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jueves, 25 de enero de 2024

SOLOA, Isaías: Facundo


El preceptor abrió la puerta y encontró a Facundo, el pibe de quinto primera, acostado en el piso del baño, muy tranquilo, en horas de clases, después de que tocara el timbre para entrar al curso. Mirando el techo, como buscando algo que no lograba encontrar.
—Morales, qué hace ahí en el piso. Levántese ya mismo.
Facundo tenía 17 años.
Facundo, Facundo Morales, Facundo Morales de quinto año. Facundo Morales de quinto primera.
A decir verdad, era raro. Se juntaba con las pibas de la fila que está del lado de la ventana. Al fondo. En el último banco.
Algunos decían que era medio retrasado: no hablaba mucho, le daba vergüenza pasar a lección oral. Un día la profe de Naturales le dijo que pasara al frente, porque si no se la iba a llevar. Él no dijo nada. Ella le dijo que si no respondía, se iba a llevar la materia. Él no respondió nada, como creando resistencia con su silencio. La profe se sintió desafiada. Él la miraba. Ella sentía que él la desafiaba, no bajándole la mirada. Él la miraba. No le importaba nada, parecía. No sabía lo que pensaba. No sabía que prefería desaprobar a someterse a la burla de todo apenas hablara. La materia era solucionable. Una vergüenza más, a estas alturas, no.
Facundo no iba a gimnasia. Nunca. Había zafado cinco años presentando trabajos prácticos escritos en diciembre.
Por eso decían también que era medio raro. Sabía que si no iba no aprobaba. No quería ir. Había quedado marcado toda la secundaria, desde ese día que lo hicieron jugar al fútbol, para el equipo de los del otro curso. Para diferenciar los equipos hicieron que se sacaran la remera los del grupo en el que él estaba. No supo cómo manejarlo. No supo cómo zafar para no sacarse la remera. Se la sacó. Se rieron. Corrió sin la remera puesta. Se rieron. Terminó el partido. Los pibes se saludaron. A Facundo no lo veían. Hubiera sido mejor que ese día no hubiera ido. Ese día lo marcó para siempre.
Era gordo, era malo para el fútbol. No era como los demás pibes.
Hablaba poco, se juntaba solamente con las pibas del fondo del curso, era malísimo para los deportes. Era raro.
Lo habían encontrado en el baño. Acostado. Con los ojos abiertos, como mirando el techo. Tranquilo. Vaya uno a saber qué se le pasaba por la cabeza.
En la escuela le iba más o menos. Zafaba como podía. Copiaba cuando había que copiar en las pruebas. Era contradictorio lo que le pasaba con la escuela. Quería ir, pero no quería ir. Quería aparecer en la escuela, pero estaba cansado de tener que ver a los pibes que lo jodían en la parada del bondi, a la entrada y a la salida. Quería ser absolutamente invisible durante el camino. Le gustaba estar sentado al fondo de la clase, mirando todo desde atrás. No quería estar afuera de la escuela. Porque afuera significaba tener que volver al barrio, atravesar la plaza, ver a los pibes, llegar a su casa para encerrarse en la pieza con alguna excusa, no salir. Protegerse del mundo.
Vivía en un barrio de Mendoza. Todas las mañanas se tomaba el bondi verde. Ya sabía, a las 7,05 AM era el horario indicado para tomarlo. No estaba el grupo de los que se iban más temprano a la misma escuela, en la misma parada. Tampoco estaban los pibes del barrio, que lo conocían. Los que no se sentaban al lado suyo, aunque tuvieran que ir parados los treinta y siete minutos que duraba el viaje. Porque no daba. Porque si alguien se sentaba a su lado, tenía que bancarse las cargadas de los otros. No daba. Todo bien, pero era un quemo juntarse con él.
Pasa que el pibe era rarito. Era mejor que no hablara, porque se le notaba. Era mejor que fuera calladito. Y no daba juntarse con él. Las chicas se juntaban con Facundo. Pero un rato, para hacer las tareas. Se hacían el aguante. Él se ocupaba de resolver las actividades y las chicas de pasar en su carpeta lo que le copiaban. No era tan malo juntarse con él. Era callado. Pero no era malo. Era afeminado. Pero no era tan malo. Era gordo, pero no era tan malo.
Parecía que todos entendían implícitamente que el silencio de Facundo era lo mejor que podía suceder. Los compañeros, los profes, los preceptores; todos. Era mejor así. Ausente.
Le salía ser así. Facundo se imaginaba siempre en una situación mejor. Se imaginaba riéndose con amigos. Se imaginaba saliendo los fines de semana. Se imaginaba otro. Y así se sentía bien.
Lo que nunca se imaginó fue lo que le hicieron las compañeras que se sentaban con él. Ni lo que reprodujeron los pibes del resto del curso, en el primer recreo del martes.
Julieta, la compañera de banco, le había encontrado unas hojas en la carpeta. Unos carteles escritos a mano. Encontró un cartel. El cartel que iba para Marcos Fuentes. El de la otra fila. Decía: Marcos, me gustás.
Julieta sacó foto. Miró la foto. Cerró la carpeta. Mandó la foto al grupo de Whatsapp de los del curso. Donde estaban casi todos. Casi. Uno de los que no estaba era Facundo. Así es que no había problema, no se iba a enterar. Era gracioso.
Como cuando uno pone las fichitas de dominó, una detrás de la otra, y empuja una para que se caigan en fila las demás; así pasó con la foto que pasó del teléfono de Julieta al grupo de Whatsapp, de ese grupo a otros de la escuela, de ahí a los muros de Facebook de los pibes de la escuela. Y así. Como las fichitas del dominó. El tema es que la última ficha por caer era Facundo.
Cuando se enteró, ya era tardísimo. Era el segundo recreo. Todo pasó rapidísimo. Violentamente rápido. Malditamente rápido.
En el pasillo del primer piso, no podía estar. Le gritaban que era un putito. Le preguntaban cuánto cobraba. Rodrigo Baigorria de 4°1° se acercó, lo puso contra la pared, haciendo como que le iba a pegar. Facundo no entendía nada. Cerró los ojos esperando el golpe. No pensando en nada. Sintiendo la mano fría y fuerte de Rodrigo. Escuchaba gritos. Abrió los ojos justo cuando había infinitas miradas en su cara. Justo cuando le estaban tocando el cuerpo, riéndose de él. Se defendió como pudo. Salió corriendo entre el público improvisado, sorprendido porque el soldado cautivo había sobrevivido al gladiador.
En el escape alcanzó a escuchar que le decían que no fuera tan nena. Era un chiste. Un juego inocente. Para divertirse. Para divertirse. No era para tanto. Darle algunos pechones. Reírse un toque del cartelito para Marcos. El cartelito del putito de la escuela que se había popularizado en cuanto grupo existía. El cartelito para Marcos.
Que no fuera tan nena. Esta última frase sonó por mil en su cabeza. Sonó con distintas voces. Sonó tanto que dejó de ser un ruido de afuera.
Escuchó gritar que ahí iba ella, la Facunda. La enamorada. La puta de la escuela. Se fue rápidamente a algún sitio. Corriendo. Al baño del segundo piso, donde no iba casi nadie.
Sonó el timbre que indicaba el fin del recreo. Cerró fuerte la puerta. Por si lo seguían. Por si el mundo se le volcaba encima. Sentía el corazón que bombeaba a mil. Respiraba rápido. Veía sin mirar.
No pensaba en nada. Estaba enojado. Con él. Con July. Con el flaco Baigorria. Con todos lo que lo habían empujado. Con las pibas que le gritaron mientras él subía las escaleras.
Se apretó las manos. Se rasguñó la cara. Se clavó las uñas de marica descubierta. Se lastimó la cara de enamorada sin derecho a nada. Se odió. Odió a todos. Golpeó la puerta del cubículo. Se fue al lavamanos. Le faltaba el aire. Le sobraba la impotencia. Se miró y no se encontró.
Intentó tranquilizarse. Se acostó en el suelo. Mirar el techo. Buscar un punto cualquiera para concentrarse en eso. Dejar de respirar tan fuerte. Dejar de sentir tanto el corazón. Dejar de intentar irse cuando quería quedarse. Dejar de obligarse.
Fuego. Respiración. Marica sin derechos. El cartel para Marcos. Las manos frías que le apretaron el cuello. El timbre de la escuela. El frío del piso. Los pibes que se burlaban en el bondi. La voz de mujer. Cansancio de vivir con miedo. Miedo de que lo mataran. Pasar por la plaza. Encerrarse en la casa. La cara caliente. La sangre punzante. El odio. El amor. Las manos de los demás pibes en su cuerpo. Las ganas de volar.
Las ganas de haberse ido.
—Morales, qué hace ahí en el piso. Levántese ya mismo.
Morales. Le dijo el preceptor, cuando lo encontró en el piso del baño del segundo piso. Tirado. Con los ojos abiertos, como mirando el techo. Como buscando un cielo dentro de ese infierno escolar.
Facundo Morales no podía responder. Facundo Morales de quinto primera desplegó sus alas de mariposa descubierta, consciente de que había sido cazada. Contuvo el aire todo lo que pudo. Dejó de respirar. Se escapó. Anestesiado de verdades, abrió sus alas destruidas y se fue a volar.




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