeaba unas revistas. Subimos al altillo. El foco de luz, que Marcelo pintó de rojo con el esmalte para las uñas de su tía, parpadeaba de vez en cuando.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Es la instalación que está vieja —dijo.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Y se acostó en la cama. Saqué la caja de galletas donde estaba Anita, encima del ropero, me quité la camisa y me acosté a su lado. Marcelo dijo que tenía vergüenza de lo que sucedió aquella siesta.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—No es nada, yo también tuve miedo.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Repitamos el juego.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">— ¿Para qué?</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Sí, tiremos una moneda.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Volvió a perder. Me di cuenta de que estaba pálido.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—No importa —le dije—. Jugaremos otro día.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—No, ahora mismo.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—No vas a resistir.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Sí, vamos.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Te permito cerrar los ojos.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Bueno, dale.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Destapé la caja de galletas y arrojé la araña sobre su pecho. Marcelo apretó los labios, se quedó inmóvil. Anita se deslizaba suavemente hacia su ombligo. Miré a Marcelo: no abría los ojos y un hilo de saliva brillante comenzaba a bajarle de la boca.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Marcelo —le dije—, abrí los ojos y dejate de bromas. Mirá lo que hago con Anita.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Alcé la araña y me la puse en la cabeza.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Mirá, Marcelo, no es nada, es inofensiva. Vamos, abrí los ojos.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Tomé un vaso con agua que había sobre la mesa y se lo derramé en la cara; después le di algunas palmadas en las mejillas. Al fin abrió los ojos.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">— ¿Y Anita? —preguntó.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Yo tenía flojas las piernas, me temblaban las manos.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Basta de Anita —le dije.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Entonces vi a la araña que trepaba por los cables de la luz en dirección al foco. Hubo una pequeña explosión, unas chispas azules, y el cuarto quedó a oscuras. Encendimos un fósforo. Marcelo se echó a reír como un loco: no había manera de hacerlo callar. Súbitamente me abrazó, llorando. Anita estaba muerta al lado de la cama.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: center;"><a href="https://www.lanacion.com.ar/cultura/fallecio-el-escritor-juan-jose-hernandez-nid893744/">Juan José Hernández</a></div><div style="text-align: center;">(Argentina, 1931/2007)</div><div style="text-align: center;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://es.wikipedia.org/wiki/Juan_Jos%C3%A9_Hern%C3%A1ndez_(escritor)" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="358" data-original-width="250" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEidmM4pER4jZUFWlpYHcLWJxWwkgvnBJUs3a3ECZrsXgNYttdhCWrMx1oVqtVTUjXVfKuyeAsdh25qofwdkcXIEkgF0cQkneNVxB_Fr3ttdXiB_wY3idOmaHi7LkJsGvJ_ulOart2-0PsH5O9Dtl1WNYLz4-Re7WuGHNoh9Vcp_CwQDpbr3qxw3as4PCdY/w279-h400/JuanjoseH.jpg" width="279" /></a></div><br /><div style="text-align: center;"><br /></div>LEER PORQUE SÍhttp://www.blogger.com/profile/16099185274996211672noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2624728357417196484.post-34387342972804976072023-12-05T18:37:00.000-03:002023-12-05T18:37:05.674-03:00La leyenda de la Pachamama<p> </p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgyY69v9DF421YufCiSUm6hsCU5-QI0vBaDJc3p5VQEbSJC15Z080_y765OxXBY97oXMx1Z0YkL4S-VWwGRQlcx4hYZAbPxnDpjLtzjVjPcIkFvQQi_ovLpJub99yj2lCYu0tgsyCAKq3TOv4KCjQ-OfSZUwzUsq1Gja2h98lJCmixYL5dM3pBPc6j81V8/s275/pachamama.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="183" data-original-width="275" height="426" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgyY69v9DF421YufCiSUm6hsCU5-QI0vBaDJc3p5VQEbSJC15Z080_y765OxXBY97oXMx1Z0YkL4S-VWwGRQlcx4hYZAbPxnDpjLtzjVjPcIkFvQQi_ovLpJub99yj2lCYu0tgsyCAKq3TOv4KCjQ-OfSZUwzUsq1Gja2h98lJCmixYL5dM3pBPc6j81V8/w640-h426/pachamama.jpg" width="640" /></a></div><br /><p></p>
<span style="font-size: large;"><div style="text-align: center;"><b>La leyenda quechua de los dioses Pachamama y Pachacamac</b></div><br /><div style="text-align: justify;">Cuenta una leyenda de los dioses incas que hace millones de años, desde el cielo dos hermanos, Pachacamac (el dios Creador del Mundo) y Wakon (el dios del Fuego y del Mal), posaron su atención en una atractiva y encantadora joven: la diosa Pachamama (Madre Tierra).</div><div style="text-align: justify;">Atraído por su gran belleza, Pachacamac no dudó en conquistar el corazón de aquella diosa. Pachacamac, dios del Cielo, se unió a Pachamama y de esta unión nacieron los gemelos llamados Wilka, varón y hembra.</div><div style="text-align: justify;">Pero su hermano Wakon, que también se había enamorado de aquella joven, se llenó de ira contra la pareja de esposos y empezó a desencadenar desastres en la tierra como ser sequías, inundaciones y muerte, por lo que fue expulsado del cielo.</div><div style="text-align: justify;">Pachacamac conmovido por la devastación provocada por su hermano, bajó del cielo y se enfrentó con él en una brutal pelea que luego permitió restablecer el orden del planeta.</div><div style="text-align: justify;">Pachamama y Pachacamac reinaron en la tierra como seres mortales pero aquella felicidad les duró poco, pues Pachacamac cayó por un arrecife y se ahogó en la mar convirtiéndose en una isla.</div><div style="text-align: justify;">Entonces la oscuridad cubrió al mundo entero. Al quedarse viuda la diosa Madre Tierra, sola y triste con sus hijos mientras reinaba la oscuridad y en la soledad de la noche, emprendió una travesía por la tierra para buscar refugio y mitigar el dolor que sientía.</div><div style="text-align: justify;">Llegaron a una cueva conocida con el nombre de Waconpahuin, habitada por un hombre que los invitó a pasar (se trataba de una trampa del malvado Wakon, quien tomó una forma diferente).</div><div style="text-align: justify;">En el fuego hervían unas papas en una olla de piedra y, dirigiéndose a los niños, Wakon les pidió que fuesen a una fuente a traer agua, pero el cántaro que les dio estaba rajado para que los gemelos tardasen en regresar.</div><div style="text-align: justify;">Durante la ausencia de los niños, Wakon intentó seducir a Pachamama y, al no lograrlo, lleno de rabia la ataca, la mata ferozmente y es devorada, vengándose así del desaire de la diosa.</div><div style="text-align: justify;">El espíritu de Pachamama se alejó hacia las alturas para convertirse en la Cordillera Central de los Andes.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Al regresar los gemelos a la cueva y preguntaron por su madre; Wakon les dijo que ella no tardaría en volver y que le había encargado que los cuidara hasta su regreso.</div><div style="text-align: justify;">Pero fueron pasando los días sin que Pachamama apareciera.</div><div style="text-align: justify;">Huaychau, ave que anuncia la salida del sol, se compadeció de los niños y les contó la suerte de su madre y el peligro que corrían al continuar con el maligno Wakon. Les aconsejó que cuando Wakon se durmiera, aprovechando su profundo sueño, lo ataran de los cabellos a una gran piedra y escaparan rápidamente, hecho que los gemelos cumplieron al pie de la letra.</div><div style="text-align: justify;">En su huida, los hermanos encontraron a Añas, la zorra, quien les preguntó por qué corrían y al enterarse de sus andanzas los escondió en su madriguera.</div><div style="text-align: justify;">Mientras tanto despertó Wakon, quien después de desatarse de la guanca o piedra, partió enardecido en busca de los niños. Por el camino se topó con un puma, un cóndor y una serpiente o amaru, pero no supieron decirle dónde se hallaban los niños.</div><div style="text-align: justify;">Después se cruzó con Añas, la zorra, que astutamente le aconsejó a Wakon subir al más empinado cerro y que desde allí cantara imitando la voz de la madre para que los pequeños fuesen hacia esa altura.</div><div style="text-align: justify;">Apresurado, el dios se marchó sin darse cuenta de que Añas le había tendido una trampa, y al pisar la piedra que le había indicado, Wakon cayó al abismo. Su muerte causó un violento terremoto.</div><div style="text-align: justify;">Los gemelos permanecieron con Añas, ocultos en la madriguera de la zorra.</div><div style="text-align: justify;">Cuando el espíritu de Pachacamac vio desde el cielo su sufrimiento, decidió llevarlos de regreso junto a él. Al despertar, ellos vieron bajar del cielo una larga soga. Sorprendidos, consultaron entre ellos y decidieron trepar por la cuerda y ver a dónde los conducía. Subieron y subieron y llegaron al cielo donde hallaron a Pachacamac que se había apiadado por sus desventuras.</div><div style="text-align: justify;">Reunidos con su padre, él les entrega su reino y los convierte en el Sol y la Luna, dando paso al día y la noche para que nunca más regresaran las tinieblas a la tierra.</div><div style="text-align: justify;">En cuanto a Pachamama, agradecida por la ayuda de todos los animales, se convierte en protectora de la naturaleza y de todos los seres vivos, diosa de la fertilidad, de la productividad, del aumento del ganado y defensora de toda la vida.</div></span>LEER PORQUE SÍhttp://www.blogger.com/profile/16099185274996211672noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2624728357417196484.post-5268604482994414632023-11-17T18:30:00.001-03:002023-11-17T18:30:46.451-03:00ENRÍQUEZ, Mariana: El desentierro de la angelita<p></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhiVmgUpDqRmawmBIVPqpdgGxfYy6PerfPS1vR1wtyTJ4TjcmrVmH1g-qjCor-D0xbWDPIbJ48iJ7UU_w3UnbBLrZHk6Qi3UlwtcFyYZeWynlbiiLbarX4GRVh7WhdWAEExmC0F04xJk-uyOE0srSKAzgI1PO3XxJQi6XGz8n6X4dWwGtqMK_EfMPNUX28/s900/angelita.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="900" data-original-width="720" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhiVmgUpDqRmawmBIVPqpdgGxfYy6PerfPS1vR1wtyTJ4TjcmrVmH1g-qjCor-D0xbWDPIbJ48iJ7UU_w3UnbBLrZHk6Qi3UlwtcFyYZeWynlbiiLbarX4GRVh7WhdWAEExmC0F04xJk-uyOE0srSKAzgI1PO3XxJQi6XGz8n6X4dWwGtqMK_EfMPNUX28/w512-h640/angelita.jpg" width="512" /></a></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div><span style="font-size: large;"><div style="text-align: justify;">A mi abuela no le gustaba la lluvia y antes de que cayeran las primeras gotas, cuando el cielo se oscurecía, salía al patio del fondo con botellas y las enterraba hasta la mitad, todo el pico bajo tierra. Yo la seguía y le preguntaba abuela por qué no te gusta la lluvia por qué no te gusta. Pero ella, nada, evasiva, con la palita en la mano, frunciendo la nariz para oler la humedad en el aire. Si finalmente llovía, fuera garúa o tormenta, cerraba puertas y ventanas y subía el volumen del televisor hasta tapar el ruido de las gotas y el viento –el techo de su casa era de chapa–, y si el aguacero coincidía con su serie favorita, Combate, no había quien pudiera sacarle una palabra porque estaba perdidamente enamorada de Vic Morrow.</div> <div style="text-align: justify;">Yo adoraba la lluvia porque ablandaba la tierra seca y permitía que se desatara mi manía excavatoria. ¡Qué de pozos! Usaba la misma pala que la abuela, una muy chica, del tamaño que usaría un niño para jugar en la playa, pero de metal y madera, no de plástico. La tierra del fondo albergaba pedacitos de botellas de vidrio color verde, con los bordes tan lisos que ya no cortaban; piedras suaves que parecían cantos rodados o pequeñas rocas de playa, ¿por qué estarían en el fondo de mi casa? Alguien debía haberlas sepultado. Una vez encontré una piedra ovalada, del tamaño y color de una cucaracha pero sin patas ni antenas. De un lado era lisa, del otro unas muescas formaban los claros rasgos de una cara sonriente. Se la mostré a mi papá, enloquecida porque creía encontrarme ante una reliquia, y me dijo que las marcas formaban un rostro de casualidad. Mi papá nunca se entusiasmaba. También encontré dados negros, con los puntos blancos ya casi invisibles. Encontré restos de vidrios esmerilados verde manzana y turquesa. Mi abuela se acordó de que habían sido parte de una puerta vieja. También jugaba con lombrices y las cortaba en pedacitos bien chiquitos. No me divertía ver el cuerpo dividido retorciéndose un poco para al final seguir adelante. Me parecía que si picaba bien a la lombriz, como a una cebolla, sin dejar contacto alguno entre los anillos, no iba a poder reconstruirse. Nunca me gustaron los bichos.</div><div style="text-align: justify;">Encontré los huesos después de una tormenta que convirtió al cuadrado de tierra del fondo en una piscina de barro. Los guardé en el balde que usaba para llevar los tesoros hasta la pileta del patio, donde los lavaba. Se los mostré a papá. Dijo que eran huesos de pollo, o a lo mejor de bifes de lomo, o de alguna mascota muerta que debían haber enterrado hacía mucho. Perros o gatos. Insistía con lo de los pollos porque antes, en el fondo, cuando él era chico, mi abuela tenía un gallinero.</div><div style="text-align: justify;">Parecía una explicación posible hasta que mi abuela se enteró de los huesitos y empezó a arrancarse los pelos y a gritar «la angelita la angelita». Pero el escándalo no duró mucho bajo la mirada de papá: él admitía las «supersticiones» (así las llamaba) de la abuela siempre y cuando no se desbordara. Ella le conocía el gesto de desaprobación y se tranquilizó a la fuerza. Me pidió los huesitos y se los di. Después me pidió que me fuera a la habitación a dormir. Yo me enojé un poco porque no entendía la causa de la penitencia.</div><div style="text-align: justify;">Pero más tarde, esa misma noche, me llamó y me contó todo. Era la hermana número diez u once, mi abuela no estaba demasiado segura, en aquel entonces no se les prestaba tanta atención a los chicos. Se había muerto a los pocos meses de nacida, entre fiebres y diarrea. Como era angelita, la sentaron sobre una mesa adornada con flores, envuelta en un trapo rosa, apoyada en un almohadón. Le hicieron alitas de cartón para que subiera al cielo más rápido, y no le llenaron la boca de pétalos de flores rojas porque a la mamá, mi bisabuela, le impresionaba, le parecía sangre. Hubo baile y canto toda la noche, y hasta hubo que echar a un tío borracho y reanimar a mi bisabuela, que se desmayó por el llanto y el calor. Una rezadora india cantó trisagios, y lo único que les cobró fue unas empanadas.</div><div style="text-align: justify;">–¿Eso fue acá, abuela?</div><div style="text-align: justify;">–No, en Salavino, en Santiago. ¡Hacía un calor!</div><div style="text-align: justify;">–Entonces no son los huesos de la nena, si se murió allá.</div><div style="text-align: justify;">–Sí que son. Yo me los traje cuando vinimos para acá. No la quise dejar porque lloraba todas las noches, pobrecita. Si lloraba con nosotros cerquita, en la casa, ¡lo que iba a llorar sola, abandonada! Así que me la traje. Ya era huesitos nomás, la puse en una bolsa y la enterré acá en los fondos. Ni tu abuelo sabía. Ni tu bisabuela, nadie. Es que nomás yo la escuchaba llorar. Tu bisabuelo también, pero se hacía el tonto.</div><div style="text-align: justify;">–¿Y acá llora la nena?</div><div style="text-align: justify;">–Cuando llueve, nomás.</div><div style="text-align: justify;">Después le pregunté a mi papá si la historia de la nena angelita era cierta, y él dijo que la abuela ya estaba muy grande y desvariaba. Muy convencido no parecía, o a lo mejor le resultaba incómoda la conversación. Después la abuela se murió, la casa se vendió, yo me fui a vivir sola sin marido ni hijos; mi papá se quedó con un departamento de Balvanera, y me olvidé de la angelita.</div><div style="text-align: justify;">Hasta que apareció al lado de la cama, en mi departamento, diez años después, llorando, una noche de tormenta.</div><div style="text-align: justify;">La angelita no parece un fantasma. Ni flota ni está pálida ni lleva vestido blanco. Está a medio pudrir y no habla. La primera vez que apareció creí que soñaba y traté de despertarme de la pesadilla; cuando no pude y empecé a entender que era real grité y lloré y me tapé con las sábanas, los ojos cerrados fuerte y las manos tapando los oídos para no escucharla –porque en ese momento no sabía que era muda–. Pero cuando salí de ahí abajo, unas cuantas horas después, la angelita seguía ahí con los restos de una manta vieja puesta sobre los hombros como un poncho. Señalaba con el dedo hacia afuera, hacia la ventana y la calle, y así me di cuenta de que era de día. Es raro ver un muerto de día. Le pregunté qué quería, pero como respuesta siguió señalando como en una película de terror.</div><div style="text-align: justify;">Me levanté y salí corriendo hacia la cocina, a buscar los guantes que usaba para lavar los platos. La angelita me siguió. Apenas una primera muestra de su personalidad demandante. No me amedrentó. Con los guantes puestos la agarré del cogotito y apreté. No es muy coherente intentar ahorcar a un muerto, pero no se puede estar desesperado y ser razonable al mismo tiempo. No le provoqué ni una tos, nada más yo quedé con restos de carne en descomposición entre los dedos enguantados y a ella le quedó la tráquea a la vista.</div><div style="text-align: justify;">Hasta ese momento no sabía que se trataba de Angelita, la hermana de mi abuela. Seguía cerrando los ojos bien fuerte a ver si ella desaparecía o yo me despertaba. Como no funcionaba le caminé alrededor y vi, en la espalda, colgando de los restos amarillentos de lo que ahora sé era la mortaja rosa, dos rudimentarias alitas de cartón con plumas de gallina pegoteadas. En tantos años tendrían que haber desaparecido, pensé y después me reí un poco histérica y me dije que tenía un bebé muerto en la cocina, que era mi tía abuela y que caminaba, aunque por el tamaño debía haber vivido apenas unos tres meses. Tenía que dejar definitivamente de pensar en términos de qué era posible y qué no.</div><div style="text-align: justify;">Le pregunté si era mi tía abuela Angelita –como no habían hecho tiempo de anotarla con un nombre legal, eran otros tiempos, la llamaron siempre por ese nombre genérico–; así descubrí que no hablaba pero contestaba moviendo la cabeza. Entonces mi abuela decía la verdad, pensé, no eran del gallinero, eran los huesitos de su hermana los que desenterré cuando era chica.</div><div style="text-align: justify;">Lo que quería Angelita era un misterio, porque más que mover la cabeza afirmativa o negativamente no hacía. Pero algo quería con suma urgencia, porque no sólo seguía señalando, sino que no me dejaba en paz. Me seguía por toda la casa. Me esperaba atrás de la cortina del baño cuando tomaba una ducha; se sentaba en el bidet cuando yo hacía pis o caca; se paraba al lado de la heladera cuando lavaba los platos y se sentaba al lado de la silla cuando yo trabajaba con la computadora.</div><div style="text-align: justify;">Seguí haciendo mi vida normal durante la primera semana. Creía que a lo mejor se trataba de un pico de estrés con alucinación, y que se iría. Me pedí unos días en el trabajo, tomé pastillas para dormir. La angelita seguía ahí, esperando al lado de la cama a que me despertara. Algunos amigos me visitaron. Al principio no quise atender los mensajes ni abrirles la puerta pero, para no preocuparlos más, accedí a verlos aduciendo agotamiento mental. Ellos comprendieron, estuviste trabajando como una negra, me decían. Ninguno vio a la angelita. La primera vez que me visitó mi amiga Marina metí a la angelita en el placard, pero para mi terror y disgusto, se escapó y se sentó en el brazo del sillón, con esa fea cara podrida verdegrís. Marina ni se dio cuenta.</div><div style="text-align: justify;">Poco después saqué a la angelita a la calle. Nada. Salvo ese señor que la miró de pasada y después se dio vuelta y la volvió a mirar y se le descompuso la cara, le debe haber bajado la presión; o la señora que directamente salió corriendo y casi la atropella el 45 en la calle Chacabuco. Alguna gente tenía que verla, eso me lo imaginaba, seguramente no mucha. Para evitarles el mal momento, cuando salíamos juntas –mejor dicho, cuando ella me seguía y a mí no me quedaba otra que dejarme acompañar– lo hacía con una especie de mochila para cargarla (es feo verla caminar, es tan chiquita, es antinatural). También le compré una venda tipo máscara para la cara, de las que se usan para tapar cicatrices de quemaduras. La gente ahora cuando la ve siente asco, pero también conmoción y pena. Ven a un bebé muy enfermo o muy lastimado, ya no a un bebé muerto.</div><div style="text-align: justify;">Si me viera mi papá, pensaba, él que siempre se quejó de que iba a morirse sin nietos (y se murió sin nietos, yo lo decepcioné en esa y muchas otras cosas). Le compré juguetes para que se entretuviera, muñecas y dados de plástico y chupetes para que mordiera, pero nada parecía gustarle demasiado, y seguía con el dichoso dedo apuntando para el Sur –de eso me di cuenta, era siempre para el Sur– mañana, tarde y noche. Yo le hablaba y le preguntaba, pero ella no se podía comunicar bien.</div><div style="text-align: justify;">Hasta que una mañana se apareció con una foto de mi casa de la infancia, la casa donde yo había encontrado sus huesitos en el patio del fondo. La sacó de la caja donde guardo las fotografías: un asco, dejó todas las otras manchadas de su piel podrida que se desprendía, húmedas y pringosas. Ahora señalaba la casa con el dedo, bien insistente. Querés ir ahí, le pregunté, y me dijo que sí. Le expliqué que la casa ya no era nuestra, que la habíamos vendido, y me dijo que sí otra vez.</div><div style="text-align: justify;">La cargué en la mochila con su máscara puesta y nos tomamos el 15 hasta Avellaneda. Ella no mira por la ventana en los viajes, tampoco mira a la gente ni se entretiene con nada, le da a lo exterior la misma importancia que a los juguetes. La llevé sentada a upa para que estuviera cómoda, aunque no sé si es posible que esté incómoda o si eso significa algo para ella; ni siquiera sé qué siente. Solamente sé que no es mala, y que le tuve miedo al principio, pero hace rato que no.</div><div style="text-align: justify;">Llegamos a la que fue mi casa a eso de las cuatro de la tarde. Como siempre en verano, había un olor pesado a Riachuelo y nafta sobre la avenida Mitre, mezclado con tufos de basura; en las esquinas, helados caídos de cucuruchos que dejaban el suelo pegoteado. Hay muchas heladerías sobre la avenida y mucha gente torpe. Cruzamos la plaza caminando, después pasamos por el Sanatorio Itoiz, donde se murió mi abuela, y finalmente rodeamos la cancha de Racing. Atrás estaba mi casa vieja, a dos cuadras de distancia del estadio. Pero ahora que estaba en la puerta, ¿qué hacer? ¿Pedirles a los dueños nuevos que me dejaran pasar? ¿Con qué pretexto? Ni lo había pensado. Claramente me estaba afectando la mente andar para todos lados con un bebé muerto.</div><div style="text-align: justify;">Angelita fue la que se encargó de la situación. No hacía falta entrar. Era posible asomarse al fondo por la medianera, eso era lo único que ella quería, ver el fondo. Espiamos las dos, ella en mis brazos –la medianera era más bien baja, debía estar mal hecha–. Ahí, donde solía estar el cuadrado de tierra, había una pileta de natación de plástico azul, empotrada en un hueco del suelo. Evidentemente habían levantado toda la tierra para hacer el hoyo, y con esa acción habían tirado los huesos de la angelita vaya a saber dónde, los habían revoleado, se habían perdido. Me dio lástima, pobrecita, y le dije que lo sentía mucho, que no podía solucionárselo; hasta le dije que lamentaba no haberlos desenterrado otra vez cuando la casa se vendió, para sepultarlos en algún lugar pacífico, o cerca de la familia si a ella le gustaba así. ¡Pero si tranquilamente podría haberlos puesto adentro de una caja o un florero, y llevarlos a casa! Estuve mal con ella y le pedí disculpas. Angelita dijo que sí. Entendí que las aceptaba. Le pregunté si ahora estaba tranquila y se iba a ir, si me iba a dejar sola. Me dijo que no. Bueno, contesté, y como la respuesta no me cayó muy bien, salí caminando rápido hasta la parada del 15 y la obligué a corretear atrás mío con sus pies descalzos que, de tan podridos, estaban dejando asomar los huesitos blancos.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div> <div style="text-align: center;"><a href="https://www.hablemosescritoras.com/writers/113">Mariana Enríquez</a></div><div style="text-align: center;">(Argentina, 1973)</div><div style="text-align: center;"><br /></div></span><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjnyocJJ3X8ydlm5xkzC-z3E6iOHFBX0e4OeKOnWw-7dpjhVwgDTbIiN7x5Yb5Xi1apWyYDLTFPQL1yF3BGA_N3YH5M68Zcglal5ub6NSfwxrPvoZ_bj6THXbDbODQThR-0kqQj5Z04jDIccUBNurFZC9wjaeICSY08Zu1m4fQZtN_SUGecFb8aJZs5WCk/s1256/enriquez.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="620" data-original-width="1256" height="198" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjnyocJJ3X8ydlm5xkzC-z3E6iOHFBX0e4OeKOnWw-7dpjhVwgDTbIiN7x5Yb5Xi1apWyYDLTFPQL1yF3BGA_N3YH5M68Zcglal5ub6NSfwxrPvoZ_bj6THXbDbODQThR-0kqQj5Z04jDIccUBNurFZC9wjaeICSY08Zu1m4fQZtN_SUGecFb8aJZs5WCk/w400-h198/enriquez.jpg" width="400" /></a></div><br /><p><br /> </p>LEER PORQUE SÍhttp://www.blogger.com/profile/16099185274996211672noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2624728357417196484.post-32887727641047719932023-10-06T17:24:00.006-03:002023-10-06T17:26:28.956-03:00QUIROGA, Horacio: La gallina degollada<p></p><div style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgto1_pby-vxKUGoascLkgLR4xrmNWh6ItMl4Aul7C72IXG7loNv2VYWyptbWa7nF4BtpQ0JyNAFdTa7P9IBg1euF2Ujf1rIShwfhNl99eGpsXXFnDNvzHbIczyRF1dy0rNb5CTIwJ2HrFsYHrqQgHEaW9tyl81rEUCrPgmTUKPwT8EkbXPDzd0nt13N8o/s638/gallina.jpeg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em; text-align: center;"><img border="0" data-original-height="638" data-original-width="481" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgto1_pby-vxKUGoascLkgLR4xrmNWh6ItMl4Aul7C72IXG7loNv2VYWyptbWa7nF4BtpQ0JyNAFdTa7P9IBg1euF2Ujf1rIShwfhNl99eGpsXXFnDNvzHbIczyRF1dy0rNb5CTIwJ2HrFsYHrqQgHEaW9tyl81rEUCrPgmTUKPwT8EkbXPDzd0nt13N8o/w482-h640/gallina.jpeg" width="482" /></a></div><br /><p></p><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Todo el día, sentados en el patio en un banco, estaban los cuatro hijos idiotas del matrimonio Mazzini-Ferraz. Tenían la lengua entre los labios, los ojos estúpidos y volvían la cabeza con la boca abierta.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">El patio era de tierra, cerrado al oeste por un cerco de ladrillos. El banco quedaba paralelo a él, a cinco metros, y allí se mantenían inmóviles, fijos los ojos en los ladrillos. Como el sol se ocultaba tras el cerco, al declinar los idiotas tenían fiesta. La luz enceguecedora llamaba su atención al principio, poco a poco sus ojos se animaban; se reían al fin estrepitosamente, congestionados por la misma hilaridad ansiosa, mirando el sol con alegría bestial, como si fuera comida.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Otra veces, alineados en el banco, zumbaban horas enteras, imitando al tranvía eléctrico. Los ruidos fuertes sacudían asimismo su inercia, y corrían entonces, mordiéndose la lengua y mugiendo, alrededor del patio. Pero casi siempre estaban apagados en un sombrío letargo de idiotismo, y pasaban todo el día sentados en su banco, con las piernas colgantes y quietas, empapando de glutinosa saliva el pantalón.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">El mayor tenía doce años, y el menor ocho. En todo su aspecto sucio y desvalido se notaba la falta absoluta de un poco de cuidado maternal.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Esos cuatro idiotas, sin embargo, habían sido un día el encanto de sus padres. A los tres meses de casados, Mazzini y Berta orientaron su estrecho amor de marido y mujer, y mujer y marido, hacia un porvenir mucho más vital: un hijo: ¿Qué mayor dicha para dos enamorados que esa honrada consagración de su cariño, libertado ya del vil egoísmo de un mutuo amor sin fin ninguno y, lo que es peor para el amor mismo, sin esperanzas posibles de renovación?</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Así lo sintieron Mazzini y Berta, y cuando el hijo llegó, a los catorce meses de matrimonio, creyeron cumplida su felicidad. La criatura creció bella y radiante, hasta que tuvo año y medio. Pero en el vigésimo mes sacudiéronlo una noche convulsiones terribles, y a la mañana siguiente no conocía más a sus padres. El médico lo examinó con esa atención profesional que está visiblemente buscando las causas del mal en las enfermedades de los padres.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Después de algunos días los miembros paralizados recobraron el movimiento; pero la inteligencia, el alma, aun el instinto, se habían ido del todo; había quedado profundamente idiota, baboso, colgante, muerto para siempre sobre las rodillas de su madre.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¡Hijo, mi hijo querido! —sollozaba esta, sobre aquella espantosa ruina de su primogénito.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">El padre, desolado, acompañó al médico afuera.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—A usted se le puede decir; creo que es un caso perdido. Podrá mejorar, educarse en todo lo que le permita su idiotismo, pero no más allá.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¡Sí!... ¡Sí! —asentía Mazzini—. Pero dígame: ¿Usted cree que es herencia, que?...</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—En cuanto a la herencia paterna, ya le dije lo que creía cuando vi a su hijo. Respecto a la madre, hay allí un pulmón que no sopla bien. No veo nada más, pero hay un soplo un poco rudo. Hágala examinar bien.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Con el alma destrozada de remordimiento, Mazzini redobló el amor a su hijo, el pequeño idiota que pagaba los excesos del abuelo. Tuvo asimismo que consolar, sostener sin tregua a Berta, herida en lo más profundo por aquel fracaso de su joven maternidad.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Como es natural, el matrimonio puso todo su amor en la esperanza de otro hijo. Nació este, y su salud y limpidez de risa reencendieron el porvenir extinguido. Pero a los dieciocho meses las convulsiones del primogénito se repetían, y al día siguiente amanecía idiota.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Esta vez los padres cayeron en honda desesperación. ¡Luego su sangre, su amor estaban malditos! ¡Su amor, sobre todo! Veintiocho años él, veintidós ella, y toda su apasionada ternura no alcanzaba a crear un átomo de vida normal. Ya no pedían más belleza e inteligencia como en el primogénito; ¡pero un hijo, un hijo como todos!</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Del nuevo desastre brotaron nuevas llamaradas del dolorido amor, un loco anhelo de redimir de una vez para siempre la santidad de su ternura. Sobrevinieron mellizos, y punto por punto repitióse el proceso de los dos mayores.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Mas, por encima de su inmensa amargura, quedaba a Mazzini y Berta gran compasión por sus cuatro hijos. Hubo que arrancar del limbo de la más honda animalidad, no ya sus almas, sino el instinto mismo abolido. No sabían deglutir, cambiar de sitio, ni aun sentarse. Aprendieron al fin a caminar, pero chocaban contra todo, por no darse cuenta de los obstáculos. Cuando los lavaban mugían hasta inyectarse de sangre el rostro. Animábanse solo al comer, o cuando veían colores brillantes u oían truenos. Se reían entonces, echando afuera lengua y ríos de baba, radiantes de frenesí bestial. Tenían, en cambio, cierta facultad imitativa; pero no se pudo obtener nada más. Con los mellizos pareció haber concluido la aterradora descendencia. Pero pasados tres años desearon de nuevo ardientemente otro hijo, confiando en que el largo tiempo transcurrido hubiera aplacado a la fatalidad.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">No satisfacían sus esperanzas. Y en ese ardiente anhelo que se exasperaba, en razón de su infructuosidad, se agriaron. Hasta ese momento cada cual había tomado sobre sí la parte que le correspondía en la miseria de sus hijos; pero la desesperanza de redención ante las cuatro bestias que habían nacido de ellos, echó afuera esa imperiosa necesidad de culpar a los otros, que es patrimonio específico de los corazones inferiores.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Iniciáronse con el cambio de pronombre: tus hijos. Y como a más del insulto había la insidia, la atmósfera se cargaba.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Me parece —díjole una noche Mazzini, que acababa de entrar y se lavaba las manos— que podrías tener más limpios a los muchachos.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Berta continuó leyendo como si no hubiera oído.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Es la primera vez —repuso al rato— que te veo inquietarte por el estado de tus hijos.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Mazzini volvió un poco la cara a ella con una sonrisa forzada:</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—De nuestros hijos, ¿me parece?</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Bueno; de nuestros hijos. ¿Te gusta así? —alzó ella los ojos.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Esta vez Mazzini se expresó claramente:</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¿Creo que no vas a decir que yo tenga la culpa, no?</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¡Ah, no! —se sonrió Berta, muy pálida— ¡pero yo tampoco, supongo!... ¡No faltaba más!... —murmuró.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¿Qué, no faltaba más?</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¡Que si alguien tiene la culpa, no soy yo, entiéndelo bien! Eso es lo que te quería decir.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Su marido la miró un momento, con brutal deseo de insultarla.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¡Dejemos! —articuló, secándose por fin las manos.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Como quieras; pero si quieres decir...</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¡Berta!</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¡Como quieras!</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Este fue el primer choque y le sucedieron otros. Pero en las inevitables reconciliaciones, sus almas se unían con doble arrebato y locura por otro hijo.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Nació así una niña. Vivieron dos años con la angustia a flor de alma, esperando siempre otro desastre. Nada acaeció, sin embargo, y los padres pusieron en ella toda su complacencia, que la pequeña llevaba a los más extremos límites del mimo y la mala crianza.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Si aún en los últimos tiempos Berta cuidaba siempre de sus hijos, al nacer Bertita olvidóse casi del todo de los otros. Su solo recuerdo la horrorizaba, como algo atroz que la hubieran obligado a cometer. A Mazzini, bien que en menor grado, pasábale lo mismo.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">No por eso la paz había llegado a sus almas. La menor indisposición de su hija echaba ahora afuera, con el terror de perderla, los rencores de su descendencia podrida. Habían acumulado hiel sobrado tiempo para que el vaso no quedara distendido, y al menor contacto el veneno se vertía afuera. Desde el primer disgusto emponzoñado habíanse perdido el respeto; y si hay algo a que el hombre se siente arrastrado con cruel fruición, es, cuando ya se comenzó, a humillar del todo a una persona. Antes se contenían por la mutua falta de éxito; ahora que este había llegado, cada cual, atribuyéndolo a sí mismo, sentía mayor la infamia de los cuatro engendros que el otro habíale forzado a crear.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Con estos sentimientos, no hubo ya para los cuatro hijos mayores afecto posible. La sirvienta los vestía, les daba de comer, los acostaba, con visible brutalidad. No los lavaban casi nunca. Pasaban casi todo el día sentados frente al cerco, abandonados de toda remota caricia.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">De este modo Bertita cumplió cuatro años, y esa noche, resultado de las golosinas que era a los padres absolutamente imposible negarle, la criatura tuvo algún escalofrío y fiebre. Y el temor a verla morir o quedar idiota, tornó a reabrir la eterna llaga.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Hacía tres horas que no hablaban, y el motivo fue, como casi siempre, los fuertes pasos de Mazzini.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¡Mi Dios! ¿No puedes caminar más despacio? ¿Cuántas veces?. . .</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Bueno, es que me olvido; ¡se acabó! No lo hago a propósito.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Ella se sonrió, desdeñosa: —¡No, no te creo tanto!</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Ni yo, jamás, te hubiera creído tanto a ti. . . ¡tisiquilla!</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¡Qué! ¿Qué dijiste?...</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¡Nada!</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¡Sí, te oí algo! Mira: ¡no sé lo que dijiste; pero te juro que prefiero cualquier cosa a tener un padre como el que has tenido tú!</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Mazzini se puso pálido.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¡Al fin! —murmuró con los dientes apretados—. ¡Al fin, víbora, has dicho lo que querías!</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¡Sí, víbora, sí! Pero yo he tenido padres sanos, ¿oyes?, ¡sanos! ¡Mi padre no ha muerto de delirio! ¡Yo hubiera tenido hijos como los de todo el mundo! ¡Esos son hijos tuyos, los cuatro tuyos!</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Mazzini explotó a su vez.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¡Víbora tísica! ¡eso es lo que te dije, lo que te quiero decir! ¡Pregúntale, pregúntale al médico quién tiene la mayor culpa de la meningitis de tus hijos: mi padre o tu pulmón picado, víbora!</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Continuaron cada vez con mayor violencia, hasta que un gemido de Bertita selló instantáneamente sus bocas. A la una de la mañana la ligera indigestión había desaparecido, y como pasa fatalmente con todos los matrimonios jóvenes que se han amado intensamente una vez siquiera, la reconciliación llegó, tanto más efusiva cuanto hirientes fueran los agravios.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Amaneció un espléndido día, y mientras Berta se levantaba escupió sangre. Las emociones y mala noche pasada tenían, sin duda, gran culpa. Mazzini la retuvo abrazada largo rato, y ella lloró desesperadamente, pero sin que ninguno se atreviera a decir una palabra.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">A las diez decidieron salir, después de almorzar. Como apenas tenían tiempo, ordenaron a la sirvienta que matara una gallina.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">El día radiante había arrancado a los idiotas de su banco. De modo que mientras la sirvienta degollaba en la cocina al animal, desangrándolo con parsimonia (Berta había aprendido de su madre este buen modo de conservar frescura a la carne), creyó sentir algo como respiración tras ella. Volvióse, y vio a los cuatro idiotas, con los hombros pegados uno a otro, mirando estupefactos la operación... Rojo... rojo...</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¡Señora! Los niños están aquí, en la cocina.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Berta llegó; no quería que jamás pisaran allí. ¡Y ni aun en esas horas de pleno perdón, olvido y felicidad reconquistada, podía evitarse esa horrible visión! Porque, naturalmente, cuando más intensos eran los raptos de amor a su marido e hija, más irritado era su humor con los monstruos.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¡Que salgan, María! ¡Échelos! ¡Échelos, le digo!</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Las cuatro pobres bestias, sacudidas, brutalmente empujadas, fueron a dar a su banco.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Después de almorzar, salieron todos. La sirvienta fue a Buenos Aires, y el matrimonio a pasear por las quintas. Al bajar el sol volvieron;, pero Berta quiso saludar un momento a sus vecinas de enfrente. Su hija escapóse enseguida a casa.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Entretanto los idiotas no se habían movido en todo el día de su banco. El sol había traspuesto ya el cerco, comenzaba a hundirse, y ellos continuaban mirando los ladrillos, más inertes que nunca.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">De pronto, algo se interpuso entre su mirada y el cerco. Su hermana, cansada de cinco horas paternales, quería observar por su cuenta. Detenida al pie del cerco, miraba pensativa la cresta. Quería trepar, eso no ofrecía duda. Al fin decidióse por una silla desfondada, pero faltaba aún. Recurrió entonces a un cajón de kerosene, y su instinto topográfico hízole colocar vertical el mueble, con lo cual triunfó.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Los cuatro idiotas, la mirada indiferente, vieron cómo su hermana lograba pacientemente dominar el equilibrio , y cómo en puntas de pie apoyaba la garganta sobre la cresta del cerco, entre sus manos tirantes. Viéronla mirar a todos lados, y buscar apoyo con el pie para alzarse más.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Pero la mirada de los idiotas se había animado; una misma luz insistente estaba fija en sus pupilas. No apartaban los ojos de su hermana, mientras creciente sensación de gula bestial iba cambiando cada línea de sus rostros. Lentamente avanzaron hacia el cerco. La pequeña, que habiendo logrado calzar el pie, iba ya a montar a horcajadas y a caerse del otro lado, seguramente, sintióse cogida de la pierna. Debajo de ella, los ocho ojos clavados en los suyos le dieron miedo.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¡Soltame! ¡Dejame! —gritó sacudiendo la pierna. Pero fue atraída.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¡Mamá! ¡Ay, mamá! ¡Mamá, papá! —lloró imperiosamente. Trató aún de sujetarse del borde, pero sintióse arrancada y cayó.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Mamá, ¡ay! Ma. . . —No pudo gritar más. Uno de ellos le apretó el cuello, apartando los bucles como si fueran plumas, y los otros la arrastraron de una sola pierna hasta la cocina, donde esa mañana se había desangrado a la gallina, bien sujeta, arrancándole la vida segundo por segundo.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Mazzini, en la casa de enfrente, creyó oír la voz de su hija.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Me parece que te llama—le dijo a Berta.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Prestaron oído, inquietos, pero no oyeron más. Con todo, un momento después se despidieron, y mientras Berta iba a dejar su sombrero, Mazzini avanzó en el patio.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¡Bertita!</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Nadie respondió.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¡Bertita! —alzó más la voz, ya alterada.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Y el silencio fue tan fúnebre para su corazón siempre aterrado, que la espalda se le heló de horrible presentimiento.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¡Mi hija, mi hija! —corrió ya desesperado hacia el fondo. Pero al pasar frente a la cocina vio en el piso un mar de sangre. Empujó violentamente la puerta entornada, y lanzó un grito de horror.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Berta, que ya se había lanzado corriendo a su vez al oír el angustioso llamado del padre, oyó el grito y respondió con otro. Pero al precipitarse en la cocina, Mazzini, lívido como la muerte, se interpuso, conteniéndola:</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¡No entres! ¡No entres!</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Berta alcanzó a ver el piso inundado de sangre. Sólo pudo echar sus brazos sobre la cabeza y hundirse a lo largo de él con un ronco suspiro.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-size: x-large; text-align: center;"><a href="https://www.argentina.gob.ar/noticias/horacio-quiroga-un-clasico-de-lo-inquietante">Horacio Quiroga</a></div><div style="text-align: center;">(Uruguay, 1878/Argentina, 1937)</div><div style="text-align: center;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://www.horacioquiroga.org/" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="217" data-original-width="220" height="395" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgjAgy1eMqvZcPpKWBsZbcFhHVdyyfGry_Eyd36vz-9AdlrUuNCdKfLXZSlkl3kaEwSFKDy4lJ-cAshIedRvp9iO3MwaYnEHjcLePhdcYb-CKUpRqZOHzq-_uCaHNvtRuScIi4mHWctvE-nrk6xKKapML_NzRj_SfZcc2aRPZzci-cO2NP-ujeMms8Ytmw/w400-h395/220px-Horacio_Quiroga.jpg" width="400" /></a></div><br /><div style="text-align: center;"><h3 class="post-title entry-title" itemprop="name" style="background-color: white; color: #333333; font-family: "Cherry Cream Soda"; font-feature-settings: normal; font-kerning: auto; font-optical-sizing: auto; font-size: 16px; font-stretch: normal; font-variant-alternates: normal; font-variant-east-asian: normal; font-variant-numeric: normal; font-variant-position: normal; font-variation-settings: normal; line-height: normal; margin: 0px; position: relative; text-align: center;"><a href="https://leerporquesi-1007.blogspot.com/2018/11/quiroga-horacio-sintesis-cronologica-de.html">QUIROGA, Horacio: Síntesis cronológica de una vida y un destino trágicos</a></h3></div><div style="text-align: center;"><br /></div> LEER PORQUE SÍhttp://www.blogger.com/profile/16099185274996211672noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2624728357417196484.post-41461028773941477722023-09-26T21:33:00.000-03:002023-09-26T21:33:11.153-03:00FASOLÍS, Rosita: El tren de las cinco<p> </p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhHcYOC3k_y5xoTaQDmR_YeHXb6q7yCE21TlLrWyIX8M3Ujh686Bjd51oa0yubLo-Kh9IoNihanwuaJnE1NBfpTImNa4yLRvrY8BSSSgdEMQryRdES6xs6PovamTmKiC14Zh6PKs-wuhLo025RLH7WoGAGb301Qz3wcWUM8BegCnhaIR6LhMd7KlbzBOSs/s577/cuentos-susurradosgif.gif" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="577" data-original-width="398" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhHcYOC3k_y5xoTaQDmR_YeHXb6q7yCE21TlLrWyIX8M3Ujh686Bjd51oa0yubLo-Kh9IoNihanwuaJnE1NBfpTImNa4yLRvrY8BSSSgdEMQryRdES6xs6PovamTmKiC14Zh6PKs-wuhLo025RLH7WoGAGb301Qz3wcWUM8BegCnhaIR6LhMd7KlbzBOSs/w442-h640/cuentos-susurradosgif.gif" width="442" /></a></div><br /><p></p><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Como un pájaro. Como un pájaro de niebla. Como la niebla de la madrugada. Así estoy, esperando el tren. Hay un silencio de niebla en el andén. Espeso, translúcido. Me envuelve, me invade, se adentra en mí. Apenas distingo las vías trajinadas. A mis espaldas quedan los recuerdos. El pueblo, dormido en su sueño de siempre. La calle de tierra. Los naranjos. La casa vieja. Mis padres: dos viejos con rumor de zapatillas de paño. Mi habitación de joven pobre, pulida misericordiosamente por infinitas capas de cera, de barniz, de cal. Deslumbrada por el sol irreverente de las mañanas; atónita por las sombras de mis propios sueños estremecidos. Mis libros, caudal y cauce de estas ganas de borrar fronteras. Y la enorme mesa de roble, labrada a escondidas por mis alumnos, pequeños remolones siempre a la zaga de sus madres ansiosas, alumnos desapacibles de maestras impasibles… Como un pájaro me siento. Como un pájaro aterido en la niebla. Como un pájaro de niebla diluyéndose en la espera…</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;"><br /></div> <div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Primeras horas. Frío. Percibo que a lo lejos el tren rompe la niebla con bufidos de metal. Yo también vengo de la niebla. De las vagas luces de otros tiempos, de otros lugares. De andenes solitarios en pueblos perdidos en la soledad. De estaciones múltiples que recuerdo como mareas humanas, oleadas que suben y bajan, aparecen y desaparecen. He conocido lugares, he conocido tanta gente… He tenido mil oficios, todos distintos, todos iguales. He descubierto que todos los campos huelen igual, ya al olor fresco de la siembra, ya al olor seco de los pajonales. He descubierto que todas las ciudades huelen igual. Por las bocas abiertas de sus bares exhalan olor a café y a cigarrillo, a pizzas y aceites rancios. Y en los laberintos oscuros de las callejas, los orines afrentan al viajero con su olor añejo. Sí, he transitado muchos lugares; en cada lugar he vivido otra vida. En algún tiempo, en alguna parte volví a mi oficio de enseñar. He descubierto que los niños son todos iguales. Que son todos distintos. Que son niños, en un campo semántico propio, insoslayable, continuo, infinito. Unas veces fui maestro, y otras veces vendedor de cualquier cosa. Tantas veces manejé un camión por rutas solitarias como otras tantas fui manejado por rutas interiores, también solitarias. Tantas veces hablé como callé; tantas veces tuve coraje como miedo. Tantas fui bueno como fui malo. Tuve amores apacibles como trigales al sol, y amores violentos que rompieron mis entrañas como olas impetuosas de un mar bravío. Amé, y fui amado. Odié, y fui odiado. Y regreso de todo aquello con una valija llena de humo en la que ya no caben los sueños. Más cansado, más viejo a pesar de mi juventud. Partícula de niebla en medio de una niebla que será barrida por el sol.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Oigo a lo lejos el silbido del tren. Distingo apenas una luz que se ensancha poco a poco.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">El guardavía vuelve a mí su rostro trasnochado y me dice, ignorando la obviedad, que el tren ya llega. El andén se estremece. También yo. El estómago se me anuda en un frío ardor. La máquina se detiene bufando. Tomo mi valija y me apresto a subir. Por la misma puerta está bajando un pasajero… Estoy frente a él. Lo miro esperando que se aparte para poder subir. Lo miro esperando que se aparte para poder bajar. Lo miro, y es un espejo envuelto en brumas. Y en ese espejo estoy yo. Y miro mi cara pálida soslayando la niebla; mi viejo gabán atrapando la niebla; mis manos frías aventando la niebla. Y mi valija, que no sé si va o viene, también ella llena de niebla.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: center;"><b><a href="https://www.facebook.com/RosaFasolisPolianteaLiteraria/?locale=es_LA">Rosita Fasolís</a></b></div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: center;">Rosita Fasolís nació en Rosario (Argentina), lugar donde reside actualmente. Por su obra literaria ha recibido numerosos premios, tanto a nivel local, nacional e internacional.</div><div style="text-align: center;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjf6F4kY3eAxwS7XC8F9o7IusJCt42v1rFT_i8PWtpX56uQuT0Wy15aHuqdf3NEaSqpOYwZobb7XfnkAiWEMS3cY-qV_BVYzr4t5b9CDDCAeNamkIEGXOeJHM3NNOJz_zHGtW8FNBjzwtBZSYet4h23nncbw8mNiMgfyv3RRU_-gYVAhydZuyY9WtGZrCk/s640/rosita.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="480" data-original-width="640" height="240" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjf6F4kY3eAxwS7XC8F9o7IusJCt42v1rFT_i8PWtpX56uQuT0Wy15aHuqdf3NEaSqpOYwZobb7XfnkAiWEMS3cY-qV_BVYzr4t5b9CDDCAeNamkIEGXOeJHM3NNOJz_zHGtW8FNBjzwtBZSYet4h23nncbw8mNiMgfyv3RRU_-gYVAhydZuyY9WtGZrCk/s320/rosita.jpg" width="320" /></a></div><br /><div style="text-align: center;"><i><b>«Cuando los oscuros paisajes de lo onírico se confunden con los hechos reales de nuestra vida, Rosita construye de manera genial una trama que nos sumerge en los intrincados pasadizos de un mundo intermedio del cual despertamos gracias a un seco alarido de angustia, pero que nunca sabremos si lo que vivimos es verdad o pertenece a otro plano de la existencia, aún desconocido...» (Sergio Fassanelli)</b></i></div>LEER PORQUE SÍhttp://www.blogger.com/profile/16099185274996211672noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2624728357417196484.post-80441705430133022012023-09-15T20:00:00.001-03:002023-09-15T20:00:39.579-03:00FORN, Juan: Nadar de noche<p style="text-align: justify;"> </p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhHdELFknATSzCxqYr-_XqpGMwq8kwX5TgFBqOsfv0-qv6K60hMm4KepKEenAgmiNTzcfB8f3p2yO2_iqMvD06ZdgQRmenu_2cSw_Te5rkKwziKwLKjjayigLiiD-huYp0HoMI4gg27uPpaTDH4LH7PArmY2T9x9ZsFgRxknwW3BTnh2mi-FLKfFmPwJy4/s640/nadar.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="442" data-original-width="640" height="442" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhHdELFknATSzCxqYr-_XqpGMwq8kwX5TgFBqOsfv0-qv6K60hMm4KepKEenAgmiNTzcfB8f3p2yO2_iqMvD06ZdgQRmenu_2cSw_Te5rkKwziKwLKjjayigLiiD-huYp0HoMI4gg27uPpaTDH4LH7PArmY2T9x9ZsFgRxknwW3BTnh2mi-FLKfFmPwJy4/w640-h442/nadar.jpg" width="640" /></a></div><br /><p></p><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Era demasiado tarde para estar despierto, especialmente en una casa prestada y a oscuras. Afuera, en el jardín, los grillos convocaban empecinados y furiosos la lluvia, y él se preguntó cómo podían dormir en los cuartos de arriba su mujer y su hijita con ese murmullo ensordecedor.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Tenía insomnio, estaba en pantalones cortos, sentado frente al ventanal abierto que daba a la terraza y al jardín. Las únicas luces prendidas eran los focos adentro de la pileta, pero la luz ondulada por el agua no conseguía matar del todo la sensación de estar en una casa ajena, el malestar indefinible con aquel simulacro de vacaciones.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Porque, en realidad, no estaba ahí descansando sino trabajando. Aunque el trabajo no implicase ningún esfuerzo en particular, aunque no tuviese que hacer nada, salvo vivir en esa casa con su mujer y su hija y disfrutar las posesiones de su amigo Félix, mientras este y Ruth remontaban el Nilo y gastaban fortunas en rollos de fotos y guías egipcios sin dientes, a cuenta de una revista de viajes italiana.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Para calmarse, para atraer el sueño, pensó que no iba a pisar Buenos Aires en todo el mes. Viviría en pantalones cortos y sin afeitarse, cortaría el pasto, cuidaría la pileta, vería videos y escucharía música mientras su hija crecía delante de sus ojos y su mujer inventaba postres raros en la cocina. Y en todo ese tiempo quizá le dejaran algún mensaje mínimamente estimulante, o al menos catastrófico, en el contestador automático de su departamento.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Mientras tanto, a lo mejor Félix y Ruth decidían prolongar su viaje un mes más, o tenían un accidente, o se enamoraban los dos de un mismo efebo andrógino y analfabeto en Alejandría. Un mes podía ser mucho tiempo en algunos lugares; un mes podía ser casi una vida. Para su hijita, por ejemplo. Tenía que empezar a vivir al ritmo de ella, como le había dicho su mujer. Día por día, hora por hora, lentamente. Tenía que asumir la paternidad de una vez, como dirían Félix y Ruth, si es que no lo habían dicho.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Entonces oyó la puerta. No el timbre sino dos golpecitos suaves, corteses, casi conscientes de la hora que era. Cada casa tiene su lógica, y sus leyes son más elocuentes de noche, cuando las cosas ocurren sin paliativos sonoros. Él no miró el reloj, ni se sorprendió, ni pensó que los golpes eran imaginación suya. Simplemente se levantó, sin prender ninguna luz a su paso y cuando abrió la puerta se encontró con su padre parado delante de él. No lo veía desde que había muerto. Y, en ese momento, supo incongruentemente que ya se había hecho a la idea de no verlo nunca más.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Su padre tenía puesto un impermeable cerrado hasta arriba y el pelo tan abundante y bien peinado como siempre, pero totalmente blanco. Nunca habían sido muy expresivos entre ellos. Él dijo: «Papá, qué sorpresa», pero no se movió hasta que su padre preguntó sonriendo:</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¿Se puede pasar?</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Sí, claro. Por supuesto.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">El padre cruzó el living a oscuras y el ventanal abierto y fue a sentarse en una de las reposeras de la terraza. Desde allá miró hacia adentro, lo llamó con la mano y tocó la reposera vacía a su lado. Él salió obedientemente a la terraza. Dijo:</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Dame el impermeable, si querés. ¿Te traigo algo para tomar?</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">El padre negó con la cabeza. Después se estiró todo lo que pudo y respiró hondo sin perder la sonrisa.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Va a llover en cualquier momento —dijo—. Qué maravilla ¿De día es así, también?</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Mejor. Para Marisa y la beba, especialmente.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Marisa y la beba. Debés tener un montón de cosas para contarme, ¿no?</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Él sintió que se le aflojaba apenas la mandíbula. En los sueños en que volvía a verlo, su padre siempre estaba al tanto de todo lo que les había pasado a ellos en su ausencia.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Sí, claro —dijo—. Supongo que sí.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Por supuesto, no pretendo que me pongas al día con las noticias. Obviemos la política, el trabajo, el mundo en general, si es posible. Las cosas domésticas, me interesan. Tus hermanas, vos, Marisa, la beba. Esas cosas.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">A él le sorprendió que mencionara la palabra domésticas. Y mucho más aún que hubiese nombrado a todos menos a su madre, pero no supo qué decir.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Voy a servirme un whisky. ¿Seguro que no querés?</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—No, no, gracias. A propósito, qué buena idea, las luces adentro de la pileta.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—No es mía —dijo él antes de entrar—. La casa, quiero decir.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Cuando volvió a aparecer, con un vaso bastante lleno, se frenó detrás de la reposera de su padre y de golpe sintió que todavía no se habían tocado.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Yo creí —dijo, desde ese lugar— que vos veías todo lo que pasaba acá, desde donde estabas.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">La cabeza de su padre se movió levemente a uno y otro lado, varias veces.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Lamentablemente no. Es bastante distinto de lo que uno se imagina.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Él miró la pileta y tuvo la sensación de que no controlaba lo que decía ni lo que iba a decir.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Si supieras la cantidad de cosas que hice en estos años para vos, pensando que me estabas mirando… —y se rio un poco, sin alegría pero sin amargura, para vaciarse los pulmones nomás—. O sea que no sabés nada de estos cuatro años. Qué increíble.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">El padre se reacomodó en la reposera y lo miró de costado.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—A lo mejor hay cambios, adonde nos mandan ahora. Si te sirve de consuelo.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Él lo miró sin entender.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Hubo un traslado. Voy a estar en otra parte, a partir de ahora. No solo yo, muchos más. Las cosas allá no son tan ordenadas como se supone. A veces pasan estos imprevistos. Digo, que esté ahora con vos.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¿Y por qué conmigo? ¿Por qué no fuiste a ver a mamá?</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">El padre miró un rato la luz ondulante de la pileta. Su cara cambió muy levemente, hubo un ínfimo matiz de tristeza en su inexpresividad.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Con tu madre hubiera sido más difícil. Una noche no es tanto tiempo, y yo necesito que me cuentes todo lo que puedas. Con tu madre hablaríamos de otros temas. Del pasado, especialmente, de ella y yo, de muchas cosas buenas que vivimos los dos juntos. Y eso hubiera sido injusto de mi parte.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Hizo una pausa.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Hay ciertas cosas que son técnicamente imposibles en mi estado actual: sentir, por ejemplo. ¿Entendés? En cierta medida, lo que soy esta noche es algo que no tendría ningún valor para tu madre. Con vos, en cambio, es más sencillo, para decirlo de alguna manera. Siempre te ubicaste en una posición panorámica en cuanto a las emociones. Con tu madre, con tus hermanas, con vos mismo. En fin.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Hizo otra pausa.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—También pensé que podrías arreglártelas mejor con los sentimientos que te provoque esta visita. A fin de cuentas, yo nunca fui tan importante para vos, ¿no es cierto?</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Él sintió algo que hacía mucho tiempo que no sentía. Una especie de sumisión y de necesidad de oponerse a esa sumisión. Supo de pronto que en los últimos cuatro años no había sido esto que ahora era, nuevamente: hijo de su padre. Fue hasta el borde de la pileta, se sacó las ojotas y se sentó con las piernas dentro del agua.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Si no hubieras sido tan importante para mí, entonces no habría hecho las cosas que hice para vos, por vos, en estos años. ¿No se te ocurrió pensar eso?</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—No.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Él quedó perplejo. La respuesta le había parecido tan rápida y brutal que sonó sincera. Y justamente por eso inverosímil. Cobarde. Casi injusta.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¿Y ahora qué sabés? —atinó a decir.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Nada —contestó el padre.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Después se levantó, llevó la reposera hasta el borde de la pileta y se sentó con las manos en los bolsillos.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Supongo que no cambia nada. Lo que hiciste, ya lo hiciste. Y me parece que no tiene sentido que te enojes ahora, con vos o conmigo, por eso. ¿No?</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">No solo era inútil, además empezaba a sentir que no le era lícito, frente a la condición de su padre, cuestionar nada, ni permitirse esa insólita belicosidad. La necesidad de oponerse se desvaneció y solo quedó la sumisión, no ya dirigida a su padre sino a un estado de cosas, a una abstracción obtusa e inabarcable.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Es cierto —dijo—. Perdón.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Se quedaron callados un rato, hasta que él dijo:</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—De todas maneras, exageré un poco. No fueron tantas las cosas que hice pensando en vos.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">El padre soltó una risita.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Ya me parecía.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Un relámpago rajó en dos el fondo del cielo. Cuando sonó el trueno el padre se encogió y su risita volvió a oírse.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Ya casi no me acordaba de estas cosas. Es notable cómo funciona la memoria, lo que conserva y lo que deja de lado.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Los grillos —dijo él—. ¿Los oís? No me dejaban dormir. Por eso estaba despierto cuando llegaste.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Después de decir estas palabras dudó. ¿Los grillos? Pero lo pensó mejor y prefirió quedarse con la duda.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Bueno —dijo el padre con voz muy suave—. A lo nuestro.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¿Puedo preguntarte algo, antes?</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">La reposera crujió. Él hizo un esfuerzo para mantenerle la mirada a su padre.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Como quieras. Pero ya sabes cómo es eso: una vez que te enterás, difícil que puedas borrártelo de la cabeza. No es una amenaza. Lo digo por vos, simplemente.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Sí, ya sé —dijo él, y preguntó, con voz insegura—. ¿Todos van al mismo lugar? ¿No importa lo que haya hecho cada uno?</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Eso es algo que podría haberte contestado desde los veinte años, más o menos. Siempre sospeché que importaba más en vida que después. En cuanto a la otra pregunta, no es exactamente un lugar, adonde van. Pero sí: todos van al mismo, en la medida en que todos somos relativamente iguales. El modo de vida de tu vecino y el tuyo, por ejemplo, se diferencian tanto como tu estatura y la de él. Son matices, y los matices no cuentan. Digamos que hay, básicamente, solo dos estados: el tuyo y el mío. Es bastante más complejo, pero no lo entenderías ahora.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Entonces vos y yo vamos a encontrarnos de nuevo, en algún momento —dijo él.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">El padre no contestó.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¿Importa algo estar juntos allá?</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">El padre no contestó.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¿Y cómo es? —dijo él.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">El padre desvió los ojos y miró la pileta.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Como nadar de noche —dijo, y las ondulaciones de la luz se reflejaron en su cara—. Como nadar de noche, en una pileta inmensa, sin cansarse.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Él tomó de un trago el whisky que le quedaba en el vaso y esperó a que llegase al estómago. Después tiró los hielos en la pileta y apoyó el vaso vacío en el borde.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¿Algo más? —dijo el padre.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Él negó con la cabeza. Movió un poco las piernas en el agua y miró la base de la reposera, el impermeable, la cara blandamente atemporal de su padre. Pensó en lo reticentes que habían sido siempre en todo contacto corporal y le parecieron increíblemente ingenuos y artificiales aquellos abrazos en los sueños en que aparecía su padre. Esto era la realidad: todo seguía tal como había sido siempre, y recomenzaba casi en el mismo punto en que quedara interrumpido cuatro años antes. Aunque solo fuese por una noche.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Por dónde querés que empiece —dijo.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Por donde quieras. No te preocupes por el tiempo: tenemos toda la noche. Hasta que termines no va a amanecer.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Él respiró hondo, largó el aire y supo que había entrado en la noche más larga y secreta de su vida. Empezó, por supuesto, hablando de su hija.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-size: x-large; text-align: center;"><b><a href="https://www.cultura.gob.ar/juan-forn-10681/">Juan Forn</a></b></div><div style="text-align: center;">(Argentina, 1959/2021)</div><div style="text-align: center;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEheVgml0jKm6Exc2uhgLDn-H6k5Btp0l4CmHy9d5H2GTVzrhwSqmBZJY29c8dvLxsDdlSjWOXux55VHdYRjJVOYKAmbd-5KolV-IToKX3IOwJ86iC5dsFqIJlBIuGJoZovILhmgUF4wGpu9rzcZ77ltZKvZ-y7Jshux7hDMnwu990X64zskUykslBZE074/s1050/juan-forn.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1050" data-original-width="700" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEheVgml0jKm6Exc2uhgLDn-H6k5Btp0l4CmHy9d5H2GTVzrhwSqmBZJY29c8dvLxsDdlSjWOXux55VHdYRjJVOYKAmbd-5KolV-IToKX3IOwJ86iC5dsFqIJlBIuGJoZovILhmgUF4wGpu9rzcZ77ltZKvZ-y7Jshux7hDMnwu990X64zskUykslBZE074/w266-h400/juan-forn.jpg" width="266" /></a></div><br /><div style="text-align: center;"><br /></div>LEER PORQUE SÍhttp://www.blogger.com/profile/16099185274996211672noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2624728357417196484.post-76367859501678093902023-08-20T22:10:00.001-03:002023-08-20T22:10:25.232-03:00MANGUEL, Alberto: Una historia de la lectura (Fragmentos)<div style="text-align: justify;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="file:///C:/Users/USER/Downloads/Una%20historia%20de%20la%20lectura%20-%20Alberto%20Manguel.pdf" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="441" data-original-width="300" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhd4hTy5K7OnTFS8gxK1_PkPV18299_2WsMyJk3C-X-DuLo9c2427ajgrwAFQBPOsXNVBMHcJ69u3SFmS0rp1obpDi8rWm8SvnyzKPxtP-YIImyKbXWm_a8I0BmMfISfn9LqQGkUqlDsdQb93HrOIcHV6bAjKCvWR_CeR79rdY4sEpHPQP3g0a6PVwgGYE/w436-h640/una%20histor.jpg" width="436" /></a></div><span style="font-size: x-large;">La verdad es que nuestro poder, como lectores, es universal, y es universalmente temido, porque se sabe que la lectura puede, en el mejor de los casos, convertir a dóciles ciudadanos en seres racionales, capaces de oponerse a la injusticia, a la miseria, al abuso de quienes nos gobiernan. Cuando estos seres se rebelan, nuestras sociedades los llaman locos o neuróticos (como a Don Quijote o a Madame Bovary), brujos o misántropos, subversivos o intelectuales, ya que este último término ha adquirido hoy en día la calidad de un insulto.</span></div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-size: x-large; text-align: center;">***</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;"><br /></div> <div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Desde siempre, el poder del lector ha suscitado toda clase de temores: temor al arte mágico de resucitar en la página un mensaje del pasado; temor al espacio secreto creado entre un lector y su libro, y de los pensamientos allí engendrados; temor al lector individual que puede, a partir de un texto, redefinir el universo y rebelarse contra sus injusticias. De estos milagros somos capaces, nosotros los lectores, y estos milagros podrán quizá rescatarnos de la abyección y la estupidez a las que parecemos condenados.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-size: x-large; text-align: center;">***</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Quienes hoy oponen la tecnología electrónica a la de la imprenta perpetúan la falacia de Frollo. Quieren hacernos creer que el libro —esa herramienta ideal para la lectura, tan perfecto como la rueda o el cuchillo, capaz de contener nuestra memoria y experiencia, y de ser en nuestras manos verdaderamente interactivo, permitiéndonos empezar y acabar en cualquier punto del texto, anotarlo en las márgenes, darle el ritmo que queramos— ha de ser reemplazado por otra herramienta de lectura cuyas virtudes son opuestas a las que la lectura requiere. La tecnología electrónica es superficial y, como dice la publicidad para un powerbook, “más veloz que el pensamiento”, permitiéndonos el acceso a una infinitud de datos sin exigirnos ni memoria propia ni entendimiento; la lectura tradicional es lenta, profunda, individual, exige reflexión. La electrónica es altamente eficaz para cierta búsqueda de información (proceso que torpemente también llamamos lectura) y para ciertas formas de correspondencia y conversación; no así para recorrer una obra literaria, actividad que requiere su propio tiempo y espacio. Entre las dos lecturas no hay rivalidad porque sus campos de acción son diferentes. En un mundo ideal, computadora y libro comparten nuestras mesas de trabajo. La amenaza es otra. Mientras seamos responsables, individualmente, del uso que hacemos de una tecnología, ésta será nuestra herramienta, eficaz en nuestras manos según nuestras necesidades. Pero cuando esa tecnología nos es impuesta por razones comerciales, cuando intereses multinacionales quieren hacernos creer que la electrónica es indispensable para cada momento de nuestra vida, cuando nos dicen que, en lugar de libros, los niños necesitan computadoras para aprender y los adultos videojuegos para entretenerse, cuando nos sentimos obligados a utilizar la electrónica en cada una de nuestras actividades sin saber exactamente por qué ni para qué, corremos el riesgo de ser utilizados por ella y no al revés, el riesgo de convertirnos nosotros en su herramienta.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;"><br /></div> <div style="font-size: x-large; text-align: center;">***</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Al principio guardaba mis libros en un estricto orden alfabético, por autores. Más tarde empecé a clasificarlos por géneros: novelas, ensayos, obras teatrales, poemas. Más adelante intenté agruparlos por idiomas y cuando, por causa de mis viajes, me veía obligado a conservar solo unos pocos, separaba los que apenas leía de los que leía todo el tiempo y, por último, de los que quería leer.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;"><br /></div> <div style="font-size: x-large; text-align: center;">***</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Pero no sólo los gobiernos totalitarios le temen a la lectura. En los patios de las escuelas y en los vestuarios de los clubes deportivos se intimida a los lectores tanto como en los despachos gubernamentales y en las prisiones. En casi todas partes, la comunidad de lectores tiene una reputación ambigua que proviene de la autoridad inherente a la lectura y el poder que se le atribuye. Hay algo en la relación entre el lector y el libro que se reconoce como sabio y fructífero, pero también como desdeñoso, exclusivo y excluyente, tal vez porque la imagen de una persona acurrucada en un rincón, aparentemente aislado del “mundanal ruido”, sugiere una independencia impenetrable, una mirada egoísta y una actividad singular y sigilosa. (“¡Andá y viví un poco!”, me decía mi abuela cuando me veía leyendo, como si mi silenciosa actividad contradijera su idea de lo que significaba estar vivo.)</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-size: x-large; text-align: center;">***</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Los que detentan el poder impulsan activamente la artificial dicotomía entre vida y lectura. Los regímenes demagógicos exigen que olvidemos y, por lo tanto, estigmatizan los libros como un lujo superfluo; los regímenes totalitarios quieren que no pensemos y, por consiguiente, prohíben y amenazan y censuran; ambos, en general, necesitan que nos volvamos estúpidos y que aceptemos mansamente nuestra degradación y por eso alientan el consumo de productos vacuos. En circunstancias como esas, los lectores no pueden más que ser subversivos.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: center;"><a href="http://www.manguel.com/">Alberto Manguel</a></div><div style="text-align: center;"><a href="http://www.manguel.com/">(Argentina, 1948)</a></div><div style="text-align: center;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEho1l3XNhiqctKW53KAy4w28KdN4MV2-h-QxLK7JxRF1BtyhLajP5OAaZ9TgF2tAA6aNwUudwPpxeO2_sAkDgdAmG4ph00s91ZiyFzMDrPVYyPcNcGAT4BmB2lC2Rr9KlBbsZLTa0ylJcwGTZmSrjx8PbC-skQ8s0H6sw6YAwFhQ6wMtMXlv03pJ4-Bq80/s300/manguel.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="168" data-original-width="300" height="224" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEho1l3XNhiqctKW53KAy4w28KdN4MV2-h-QxLK7JxRF1BtyhLajP5OAaZ9TgF2tAA6aNwUudwPpxeO2_sAkDgdAmG4ph00s91ZiyFzMDrPVYyPcNcGAT4BmB2lC2Rr9KlBbsZLTa0ylJcwGTZmSrjx8PbC-skQ8s0H6sw6YAwFhQ6wMtMXlv03pJ4-Bq80/w400-h224/manguel.jpg" width="400" /></a></div><br /><div style="text-align: center;"><br /></div>LEER PORQUE SÍhttp://www.blogger.com/profile/16099185274996211672noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2624728357417196484.post-75545138122277556632023-08-19T20:08:00.001-03:002023-08-19T20:08:08.766-03:00OCAMPO, Silvina: El crimen perfecto<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhU98QqzOoIU3gVlc2_7Ch2KOohHoapGq8-wRM9OWF6LIk6WVmdiB8P4uPgvM-IxjyyLadKifniOrlwdmqDM999rcrbVdBhTAH2IRaSn1CB-05RgKcWCer3A7KwR0wPBgH8GgMcZTedGwY_MDF82Yp_JGPA0ylEZlWJomvOdMTYaRZ_jJFnKZ1-jmtDEo0/s859/silvina_ocampo_foto_eterna_cadencia.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="859" data-original-width="814" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhU98QqzOoIU3gVlc2_7Ch2KOohHoapGq8-wRM9OWF6LIk6WVmdiB8P4uPgvM-IxjyyLadKifniOrlwdmqDM999rcrbVdBhTAH2IRaSn1CB-05RgKcWCer3A7KwR0wPBgH8GgMcZTedGwY_MDF82Yp_JGPA0ylEZlWJomvOdMTYaRZ_jJFnKZ1-jmtDEo0/w606-h640/silvina_ocampo_foto_eterna_cadencia.jpg" width="606" /></a></div><br /><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Gilberta Pax quería vivir tranquila. Cuando me enamoré de ella, yo creía lo contrario y lo ofrecí todo lo que un hombre de mi posición puede ofrecer a una mujer para que se viniera a vivir conmigo, ya que no podíamos casarnos. Durante uno o dos años nos vimos en lugares incómodos y caros. Primero en automóviles, después en cafés, después en cines de mala reputación, después en hoteles un poco sucios. Cuando no le rogué sino exigí que viviera conmigo, me respondió:</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¡No puedo!</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¿Por qué? —interrogué— ¿Por tu marido?</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Por el cocinero —susurró y salió corriendo.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Con ira, al día siguiente, le pedí una explicación. Me la dio.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—No conoces mi casa, parece un hotel —me dijo—. Cinco personas viven en ella; a más de mi marido, mi tío, una de sus hermanas y sus dos hijos. Todo lo quieren perfecto, especialmente la comida; pero Tomás Mangorsino, el cocinero —desde hace ocho años está en la casa— se burlaba de nosotros. Aunque la presentación de cada plato fuera decorativa, cada día cocinaba peor. Con el pelo oliendo a grasa, porque me olvidaba de cubrirlo con un pañuelo, yo pasaba la mañana pidiéndole que cocinara como en sus buenos tiempos. Mangorsino me miraba con cierta compasión, pero jamás me obedecía. Una mañana que lo visité con una salida de baño rosada y con una gorra de material plástico verde, de esas con las cuales uno podría ir a un baile, me miró con tanta insistencia, que le pregunté:</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¿Qué le sucede, Mangorsino?</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¿Qué me sucede? Que la señora está tan linda esta mañana que no se reconoce.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Fue entonces cuando me vino la idea de sacrificarme por mi deber de ama de casa, y seducirlo. Como si él lo hubiera adivinado, cambió de conducta, pero solo para mí. Cuando me hablaba, en la entonación de su voz yo adivinaba reprimida ternura.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Va a hacer unos tallarines con una masa liviana.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—La voy a amasar muy bien —me decía, mirándome en los ojos.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">O si no:</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¿Y la empanada que me gusta?</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—La doraré. Sé que le agrada.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Y para el té ¿qué hará?</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Besitos de Venus.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Todo lo decía comiéndome con sus ojos de lobo.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Accedí a sus requerimientos, pero las cosas no cambiaron mucho. Me mandaba un plato para mí, con la prohibición de comer lo que rellenaba la fuente, la parte de los otros, más barata y menos fresca. La sirvienta me susurraba, al colocar el plato sobre la mesa, frente a mi asiento:</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Esto para la señora, que está un poco delicada del estómago.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">La situación se prolongó angustiosamente. Mientras el resto de la familia se retorcía de dolor de barriga, yo comía manjares suculentos, que si no hubieran puesto en peligro mi esbeltez, me hubieran deleitado.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Mi marido quiere comer hongos (yo los odio, no los como ni por un pastel) y pavita, mis hijos —le dije un día.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Casi me estrangula.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Son muy caros —respondió.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Simultáneamente los malentendidos comenzaron a traer disturbios en nuestra relación. Mientras afila los cuchillos mira mi cuello con insistencia. Yo le tengo miedo ¿por qué negarlo? Cuando retuerce un trapo rejilla, sé que está retorciendo mi cuello; cuando corta la carne, corta la mía. De noche no duermo. Soy esclava de sus caprichos.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—No te aflijas —dije a Gilberta—. ¿Dónde compra la carne y las verduras?</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Tengo la dirección en mi libreta —me dijo— Junín 1000. ¿Piensas matarlo?</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Algo mejor —le respondí.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Era pleno invierno y fui al campo a juntar hongos. Los traje en una bolsa. Pedí a Gilberta una fotografía de Tomás Mangorsino.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¿Para qué la quieres? —preguntó.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Yo también tengo caprichos —respondí, y me la trajo.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Para llevar a cabo mi plan, tenía que saber cómo era Mangorsino. Después de averiguar a qué horas iba al mercado, me aposté en la esquina donde sabía que pasaba a las siete de la mañana. Un hombre pasó con un impecable traje gris y una bufanda marrón. Consulté la fotografía: era Mangorsino.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Hongos regalados —grité, con voz de mercachifle—, fresquitos.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Mangorsino se detuvo, miró mis guantes. No quiero dejar mis impresiones digitales, por precaución.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¿Cuánto valen?</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Cinco pesos —dije con pronunciación extranjera.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Démelos —dijo, sacando plata de un bolsillo interminable.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Al día siguiente, en el diario de la tarde, leí la noticia. Murió una familia entera, envenenada por hongos comprados en la calle por el cocinero Mangorsino. La única sobreviviente es la señora Gilberta Pax.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Acudí a la casa, donde Gilberta me esperaba. Nada le dije de lo que yo había hecho. Un crimen tan complicado y sutil no se confía al ser que uno más ama en el mundo, ni a la almohada.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Me contó que la familia indignada y moribunda no perdió la cabeza: al sentir los primeros síntomas de envenenamiento había corrido con tenedores a la cocina para obligar por la fuerza a Mangorsino a comer los hongos venenosos, por lo que el pobre también murió. Mi crimen fue pasional y lo que es más raro, perfecto.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: center;"><a href="https://www.cultura.gob.ar/silvina-ocampo-10848/">Silvina Ocampo</a></div><div style="text-align: center;"><a href="https://www.cultura.gob.ar/silvina-ocampo-10848/">(Argentina, 1903/1993)</a></div><div style="text-align: center;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEghM_D4UdWNIvXu6f5fL5DoLcmkfKeiUZAGwjMHzs-2TjwzOlEVtPUZ0Bk9zGk9nWap-7cyu4mBgmqmc9qrJV72hdddMsM8_HwVPN4eF-e3PhfONAf9q4tazv--l1tPpqwtwBVpu5EzwZBRRO3FdMxZ52z4ca6s77b86WFNQ3BxmX3ZdZKEE9LdcCp_vDQ/s1000/707375.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1000" data-original-width="652" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEghM_D4UdWNIvXu6f5fL5DoLcmkfKeiUZAGwjMHzs-2TjwzOlEVtPUZ0Bk9zGk9nWap-7cyu4mBgmqmc9qrJV72hdddMsM8_HwVPN4eF-e3PhfONAf9q4tazv--l1tPpqwtwBVpu5EzwZBRRO3FdMxZ52z4ca6s77b86WFNQ3BxmX3ZdZKEE9LdcCp_vDQ/s320/707375.jpg" width="209" /></a></div><br /><div style="text-align: center;">«Las invitadas», 1961</div>LEER PORQUE SÍhttp://www.blogger.com/profile/16099185274996211672noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-2624728357417196484.post-48260665124597906442023-07-02T20:29:00.004-03:002023-07-02T20:53:02.256-03:00ENRIQUEZ, Mariana: Nada de carne sobre nosotras<p> </p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgtDYQ3TweQbbZFERXUxUjpZvP3gcWBgFwyOVoxRsmPMiiWs9YZhcerkMs-WqPLxb0m1Onf8swkel4SuOHS9MGWMx9twomK-bU5uQDnm2YT2CIRndL5D__xrzx0ZfDMz7D-_WcnU8l6st4_C8_X42RvGqYxOL2sno25QBOdulUxhkS5hzb0hqL3TOxc_iI/s2171/CALAVERA%20M%C3%8DA0007.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="2171" data-original-width="1468" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgtDYQ3TweQbbZFERXUxUjpZvP3gcWBgFwyOVoxRsmPMiiWs9YZhcerkMs-WqPLxb0m1Onf8swkel4SuOHS9MGWMx9twomK-bU5uQDnm2YT2CIRndL5D__xrzx0ZfDMz7D-_WcnU8l6st4_C8_X42RvGqYxOL2sno25QBOdulUxhkS5hzb0hqL3TOxc_iI/w432-h640/CALAVERA%20M%C3%8DA0007.jpg" width="432" /></a></div><br /><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div><p></p><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">La vi cuando estaba a punto de cruzar la avenida. Estaba entre un montón de basura, abandonada sobre las raíces de un árbol. Los estudiantes de Odontología, pensé, esa gente desalmada y estúpida, esa gente que solo piensa en el dinero, empapada de mal gusto y sadismo. La levanté con las dos manos por si se desarmaba. A la calavera le faltaban la mandíbula y la totalidad de los dientes, mutilación que me confirmó el accionar de los protodontólogos. Revisé alrededor del árbol, entre los residuos. No encontré la dentadura. Qué pena, pensé, y fui hasta mi departamento, apenas a doscientos metros, con la calavera entre las manos, como si caminara hacia una ceremonia pagana del bosque.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">La puse sobre la mesa del living. Era pequeña. ¿La calavera de un niño? Lo ignoro todo sobre anatomía y temas óseos. Por ejemplo: no entiendo por qué las calaveras no tienen nariz. Cuando me toco la cara, siento la nariz pegada a mi calavera. ¿Acaso la nariz es cartílago? No creo, aunque es verdad que dicen que no duele cuando se rompe y que se rompe fácil, como si fuera un hueso débil. Examiné la calavera un poco más y encontré que tenía un nombre escrito. Y un número. «Tati, 1975». Cuántas opciones. Podía ser su nombre, Tati, nacida en 1975. O su dueña podía ser una Tati parida en 1975. O el número quizá no era una fecha y tenía que ver con alguna clasificación. Por respeto decidí bautizarla con el genérico Calavera. Por la noche, cuando mi novio volvió del trabajo, ya era solamente Vera.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Él, mi novio, no la vio hasta que se sacó la campera y se sentó en el sillón. Es un hombre muy desatento.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Cuando la vio, dio un respingo, pero no se levantó. También es perezoso y se está poniendo gordo. No me gustan los gordos.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¿Qué es esto? ¿Es de verdad?</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Claro que es de verdad —le dije—. La encontré en la calle. Es una calavera.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Me gritó. Por qué trajiste esto, me gritó, exagerado, de dónde la sacaste. Juzgué que estaba haciendo un escándalo y le ordené que bajara la voz. Traté de explicarle con tranquilidad que la había encontrado tirada en la calle, bajo un árbol, abandonada, y que hubiese sido totalmente indecente por mi parte actuar con indiferencia y dejarla ahí.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Estás loca.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Puede ser —le dije, y me llevé a Vera a la habitación.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Sé que él esperó un rato por si yo salía a hacerle la comida. No tiene que comer más, se está poniendo gordo, los muslos ya se le rozan, y si usara pollera de mujer, estaría siempre paspado entre las piernas. Después de una hora lo oí insultarme y usar el teléfono para pedir una pizza. La pereza: prefiere el delivery a caminar hasta el centro y comer en un restaurante. El gasto de dinero es casi el mismo.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Vera, no sé qué hago con él.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Si ella pudiera hablar, sé que me diría que lo deje. Es de sentido común. Antes de dormir, rocío la cama con mi perfume favorito y le paso un poquito a Vera bajo los ojos y por los costados. Mañana voy a comprarle una peluquita. Para que mi novio no entre en la habitación, la cierro con llave.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;"><br /></div> <div style="font-size: x-large; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Mi novio dice que está asustado y otras pavadas. Duerme en el living, pero no es un sacrificio, porque el futón que compré con mi dinero —a él le pagan poco— es de excelente calidad. De qué estás asustado, le pregunto. Él balbucea tonterías sobre que me la paso encerrada con Vera y que me escucha hablándole.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Le pido que se vaya, que junte sus cosas y deje el departamento, que me deje. Pone cara de profundo dolor, no le creo y casi lo empujo a la habitación para que haga sus valijas. Grita de vuelta pero esta vez grita de miedo. Es que vio a Verita, que tiene su peluca rubia carísima, de pelo natural, pelo fino y amarillo, seguramente cortado en un pueblo ex soviético de Ucrania o de la estepa (¿son rubias las siberianas?), las trenzas de alguna chica que todavía no encontró a quien la saque de su pueblo miserable. Me parece muy extraño que haya rubios pobres, por eso se la compré. También le compré unos collares de cuentas de colores, muy festivos. Y está rodeada de velas aromáticas, de esas que las mujeres que no son como yo ponen en el baño o en la habitación para esperar a algún hombre entre llamitas y pétalos de rosa.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Me amenazó con llamar a mi madre. Le dije que podía hacer lo que quisiera. Lo vi más gordo que nunca, con las mejillas caídas como las de un mastín napolitano, y esa noche, después de que se fue con la valija y un bolso colgado del hombro, decidí empezar a comer poco, bien poco. Pensé en cuerpos hermosos como el de Vera, si estuviese completo: huesos blancos que brillan bajo la luna en tumbas olvidadas, huesos delgados que cuando se golpean suenan como campanitas de fiesta, danzas en la foresta, bailes de la muerte. Él no tiene nada que ver con la belleza etérea de los huesos desnudos, él los tiene cubiertos por capas de grasa y aburrimiento. Vera y yo vamos a ser hermosas y livianas, nocturnas y terrestres; hermosas las costras de tierra sobre los huesos. Esqueletos huecos y bailarines. Nada de carne sobre nosotras.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Una semana después de dejar de comer, mi cuerpo cambia. Si levanto los brazos, las costillas se asoman, aunque no mucho. Sueño: algún día, cuando me siente sobre este piso de madera, en vez de nalgas tendré huesos y los huesos van a atravesar la carne y van a dejar rastros de sangre sobre el suelo, van a cortar la piel desde adentro.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;"><br /></div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Le compré a Vera unas luces de decoración, las que se usan para adornar el árbol de Navidad. No podía seguir viéndola sin ojos, o, mejor dicho, con los ojos muertos, así que decidí que dentro de las cuencas vacías brillaran las lamparitas; como son de colores, se pueden ir cambiando y Vera un día tendrá ojos rojos, otro día verdes, otro día azules. Cuando estaba contemplando el efecto de Vera con ojos desde la cama, oí que unas llaves abrían la puerta de mi departamento. Mi madre, la única que tiene copia, porque a mi ex obeso lo obligué a entregarme la suya. Me levanté para hacerla pasar. Le preparé un té y me senté a tomarlo con ella. Estás más flaca, me dijo. Es el estrés de la separación, le contesté. Nos quedamos calladas. Por fin ella habló:</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Me dijo Patricio que estás en algo raro.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¿En qué? Por favor, mamá, inventa cosas porque lo eché.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Dice que te obsesionaste con una calavera.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Me reí.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—Está loco. Con unas amigas estamos armando disfraces y maquetas de terror para la Noche de Brujas, es para divertirnos. No tuve tiempo de comprar un disfraz, así que armé un retablo vudú y voy a comprar otras cositas, velas negras, una bola de vidrio tipo bola de cristal, para ambientar, ¿me entendés? Porque hacemos la fiesta en casa.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">No sé si entendió mucho, pero le resultó una estupidez razonable. Quiso conocer a Vera y se la mostré. Le pareció macabro que la tuviera en la habitación, pero se creyó por completo lo de la ambientación para la fiesta, a pesar de que yo jamás organicé una fiesta en mi vida y detesto los cumpleaños. También se creyó mis mentiras sobre el despecho de Patricio.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Se fue tranquila y no va a volver por un tiempo. Está muy bien, quiero estar sola porque ahora me tiene angustiada la incompletud de Vera. No puede seguir sin dientes, sin brazos, sin columna vertebral. Nunca voy a poder recuperar los huesos que le corresponden, eso es obvio. Tengo que estudiar anatomía, además, para averiguar el nombre y el aspecto de los huesos que le faltan, que son todos. ¿Y dónde buscárselos? No puedo profanar tumbas, no sabría cómo hacerlo. Mi padre solía hablar de las fosas comunes de los cementerios, que estaban al aire libre, como una piscina de huesos, pero creo que no existen más. Si aún existen, ¿no estarán custodiadas? Me contaba que los estudiantes de Medicina iban a buscar ahí sus esqueletos, los que usaban para estudiar. ¿De dónde los sacan, ahora, los huesos para estudiar? ¿O usarán réplicas de plástico? Veo muy difícil caminar por las calles con un costillar humano. Si encuentro uno, para cargarlo usaré la mochila grande que dejó Patricio, la que llevábamos de campamento cuando él todavía era flaco. Todos caminamos sobre huesos, es cuestión de hacer agujeros profundos y alcanzar a los muertos tapados. Tengo que cavar, con una pala, con las manos, como los perros, que siempre encuentran los huesos, que siempre saben dónde los escondieron, dónde los dejaron olvidados.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: center;"><a href="https://www.revistaanfibia.com/autor/mariana-enriquez/">Mariana Enriquez</a></div><div style="text-align: center;">(Argentina, 1973)</div><div style="text-align: center;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://www.instagram.com/marianaenriquez1973/?hl=es" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="675" data-original-width="1200" height="225" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgLHzBUJQ-DiIAs8kZlv5-8NoerbC8p45meF5LqMG6E1hBnAm9-MPE47Y9I_gZqHKH35Sy3UFg8n01ygiMNvgVmRzzy7VrlmMCst_G6cdXYwwjh3XKW5uhlUMMMMkc5Eyo6_9KUztNgSsTuxitCKUofzMosF6BiJUjNlISu2FCfu4Z2YHntVdzJd_QGTZs/w400-h225/MARIANA.jpg" width="400" /></a></div><br /><div style="text-align: center;"><br /></div>LEER PORQUE SÍhttp://www.blogger.com/profile/16099185274996211672noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-2624728357417196484.post-25505425683428845092023-06-16T10:28:00.004-03:002023-06-16T10:29:26.597-03:00DRUMMOND DE ANDRADE, Carlos: Muertos que andan<div style="text-align: justify;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgZm4v0UI7wuojECgVizvXllre2atqCd9J2QGDjcycGuy3OJo8m5ogzMos3_3eiMEATGX6fCfBX502ITKFaGPgsg3uV6WWsvGSvJKU5SjMBeFSSQlRBeIFOftJoDnf5zLvN8yCYsVcxnLIpXFi1oScuMKB64GvZA1dJmzUSFCwKN2qo2L4rM-KxxZ-r/s450/las-alas-del-deseo.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em; text-align: center;"><img border="0" data-original-height="300" data-original-width="450" height="426" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgZm4v0UI7wuojECgVizvXllre2atqCd9J2QGDjcycGuy3OJo8m5ogzMos3_3eiMEATGX6fCfBX502ITKFaGPgsg3uV6WWsvGSvJKU5SjMBeFSSQlRBeIFOftJoDnf5zLvN8yCYsVcxnLIpXFi1oScuMKB64GvZA1dJmzUSFCwKN2qo2L4rM-KxxZ-r/w640-h426/las-alas-del-deseo.jpg" width="640" /></a></div><div style="text-align: left;"><span style="font-size: x-large; text-align: center;"><br /></span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-size: large; text-align: center;">Dios mío, los muertos que caminan</span></div><span style="font-size: large;"><span>que nos siguen los pasos</span><br /><span>y no hablan.</span><br /><span>Aparecen en el bar, en el teatro,</span><br /><span>en la biblioteca.</span><br /><span>No nos miran,</span><br /><span>no nos interrogan,</span><br /><span>no nos cobran nada.</span><br /><span>Acompañan, vigilan</span></span><br /><span style="font-size: large;">nuestro camino y modo de caminar,</span><br /><span style="font-size: large;">nuestra incómoda sensación de estar vivos</span><br /><span style="font-size: large;">y sentir que nos siguen, nos cercan,</span><br /><span style="font-size: large;">imprescriptibles. Y no hablan.</span><br /><br /><div style="text-align: center;"><a href="https://www.biografiasyvidas.com/biografia/d/drummond.htm">Carlos Drummond de Andrade</a></div><div style="text-align: center;">(Brasil, 1902/1987)</div><div style="text-align: center;"><br /><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj3AD3xfN27mZS6HfxxxvT-UkDU-EYGkbsOMGvZbpk6Ft7fSrPf7BfK4qhtn6JKJTFXQfbBaZ4rkT-1MHI5_pCZx5T4pBlYipLH_g3565JMSMoAbUwYaRXDSeEU5QM90c5a4GWCC0hGljQHoCC24xcSrad1q5Kkw5AB2QxMoFZDiH2Maks7ST0uPSaE/s284/DRUMMOND.jpeg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="178" data-original-width="284" height="251" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj3AD3xfN27mZS6HfxxxvT-UkDU-EYGkbsOMGvZbpk6Ft7fSrPf7BfK4qhtn6JKJTFXQfbBaZ4rkT-1MHI5_pCZx5T4pBlYipLH_g3565JMSMoAbUwYaRXDSeEU5QM90c5a4GWCC0hGljQHoCC24xcSrad1q5Kkw5AB2QxMoFZDiH2Maks7ST0uPSaE/w400-h251/DRUMMOND.jpeg" width="400" /></a></div></div><br />LEER PORQUE SÍhttp://www.blogger.com/profile/16099185274996211672noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2624728357417196484.post-36084228328260691262023-06-14T16:09:00.002-03:002023-06-14T16:09:20.387-03:00BENEDETTI, Mario: Esa boca<div align="center"> <a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiW4KUSRv2hdAL3E7qjEru9V6GTKbCCc7CT-GKdSMjrLi6_VD1zC5CJ80m3tdSjOVgpsN2BxRYtoOkR2NWWyDo4goOnOCoDacPd7uDnpZ7bZmluf0xt-ydLlLdwnCjfSrzUwUYYBj23S8bTUh8RUXIGGBV2fb893dpAR2AHJpfIHB3brrOYakgWWqRS/s236/payaso.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="232" data-original-width="236" height="629" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiW4KUSRv2hdAL3E7qjEru9V6GTKbCCc7CT-GKdSMjrLi6_VD1zC5CJ80m3tdSjOVgpsN2BxRYtoOkR2NWWyDo4goOnOCoDacPd7uDnpZ7bZmluf0xt-ydLlLdwnCjfSrzUwUYYBj23S8bTUh8RUXIGGBV2fb893dpAR2AHJpfIHB3brrOYakgWWqRS/w640-h629/payaso.jpg" width="640" /></a><br /><div><span style="color: white;">.</span></div><div align="justify"><span style="color: white;">.</span><span style="font-size: large;">Su entusiasmo por el circo se venía arrastrando desde tiempo atrás. Dos meses, quizá. Pero cuando siete años son toda la vida y aún se ve el mundo de los mayores como una muchedumbre a través de un vidrio esmerilado, entonces dos meses representan un largo, insondable proceso. Sus hermanos mayores habían ido dos o tres veces e imitaban minuciosamente las graciosas desgracias de los payasos y las contorsiones y equilibrios de los forzudos. También los compañeros de la escuela lo habían visto y se reían con grandes aspavientos al recordar este golpe o aquella pirueta. Sólo que Carlos no sabía que eran exageraciones destinadas a él, a él que no iba al circo porque el padre entendía que era muy impresionable y podía conmoverse demasiado ante el riesgo inútil que corrían los trapecistas. Sin embargo, Carlos sentía algo parecido a un dolor en el pecho siempre que pensaba en los payasos. Cada día se le iba siendo más difícil soportar su curiosidad.<br />Entonces preparó la frase y en el momento oportuno se la dijo al padre: «¿No habría forma de que yo pudiese ir alguna vez al circo?». A los siete años, toda frase larga resulta simpática y el padre se vio obligado primero a sonreír, luego a explicarse: «No quiero que veas a los trapecistas». En cuanto oyó esto, Carlos se sintió verdaderamente a salvo, porque él no tenía interés en los trapecistas. «¿Y si me fuera cuando empieza ese número?». «Bueno», contestó el padre, «así, sí».<br />La madre compró dos entradas y lo llevó el sábado de noche. Apareció una mujer de malla roja que hacía equilibrio sobre un caballo blanco. Él esperaba a los payasos. Aplaudieron. Después salieron unos monos que andaban en bicicleta, pero él esperaba a los payasos. Otra vez aplaudieron y apareció un malabarista. Carlos miraba con los ojos muy abiertos, pero de pronto se encontró bostezando. Aplaudieron de nuevo y salieron -ahora sí- los payasos.<br />Su interés llegó a la máxima tensión. Eran cuatro, dos de ellos enanos. Uno de los grandes hizo una cabriola, de aquellas que imitaba su hermano mayor. Un enano se le metió entre las piernas y el payaso grande le pegó sonoramente en el trasero. Casi todos los espectadores se reían y algunos muchachitos empezaban a festejar el chiste mímico antes aun de que el payaso emprendiera su gesto. Los dos enanos se trenzaron en la milésima versión de una pelea absurda, mientras el menos cómico de los otros dos los alentaba para que se pegasen. Entonces el segundo payaso grande, que era sin lugar a dudas el más cómico, se acercó a la baranda que limitaba la pista, y Carlos lo vio junto a él, tan cerca que pudo distinguir la boca cansada del hombre bajo la risa pintada y fija del payaso. Por un instante el pobre diablo vio aquella carita asombrada y le sonrió, de modo imperceptible, con sus labios verdaderos. Pero los otros tres habían concluido y el payaso más cómico se unió a los demás en los porrazos y saltos finales, y todos aplaudieron, aun la madre de Carlos.<br />Y como después venían los trapecistas, de acuerdo a lo convenido, la madre lo tomó de un brazo y salieron a la calle. Ahora sí había visto el circo, como sus hermanos y los compañeros del colegio. Sentía el pecho vacío y no le importaba qué iba a decir mañana. Serían las once de la noche, pero la madre sospechaba algo y lo introdujo en la zona de luz de una vidriera. Le pasó despacio, como si no lo creyera, una mano por los ojos, y después le preguntó si estaba llorando. Él no dijo nada. «¿Es por los trapecistas? ¿Tenías ganas de verlos?».<br />Ya era demasiado. A él no le interesaban los trapecistas. Sólo para destruir el malentendido, explicó que lloraba porque los payasos no le hacían reír.</span><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjVnzqaWGMXVGquctaZP3jozsa4TOMYWFJ3JV1qtijcS0C7kOHScNkTI65oWnPZe4xoAtQW_vmGPsiuTYWqg4w4mwQIlzSzSbqtKW0naAPftVGkozMMcK9uMR62reHE7W3gqlDsnfOMDyU/s1600-h/benedetti.jpg"></a><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div></div><div><br /></div><div align="justify"></div><img alt="" border="0" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5361047844742522210" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEibtd0LkG0SckiWtylKibOHAtOX00mkRVe2ct1SboGp9aigNTlTWt6p2cN21BiMevJOXFKBUyFxMGdOTsQyv7ROcRw-mA8AzDXsD8Yf9rTa-hlwxAex64cGX8QMfod_PpLMdd1KvowOBCk/s320/benedetti.jpg" style="cursor: hand; display: block; height: 170px; margin: 0px auto 10px; text-align: center; width: 201px;" /> <div align="justify"></div><div align="justify"> </div><br /></div><br />LEER PORQUE SÍhttp://www.blogger.com/profile/16099185274996211672noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-2624728357417196484.post-54625252366224910492023-06-09T18:13:00.002-03:002023-06-09T18:13:27.153-03:00GALEANO, Eduardo: Primeras letras<p style="text-align: center;"> <img border="0" data-original-height="567" data-original-width="420" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgjQ9pRhkvPv-6NxVz75sbs0e-10Ea3yXZvOuyCwI4r4c0J4nLpT9uyp5o2icI8on6HbvAismYfmNd-qrwcL_-ARv7nI1bz8_3GiYTprQb9swkO7POTiNDawPvyD-wCRRgYO6QaOHUJDyJZ2L6TwiiijSKBjd3vE1oST0ZhfE4AiquVq-7P9mAZW82W/w474-h640/FETO%20(1).jpg" width="474" /></p><p align="center" class="MsoNormal" style="background: white; line-height: normal; margin-bottom: 0cm; text-align: center;"><br /></p><div style="font-size: x-large; text-align: center;">De los topos, aprendimos a hacer túneles.</div><div style="font-size: x-large; text-align: center;">De los castores, aprendimos a hacer diques.</div><div style="font-size: x-large; text-align: center;">De los pájaros, aprendimos a hacer casas.</div><div style="font-size: x-large; text-align: center;">De las arañas, aprendimos a tejer.</div><div style="font-size: x-large; text-align: center;">Del tronco que rodaba cuesta abajo, aprendimos la rueda.</div><div style="font-size: x-large; text-align: center;">Del tronco que flotaba a la deriva, aprendimos la nave.</div><div style="font-size: x-large; text-align: center;">Del viento, aprendimos la vela.</div> <div style="font-size: x-large; text-align: center;"><br /></div><div style="font-size: x-large; text-align: center;">¿Quién nos habrá enseñado las malas mañas?</div><div style="font-size: x-large; text-align: center;">¿De quién aprendimos a atormentar al prójimo y a humillar al mundo?</div><div style="font-size: x-large; text-align: center;"><br /></div> <div style="text-align: center;"><a href="https://www.cultura.gob.ar/diez-grandes-frases-recordar-al-escritor-eduardo-galeano-9444/">Eduardo Galeano</a></div><div style="text-align: center;">(Uruguay, 1940/2015)</div><div style="font-size: x-large; text-align: center;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; font-size: x-large; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgs4O0kA7Zyd7cjdEcGJLej1HC--WuMN60ZBvXbNX74Qz7YdChk1cyu3eUIvqTBJSrL6HdpHY0-KBy0Oz1BTzfQQpy2h_IYA1en-b9r3HpPwECsPpiDvzQETxMSAd9-a9dyAkjifbizT7pSQ0ORM5LxaRxTfiakgE6ZuDjJTsf9JrrOFtV8WDbcNSuI/s281/boca.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="281" data-original-width="179" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgs4O0kA7Zyd7cjdEcGJLej1HC--WuMN60ZBvXbNX74Qz7YdChk1cyu3eUIvqTBJSrL6HdpHY0-KBy0Oz1BTzfQQpy2h_IYA1en-b9r3HpPwECsPpiDvzQETxMSAd9-a9dyAkjifbizT7pSQ0ORM5LxaRxTfiakgE6ZuDjJTsf9JrrOFtV8WDbcNSuI/w255-h400/boca.jpg" width="255" /></a></div><br /><div style="font-size: x-large; text-align: center;"><br /></div>LEER PORQUE SÍhttp://www.blogger.com/profile/16099185274996211672noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2624728357417196484.post-22869416283247928872023-06-09T17:38:00.004-03:002023-06-09T17:38:48.823-03:00RAMOS, María Cristina: La mina<p> <a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEim1RYlu1vWTlANMWZ-GUIOTiuaN8DSeaRUS6GkAXi_Qjxh6yrvgGHBLlj4MSS5Q88W9Aev5_RxFZhjbIJbxjIq7A7YLp5FNC05xEeskPza1UGH4LCsObTxJaUPAMy_GXhYuDmmlNBvZ2NmfkUwiYuLaRoP6e5mEdgVguq4TvNhu-PpNUrbqpGWCOc9/s896/mina.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em; text-align: center;"><img border="0" data-original-height="603" data-original-width="896" height="430" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEim1RYlu1vWTlANMWZ-GUIOTiuaN8DSeaRUS6GkAXi_Qjxh6yrvgGHBLlj4MSS5Q88W9Aev5_RxFZhjbIJbxjIq7A7YLp5FNC05xEeskPza1UGH4LCsObTxJaUPAMy_GXhYuDmmlNBvZ2NmfkUwiYuLaRoP6e5mEdgVguq4TvNhu-PpNUrbqpGWCOc9/w640-h430/mina.jpg" width="640" /></a></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">El hombre llegó a la casa de un solo grito: «¡Ayúdame a salvar a los niños, mujer!». Venía cubierto de polvo, lloroso, lastimado. Ella llamó a los vecinos y todos corrieron a la mina. Entraron por los huecos que había dejado el derrumbe. Con movimientos sigilosos para no provocar nuevos desprendimientos los fueron sacando. Eran siete los obreros que trabajaban esa mañana, y los tres muchachos que ayudaban al padre.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">Cuando la mujer pudo abrazar a los hijos, suspiró agradecida y recién entonces tomó conciencia de que su hombre no estaba con ellos. Y que, además, no estaba con quienes habían movido las piedras muertas de la mina. Lo llamó, preguntó por él. Los demás mineros y sus mujeres la rodearon. Recién por la tarde, con una excavadora pudieron acceder al lugar donde yacía.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¡No puede ser! Él vino a avisarme, vecinos, ¡ustedes lo vieron!</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;">—¿Nosotros? —murmuraron. Después, se anclaron al silencio. Solo se atrevieron a hablar, nuevamente, en la oscura intimidad. Porque ellos también lo habían visto.</div><div style="font-size: x-large; text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: center;"><b><a href="https://es.wikipedia.org/wiki/Mar%C3%ADa_Cristina_Ramos">María Cristina Ramos</a></b></div><div style="text-align: center;">(Argentina, 1952)</div><div style="text-align: center;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj_nEUF2SUAs7NCHZYdnTOmndvP82C1rYvuWE-O7Xw93k41LRl5GpiCKnch21zoY45frTIDGAFzouDUwKOob7N04sKeyWUIGhyCgh3jh5KVTn7zrJL4xbfsP8acHJMIG_Lcq9aCfJl6jlb1NuO3PH3yEHPAKCrc7UgExCZOEB7vZ6SNYk_bJjkJyMu2/s418/mcristinaramos2.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="418" data-original-width="278" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj_nEUF2SUAs7NCHZYdnTOmndvP82C1rYvuWE-O7Xw93k41LRl5GpiCKnch21zoY45frTIDGAFzouDUwKOob7N04sKeyWUIGhyCgh3jh5KVTn7zrJL4xbfsP8acHJMIG_Lcq9aCfJl6jlb1NuO3PH3yEHPAKCrc7UgExCZOEB7vZ6SNYk_bJjkJyMu2/s320/mcristinaramos2.jpg" width="213" /></a></div><div style="text-align: center;"><br /></div> <div style="text-align: justify;"><i>María Cristina Ramos nació en San Rafael, Mendoza, en 1952. Reside en Neuquén y es maestra normal, profesora de literatura, guía de talleres literarios, narradora y poeta.</i></div><div style="text-align: justify;"><i><br /></i></div><div style="text-align: justify;"><i>Texto extraído de «Leer la Argentina» (Nº 4 - Patagonia. Río Negro, Chubut, Neuquén, Santa Cruz, Tierra del Fuego). Fundación Mempo Giardinelli / Ministerio de Educaciuón, Ciencia y Tecnología de la Nación), 2004.</i></div><div style="text-align: justify;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhJ38TBQJ7DCPMtmXKmiOcTSHSk4cYATcjJfiS1ULsHZA4qalT2tQ1seL1IkCHp4MoSLEZEOR8DQkgeNglX7CD6MBh7zBDrjWdVyeHMybcmBAt-DtvloCGMSqHh1MVgQQipShjeR1iX_5EXekSVpRrEhlPujhNbNeOcIG0zYtZ7322-IggB7SCChHvP/s1513/leer.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1513" data-original-width="1080" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhJ38TBQJ7DCPMtmXKmiOcTSHSk4cYATcjJfiS1ULsHZA4qalT2tQ1seL1IkCHp4MoSLEZEOR8DQkgeNglX7CD6MBh7zBDrjWdVyeHMybcmBAt-DtvloCGMSqHh1MVgQQipShjeR1iX_5EXekSVpRrEhlPujhNbNeOcIG0zYtZ7322-IggB7SCChHvP/s320/leer.jpg" width="228" /></a></div><br /><i><br /></i></div>LEER PORQUE SÍhttp://www.blogger.com/profile/16099185274996211672noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2624728357417196484.post-14293385492879431592023-05-31T19:15:00.002-03:002023-05-31T19:16:25.112-03:00GARCÍA HAMILTON, Federico: Dos palabras tremendas<div style="text-align: left;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjgb0i16eklqoDszkuUfaqYgdsH3UBdWkBt-0FdxFg4KMGDGt9c8RhnkM90laVn3ihmELaYut46JbX9BpFGvEqpD-qW0SP87MLjX0ac-P96EreUB6edT7gqiD-dRo3QTr4KCtnFHNYttNWQgFqVbLsroKoxABmMG_kfiy4BkkXqy0f2JvGbDFJx702w/s250/liomessiquemiras250.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em; text-align: center;"><img border="0" data-original-height="247" data-original-width="250" height="632" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjgb0i16eklqoDszkuUfaqYgdsH3UBdWkBt-0FdxFg4KMGDGt9c8RhnkM90laVn3ihmELaYut46JbX9BpFGvEqpD-qW0SP87MLjX0ac-P96EreUB6edT7gqiD-dRo3QTr4KCtnFHNYttNWQgFqVbLsroKoxABmMG_kfiy4BkkXqy0f2JvGbDFJx702w/w640-h632/liomessiquemiras250.jpg" width="640" /></a></div><div style="text-align: center;"><br /></div><br /><span style="font-size: large;">Hay dos palabras tremendas </span><br /><span style="font-size: large;">que se han echado a volar</span><br /><span style="font-size: large;">y han dado la vuelta al mundo </span><br /><span style="font-size: large;">en segundos, nada más. </span><br /><br /><span style="font-size: large;">Tal vez sean guaraníes </span><br /><span style="font-size: large;">por la forma de acentuar, </span><br /><span style="font-size: large;">por sonar como un flechazo </span><br /><span style="font-size: large;">por su olor a litoral. </span><br /><br /><span style="font-size: large;">Más ruidosas que una bomba, </span><br /><span style="font-size: large;">más bravas que yarará, </span><br /><span style="font-size: large;">veloces como una bala, </span><br /><span style="font-size: large;">filosas como un puñal. </span><br /><br /><span style="font-size: large;">Le recuerdo, por las dudas </span><br /><span style="font-size: large;">-no lo olvide jamás-, </span><br /><span style="font-size: large;">son como balas de plata, </span><br /><span style="font-size: large;">¡solo una vez se han de usar! </span><br /><br /><span style="font-size: large;">Por si un día las precisa </span><br /><span style="font-size: large;">le sugiero, anotelás, </span><br /><span style="font-size: large;">estas son las dos palabras: </span><br /><i style="font-size: x-large;">Quemirá</i><span style="font-size: large;"> y </span><i style="font-size: x-large;">Andapayá</i><span style="font-size: large;">. </span><br /><br /><div style="text-align: center;"><a href="https://plazadelospoetas.blogspot.com/">Federico García Hamilton</a></div><div style="text-align: center;">(Tucumán, 1963)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj3hiV-Lo41CV5Cv-fhXmcFWLwhsQQBUZjYfNelKsVLi64VOc9gfDATqAjbDucaLUG5fsMuoGmqhnsdyBoKDvEj_qaA8MWEasEMY5Hb9gZigua9g7XjAPTnd5pZiiIzGWg3VFABfS2KZrRn888wzFOFk5J51FVKKBSj7R3OxQNaVjO4QC7TrKJTI0Be/s400/garc%C3%ADa.JPG" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="300" data-original-width="400" height="240" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj3hiV-Lo41CV5Cv-fhXmcFWLwhsQQBUZjYfNelKsVLi64VOc9gfDATqAjbDucaLUG5fsMuoGmqhnsdyBoKDvEj_qaA8MWEasEMY5Hb9gZigua9g7XjAPTnd5pZiiIzGWg3VFABfS2KZrRn888wzFOFk5J51FVKKBSj7R3OxQNaVjO4QC7TrKJTI0Be/s320/garc%C3%ADa.JPG" width="320" /></a></div><br />LEER PORQUE SÍhttp://www.blogger.com/profile/16099185274996211672noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2624728357417196484.post-16356705109209330992023-05-16T19:33:00.002-03:002023-05-16T19:33:21.291-03:00THÉNON, Susana: Juego<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj_bm7uR9vvUbiJusIBe8vsY6FIAXh_l6H8zLp1_QEbprDna3z6EE36FZeYJQx5JkaAAW_y4T73HyIOdAe04e3jfScBAwc-8_OCcLO5nu6aTgSO7lMR7AnWWhwCxkbE5pW0CdVNXJCDqgw-SuNyX5ML0dIClHf-5XfnhcpfVPkqr8dvn1AKxhX8iOIs/s225/juego.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="225" data-original-width="225" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj_bm7uR9vvUbiJusIBe8vsY6FIAXh_l6H8zLp1_QEbprDna3z6EE36FZeYJQx5JkaAAW_y4T73HyIOdAe04e3jfScBAwc-8_OCcLO5nu6aTgSO7lMR7AnWWhwCxkbE5pW0CdVNXJCDqgw-SuNyX5ML0dIClHf-5XfnhcpfVPkqr8dvn1AKxhX8iOIs/w640-h640/juego.jpg" width="640" /></a></div><br /><span style="font-size: large;"><br />Despojémonos de todo aquello <br />seguro<br />que se proyecta al exterior <br />con trazos lentos <br />y definitivos. <br />Todos empleados en la tarea <br />de ser, vivir, sentir <br />sin otros lazos. <br />Y quien no atine a sofocar <br />su amor por lo prohibido, <br />reclame su derecho al dolor, <br />su penitencia. <br />Despojémonos de todo cuanto <br />nos conformó a imagen y semejanza <br />nuestra <br />y gustemos sabiamente para el recuerdo <br />el minuto absurdo y libre.</span><div><span style="font-size: x-large;"><br /></span></div><div style="text-align: center;"><a href="https://www.cultura.gob.ar/susana-thenon-la-poeta-inclasificable-8023/">Susana Thénon</a></div><div style="text-align: center;"><a href="https://www.cultura.gob.ar/susana-thenon-la-poeta-inclasificable-8023/">(Buenos Aires. 1935-1991)</a></div><div style="text-align: center;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjXu15Ix8iXxhtjgtwtaXB8v_kb4YGXv1iomjDHk-cu6u7uAZkXT_Gz5JDuf2o6MiMJNfdV2cclkzo4wxnFUw77NCevWBY7dahu9gdQiDmkP8hm2g65sJ10z9Kv6k9BT4L4a_vwnQLqjY4F_CCFEDsOwaNlnJ9E6H7uzkOSY1JItm6mbdY57ZXh9FNP/s190/thenon.png" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="190" data-original-width="181" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjXu15Ix8iXxhtjgtwtaXB8v_kb4YGXv1iomjDHk-cu6u7uAZkXT_Gz5JDuf2o6MiMJNfdV2cclkzo4wxnFUw77NCevWBY7dahu9gdQiDmkP8hm2g65sJ10z9Kv6k9BT4L4a_vwnQLqjY4F_CCFEDsOwaNlnJ9E6H7uzkOSY1JItm6mbdY57ZXh9FNP/w381-h400/thenon.png" width="381" /></a></div><br /><div style="text-align: center;"><br /></div>LEER PORQUE SÍhttp://www.blogger.com/profile/16099185274996211672noreply@blogger.com0