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sábado, 2 de noviembre de 2024

SABORIDO, Pedro: Algunas consideraciones acerca del comercio en el conurbano

 


El comercio podrá ser hijo de la ambición y del deseo. Pero primero lo es de la supervivencia. Y siempre va a encontrar formas de adaptarse y tomar características del lugar donde se desarrolle. Como lo hace cualquier animal.

TESTIMONIO 1: NOMBRES DE COMERCIOS, UNA FORMA DE QUEDARSE EN EL CONURBANO DEL CAPITALISMO

Te aseguro que esto lo empezó mi abuelo. Fue cuando le puso «Mirth-Marth» a su agencia de lotería. Era por sus hijas Mirtha y Martha, obvio. Después nació mi viejo, entonces le puso «Mirth-Marth-Mar», por Mario.
Mi papá, ese Mario, estudió abogacía. Le fue fenómeno. Y ya con su estudio funcionando muy bien y habiendo logrado una buena posición económica, que incluía una de las casa más lindas de Ballester, largó todo y en el garaje armó una carnicería. Indeciso con el nombre, nos mostró a mi mamá, a mi hermana y a mí dos carteles:

CANICERÍA «LOMO SAPIENS»

CARNICERÍA «SIENTO UN VACÍO… EXISTENCIAL»

Mi mamá, que no entendía mucho por qué dejaba el estudio de abogados, aunque lo aceptaba, le dijo:
—Muy del conurbano esos nombres…
—Pero en capital también hay comercios con nombres ingeniosos —contestó mi papá.
—Sí. Pero también son del conurbano. Es decir, son del conurbano de los negocios. El nombre que tienen los deja lejos del centro, de la capital. O del centro del capitalismo, si querés. Porque en el nombre gracioso está el límite. ¿Y si crece el negocio? ¿y si aparece un fondo de inversión? Nadie va a poner su plata en algo que se llame «Vení y probá mi morcilla, que tiene premio».
—¡No se llama así mi carnicería! —se quejó mi papá.
—Es lo mismo. El negocio podrá crecer, diversificarse. Pero quedará en el conurbano de esas posibilidades. Por ejemplo, si aparece la oportunidad de entrar en el negocio de las líneas aéreas, ¿cómo se va a llamar? ¿«Acariciame el peceto Air Lines»?
—No entendés —se lamentó mi papá.
—Sí. Entiendo que te cansaste de la abogacía, que querés trabajar tranquilo, que te gusta tener una carnicería.
—¡No es la carnicería! Es el nombre. Lo que quiero es usar el nombre. El viejo no quería tener la agencia de lotería. Solo la abrió para ponerle Mirth-Marth. O sea… la agencia solo existió para usar el nombre.
Mamá entendió en silencio.
Papá siguió:
—Si el negocio no tiene que crecer, que no crezca. Pero te tengo que contar algo: durante estos últimos años abrí muchos negocios si que vos lo supieras. En Rosario puse una panchería que se llama «Francisco, pancho para los amigos» y en Bariloche…
—¿En Bariloche?
—Sí. En Bariloche abrí «La colcha de tu hermana». Sábanas, frazadas y, obvio, colchas.
—Sí. Lo vi. Cada vez que fuimos de vacaciones pasamos por ahí. Nunca me dijiste nada.
—Vos tampoco… Esperaba una sonrisa, un elogio…
—Me parecía zarpado… ¡Pero muy bueno!
Papá sonrió orgulloso.
Y siguió:
—Abrí todos esos negocios solo porque se me ocurría el nombre. Es algo… artístico. Es una forma de expresión. Como cuando armé con u nos amigos «Red Hot Chili Fletes», dedicado a traslados de bandas de rock. Siempre hago eso: se me ocurre el nombre, los armo y después, cuando vero que ya tienen vida propia, los vendo. No me interesa nada más. Ayer vendí mi parte de autoestéreos «Santiago del Estéreo», ese que está en la calle.
—Santiago del Estero…
—Claro. Porque lo importante es el nombre. No es el negocio. Yo los abrí siempre por eso. Y la carnicería creo que es mi mejor nombre. Con este quiero quedarme. Así que no me importa estar en el conurbano de la capital, ni en el del capitalismo.
Mi mamá y mi papá se abrazaron.
—«Lomo Sapiens» ya existe —le dijo mi mamá.
Así que quedó el otro. Le fue y le sigue yendo muy bien a la carnicería. Todavía causa algo de gracia su nombre.

[...]

ANÁLISIS Y REFLEXIÓN

Después de leer este texto ya sabrán muy bien a qué atenerse. Sin embargo, y aunque intuimos de la capacidad de observación de cada uno de ustedes, les entregamos otra visión.

RICHIE DEIVID, HIPPIE DEL CONURBANO QUE CURSÓ DOS MATERIAS EN EL CBC DE LA UBA, COMENTA:

El capitalismo careta funciona como un amo que te amenaza con morir o vivir en la indigencia si no lo satisfacés. Lo que pasa es que te acostumbrás y no te das cuenta. Pero vivís amenazado.
Entonces, onda que vas y, si tenés algo artístico para dar, como crear nombres copados y jodones, tiene que justificarse con algo. Por ejemplo, usar esos nombre para comercios. Y que le vaya bien al negocio. Porque eso legitima las coas con el capitalismo: que funcionen. No hay buena idea si no funciona.
Entonces, tenés que satisfacer al cliente, que personifica al capitalismo: si el cliente está satisfecho, te da plata. Si no, te castiga comprándole a otro. El cliente es el patovica del capitalismo.
En general, en el conurbano las reglas son un poco distintas. Porque las reglas del centro de la capital llegan siempre más blandas y desdibujadas.
Entonces aparece uno que se pone a vender de todo para que no se lo coman las franquicias. Pero esto pasa en todos lados: o crece o se muere.
Y después está el oro que hizo los muñecos inflables. Típico caso. Creatividad sin guita y sin saber cómo armar el negocio. Si no se aprende esto, siempre vamos a tener las ideas pero los financistas van a decidir qué se hace y qué no. Porque lo que legitima el capitalismo es la ganancia. Nos van a armar los planes mientras no sepamos armas los planes nosotros. O planificás o te planifican. Así que mucha salida no hay.
Ya lo decía Adam Smith: «No es la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero la que nos procura alimento, sino la consideración de su propio interés».
O sea, es difícil armar una comunidad de amor y todo eso. Pero puede haber opciones: la bandita de keynesianas y keynesianos que se juntan en la esquina de Donovan y Bustamante y de ahí salen por el barrio a activar el consumo y generar círculos virtuosos de producción y generación de empleo.
Porque en cualquier lugar el capitalismo se las va a arreglar para funcionar como pueda. No es que el capitalismo es más torpe o más desprolijo en el conurbano. Solo se transforma un poco para demostrar su fortaleza.
Yo quise mantenerme al costado. Pero afuera no hay nada. A lo sumo podés vivir en el borde. Como yo, que hago artesanías en arcilla. Ahora estoy haciendo unos Ford Escort de arcilla. En tamaño real. Y andan. Hay que hacer unos ajustes en los cilindros y el tema encendido, pero ya les voy a encontrar la vuelta.

(Fragmento de «Una historia del conurbano», 3ª edición, C.A.B.A., Planeta, 2021)

(Argentina, 1964)





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