martes, 12 de septiembre de 2006

BORGES, Jorge Luis: La promesa


En Pringles, el doctor Isidro Lozano me refirió la historia. Lo hizo con tal economía que comprendí que ya lo había hecho antes, como era de prever, muchas veces; agregar o variar un pormenor sería un pecado literario.
“El hecho ocurrió aquí, hacia mil novecientos veintitantos. Yo había regresado de Buenos Aires con mi diploma. Una noche me mandaron buscar del hospital. Me levanté de mal humor, me vestí y atravesé la plaza desierta. En la sala de guardia, el doctor Eudoro Ribera me dijo que a uno de los malevos del comité, Clemente Garay, lo habían traído con una puñalada en el vientre. Lo examinamos; ahora me he endurecido, pero entonces me sacudió ver a un hombre con los intestinos afuera. Estaba con los ojos cerrados y la respiración era trabajosa.
El doctor Ribera me dijo:
- Ya no hay nada que hacer, mi joven colega. Vamos a dejar que se muera esta porquería.
Le contesté que me había costeado hasta ahí a las dos de la mañana pasadas y que haría lo posible para salvarlo. Ribera se encogió de hombros; lavé los intestinos, los puse en su lugar y cosí la herida. No oí una sola queja.
Al otro día volví. El hombre no había muerto; me miró, me estrechó la mano y me dijo:
- Para usted, gracias, y mi cabo de plata para Ribera.
Cuando a Garay lo dieron de alta, Ribera ya se había ido a Buenos Aires.
Desde esa fecha, todos los años recibí un corderito el día de mi santo. Hacia el cuarenta el regalo cesó."

Jorge Luis Borges
(Argentina, 1899/Suiza, 1986)




domingo, 10 de septiembre de 2006

PÉREZ ZELASCHI, Adolfo: El magnánimo emperador Chang Hung


Como es sabido, los historiadores se hacen lenguas de la sabiduría, templanza, paciencia y valor del emperador Chang Hung, que reinó hace mil años sobre los chinos. Y en efecto, así fue. Ascendió al trono muy joven, después de agasajar con un misterioso budín a su hermano Pien Tzu, heredero natural del imperio. Chang Hung lloró sobre su tumba, honró con grandes pompas a la viuda y envió a los cinco hijos de Pien Tzu a lejanas tierras para que ganasen fama y experiencia. Lamentablemente, los cinco murieron como jóvenes héroes. En toda la inmensa China el emperador hizo levantar arcos en su memoria. Chang Hung siempre se rodeó de los mejores talentos que pudo hallar, designándolos consejeros y ministros. Cuando pensaba que sus condiciones decaían, los despedía con amistosas muestras de bondad. Poco tiempo después, según los cronistas, un caballo alado se los llevaba al cielo como justo premio por los servicios prestados al emperador. De vez en cuando sucedía lo mismo con algún rico mercader, un mandarín ilustre o un guerrero destacado. En estos casos, una vez comprobado mediante veraces testigos que ellos y también sus familias se habían ido en el caballo alado, sus fortunas pasaban a las arcas de Chang Hung. Pero este no las guardaba para sí: las distribuía generosamente entre los pobres que lo adoraban como a un padre previsor y magnánimo. Naturalmente delataban de buena fe a los que desobedecían las órdenes del emperador para que este les enviara el caballo alado, todo según el orden de la Naturaleza.
Cada luna nueva reunía a sus cuatro cronistas, que se llamaban Chien Hu, Sun Shu Ao, Ho Su y Kuan Kuei y les alababa su oficio:
–Tenéis un gran poder –les decía benévolamente–. Cuando el tiempo pase, la verdad será la que consignen vuestras crónicas. Escribid la historia de mi reinado con entera libertad. Eso sí: os ruego humildemente tener en cuenta mis sentimientos: creo haber hecho algún bien y no recuerdo haber hecho ningún mal.
Los cuatro cronistas se inclinaban hasta tocar el suelo con la frente y salían escoltados por soldados que llevaban sus sables desnudos. El Gran Tesorero les daba diez monedas de oro, les suplicaba respetar los sentimientos del emperador, y los encerraba luego en la Sala de las Espadas para que se aplicaran a su trabajo en paz y con entera tranquilidad de ánimo.
A la sala le daban ese nombre porque del techo pendían numerosas y pesadas espadas atadas a lo alto por un delgado hilo de seda que Chang Hung podía cortar en cualquier momento. De esta manera Kuan Kuei, Ho Su, Sun Shu Ao y Chien Hu escribieron la única crónica que existe sobre el reinado de Chang Hung y en la cual se basan los historiadores de hoy para elogiar el valor, la paciencia, la templanza y la sabiduría de ese gran emperador de la China.

(Argentina, 1920/2005)




viernes, 8 de septiembre de 2006

BÉCQUER, Gustavo Adolfo: Rima LIII Volverán las oscuras golondrinas


Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán.

Pero aquellas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha a contemplar,
aquellas que aprendieron nuestros nombres....
esas... ¡no volverán!

Volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar
y otra vez a la tarde aún más hermosas
sus flores se abrirán.

Pero aquellas cuajadas de rocío
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer como lágrimas del día....
esas... ¡no volverán!

Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar,
tu corazón de su profundo sueño
tal vez despertará.

Pero mudo y absorto y de rodillas
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido..., desengáñate,
así... ¡no te querrán!


Gustavo Adolfo Bécquer
(España, 1836/1870)



VALLEJO, César: Amor prohibido


¡Subes centelleante de labios y de ojeras!
Por tus venas subo, como un can herido
que busca el refugio de blandas aceras.

¡Amor, en el mundo tú eres un pecado!
Mi beso en la punta chispeante del cuerno
del diablo; ¡mi beso que es credo sagrado!

Espíritu en el horópter que pasa
¡puro en su blasfemia!
¡el corazón que engendra al cerebro!
que pasa hacia el tuyo, por mi barro triste.
¡Platónico estambre
que existe en el cáliz donde tu alma existe!

¿Algún penitente silencio siniestro?
¿Tú acaso lo escuchas? ¡Inocente flor!
...Y saber que donde no hay un Padrenuestro,
¡el Amor es un Cristo pecador!

(Perú, 1892/1938)



viernes, 1 de septiembre de 2006

BENEDETTI, Mario: Estados de ánimo


Unas veces me siento
como pobre colina
y otras como montaña
de cumbres repetidas.

Unas veces me siento
como un acantilado
y en otras como un cielo
azul pero lejano.

A veces uno es
manantial entre rocas
y otras veces un árbol
con las últimas hojas.

Pero hoy me siento apenas
como laguna insomne
con un embarcadero
ya sin embarcaciones
una laguna verde
inmóvil y paciente
conforme con sus algas
sus musgos y sus peces,
sereno en mi confianza
confiando en que una tarde
te acerques y te mires,
te mires al mirarme.

(Uruguay, 1920/2009)