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sábado, 29 de octubre de 2016

GELMAN, Juan: Otro mayo


cuando pasabas con tu otoño a cuestas
mayo por mi ventana
y hacías señales con la luz
de las hojas finales
¿qué me querías decir mayo?
¿porqué eras triste o dulce en tu tristeza?
nunca lo supe pero siempre
había un hombre solo entre los oros de la calle

pero yo era ese niño
detrás de la ventana
cuando pasabas mayo
como abrigándome los ojos

y el hombre sería yo
ahora que recuerdo


viernes, 28 de octubre de 2016

LUTHER KING, Martin: Tengo un sueño


Estoy orgulloso de reunirme con ustedes hoy en la que quedará como la mayor manifestación por la libertad en la historia de nuestra nación. Hace cien años, un gran americano, cuya sombra simbólica nos cobija, firmó la Proclama de Emancipación. Este importante decreto se convirtió en un gran faro de esperanza para millones de esclavos negros que fueron cocinados en las llamas de la injusticia. Llegó como un amanecer de alegría para terminar la larga noche del cautiverio. Pero 100 años después debemos enfrentar el hecho trágico de que el negro aún no es libre. Cien años después, la vida del negro es todavía minada por los grilletes de la discriminación. Cien años después, el negro vive en una solitaria isla de pobreza en medio de un vasto océano de prosperidad material. Cien años después, el negro todavía languidece en los rincones de la sociedad estadounidense y se encuentra a sí mismo exiliado en su propia tierra.
Y así hemos venido aquí hoy para dramatizar una condición extrema. En cierto sentido, llegamos a la capital de nuestra nación para cobrar un cheque. Cuando los arquitectos de nuestra república escribieron las magníficas palabras de la Constitución y la Declaración de Independencia, firmaban una promisoria nota de la que todo estadounidense sería heredero. Esa nota era una promesa de que todos los hombres tendrían garantizados los derechos inalienables de «vida, libertad y búsqueda de la felicidad». Es obvio hoy que Estados Unidos ha fallado en su promesa en lo que respecta a sus ciudadanos de color. En vez de honrar su obligación sagrada, Estados Unidos dio al negro un cheque sin valor que fue devuelto con el sello de «fondos insuficientes». Pero nos rehusamos a creer que el banco de la justicia está quebrado. Nos rehusamos a creer que no hay fondos en los grandes depósitos de oportunidad en esta nación. Por eso hemos venido a cobrar ese cheque, un cheque que nos dará las riquezas de la libertad y la seguridad de la justicia.
También hemos venido a este lugar sagrado para recordarle a Estados Unidos la urgencia feroz del ahora. Este no es tiempo para entrar en el lujo del enfriamiento o para tomar la droga tranquilizadora del gradualismo. Ahora es el tiempo de elevarnos del oscuro y desolado valle de la segregación hacia el iluminado camino de la justicia racial. Ahora es el tiempo de elevar nuestra nación de las arenas movedizas de la injusticia racial hacia la sólida roca de la hermandad. Ahora es el tiempo de hacer de la justicia una realidad para todos los hijos de Dios. Sería fatal para la nación pasar por alto la urgencia del momento. Este sofocante verano del legítimo descontento del negro no terminará hasta que venga un otoño revitalizador de libertad e igualdad. 1963 no es un fin, sino un principio. Aquellos que piensan que el negro solo necesita evacuar su frustración y que ahora permanecerá contento, tendrán un rudo despertar si la nación regresa a su rutina.
No habrá ni descanso ni tranquilidad en Estados Unidos hasta que el negro tenga garantizados sus derechos de ciudadano. Los remolinos de la revuelta continuarán sacudiendo los cimientos de nuestra nación hasta que emerja el esplendoroso día de la justicia. Pero hay algo que debo decir a mi gente, que aguarda en el cálido umbral que lleva al palacio de la justicia: en el proceso de ganar nuestro justo lugar no deberemos ser culpables de hechos erróneos. No saciemos nuestra sed de libertad tomando de la copa de la amargura y el odio. Siempre debemos conducir nuestra lucha en el elevado plano de la dignidad y la disciplina. No debemos permitir que nuestra protesta creativa degenere en violencia física. Una y otra vez debemos elevarnos a las majestuosas alturas de la resistencia a la fuerza física con la fuerza del alma. Esta nueva militancia maravillosa que ha abrazado a la comunidad negra no debe conducir a la desconfianza de los blancos, ya que muchos de nuestros hermanos blancos, como lo demuestra su presencia aquí hoy, se han dado cuenta de que su destino está atado al nuestro. Se han dado cuenta de que su libertad está ligada inextricablemente a nuestra libertad. No podemos caminar solos. Y a medida que caminemos, debemos hacernos la promesa de marchar siempre hacia el frente. No podemos volver atrás.
Hay quienes preguntan a los que luchan por los derechos civiles: «¿Cuándo quedarán satisfechos?». Nunca estaremos satisfechos mientras el negro sea víctima de los inimaginables horrores de la brutalidad policial. Nunca estaremos satisfechos en tanto nuestros cuerpos, pesados por la fatiga del viaje, no puedan acceder a un alojamiento en los moteles de las carreteras y los hoteles de las ciudades. No estaremos satisfechos mientras la movilidad básica del negro sea de un gueto pequeño a uno más grande. Nunca estaremos satisfechos mientras a nuestros hijos les sea arrancado su ser y robada su dignidad con carteles que rezan: «Solamente para blancos». No podemos estar satisfechos y no estaremos satisfechos en tanto un negro de Mississippi no pueda votar y un negro en Nueva York crea que no tiene nada por qué votar. No, no estamos satisfechos, y no estaremos satisfechos hasta que la justicia nos caiga como una catarata y el bien como un torrente.
No olvido que muchos de ustedes están aquí tras pasar por grandes pruebas y tribulaciones. Algunos de ustedes acaban de salir de celdas angostas. Algunos de ustedes llegaron desde zonas donde su búsqueda de libertad los ha dejado golpeados por las tormentas de la persecución y sacudidos por los vientos de la brutalidad policial. Ustedes son los veteranos del sufrimiento creativo. Continúen su trabajo con la fe de que el sufrimiento sin recompensa asegura la redención. Vuelvan a Mississippi, vuelvan a Alabama, regresen a Georgia, a Louisiana, a las zonas pobres y guetos de las ciudades norteñas, con la sabiduría de que, de alguna forma, esta situación puede ser y será cambiada. No nos deleitemos en el valle de la desesperación. Les digo a ustedes hoy, mis amigos, que pese a todas las dificultades y frustraciones del momento, yo todavía tengo un sueño. Es un sueño arraigado profundamente en el sueño americano.

Yo tengo un sueño de que un día esta nación se elevará y vivirá el verdadero significado de su credo: «Creemos que estas verdades son evidentes: que todos los hombres son creados iguales».
Yo tengo el sueño de que un día en las coloradas colinas de Georgia los hijos de los exesclavos y los hijos de los expropietarios de esclavos serán capaces de sentarse juntos en la mesa de la hermandad.
Yo tengo el sueño de que un día incluso el estado de Mississippi, un estado desierto, sofocado por el calor de la injusticia y la opresión, será transformado en un oasis de libertad y justicia.
Yo tengo el sueño de que mis cuatro hijos pequeños vivirán un día en una nación donde no serán juzgados por el color de su piel sino por el contenido de su carácter. ¡Yo tengo un sueño hoy!
Yo tengo el sueño de que un día, allá en Alabama, con sus racistas despiadados, con un gobernador cuyos labios gotean con las palabras de la interposición y la anulación; un día allí mismo en Alabama, pequeños niños negros y pequeñas niñas negras serán capaces de unir sus manos con pequeños niños blancos y niñas blancas como hermanos y hermanas. ¡Yo tengo un sueño hoy!
Yo tengo el sueño de que un día cada valle será exaltado, cada colina y montaña será bajada, los sitios escarpados serán aplanados y los sitios sinuosos serán enderezados, y que la gloria del Señor será revelada y toda la carne la verá al unísono. Esta es nuestra esperanza.

Esta es la fe con la que regresaré al sur. Con esta fe seremos capaces de esculpir en la montaña de la desesperación una piedra de esperanza. Con esta fe seremos capaces de transformar las discordancias de nuestra nación en una hermosa sinfonía de hermandad. Con esta fe seremos capaces de trabajar juntos, de rezar juntos, de luchar juntos, de ir a prisión juntos, de luchar por nuestra libertad juntos, con la certeza de que un día seremos libres.
Este será el día, este será el día en que todos los niños de Dios serán capaces de cantar con un nuevo significado: «Mi país, dulce tierra de libertad, sobre ti canto. Tierra donde mis padres murieron, tierra del orgullo del peregrino, desde cada ladera, dejen resonar la libertad». Y si Estados Unidos va a convertirse en una gran nación, esto debe convertirse en realidad. Entonces dejen resonar la libertad desde las prodigiosas cumbres de Nueva Hampshire. Dejen resonar la libertad desde las grandes montañas de Nueva York. Dejen resonar la libertad desde los Alleghenies de Pennsylvania. Dejen resonar la libertad desde los picos nevados de Colorado. Dejen resonar la libertad desde los curvados picos de California. Dejen resonar la libertad desde las montañas de piedra de Georgia. ¡Dejen resonar la libertad de la montaña Lookout de Tennessee. Dejen resonar la libertad desde cada colina y cada montaña de Mississippi, desde cada ladera, dejen resonar la libertad! Y cuando esto ocurra, cuando dejemos resonar la libertad, cuando la dejemos resonar desde cada pueblo y cada caserío, desde cada estado y cada ciudad, seremos capaces de apresurar la llegada de ese día en que todos los hijos de Dios, hombres negros y hombres blancos, judíos y cristianos, protestantes y católicos, serán capaces de unir sus manos y cantar las palabras de un viejo espiritual negro: «¡Por fin somos libres! ¡Por fin somos libres! Gracias a Dios todopoderoso, ¡por fin somos libres!».

(EE UU, 1926/1968)

El 4 de abril de 1968 a las 18 horas y un minuto, Martin Luther King fue asesinado por un segregacionista blanco en el balcón del Lorraine Motel en Memphis (Tennessee).

jueves, 27 de octubre de 2016

VALENZUELA, Luisa: Visión de reojo


La verdá, la verdá, me plantó la mano en el culo y yo estaba ya a punto de pegarle cuatro gritos cuando el colectivo pasó frente a una iglesia y lo vi persignarse. Buen muchacho después de todo, me dije. Quizá no lo esté haciendo a propósito o quizá su mano derecha ignore lo que su izquierda hace. Traté de correrme al interior del coche -porque una cosa es justificar y otra muy distinta es dejarse manosear- pero cada vez subían más pasajeros y no había forma. Mis esguinces solo sirvieron para que él meta mejor la mano y hasta me acaricie. Yo me movía nerviosa. Él también. Pasamos frente a otra iglesia pero ni se dio cuenta y se llevó la mano a la cara solo para secarse el sudor. Yo lo empecé a mirar de reojo haciéndome la disimulada, no fuera a creer que me estaba gustando. Imposible correrme y eso que me sacudía. Decidí entonces tomarme la revancha y a mi vez le planté la mano en el culo a él. Pocas cuadras después una oleada de gente me sacó de su lado a empujones. Los que bajaban me arrancaron del colectivo y ahora lamento haberlo perdido así de golpe porque en su billetera solo había 7.400 pesos de los viejos y más hubiera podido sacarle en un encuentro a solas. Parecía cariñoso. Y muy desprendido.

(Argentina, 1938)



lunes, 17 de octubre de 2016

WOLF, Ema: La misión


El día que nació, mi papá me llevó a la clínica para que lo conociera.
Estaba en una especie de jaulita sin techo y con ruedas. No era el único que había. Había otros parecidos, todos en jaulitas iguales. Los tenían detrás de un vidrio, en una especie de pecera enorme, separados de las personas.
Se parecía a bebé dinosaurio. La misma cabeza, solo que más arrugada y con pelo. Un pelo mojado y negro, pegado a la mollera. No tenía dientes. Las pocas partes del cuerpo que le vi eran moradas.
Yo le dije a mi mamá: -¡No pensarán llevar eso a casa!
Ella me dijo: -Sí.
Y lo trajeron.
De noche los despierta. Porque tiene hambre, porque tiene gases o porque está paspado. Tienen que cortarle las uñas para que no se arañe, bañarlo, hacerlo dormir, eructar… Mientras le están poniendo talco, los mea. Con el trabajo que les da ya deben estar arrepentidos de haberlo traído a casa, pero nunca lo van a admitir.
Por suerte todavía duerme acá, en la pieza de ellos. Pronto lo van a pasar a la mía. Lo voy a tener al lado de mi cama. Ahora mejoró un poco de aspecto. El morado y las arrugas se le fueron. Ya no parece que vaya a desarmarse, como cuando lo trajeron. Entonces la única que se animaba a agarrarlo era mi mamá.
Pero igual no entiendo como la tía Lila puede decir que es precioso. Está convencida de que es precioso. Debe ser porque siempre lo ve limpio y perfumado. Nunca lo ve en sus peores momentos. Ni lo ve ni lo huele.
(¡Pensar que no me dejan tener perro porque dicen que ensucia!) De repente uno está al lado de él lo más bien y empieza a dar olor. Parece mentira, tan chico que es, el olor que da. Uno quisiera sacarlo a la terraza, a la vereda… Sacarlo para que no apeste. Pero nadie tiene el coraje, ni yo.
Mi abuela también dice que es lindo: -¡Hay qué ricura! Y él le vomita la hombrera. Lila es más viva: no lo levanta, lo admira de lejos.
Últimamente llora porque le están saliendo los dientes. Parece que a esta edad le salen los dientes. Por eso largan baba y molestan tanto de noche.
María me dijo que a su hermano le pasó lo mismo y que después empezó a morder. (Insisto: ¡pensar que no me dejan tener un perro!)
Otra cosa me dijo María: que me ponga contento porque al menos es uno solo. A una amiga de ella le nacieron dos el mismo día, un varón y una nena. O sea que esto que me pasa a mí también le pasa a otra gente, pero doble.
Anoche estaban hablando de las vacaciones. Piensan llevarlo con nosotros.
No me extraña. Y después dicen que los animalitos atan, que hay que cargar con ellos a todas partes. Llegado el momento les diré lo que pienso sobre el asunto.
-Lu, tesoro, ¿me harías el favor de cambiarlo?
Esa es la voz de mi mamá, desde la cocina.
Me corre un escalofrío. ¿Cómo adivinó que está sucio? Nariz de Alce huele desde la lejanía. Diez en olfato para Nariz de Alce. ¿Y cómo adivinó que yo estaba cerca?
-Sí, ma. ¿Lo puedo cambiar por alguna otra cosa?
Mi mamá no me contesta. A ellos -a mi mamá y a mi papá- no les gusta que me haga el gracioso con él. Un día le puse mi gorro de trampero y no les pareció nada gracioso. Igual a él no le importaba un pito el gorro de trampero, no entendía. A él le importa más un sonajero. O una teta. Debe ser lo único que le importa. Debe soñar con alguna de esas cosas: sonajeros o tetas.
Mi mamá insiste con el pedido, usa su voz amable a propósito, la voz que usa para que le digan que sí.
Doy un paso hacia la cuna. Tengo la primera arcada. Mi mamá no sabe lo que me está pidiendo en este momento. Si lo supiera, si viera lo que yo veo, no me lo pediría.
Está desde los pies hasta la cabeza. Le sale por el borde del pañal, le chorrea por las piernas hasta los zoquetes, le sale por las mangas y el cuello de la camisita. ¡Por las orejas, por los pelos…! ¡Rebalsa! Ensució la sábana y el colchón. Enchastró los barrotes de la cuna. Se enchastró las manos y se las chupa.
Esto es muy grave. Esto no se arregla con un cambio de pañales. Ni con un baño se arregla. ¿Lo habrá hecho especialmente para mí?
-Ma, ¿Y si se lo regalás a la tía Lila, ahora, así como está?
Mi mamá primero dice algo que no entiendo. Después dice:
-Apurate que ya va a estar la comida.
Doy otro paso hacia la cuna. Tengo la segunda arcada. Va a ser la última porque moriré. Sé que voy a morir en esta misión. Pero no voy a retroceder, no voy a pedir piedad. Me tapo la nariz y la boca con el borde de la remera. Desde este momento dejo de respirar. Mi hermanito es una bomba de caca.
Otro paso. Él me mira. Sonríe, el cerdo. Extiendo las manos hacia el Supremo Peligro Marrón. Apenas lo toque, todo va a saltar por el aire.
Último intento: -Ma, ¿y si lo donás…?
Mi voz sale apagada por la remera. Voz de piloto suicida. Mi mamá no contesta. Es inútil. Nunca tendrán el coraje de admitir sus errores. Ahora es demasiado tarde.

(Argentina, 1948)



sábado, 1 de octubre de 2016

SERRAT, Joan Manoel: Pueblo blanco


Colgado de un barranco duerme mi pueblo blanco,
bajo un cielo que a fuerza de no ver nunca el mar
se olvidó de llorar.

Por sus callejas de polvo y piedra
por no pasar, ni pasó la guerra,
solo el olvido camina lento bordeando la cañada,
donde no crece una flor ni trashuma un pastor.

El sacristán ha visto hacerse viejo al cura,
el cura ha visto al cabo y el cabo al sacristán,
y mi pueblo después vio morirse a los tres,
y me pregunto: ¿para qué nacerá gente
si nacer o morir es indiferente?

De la siega a la siembra se vive en la taberna,
las comadres murmuran su historia en el umbral
de sus casas de cal.

Y las muchachas hacen bolillos
buscando, ocultas tras los visillos a ese hombre joven
que noche a noche forjaron en su mente:
fuerte para ser su señor y tierno para el amor.

Ellas sueñan con él y él con irse muy lejos
de su pueblo y los viejos sueñan morirse en paz,
y morir por morir quieren morirse al sol:
la boca abierta al calor, como lagartos,
medio ocultos tras un sombrero de esparto.

Escapad, gente tierna, que esta tierra está enferma,
y no esperéis mañana lo que no se os dio ayer,
que no hay nada que hacer.

Toma tu mula, tu hembra y tu arreo,
sigue el camino del pueblo hebreo
y busca otra luna, tal vez mañana sonría la fortuna
y si te toca llorar es mejor frente al mar.

Si yo pudiera unirme a un vuelo de palomas
y atravesando lomas dejar mi pueblo atrás,
os juro por lo que fui que me iría de aquí,
pero los muertos están en cautiverio
y no nos dejan salir del cementerio.

(España, 1943)