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miércoles, 29 de agosto de 2018

NERUDA, Pablo: Oda a la pobreza




Cuando nací, 
pobreza, 
me seguiste, 
me mirabas 
a través 
de las tablas podridas 
por el profundo invierno. 
De pronto 
eran tus ojos 
los que miraban desde los agujeros. 
Las goteras, 
de noche, repetían 
tu nombre y tu apellido 
o a veces 
el salto quebrado, el traje roto, 
los zapatos abiertos, 
me advertían. 
Allí estabas 
acechándome 
tus dientes de carcoma, 
tus ojos de pantano, 
tu lengua gris 
que corta 
la ropa, la madera, 
los huesos y la sangre, 
allí estabas 
buscándome, 
siguiéndome, 
desde mi nacimiento 
por las calles. 

Cuando alquilé una pieza 
pequeña, en los suburbios, 
sentada en una silla 
me esperabas, 
o al descorrer las sábanas 
en un hotel oscuro, 
adolescente, 
no encontré la fragancia 
de la rosa desnuda, 
sino el silbido frío 
de tu boca. 
Pobreza, 
me seguiste 
por los cuarteles y los hospitales, 
por la paz y la guerra. 
Cuando enfermé tocaron 
a la puerta: 
no era el doctor, entraba 
otra vez la pobreza. 
Te vi sacar mis muebles 
a la calle: 
los hombres 
los dejaban caer como pedradas. 
Tú, con amor horrible, 
de un montón de abandono 
en medio de la calle y de la lluvia 
ibas haciendo 
un trono desdentado 
y mirando a los pobres 
recogías 
mi último plato haciéndolo diadema. 
Ahora, 
pobreza, 
yo te sigo. 
Como fuiste implacable, 
soy implacable. 
Junto 
a cada pobre 
me encontrarás cantando, 
bajo 
cada sábana 
de hospital imposible 
encontrarás mi canto. 
Te sigo, 
pobreza, 
te vigilo, 
te acerco, 
te disparo, 
te aislo, 
te cerceno las uñas, 
te rompo 
los dientes que te quedan. 
Estoy 
en todas partes: 
en el océano con los pescadores, 
en la mina 
los hombres 
al limpiarse la frente, 
secarse el sudor negro, 
encuentran 
mis poemas. 
Yo salgo cada día 
con la obrera textil. 
Tengo las manos blancas 
de dar pan en las panaderías. 
Donde vayas, 
pobreza, 
mi canto 
está cantando, 
mi vida 
está viviendo, 
mi sangre 
está luchando. 
Derrotaré 
tus pálidas banderas 
en donde se levanten. 
Otros poetas 
antaño te llamaron 
santa, 
veneraron tu capa, 
se alimentaron de humo 
y desaparecieron. 
Yo te desafío, 
con duros versos te golpeo el rostro, 
te embarco y te destierro. 
Yo con otros, 
con otros, muchos otros, 
te vamos expulsando 
de la tierra a la luna 
para que allí te quedes 
fría y encarcelada 
mirando con un ojo 
el pan y los racimos 
que cubrirá la tierra 
de mañana.

(Chile, 1904/1973)


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