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ESTE BLOG PERJUDICA SERIAMENTE A LA IGNORANCIA
lunes, 31 de marzo de 2025
SACHERI, Eduardo: Navidades II - La casita
lunes, 24 de marzo de 2025
SERÚ GIRÁN: Canción de Alicia en el país
¿Quién sabe, Alicia, este país
no estuvo hecho porque sí?
Te vas a ir, vas a salir
pero te quedas,
¿dónde más vas a ir?
Y es que aquí sabes,
el trabalenguas, traba lenguas,
el asesino te asesina
y es mucho para ti.
Se acabó ese juego que te hacía feliz...
No cuentes lo que viste en los jardines,
ya no hay morsas
ni tortugas.
Un río de cabezas aplastadas por el mismo pie
juegan cricket bajo la Luna.
Estamos en la tierra de nadie
pero es mía.
"Los inocentes son los culpables",
dice Su Señoría, el Rey de Espadas.
No cuentes qué hay detrás de aquel espejo,
Enciende los candiles que los brujos piensan en volver
a nublarnos el camino.
Estamos en la tierra de todos,
en la vida.
Sobre el pasado y sobre el futuro
ruinas sobre ruinas,
querida Alicia.
¿Quién sabe, Alicia, este país
no estuvo hecho porque sí?
Te vas a ir, vas a salir
pero te quedas,
¿dónde más vas a ir?
Y es que aquí sabes
que el trabalenguas, traba lenguas,
el asesino te asesina
y es mucho para ti.
Se acabó.
Se acabó ese.
Se acabó ese juego.
Se acabó ese juego que te hacía feliz...
sábado, 15 de marzo de 2025
GALEANO, Eduardo: Esa vieja es un país
1.
La última vez que la Abuela viajó a Buenos Aires llegó sin ningún diente, como un recién nacido. Yo hice como que no lo notaba. Graciela me había advertido, por teléfono, desde Montevideo: "Está muy preocupada. Me preguntó: ¿No me encontrará fea, Eduardo?"
La Abuela estaba hecha un pajarito. Los años iban pasando y la encogían.
Salimos abrazados del puerto.
Le propuse un taxi.
-No, no -le dije-. No es porque crea que te vas a cansar. Yo sé que vos aguantas. Es que el hotel queda muy lejos, ¿entendés?
Pero ella quería caminar.
-Escúchame, Abuela -le dije-. Por aquí no vale la pena. El paisaje es feo. Ésta es una parte fea de Buenos Aires. Después, cuando hayas descansado, vamos a ir juntos a caminar por los parques.
Se detuvo, me miró de arriba a abajo. Me insultó. Y me preguntó, furiosa:
-¿Te crees que yo miro el paisaje, cuando camino contigo?
Se colgó de mí.
-Me siento agrandada -me dijo- bajo el ala tuya. Me preguntó: "¿Te acordás cuando me llevabas alzada, en el sanatorio, después de la operación?" Me habló del Uruguay, del silencio y del miedo.
-Está todo tan sucio. Está tan sucio todo.
Me habló de la muerte:
-Yo voy a reencarnar en un abrojo. O en un nieto o bisnieto tuyo, yo voy a aparecer.
-Pero, vieja -le dije-. Si usted va a vivir doscientos años. No me hable de la muerte, que usted tiene para mucho todavía.
-No seas perverso -me dijo.
Me dijo que estaba harta de su cuerpo.
-Dos por tres le digo, a mi cuerpo: "No te soporto". Y él me contesta: "Y yo tampoco".
-Mira -me dijo, y se estiró el pellejo del brazo.
Me habló del viaje:
-¿Te acordás cuando te estaba matando la fiebre en Venezuela y yo me pasé la noche llorando, en Montevideo, sin saber por qué? Todos estos días yo le venía diciendo a Emma: "Eduardo no está tranquilo". Y me vine. Y ahora también pienso que no estás tranquilo.
2.
La Abuela estuvo unos días y se volvió a Montevideo. Al tiempo le escribí una carta. Le escribí que no se cuide, que no se aburra, que no se canse. Le dije que yo bien sé de dónde viene el barro con que me hicieron.
Y después me avisaron que había tenido un accidente.
La llamé por teléfono.
-Fue culpa mía -me dijo-. Me escapé y me fui caminando hasta la Universidad, por el mismo camino que antes hacía para verte. ¿Te acordás? Yo ya sé que no puedo hacer eso. Cada vez que voy, me caigo. Llegué al pie de la escalera y dije, en voz alta: "Aroma del tiempo", que era el nombre del perfume que una vez me regalaste. Y entonces me caí. Me levantaron y me trajeron aquí. Creyeron que me había roto algún hueso. Pero hoy, no bien me dejaron sola, me levanté de la cama y me escapé. Salí a la calle y dije: "Yo estoy bien viva y loca, como él me quiere".
miércoles, 12 de marzo de 2025
GALEANO, Eduardo: La mala racha
domingo, 9 de marzo de 2025
BORGES, Jorge Luis: Borges y yo
Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario bibliográfico. Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVIII, las etimologías, el sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición. Por lo demás yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y solo algún instante de mí podrá sobrevivir en el otro. Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar. Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus libros que en muchos otros o que en el laborioso rasgueo de una guitarra. Hace años yo traté de librarme de él y pasé de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y lo infinito, pero esos juegos son de Borges y ahora tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro. No sé cuál de los dos escribe esta página.
De «El hacedor» (1960)
miércoles, 5 de marzo de 2025
HUIDOBRO, Vicente: Arte poética
Que el verso sea como una llave
que abra mil puertas.
Una hoja cae; algo pasa volando;
cuanto miren los ojos creado sea,
y el alma del oyente quede temblando.
Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra;
el adjetivo, cuando no da vida, mata.
Estamos en el ciclo de los nervios.
El músculo cuelga,
como recuerdo, en los museos;
mas no por eso tenemos menos fuerza:
el vigor verdadero
reside en la cabeza.
Por qué cantáis la rosa, ¡oh Poetas!
Hacedla florecer en el poema ;
solo para nosotros
viven todas las cosas bajo el Sol.
El Poeta es un pequeño Dios.