Dios mío, los muertos que caminan
que nos siguen los pasosy no hablan.
Aparecen en el bar, en el teatro,
en la biblioteca.
No nos miran,
no nos interrogan,
no nos cobran nada.
Acompañan, vigilan
nuestro camino y modo de caminar,
nuestra incómoda sensación de estar vivos
y sentir que nos siguen, nos cercan,
imprescriptibles. Y no hablan.
(Brasil, 1902/1987)
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