El Fondo Monetario Internacional dice que es mejor ser brutos. No exagero: en un informe del Fondo Monetario Internacional, publicado no hace mucho tiempo, se habla de que nuestro país ha recibido durante décadas lo que ellos llaman una “sobreeducación”, que es fuente, dicen, de muchos problemas. Porque los pueblos sobreeducados, dicen, tienen expectativas demasiado elevadas, superiores a las que puede brindarle la realidad económica y social en que se desenvuelven. El problema, además, es que cuando el pueblo ha sido sobreeducado resulta ser inconformista, cuestionador y, claro, nunca deja de buscar mejores niveles de vida, lo cual provoca, entre otras cosas, problemas de desempleo y subempleo, conflictos migratorios y no sé qué más...
¿Ustedes se dan cuenta de lo que significa este nuevo eufemismo cretino? “Sobreeducación”. Significa que un pueblo “sobreeducado” (como se supone que somos nosotros, los argentinos) es cuestionador y protestón, y por lo tanto exige mejorar su nivel de vida. Habrase visto...
Por supuesto que es urgente recuperar la pasión por la lectura e inculcarla como lo que es: un acto de amor supremo, generoso, encantador y formativo. No es una tarea imposible, ni depende (como muchos creen) del precio de los libros. Hay muchísima gente en la Argentina que a pesar de las dificultades está empeñada en esta batalla desde hace largo tiempo. Somos muchos los que resistimos, lejos del poder y de los que dictan políticas y se encandilan con modas. Somos muchos los que trabajamos en el interior del país impulsando estas docencias fundamentales, silenciosas, paridas en la conciencia de que no hay peor violencia cultural que el embrutecimiento que se produce cuando no se lee.
Muchísimos docentes argentinos se han convertido en militantes de esta causa. Son miles los que por encima de miserias salariales siguen sus vocaciones y se perfeccionan, se capacitan, leen y estudian porque saben que cuando en calles y esquinas los chicos y chicas se suicidan lentamente con cerveza y cocaína, eso no es “un asunto de ellos”. Esos son asuntos completamente nuestros y el libro puede y debe ser nuestro instrumento. Una buena novela de Julio Verne, una de Puig, de Youcenar o de Soriano marcarán siempre senderos de salud mental. Un poema de Orozco o de Gelman siempre cauterizarán las heridas del alma, las llagas de los necios. Un ensayo de Kovadloff o de Sarlo, un cuento de Blaisten o de Cabal, o del inolvidable Cortázar, siempre nos salvarán de la pobreza. Como cualquier diccionario, por modesto que sea, porque un diccionario es como un bolsillo lleno de oro y a la mano.
El único camino para seguir siendo una nación es mantener una educación solidaria, igualadora, no racista, no clasista y que enseñe a pensar y a cuestionar. Y gratuita.
Sí, hemos perdido esa costumbre de la libertad y la inteligencia. Leer —digo— como trabajo intelectual: entendiendo, interpretando. Eso es lo que necesitamos. Porque vivimos en un mundo en el que los signos ya no están solamente escritos; están en movimiento y lo zarandean todo. Hoy la televisión e Internet imponen discursos muchas veces difíciles de entender, o sospechosamente demasiado fáciles. Y casi siempre, autoritarios y embrutecedores. Basta escuchar el lenguaje coloquial de los argentinos, que se ha empobrecido hasta límites no solo de indefensión sino de incomunicación.
Es menester, es urgente, que la lectura vuelva a ser una preocupación central de la sociedad, y en eso tienen muchísimo que ver el Magisterio Argentino y la nueva Pedagogía de la Lectura. Se trata de restablecer la amistad superior entre la inteligencia y el libro. De recuperar el amor y el buen trato a nuestra lengua. De remozar las viejas cortesías elementales (decir gracias, pedir por favor, prescindir de la grosería como estilo coloquial argentino).
Hacer Cultura es resistir. Hacer leer es resistir. En eso estamos y estamos a tiempo, y ¿saben por qué? Porque todavía el cambio en este país depende de nosotros. De ustedes, de mí, depende de cada uno de nosotros. Y en eso consisten la oportunidad y la esperanza.
(Argentina,
1947)
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