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lunes, 7 de julio de 2025

COSTANTINI, Humberto: Hombrecitos



Hombrecitos, hermanos, entretenidos camaradas de especie, compañeros en esta despiporrada, transitoria aventura que llamamos vida, pasajeros fugaces de esta pelota efímera que pelotudamente gira, y gira en el espacio.
Hombrecitos, apenas una nada, una invisible cosquillita en el cosmos, apenas una copa de vidrio, una osamenta, un cachito de acrílico entre el polvo reseco de un planeta difunto que pelotudamente seguirá mañana girando y girando en el espacio.
Hombrecitos, carajo, pulguientos, asustados, enfermos monitos marchadores, aparecidos por pura carambola de vaya a saber qué jodido entrevero de los genes en algún mono mishio y atorrante (pero flor de padrillo, la verdad sea dicha).
Hombrecitos, parientes pobres, primos medio degenerados de tanto bicho hermoso, sosegado, sin revires, perfecto (digo el lémur, el mono espléndido, rico como ninguno en alimentos, el bisonte, de testuz respetable, el sigiloso lobo que depreda en manada, la pantera, el delfín, la cebra, el seguro elefante, el rápido venado inalcanzable, el prodigioso gato, la ballena, el león… tan bien plantados todos, tan dignos todos, tan de veras).
Puta, mis hombrecitos, mal hechos, azorados, julepeados, sufrientes, eternos contempladores de estrellas, curiosos, preguntones al pedo, bailarines de piantados rituales, inquietos, movedizos, charlatanes, contadores de sueños, contadores de extrañas pesadillas en que intervienen Dioses (a lo mejor medidas en hexámetros) frangolladores incansables de la madera, del barro, de la piedra, del bronce, de la lana, del cuero, de absurdos dibujitos que simbolizan sueños, o gritos o palabras.
Hombrecitos, adoradores del fuego, sopladores de flautas, golpeadores de parches, tocadores de cuerdas tendidas en un arco, aulladores, proferidores de piantados discursos que provocan el éxtasis, o el pavor, o el deseo, o la risa.
Hombrecitos, carajo, conocedores de la muerte, desesperados inventores de parodias de vida; desesperados inventores de juguetes inútiles: el perfil coloreado de una mano en la piedra, una máscara, un dolmen, la Biblia, el Taj-Mahal, un enanito de jardín, los versos de la señora de Giannello, todo lo mismo, siempre, siempre lo mismo, voces chivando en el desierto, hermanos, angurria de no morir del todo, y bueno.
Hombrecitos, queridos, entrañables hombrecitos: calzoncillos, ruleros, forúnculos, barritos, camisas de dormir, reumatismos, soponcios, almorranas, miedos, resfríos, malas digestiones. Hombrecitos, sí, pero de pronto generosa entrega, coraje, centelleos de hermosa piantadura, amor, prodigio, prodigiosa belleza o heroísmo. Monitos marchadores sí, pero de pronto hombres, semejantes a Dioses, pero de pronto Dioses.
Hombrecitos, mis hombrecitos, puntitos hormigueando en la Tierra, todavía, jugando a cosas raras, tambaleándose al borde de la muerte, cantando, preguntando, maldiciendo… bastante divertidos si se los mira bien.

(Argentina, 1924/1987)

Extraído de «De dioses, hombrecitos y policías» (Capítulo IV)




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