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sábado, 20 de septiembre de 2014

CORTÁZAR, Julio: Tome la palabra, pero tenga cuidado


Cuando el catedrático doctor Lastra tomó la palabra, esta le zampó un mordisco de los que dejan la mano hecha moco. Al igual que más de cuatro, el doctor Lastra no sabía que para tomar la palabra hay que estar bien seguro de sujetarla por la piel del pescuezo sí, por ejemplo, se trata de la palabra ola, pero que a queja hay que tomarla por las patas, mientras que asa exige pasar delicadamente los dedos por debajo como cuando se blande una tostada antes de untarle la manteca con vivaz ajetreo.
¿Qué diremos de ajetreo? Que se requieren las dos manos, una por arriba y otra por abajo, como quien sostiene a un bebé de pocos días, a fin de evitar las vehementes sacudidas a que ambos son proclives. ¿Y proclive, ya que estamos? Se la agarra por arriba como a un rabanito, pero con los dedos porque es pesadísima. ¿Y pesadísima? De abajo, como quien agarra una matraca. ¿Y matraca? Por arriba, como una balanza de feria. Yo creo que ahora usted puede seguir, doctor Lastra.

Escritor argentino nacido en Bruselas (Bélgica) en 1914 y fallecido en París (Francia) en 1984.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

ISAÍAS, Marcela: HISTORIAS DE LA ESCUELA VIVA


Jueves, 28 de agosto de 2014


Historias de la escuela viva

La formación y el estudio son los pilares de una sociedad libre y democrática. Los ejemplos, por pequeños que se retraten en esta nota, son significativos para alcanzar ese objetivo.



Por Marcela Isaías
La escuela siempre se las ha ingeniado para que sus estudiantes detesten o amen la lectura. En esta última tarea se ha empeñado un profesor que enseña en un secundario para adultos de Rafaela. Desde hace unos 10 años, Sergio Fassanelli —el profe en cuestión— implementa un proyecto que llama "Leer porque sí". Y de eso se trata: fuera o dentro de clases, disfrutar de la buena literatura. "La mayoría de los alumnos de las escuelas para adultos llegan por las noches al aula luego de un día laboral agotador, quizás sin haber podido pasar por su hogar a darse un baño reparador, alimentarse adecuadamente o, simplemente, saludar a su familia. ¿Cómo podemos exigirles que lean en sus ratos libres cuando ni siquiera los tienen durante el fin de semana?", se preguntaba hace poco el docente en una reflexión que compartía con este diario.
A unos 90 km al sur de Rosario está La Vanguardia. Un pueblo al que la llegada del secundario para jóvenes y adultos le cambió la vida, tanto que las vecinas cuando se encuentran a barrer la vereda ya no hablan sólo del tiempo sino de las tareas que tienen para la noche. Basta con saber que son 450 los habitantes, de los cuales unos 50 se encuentran por las noches en la escuela para estudiar. No es una escuela más: no existen las notas tradicionales ni los abanderados se designan por sus calificaciones. Como pasó el último 25 de Mayo con Hugo, que cada día, después de trabajar largas horas, asiste a clases. A él lo eligieron por hacer las mejores tortas fritas. Un mérito unido al esfuerzo que pone para salir adelante.
En diciembre del año pasado, cuando Rosario era un hervidero no sólo por el calor y los cortes de luz sino también por las noticias de saqueos que ganaban los barrios, la profesora de plástica Cintia Pérez le daba los toques finales junto a un grupo de chicos de la Escuela Nº 133 de Nuevo Alberdi a un mural inspirado en la obra de Juan Grela. "Muchos de mis alumnos trabajan como albañiles junto a sus padres, tienen la postura del oficio, lo ves en el manejo de la cuchara, del balde", contaba Cintia para describir por qué tanto empeño en mostrarles el camino que propone el arte. Y lo más hermoso: para estos pequeños hablar de Grela, Picasso o Frida Kahlo no es algo desconocido.
Todavía conmueve la historia de Luisa, la nena con síndrome de Down a quien las escuelas pública y privada de su pueblo, Pujato, nunca le cerraron las puertas ni pusieron excusas para integrarla. El proceso de inclusión de Luisa en la primaria 227 se da con tanta naturalidad que sus propios compañeros de grado no entendían bien el motivo de por qué La Capital quería entrevistarla. "¿Por qué una nota para el diario? ¿Le pasa algo a Luisa?", preguntaban enmudeciendo hasta la propia directiva, que se vio felizmente sorprendida.
La semana pasada Rosario fue sede de unas jornadas latinoamericanas inspiradas en "La escuela viva" de Olga Cossettini. Un encuentro donde no faltaron los intercambios de libros, de anécdotas de aprendizajes, ni los susurradores de poemas ni el aplauso sentido por la recuperación de Ana Libertad, la nieta 115. No hay dudas de que si hoy hubiese que buscar ejemplos de experiencias de esa escuela viva que piloteaba la señorita Olga, las del profe que invita a leer por placer a sus alumnos adultos, la del pueblo que tiene otra vida a partir del secundario, la de la maestra preocupada por contagiar el arte y la de la inclusión que se vive como un derecho humano esencial, estarían en esos ejemplos.
En su libro "La escuela viva" (Losada 1942), Olga escribe: "Nuestro plan de trabajo tiende a organizar la tarea de la escuela en torno a los intereses y a las necesidades espontáneas del niño. Forma su programa de conocimientos con los materiales que toma del contorno y que coordina y unifica, teniendo en cuenta que la ciencia no es casillero de materias aisladas. Para una adecuada comprensión de la sociedad actual, mantiene contacto con ella, y procura, por todos los medios, el acrecer espiritual del niño nutriendo sus raíces que son la fuente de vida de la creación".
Más tarde, otro gran maestro, asesinado por la dictadura cívico-militar, Isauro Arancibia, imprimía a la educación una dimensión política del oficio de educador más que necesaria. "El maestro no sólo educa, también debe indignarse. Justo lo que la tradición prohibía. Inocuo, con aureola de mártir o santo alejado de las cosas terrenas, el maestro debía repetir 2 2 son 4. Los números estaban obligados a ser ajenos a los panes. Pero para el brazo que levanta el machete, dos horas de pelada de caña, más otras dos, no son cuatro. Y ocho horas son una eternidad", escribe el historiador Eduardo Rosenzvaig ("La oruga sobre el pizarrón", editorial Cartago) sobre los argumentos que sostenía la pedagogía de Isauro. Una pedagogía que proponía educar a los chicos para cambiar la vida, no para recitarla.
En la escuela viva de Olga, en la de la indignación de Isauro, como en todas las ricas experiencias educativas, hay palabras esenciales que resisten, que toman forma, sentido. Son las que se contraponen a ese vocabulario que cada tanto gana la escena educativa para confundir a los docentes, convencerlos de que siempre tienen que estar capacitándose en algo para no perder el tren o quedar afuera de los cambios, como la catarata de términos propios de la economía y siglas raras que caracterizó a los 90 (gestión, competencias, PEI, EDI; PROCAP, TEBE, etc.). Y, sin ir más lejos, a los que por estos días asistimos como una verdadera invasión, como: dispositivos, territorialidad, contextos, estrategias, articulaciones, formación situada y en contexto, transversalidad, coformador, cotrabajo, cocreación, facilitadores, tramas, referentes pedagógicos, y todas sus familias de palabras etc. para hacernos pensar que por ahí pasa la cosa.
Pero las buenas palabras no son una moda. Son las que dan formas a las historias de la escuela viva, que las tenía Olga en su día a día y con las que Isauro mostró cómo luchar a sus compañeros de trabajo: enseñar, aprender, leer, escribir, jugar, crear, chicos o si lo prefieren niños y niñas, educar, maestra y escuela.



martes, 9 de septiembre de 2014

MARTÍNEZ, GUILLERMO: Unos ojos fatigados


El hombre que me abre la puerta es viejo, aunque no de los más viejos que me han tocado. Tiene unos ojos fatigados, con esa fragilidad algo acuosa de la edad, pero la mirada es lúcida, casi hiriente, y sus maneras son dignas y calmas. Cierra la puerta y se mueve con lentitud de regreso a su sillón, como si fuera un trayecto peligroso en el que tuviera que poner sumo cuidado; solo cuando logra sentarse me indica otro sillón enfrente de él. Se sirve un vasito de licor de una botella facetada con una mano que tiembla ligeramente. Un Parkinson todavía controlable.
–Discúlpeme por la hora –me dice–; espero no haberlo despertado.
–No, duermo muy poco –lo tranquilizo–. Y realmente quería salir, en todo el día no había tenido llamados.
–¿No llaman mucho, entonces? –sus párpados se alzan un poco; las pupilas son de un color celeste acerado, pero a la luz de la lámpara se ven casi grises.
–Sí, llaman. Bastante. Más de lo que nadie hubiera supuesto en un principio. Solo que no me llaman a mí.
–Entiendo –dijo–: vi los otros avisos. ¿Qué prefieren? ¿Mujeres? ¿Sacerdotes?
–Mujeres, supongo, sí. Pero no en un sentido sexual, casi nunca. Buscan caras parecidas. A la madre, a una antigua novia; alguien que les recuerde a un ser querido. Pero también hay modas. Muchos piden enfermeras, o médicos.
–¿Y quiénes lo piden a usted? –su mirada parece por un momento irónica pero la atenúa enseguida una sonrisa cortés.
–Exacadémicos, sobre todo. Universitarios, escritores. Gente que todavía tiene bibliotecas, como usted, y quieren una conversación “filosófica”.
–No, no se preocupe, nada de conversaciones. Solo quiero terminar mi copita. ¿Puede creer que ellos intentaron enviarme un verdadero filósofo?
–Bueno, se supone que tienen que intentarlo todo. ¿Cuántos embajadores tuvo?
–¿”Embajadores”? ¿Así los llaman? –se sonríe y mueve la cabeza–. A veces pueden ser graciosos. Fueron siete en total, llevé la cuenta. Son verdaderamente ingenuos, estuve a punto de escribir un último ensayo: el desfile de las razones para seguir. Me enviaron incluso una prostituta, una chica joven. Joven de verdad. Tuve que decirle: M’hijita, podría haberlo considerado… ¡hace cien años!
–En general envían solo tres. Pero escuché hablar de casos como el suyo. Son los que consideran una anomalía. Usted no es tan viejo, no parece enfermo, ni perdió las facultades mentales: yo veo únicamente un Parkinson muy suave.
–Sí, estoy sano, eso los desesperaba sobre todo. En un momento llegué a pensar que en realidad me estaban estudiando, debajo de distintos disfraces. O que era una clase de trampa legal, y que nunca dejarían de sucederse, uno tras otro. Pero evidentemente se resignaron, esta mañana me llegó el permiso oficial. Me dediqué a buscar la persona apropiada toda la tarde. Vi muchos avisos en la red, pero no sabía a quién llamar. Del suyo me gustó el título: Un final definitivo. Eso es exactamente lo que quiero: que sea definitivo –suspira y deja en la mesa el vasito vacío–. ¿Lo tiene en el maletín?
Sus ojos vuelven a mirarme y otra vez me llama la atención el color cambiante de las pupilas bajo la luz. Apoyo el maletín en la mesita y lo abro con cuidado. Parece decepcionado al ver solo una jeringa.
–No –dice–: tiene que ser algo más drástico. Si no le parece mal, voy a buscar mi escopeta. No pienso dejarles el cerebro. Son como buitres y están en todas partes: en las morgues, en los cementerios, en los hospitales. Sé que se infiltran incluso entre ustedes para recuperar la masa encefálica.
–Como usted quiera –digo.
Lo dejo incorporarse y caminar dos pasos, hasta que me vuelve la espalda. Me acerco por atrás, le paso el brazo izquierdo debajo del cuello, abro la palma sobre la nuca y empujo con fuerza hacia adelante. Es el procedimiento alternativo, y se supone que preserva por unos minutos el flujo sanguíneo a la cabeza. Llamo por teléfono mientras doy vuelta con una mano el cuerpo delgado y reseco. Alzo con cuidado uno de los párpados para mirar la pupila de cerca.
–¿Recuperable o irrecuperable? –me preguntan.
–Recuperable –contesto–. Pero cambié de idea sobre el trato. Prefiero quedarme con algo para mi colección.
–Solo puede ser algo externo –me advierten.
–Los ojos –digo–. Creo que son antiguos. Creo que son auténticos ojos humanos.

(Argentina, 1962)


viernes, 5 de septiembre de 2014

DOLINA, ALEJANDRO: Los deberes de Pedro

Pedro se sienta en los últimos bancos del aula, como corresponde a un chico que desdeña la educación y la vecindad de los poderosos. Las conspiraciones y los batifondos nunca lo hallan ajeno. Busca el riesgo de las transgresiones y la compañía de los más beligerantes. A veces lo tientan el estudio y la inteligencia. Entonces, como quien acepta un desafío, como una compadrada, resuelve arduos problemas de regla de tres y cumple los dictados sin tropiezos.
Un día, la maestra le acaricia el pelo tiernamente. Él piensa:
—Ay, señorita... Si supiera cómo me gustaría regalarle una flor y darle un beso.
Pero Pedro sabe quién es y conoce su deber y su destino. Con una gambeta se aleja del afecto inoportuno y va a buscar la gloria allá en el fondo, donde los malandras se empeñan revoleando los tinteros para que se cumpla mejor el divino propósito del Universo.

(Argentina, 1944)