
ADVERTENCIA: La lectura del presente blog puede herir la sensibilidad de personas que no comprenden que un hecho artístico es justamente eso. Queda bajo la decisión de cada lector ingresar y disfrutar o no los textos aquí compartidos. Prohibida la visita a aquellos que no saben ni quieren pensar.
ESTE BLOG PERJUDICA SERIAMENTE A LA IGNORANCIA
viernes, 22 de enero de 2010
RULFO, Juan: Macario

miércoles, 20 de enero de 2010
PASTORAL: Humanos
Humanos quieren llamarse ellos,
que matan a un ave al volar.
Humanos son los que con sus manos
la vista a un hombre le han de quitar.
Sí, también soy humano,
y lo fue mi hermano,
antes y después de morir.
Pero el odio, por la gente inculcado,
lo llevó a lo alto
y consiguió la paz.
Humanos son los que cavan trincheras,
son los que rompen higueras.
Humanos, humanos son.
Pastoral
Alejandro De Michele: voz y guitarra
Miguel Angel Erausquin: guitarra y voz.
Del disco "Humanos", editado en 1976
lunes, 18 de enero de 2010
ULANOVSKY, Carlos: Confesiones de un televisor blanco y negro

Vivo en lo de la familia Terrone en Caballito. Los miré fijo a los ojos durante tanto tiempo que conozco de ellos más de lo que se pueden imaginar. A lo mejor piensan que no me daba cuenta de que para pelearse y que los chicos no escucharan los gritos me subían el volumen a todo lo que daba. Con ellos vivo… Eso de que vivo es un decir: más bien sobrevivo. Se están por cumplir diez años desde que me desalojaron de la mitad del comedor y pusieron un televisor de color en mi lugar. Eso me dolió mucho. Del comedor pasé a la cocina, a estornudar con la pimienta, a lagrimear con las cebollas. De ahí a la pieza de la abuela hasta que la vieja murió. Ahora estoy tapado de la cabeza a los pies y soy el tercer televisor de esta casa. Y se tiene que venir el mundo abajo para que alguien se acuerde de mí. Por eso digo qué blanca, gris y negra vida la mía.
No me gusta la imagen que ofrezco a los demás. A veces sufro de mareos, tiemblo en horizontal y vertical, me quedo mudo de la impresión, me parece que

Odio el televisor en colores igual que la radio me odió a mí cuando llegué al hall de los Terrone a ocupar su lugar. Muchas veces recuerdo cuando era imprescindible. Me calentaban hasta los bulbos y suerte que llegaba “Un momento de meditación” cada medianoche a salvarme. A los artistas los pantalleo bien a todos desde Pinky, que pasó adentro nuestro buena parte de sus treinta mil horas de televisión, hasta Alberto Olmedo, sobre el que un bromista, un pesado, me dijo el otro día que se había suicidado. Cualquiera de ellos admitirá que es muchísimo más simple disimular las ojeras con el blanco y negro que con el color. Quiero mucho a los artistas. Los hacía grandes, chiquitos, malos, buenos, reían, lloraban y hasta se equivocaban y olvidaban lo que tenían que decir. Sí: a todos los llevo muy adentro de esta caja que es idiota solo cuando está hecha por idiotas.
No todo lo que pasó ante mis ojos y salió de mi garganta, cada día más afónica, fue bueno. No necesité ser en colores para ponerme colorado de vergüenza, verde de indignación, amarillo de aburrimiento, azul quedó como decía Mareco. Eso de las listas negras, por ejemplo: me puso violeta. No se le permitió trabajar a mucha gente valiosa. Censurar gente es lo peor pero también censuraron a la creatividad, a la imaginación, a lo distinto, a lo que parecía difícil, serio o profundo.
A veces me ilusiono porque alguien abre esta piecita en donde se amontona todo y la tierra me entra por todos los costados. Pienso que vienen a encenderme porque se descompu

Pensar que alguna vez fui importado, lindo, caro, nuevo y funcional. Es difícil aceptar la decadencia. Tanto como haberse venido abajo. Pero en este país lo viejo no vale nada. Y lo que es peor, los viejos tampoco. Por eso cuando el músculo duerme y el orthicón descansa, sueño que soy un jubilado y agarran pesadillas. Eso sí que no: antes de ser jubilado, prefiero ser un televisor blanco y negro.
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(ARTÍCULO PUBLICADO EN EL DIARIO "PÁGINA 12" EL 17 DE OCTUBRE DE 1991)
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Carlos Ulanovsky nació en Buenos Aires en 1943 y es periodista desde 1963. Trabajó en numerosos diarios y revistas en los que con frecuencia desarrolló la temática de los medios de comunicación y su crítica, en especial, de la televisión. Es autor de doce libros, entre los que figuran TV Guía Negra (con Sylvina Walger, 1973) y TV Argentina 25 años después (1975). En esta misma editorial publicó Días de radio (con Marta Merkin, Juan José Panno y Gabriela Tijman, 1995, 2004), Paren las rotativas (1997, 2005) y Estamos en el aire (con Pablo Sirvén y Silvia Itkin, 1999, 2006). Entre 2003 y 2005 fue director de las radios de la Ciudad (AM 1110 y FM 92.7).
lunes, 11 de enero de 2010
BAYER, Osvaldo: Matar la poesía

Los dos enamorados hicieron sólo dos cosas maravillosas en su vida: el escritor, ese libro Sin novedad en el frente, a quien Hitler lo denominó el peor de los escritos en alemán y lo hizo quemar en plaza pública, mientras Erich Maria Remarque, el tímido, debió exiliarse en el exterior. Y Marlene Dietrich fue protagonista de esa película inolvidable para todos, El ángel azul. Se supo que Hitler la denominó su actriz preferida y sin embargo ella se quedó en Estados Unidos, aun sabiendo que ahí se acababa su vocación de berlinesa bien rea. Los dos, el escritor talentoso y tímido y Marlene, la amada por todos, se encontraron en Europa, se amaron hasta el delirio, se enviaron cartas que hoy siempre siguen siendo verdaderos poemas. Ella firmaba sus cartas con el seudónimo “El puma”. Y él la denominaba siempre así, “mi puma”. En las noches del encuentro, el puma se devoraba por entero al tímido y sensible escritor. Mientras duró la amistad celestial entre los dos, el puma tuvo nueve amantes, todos actores y actrices de primera línea. Pero él, cuando se encontraba con ella en los lugares más inverosímiles, recibía ojos de poeta enamorado y moría devorado. Todo lo que escribió después Erich Maria Remarque no puede ni compararse con la épica de Sin novedad en el frente. Todo lo que filmó Marlene Dietrich en Estados Unidos sirvió sólo para ser olvidado. Salvo sus canciones. Cuando cantaba en reo berlinés, los espectadores hombres dejaban de hablar con sus mujeres y se divorciaban. A los dos seres del arte siempre los unía la paz entre los pueblos y el antirracismo. Leer Sin novedad en el frente y escuchar a Marlene en “Dime dónde están las flores”, a todo ser sensible lo conmueve y lo mueve a creer en la paz y el abrazo entre todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Hoy, con la guerra de Bush y la cobardía de los bufones gratuitos, cuentan más que nunca los versos de la canción de Marlene cuando al final de la última guerra cantaba con una tristeza llena de enorme melancolía y sed de justicia a los jóvenes que marcharon a la guerra y fueron despedidos con flores por emocionadas muchachas:
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La voz se pierde, como un poema que no tiene fin. Ya marchan nuevos soldados. Ojalá que a ellos no les cante nadie. Ni haya mujeres jóvenes que les entreguen flores. Ellos van a matar. A matar las flores, la vida. ¿Dime, cuándo podremos comprender? ¿Por qué el hombre mata, quiere matar, le pagan por matar y sigue matando? Dime, ¿cuándo podremos comprender?
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miércoles, 6 de enero de 2010
HERNÁNDEZ, Juan José: Venganza

Su tío la llevaba de adorno, colgada del llavero, pero él insistió tanto que acabó por regalársela. Con su abuela las cosas son más complicadas. En vano le ha pedido aquella piedra que trajo de la Gruta de la Virgen del Valle, el año de su peregrinación a Catamarca. Durante un tiempo agotó sus recursos de nieto predilecto para conseguirla: se hizo cortar el pelo, aprendió las lecciones de solfeo. Su abuela persistió en la negativa. Ni siquiera pudo conmoverla cuando estuvo enfermo de sarampión y ella se quedaba junto a la cama, leyéndole.
Una tarde, mientras bebía jugo de naranja, interrumpió la lectura y volvió a pedirle la piedra de la Virgen. Su abuela le dijo que no fuera cargoso, que se trataba de una piedra bendita y que con reliquias no se juega. El chico, enfurecido, derramó el jugo de naranja sobre la cama. La abuela pensó que lo había hecho sin querer.
Unos días después de este incidente, el chico abandonó la cama y cruzó a la casa de enfrente, donde vive la abuela. Tiene el propósito de sentarse en la silla de hamaca, cerca de la pajarera principal, y terminar Robinson Crusoe. Se siente débil y el médico ha recomendado que lo hagan tomar un poco de sol, por las mañanas. La casa de la abuela está llena de pájaros y plantas.
En los patios hay jaulas de alambre tejido con cardenales y canarios; a lo largo de las paredes, casales de pájaros finos seleccionados para cría; en el jardín del fondo, pajareras de mimbre con reinamoras. Tupidos helechos desbordan los macetones de barro cocido, y toda la casa es fresca, manchada y luminosa, como con luz cambiante de tormenta. Dentro de las habitaciones, la abuela, dos veces viuda, se consagra al recuerdo de sus maridos y a sus santos de siempre. San Roque y su perro, amparado por un fanal de vidrio, goza de la mayor devoción. Lamparitas de aceite arden todo el tiempo sobre la mesa que sirve de altar; flores de papel y un escapulario bordado en oro, con un corazón en llamas, completan la sencilla decoración.
Allí también está la piedra de la Virgen, brillante de mica y de prestigio.
Sentado en la silla de hamaca, el chico mira a su abuela, que ayudada por la criada riega las plantas, corta brotes malsanos y cambia el agua de las pajareras.
Tiene entre las manos Robinson Crusoe, pero no lee. Piensa en la piedra que nunca será suya, en la negativa odiosa de la abuela. No ha vuelto a hablarle del asunto desde la tarde en que derramó el jugo de naranja sobre la cama. Imposible robársela. Es una piedra bendita. Y quién sabe si al intentar hacerlo no cae fulminado por un rayo como se cuenta de Uzza, en la Historia Sagrada, que tocó el Arca de Dios. El chico quiere leer y no puede. Observa la pajarera principal cuyo techo, de lata verde, imita el de una pagoda china. La abuela y la criada están distraídas regando las hortensias del jardín del fondo. Entonces se incorpora sin hacer ruido y abre una puerta de la pajarera. El primer canario vacila, desconfía, trina, y de pronto echa a volar. Los demás, siguiendo el ejemplo, huyen alborotados hacia los árboles del vecino.
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