"Mujer apacentando su vaca" de Jean Francois Millet
Cuento de Togo-Tim (África)
Una vieja muy vieja
quería, a toda costa, acostarse con un hombre. Pero ninguno tenía ganas de
acostarse con ella. Entonces tuvo una idea: ató una vaca por los cuernos y
llevándola así con ella, iba diciendo: “Al hombre que se acueste conmigo, le
regalo la vaca”.
La mujer de Araña la
escuchó y esa noche, cuando su marido volvió de trabajar en la granja, le
comentó la noticia.
-¿Es una linda vaca?
–preguntó Araña.
-La vaca es lindísima
–dijo su esposa-. Pero la vieja es muy fea.
Al día siguiente,
Araña no fue a la granja. Muy tranquilo, se sentó en el suelo a la puerta de su
casa. Al rato, pasó la vieja voceando su extraña propuesta y se detuvo al ver
que Araña la observaba con mucho interés.
-¿Te gustaría
acostarte conmigo? –le preguntó.
-Por supuesto, me gustaría
muchísimo. Ni siquiera me interesa la vaca. Pero eso sí: cuando hago algo,
quiero hacerlo bien y ya veo que no será fácil darte el gusto. Para
satisfacerte de verdad hay que ser muy fuerte, y en casa no hemos comido bien
últimamente. Estoy un poco débil. Pero si me como la vaca, me volverán las
fuerzas y podré complacerte como es debido.
-De acuerdo –dijo la
anciana, muy entusiasmada-. Te dejo la vaca. La matas, comes bastante carne, y
después vengo a acostarme contigo.
-La debilidad no es
algo que se pueda solucionar con una sola buena comida. Necesito comerme toda
la vaca, y eso me va a llevar más o menos una semana.
Se pusieron de
acuerdo y la vieja se fue. Araña mató a la vaca, apartó la cabeza, la sangre y
las tripas y su mujer cocinó el resto para ellos y sus hijos. Durante varios
días toda la familia se hartó de deliciosa carne de vaca.
Pero no había pasado
la semana cuando apareció la vieja, muy ansiosa.
-Todavía no llegué a
la cabeza –le dijo Araña-, que es lo que más fuerzas me da.
Y le mostró la cabeza
de la vaca. La vieja empezó a venir todos los días y Araña siempre le decía que
faltaba terminar la cabeza. Finalmente se comieron la cabeza también.
-Ahora tendré que
hacer feliz a la vieja –dijo Araña.
-Bueno, lo importante
es que nos comimos la vaca –dijo su mujer.
Y entre los dos
pusieron en práctica el plan de Araña. A la mañana siguiente el hombre untó el
vientre y las piernas de su esposa con la sangre y las inmundicias de las
tripas de la vaca. En ese estado, se sentó ella en la puerta de la casa. Al
rato llegó la vieja y la miró horrorizada.
-¿Qué te ha sucedido?
-Es que ayer mi
marido terminó la cabeza de la vaca –dijo la señora Araña-. Después fue a ver
al herrero y le pidió una punta de hierro para su pene. Y anoche me dijo: “Ven
aquí, quiero probar si estoy lo bastante fuerte para satisfacer a esa hermosa
anciana”. ¡Y me dejó así! Pasa, pasa, Araña te está esperando en casa, creo que
te vas a divertir mucho con él.
La vieja salió
corriendo lo más rápido que pudo y nunca más se le ocurrió volver a molestar al
ingenioso Araña.
A lo largo de la costa de África Occidental, el ingenioso Araña y su familia hacen de las suyas. Ya sea como Anansi, para los akan y los ashanti, o como Gizo para los hausa. En este caso, la burlada es una vieja deseosa de amores, personaje siempre cómico y reprensible de la tradición universal. Fray Luis de León en “La perfecta casada” (1583) fustiga a las mujeres que tratan de disimular su edad para seguir atrayendo a los hombres. “Aún a las edades quietas y metidas ya en el puerto de la templanza, las galas de los vestidos lucidos y ricos las sacan de sus casillas, e inquietan con ruines deseos su madurez grave y severa, pesando más el sainete del traje que la frialdad de los años”.
Texto
extraído de:
No hay comentarios:
Publicar un comentario