El almuerzo, Pablo Picasso (1881-1973)
—Juana, planchame la solera rosada, dejámela sobre la cama, ¡ah! fijate si las sandalias blancas están limpias, preparame el baño y avisame cuando esté listo.
—¡Juana!, ¿dónde metiste los jeans que no los encuentro? Che, lavame esta camisa, la quiero para la tarde…
—Juana, tome la lista para las compras. Fíjese en la balanza, ¿eh?, que no le den fruta tan madura, y no tarde que la preciso.
Los niños, la señora y falta el señor todavía…
Juana lava, plancha, limpia, hace los mandados y casi siempre cocina… ¡Juana traeme, Juana llevá, Juana andá a comprar!
Por un momento Juana cierra los ojos y recuerda su pueblito cordobés. ¿Qué estará haciendo la abuela? Seguro sentada en su silla petisa tomando unos amargos y vigilando el chancho y las gallinitas…
—Che, ¿estás dormida?
Su recuerdo es sacudido bruscamente y vuelve a la realidad, ¡ah! ¡las compras, la solera de la niña!
A las 12.30 todo está listo y la mesa puesta. Tiene que ser así, el señor de la casa ha dispuesto esa disciplina.
Sobre el mantel a cuadros juguetea la fina mano de María Florencia con unas miguitas, Gonzalo mira a su padre como interesado en la conversación mientras sus pensamientos viajan y su mente organiza la tarde: el club, las chicas, la moto, la discoteca… La señora parece atraída por la conversación de su marido, pero en realidad repasa mentalmente las obligaciones para la tarde: peluquería, gimnasia en lo de Mariela, visita a la tía Rosaura que está enferma…
—…y con el poder de la mente se logra realizar todo, hasta lo que parece imposible. Con la concentración mental se han podido trasladar objetos y hasta personas. Comenta el libro el caso de una mujer que tanto deseaba ver a su hijo radicado lejos, que concentró su fuerza mental y, sin dejar el lugar que vivía, llegó a estar con el hijo unas horas. Podría ser un caso de desdoblamiento. Les aseguro que el libro es fascinante.
Los dulces y húmedos ojos de Juana se agrandan, queda paralizada, ni siquiera siente el calor de la fuente que lleva a la mesa…
—¿Y a vos qué te pasa?, ¿qué hacés allí parada?, traé la fuente.
Es la señora, claro, ella ni imagina que las palabras de su marido han tocado como un rayo a Juana. La pobre Juana no entiende bien lo que su patrón comenta, pero de pronto se ve en su pueblito cordobés corriendo, saltando entre las piedras del río, con una rama en la mano, mandando las gallinitas para el rancho.
Juana lava los platos del almuerzo cuando la niña entra a la cocina para hacerle un encargo.
—Niña, ¿qué es eso de la fuerza mental que decía el señor?
—¡No me vas a decir que a vos te interesan esas cosas!
—Es para saber, niña. Eso de la madre que fue a ver al hijo… ¿Se puede pensando mucho, irse así?
María Florencia entiende enseguida los deseos de Juana y en complicidad con su hermano Gonzalo, a modo de travesura, informan a Juana ampliamente, en forma novelesca, sobre los poderes de la mente.
Por fin concluye el día, los grandes y dulces ojos de Juana parecen más chicos por el cansancio, las manos más hinchadas por tanta tarea; pero su corazón brinca, una sonrisa entreabre sus carnosos labios. Cuidadosamente cierra la puerta de su piecita y coloca la silla junto a la ventana.
A una cuadra de la casa queda Avda. Belgrano por donde pasan las tan criticadas vías del ferrocarril que “cortan” la ciudad; a Juana no le importa ese detalle y ama aquellas vías y los trenes que pasan por ellas. Cada noche, tirada sobre la cama, cuando la pitada de algún tren anunciaba su paso, Juana se dejaba llevar por su imaginación a su querido pueblito y así, con la estruendosa música de las ruedas girando sobre el acero, quedaba dormida. Pero ahora no quiere dormirse. Sentada junto a la ventana espera el paso de un tren, aspira el aire fresco de la noche y piensa, piensa… en la abuela, en el rancho, en las gallinitas… Desea tenerlos a todo a su lado. Su imaginación cabalga junto a las ruedas.
7.30. Suena el despertador y la familia se apresta para un nuevo día. Luego del baño, el señor se dirige al comedor a desayunar.
¡Nada está preparado! Ni en la cocina Juana canturreando como todas las mañanas. Protestas del marido, ceño fruncido y gran fastidio de la señora. El día ha empezado mal. Molesta, va a despertar “a esa chinita que se ha quedado dormida”.
Al abrir la puerta de la piecita de Juana, asombro, horror, desconcierto, todo se mezcla. Allí, junto a la ventana, sentada en la silla, con una dulcísima sonrisa y dormida, está la Juana; a su lado, en la silla petisa, con el mate en las manos, dormitando, la abuela; a sus pies un gordo chancho de rojo pelaje entreabre los ojos y dibuja un gesto de fastidio por aquella intromisión; saltando y picoteando por doquier, gallinas y pollitos…
Un fresco perfume a peperina lo invade todo y se deja oír el susurro del agua de un arroyo saltando, corriendo sobre las piedras.
Lucía Clérici
Lucía Clerici nació en Rosario (Santa Fe) y estudió arte escénico y dibujo artístico en Mendoza. Utilizó de joven el seudónimo Mónica Mores y se hizo popular como locutora radial y de televisión. Como escritora fue distinguida por textos de los diversos géneros que ha explorado: poesías para canciones, cuentos breves y cuentos infantiles. El cuento “La Juana” fue tomado del libro “Las provincias y su literatura. Mendoza” (Ed. Colihue, Bs. As., 1991)
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