Fernando Silva dirige el hospital de niños, en Managua. En vísperas de Navidad se quedó trabajando hasta muy tarde, ya estaban sonando los cohetes y empezaban los fuegos artificiales a iluminar el cielo, cuando Fernando decidió marcharse. En su casa lo esperaban para festejar.
Hizo una última recorrida por las salas, viendo si todo quedaba en orden, y en eso estaba cuando sintió que unos pasos lo seguían. Unos pasos de algodón: se volvió y descubrió que uno de los enfermitos le andaba atrás. En la penumbra, lo reconoció. Era un niño que estaba solo.
Fernando reconoció su cara ya marcada por la muerte y esos ojos que pedían disculpas o quizás pedían permiso. Fernando se acercó y el niño lo rozó con la mano:
—Decile a... —susurró el niño—. Decile a alguien que yo estoy aquí.
Hizo una última recorrida por las salas, viendo si todo quedaba en orden, y en eso estaba cuando sintió que unos pasos lo seguían. Unos pasos de algodón: se volvió y descubrió que uno de los enfermitos le andaba atrás. En la penumbra, lo reconoció. Era un niño que estaba solo.
Fernando reconoció su cara ya marcada por la muerte y esos ojos que pedían disculpas o quizás pedían permiso. Fernando se acercó y el niño lo rozó con la mano:
—Decile a... —susurró el niño—. Decile a alguien que yo estoy aquí.
EDUARDO GALEANO
(Uruguay, 1940)
3 comentarios:
¡Ay, qué dolorcito en el corazón!. El mismo que sentí la primera vez que leí ese cuento...
es tan conmovedor realista y hermoso este relato de galeano que dan ganas de buscar a cada niño que esta solo y cobijarlo .feliz navidad leer porque si¨publiquen algo de reinaldo arenas
esa carita !cuando se terminara esto en l mundo ojala nadie estuviera solo
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