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jueves, 8 de septiembre de 2005

GALEANO, Eduardo: El tiempo


La otra noche, me cuenta Alejandra Adoum, la madre de Alina se estaba preparando para salir. Alina la miraba mientras la madre, sentada ante el espejo, se pintaba los labios, se dibujaba las cejas y se empolvaba la cara. Después la madre se probó un vestido, y otro, y se puso un collar de coral negro, y una peineta en el pelo, y toda ella irradiaba una luz limpia y perfumada. Alina no le quitaba los ojos de encima.
—Cómo me gustaría tener tu edad —dijo Alina.
—En cambio yo... —sonrió la madre— yo daría cualquier cosa por tener cuatro años, como tú.
Aquella noche, al regreso, la madre la encontró despierta. Alina se abrazó fuerte a sus piernas.
—Me das mucha pena, mamá —dijo sollozando.




EDUARDO GALEANO
(Uruguay, 1940)

miércoles, 7 de septiembre de 2005

GALEANO, Eduardo: Malas palabras


Ximena Dahm andaba muy nerviosa, porque aquella mañana iba a iniciar su vida en la escuela. Corriendo iba de un espejo al otro, por toda la casa; y en uno de esos ires y venires, tropezó con un bolso y cayó desparramada al piso. No lloró, pero se enojó:
—¿Qué hace esta mierda acá?
La madre educó:
—Mijita, eso no se dice.
Y Ximena, desde el piso, quiso saber:
—¿Para qué existen, mamá, las palabras que no se dicen?

(Uruguay, 1940)

martes, 6 de septiembre de 2005

LOTITO, Liliana: Ser lector o la posibilidad de vivir muchas vidas




Leer (también re-leer), hablar sobre lo que se leyó, escuchar lo que otros dicen sobre algo que están leyendo, hablar acerca de la lectura y de los lectores, son, siempre, prácticas productivas. Tanto cuando es una actividad libre de obligaciones, como cuando se la encara en su modalidad de estudio o de análisis, la lectura abre zonas de reflexión en las que los sentidos se cruzan y se multiplican sin límites.
La lectura influye, y mucho, en aquellos que consideran a ese hábito como una verdadera experiencia de vida. Así lo manifiestan algunos escritores famosos:

Dice Umberto Eco (escritor italiano, contemporáneo): “Hoy los libros son nuestros viejos. No nos damos cuenta, pero nuestra riqueza respecto del analfabeto (o del que, alfabeto, no lee) consiste en que él está viviendo y vivirá solo su vida y nosotros hemos vivido muchísimas”.

Jean Paul Sartre (filósofo y escritor francés, 1905/1989) escribe: “Empecé mi vida como sin duda la acabaré: en medio de los libros. En el despacho de mi abuelo había libros por todas partes [...] No sabía leer aún y ya reverenciaba esas piedras levantadas: derechas o inclinadas, apretadas como ladrillos en los estantes de la biblioteca o noblemente espaciadas formando avenidas de menhires...”. Sartre recupera así el recuerdo de la biblioteca del abuelo: en ese recuerdo, los libros preceden a la lectura. En un texto que es autobiográfico, se construye como lector antes de serlo.

También Jorge Luis Borges (escritor argentino, 1899/1986) dice en un reportaje: “No recuerdo una época en que yo no leyera ni escribiera”. Lo que no recuerda es cómo aprendió a hacerlo. Se recuerda haciéndolo.

En su autobiografía, Silvina Ocampo (poetisa argentina) narra una situación muy parecida a la de Borges: “Llevo un libro que me leían y hago como si leyera. Recuerdo el cuento perfectamente y sé que está detrás de las letras que no conozco”.

Pero no hace falta ser un escritor famoso (ni siquiera ser escritor) para que una persona pueda tener su propia experiencia de lectura. Cuentan que “Rhida, un joven de origen argelino, un día de su infancia en que escuchaba a un bibliotecario leer El libro de la selva, sintió que algo dentro de él se abrió: había comprendido que existía algo diferente de lo que lo rodeaba [...] Podía uno convertirse en otro, podía uno construir su cabaña en la jungla, encontrar ahí su lugar”.
Llegados a este punto, ¿no podríamos preguntarnos nosotros también qué lugar tendrán las escenas de lectura en el relato posible de nuestra vida? Contarse lector, recordar y seleccionar escenas de lectura para armar la trama narrativa con la que se va a construir la propia identidad ante otros, supone una declaración. Lo que declara aquel que narra es que está constituido como persona por su propia historia y, al mismo tiempo, por todas las historias leídas. Declara haber vivido muchas vidas, es decir, haber vivido más y, en consecuencia, conocer más.
Entonces, ¿habrá escenas de lectura en las historias de vida que cuenten en el futuro los alumnos de cualquier escuela argentina algún día? Para eso, la escuela debería constituirse en un espacio físico donde transcurran algunas de esas escenas.
Si así lo lográsemos, todos tendrían posibilidades de vivir muchas vidas. Si así fuera, estaríamos acercando a muchos —especialmente a los que más necesitan— a la posibilidad de elegir libremente una de ellas: la que quieren vivir.

Liliana Lotito
(Profesora en Letras)

Adaptación libre del texto aparecido en la revista “ESCENAS DE LECTURA” (Periódico del Plan Nacional de Lectura del Ministerio de Ecuación de la Nación), nº 2, abril de 2001.

El texto precedente fue el primero en ser leído en el taller, en su primer encuentro, el 6 de setiembre de 2005.

jueves, 1 de septiembre de 2005

STORNI, Alfonsina: Tú me quieres blanca


Tú me quieres alba,
me quieres de espumas,
me quieres de nácar.
Que sea azucena
sobre todas, casta.
De perfume tenue.
corola cerrada.

Ni un rayo de luna
filtrado me haya.
Ni una margarita
se diga mi hermana.
Tú me quieres nívea,
tú me quieres blanca,
tú me quieres alba.

Tú que hubiste todas
las copas a mano,
de frutos y mieles
los labios morados.
Tú que en el banquete
cubierto de pámpanos
dejaste las carnes
festejando a Baco.
Tú que en los jardines
negros del Engaño
vestido de rojo
corriste al Estrago.

Tú que el esqueleto
conservas intacto
no sé todavía
por cuáles milagros,
me pretendes blanca
(Dios te lo perdone),
me pretendes casta
(Dios te lo perdone),
¡Me pretendes alba!

Huye hacia los bosques,
vete a la montaña;
límpiate la boca;
vive en las cabañas;
toca con las manos
la tierra mojada;
alimenta el cuerpo
con raíz amarga;
bebe de las rocas;
duerme sobre escarcha;
renueva tejidos
con salitre y agua;
habla con los pájaros
y lévate al alba.

Y cuando las carnes
te sean tornadas,
y cuando hayas puesto
en ellas el alma
que por las alcobas
se quedó enredada,
entonces, buen hombre,
preténdeme blanca,
preténdeme nívea,
preténdeme casta.

(Suiza, 1892/Argentina, 1938)