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—… ¿Leía mucho? (preguntó Yambo a su esposa al intentar recordar algo sobre sí mismo).
—Eres un lector incansable. Con una memoria de hierro. Sabes un montón de poesías de memoria.
—¿Escribía?
—Nada tuyo. Soy un genio estéril, decías; en este mundo o se lee o se escribe, los escritores escriben por desprecio hacia los colegas, para tener de vez en cuando algo bueno que leer.
—Tengo muchos libros. Perdona, tenemos.
—Aquí hay cinco mil. Y siempre aparece el tonto de turno que entra y dice cuántos libros leyó usted, ¿los ha leído todos?
—¿Y yo?, ¿qué contesto?
—Sueles contestar: ninguno, si no, para qué los tendría aquí, ¿acaso guarda usted las latas de carne tras haberlas vaciado? Los cincuenta mil que ya he leído se los he regalado a las cárceles y a los hospitales. Y el tonto se queda cortado.
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LA RISA...
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La sonrisa irresistible. Pero, ¿por qué te casaste con el hombre que ríe?
—Porque te reías bien, y me hacías reír. De pequeña no paraba de hablar de un compañero de colegio, que si Luigino por aquí, que si Luigino por allá, cada día volvía a casa y contaba algo que había hecho Luigino. Mi madre sospechaba que había algo más, porque un día me preguntó que por qué me gustaba tanto Luigino. Y yo le dije: porque con él me río.
—… ¿Leía mucho? (preguntó Yambo a su esposa al intentar recordar algo sobre sí mismo).
—Eres un lector incansable. Con una memoria de hierro. Sabes un montón de poesías de memoria.
—¿Escribía?
—Nada tuyo. Soy un genio estéril, decías; en este mundo o se lee o se escribe, los escritores escriben por desprecio hacia los colegas, para tener de vez en cuando algo bueno que leer.
—Tengo muchos libros. Perdona, tenemos.
—Aquí hay cinco mil. Y siempre aparece el tonto de turno que entra y dice cuántos libros leyó usted, ¿los ha leído todos?
—¿Y yo?, ¿qué contesto?
—Sueles contestar: ninguno, si no, para qué los tendría aquí, ¿acaso guarda usted las latas de carne tras haberlas vaciado? Los cincuenta mil que ya he leído se los he regalado a las cárceles y a los hospitales. Y el tonto se queda cortado.
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LA RISA...
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La sonrisa irresistible. Pero, ¿por qué te casaste con el hombre que ríe?
—Porque te reías bien, y me hacías reír. De pequeña no paraba de hablar de un compañero de colegio, que si Luigino por aquí, que si Luigino por allá, cada día volvía a casa y contaba algo que había hecho Luigino. Mi madre sospechaba que había algo más, porque un día me preguntó que por qué me gustaba tanto Luigino. Y yo le dije: porque con él me río.
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.(Italia, 1932)
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