Había una vez un chico que no se podía dormir. Todas las noches su mamá le dejaba un velador prendido, muy lindo, con un foco tan chiquito como un garbanzo.
Primero llamó a su mamá y dijo:
-¡Mamá, tengo sed!
La mamá se levantó y le trajo un vaso de agua.
Después se quedó con un ojo abierto y otro cerrado y le dijo de nuevo.
-¡Mamá! ¿Te acordás cuando fuimos a ese lugar? ¿Cómo era?
-Bueno, ahora dormite -dijo la mamá que quería dormir, porque las madres precisan dormir también.
Él miraba la silla y le parecía que no era la que veía todos los días; ahora parecía que la silla tenía un vestido largo y arriba una cabecita chiquita que se iba poniendo más clara.
-¡Mamá!- dijo.
Pero la mamá se había dormido. Entonces cerró los ojos. Cuando cerró los ojos vio pasar montones de redondelitos como granos de arroz, pasaban y pasaban. Eran tantos como si todo el mundo estuviera cubierto de granos de arroz. Cuando abría los ojos, esos arroces desaparecían.
Su mamá le había dicho:
-Para dormirse hay que contar ovejas.
Ovejas que saltan un alambrado, una detrás de otra van saltando. Ovejas, no abejas, porque las abejas vuelan de flor en flor y no se pueden contar.
-¿Y si cuento perros? -dijo el chico. Cerró los ojos y empezó a contar perros. Pero los perros hacían un bochinche bárbaro, venían todos juntos, no cruzaban uno detrás del otro. Uno se enredó en el alambrado, otro ladraba con las orejas bien paradas.
-Voy a contar ovejas- pensó.
Cerró los ojos y apareció una ovejita sola, chiquita, con la lana un poco sucia. Esa oveja comía pasto pero sin ganas, parecía medio triste y seguro que no quería cruzar el alambrado. Ni pensaba.
Él no se podía dormir porque al día siguiente se iba a ir de excursión con la escuela a Buenos Aires, en un colectivo y nunca había ido de excursión. A la mañana en la escuela habían saltado todos juntos y gritaban.
-¡Excursión! ¡Excursión!
Él tenía que llevar un paquete a la excursión con sándwiches y manzanas. Entonces pensó: “¿Estará el paquete? Voy a mirar si está”.
Se levantó y vio que en la cocina estaban los sándwiches y las manzanas. Entonces la mamá sintió que andaba levantado y le dijo:
-¿Qué estás haciendo?
-Nada, nada.
La mamá lo acompañó a la cama y dijo:
-Bueno, dormite ahora -le dio un beso y le acomodó la frazada bien acomodada, porque él se había destapado todo.
Entonces empezaron a aparecer las ovejas, una detrás de otra. Eran ovejas gordas, con una lana suave y con rulitos; levantaban la patita y una, levantaban la patita y dos, y seguían pasando. Después ya aparecía que iban flotando, cada vez se hacían más grandes las ovejas, ahora se veía todo claro, suave, enrulado, una cosa toda blanca que se movía despacio, y se quedó dormido.
(Argentina, 1936/2018)
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