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martes, 12 de noviembre de 2019

SOLÁ, Juan: La negra de mierda


Mirá la negra de mierda, mirá cómo lleva los nenes en la motito. Tres gurisitos sin casco, cagándose de frío, y la negra con ese culo enorme que ocupa todo el asiento. Qué hija de puta. Mirá, mirá cómo lleva a la pendejita, medio dormida, casi cayéndosele de esas piernas gordas de tanta cerveza y torta frita. Y mirá el otro, ahí atrás, agarradito como puede, tiritando, pobrecito. ¡Y mirá cómo lleva el bebé, negra hija de mil putas, metido adentro de la campera! Inconsciente de mierda, ojalá le saquen los hijos, ojalá se muera esta negra de mierda. La camioneta arrancó, rabiosa, y se perdió calle abajo, zambullendo a la negra y sus crías en una nube de humo pegajoso. El que iba atrás tosió un poco y la motito se paró. El señor del golcito gris bocinó con furia a sus espaldas y le ordenó que se moviera, pelotuda, y la puta que la parió. La nena en la falda abrió los ojos despacito y preguntó si faltaba mucho. La madre le apoyó la mano temblorosa sobre la frente sudada, comprobó que la fiebre seguía allí y murmuró un no mi amor, así, triste y suavecito, como los quejidos del Nazareno, que llora acurrucado contra sus tetas tibias, o como el cinco por seis treinta, cinco por siete treinta y cinco, que el Ismael recita con los brazos envolviéndole la panza llena de pan y mate cocido, porque al otro día tiene prueba y la Brenda tiene fiebre, y el Nazareno llora de hambre, y a esa hora el colectivo ya no entra hasta el barrio, y el Mario que no aparece desde la semana pasada, y la motito que se para cada cinco cuadras, y el hospital que todavía está lejos, y doña Esther que le dijo que para qué iba a tener otro hijo a los veintidós, que mejor abortara, y el Ismael que cada tanto dice que tiene frío, y la Brenda que se va quedando dormida, y la negra de mierda que le pide al Ismael que diga las tablas más fuerte, para que escuche la Brenda, para que no se duerma la Brenda, mientras que a ella le arden los ojos de tanto aguantarse las ganas de llorar de miedo.

Argentina, 1989


MACHADO, Antonio: Proverbios y cantares



XLIV

Todo pasa y todo queda;
pero lo nuestro es pasar,
pasar haciendo caminos,
caminos sobre la mar.

I

Nunca perseguí la gloria
ni dejar en la memoria
de los hombres mi canción;
yo amo los mundos sutiles,
ingrávidos y gentiles
como pompas de jabón.
Me gusta verlos pintarse
de sol y grana, volar
bajo el cielo azul, temblar
súbitamente y quebrarse.

XXIX

Caminante, son tus huellas
el camino, y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante, no hay camino,
sino estelas en la mar.

Antonio Machado
(España, 1875/1939)

Como se podrá advertir en la desordenada numeración de las estrofas, estas son solo tres del extenso poema de Antonio Machado llamado “Proverbios y Cantares” (hacé click en el vínculo para leer el poema completo). La versión que compartimos es la que figura en el libro El árbol florido - 50 poemas clásicos de Latinoamérica y España publicado por el Ministerio de Educación de la provincia de Santa Fe en 2018 y que fue leída en las horas del taller por una alumna. Joan Manoel Serrat hizo famosos estos versos en su canción Cantares, a los que le agregó otros de su autoría.


OLIVER, Mary: Singapur


En Singapur, en el aeropuerto,
me arrancaron una oscuridad de los ojos.
En el baño de mujeres, había un cubículo abierto.
Adentro, una mujer arrodillada, lavaba algo
en la taza blanca del inodoro.

En mi estómago, se debatía el asco
y busqué, en el bolsillo, mi pasaje.

Siempre tiene que haber pájaros en un poema.

Por ejemplo un martín pescador,
con sus ojos bien negros y sus alas chillonas.
Los ríos son agradables, y por supuesto los árboles.
Una cascada, o en su defecto, una fuente
con agua que salta y cae.
Una persona quiere estar en un lugar feliz, en un poema.

Cuando la mujer se dio vuelta no pude responderle a su cara.

Su belleza y su vergüenza forcejeaban,
y ni una ni la otra se imponía.
Me sonrió y le sonreí. ¿qué absurdo es este?
Todo el mundo necesita trabajo.

Sí, una persona quiere estar en un lugar feliz, en un poema.

Pero primero tenemos que mirar cómo baja la vista
y se concentra en su trabajo,
que es bastante monótono.

Ahora está limpiando la parte de arriba

de los ceniceros del aeropuerto,
grandes como tazas de ruedas de auto, con un trapito azul.
Sus manos chicas hacen girar el disco de metal,
fregando y enjuagando.
No trabaja despacio, ni rápido, sino como un río.
Su pelo negro es como el ala de un pájaro.

No dudo ni un segundo que le encanta su vida.

Y quiero que se alce de la mugre y la inmundicia
y vuele al río.
Eso probablemente no suceda.
Pero tal vez sí.
Si el mundo fuera solo dolor y lógica, ¿quién lo querría?
Por supuesto, no lo es.
Tampoco me refiero a algo milagroso, sino apenas
de la luz que es capaz de emanar de una vida.
Me refiero a cómo doblaba y volvía a doblar ese trapito azul,
a cómo su sonrisa era solo para mí;
me refiero a cómo este poema está lleno de árboles, y de pájaros.


(EE.UU., 1935/2019)