Su nombre clave es El Monstruo de Panamá. Es el verdadero comepecados de la Agencia. Se presenta como una carta interesante para los jóvenes agentes que se rebelan contra la autoridad. El monstruo de Panamá sabe de los crímenes que existen solamente para cierta calidad humana. La calidad humana de los Servicios de Seguridad disfruta del más alto cociente de secreto permitido en las naciones.
El Monstruo, alcahuete que aviva a los suscriptores de la Agencia: -La autoridad miente. La autoridad opera en tu cerebro-. Opera mintiendo en los labios de los funcionarios en todos los sobornos. Te mienten los directores de las agencias de noticias y de las agencias de publicidad. Todos los días las pequeñas mentiras institucionales en las ondas de T.V. y en los periódicos devoran nuestro estado de ánimo.
Así las cosas, estoy bebiendo con moderación. Durante días no he recibido ninguna señal de extinción y he logrado poner algunos kilómetros entre los negocios gubernamentales y el refrigerador de mi oficina privada.
La extinción me ha llevado lejos. Antes de la aparición del puto monstruo jugaba al tenis en el Casino al mediodía, mientras mi sensatez bajaba en picada y mi reputación decaía. Pero el muy bocón puso la boca en el trombón y filtró por los altavoces: -Para quienes no pueden sentir la vida, la muerte no es una tragedia-.
Los líderes hablan de tu muerte sin remordimientos. Yo lo escuchaba mirando sus ojitos de pequinés mientras me zampaba una lata de atún frío y un vaso de vodka con agua tónica. Lo escuchaba mientras me adormecía y aceptaba el ensueño sin vacilar. Visiones de blindados que estallaban como uvas (como dijo luego el mayor general, era sin dudas el chispear del agua tónica). Yo lo escuchaba mientras pasaban camiones y las horas se incendiaban (parece mentira que una simple lata de gaseosa, colocada en el justo lugar...). Los altavoces emiten la conferencia de los observadores y... ¡el Monstruo en los altavoces! con gritos catedrales: -Cuando una información es "estrictamente confidencial" esto significa "su revelación disminuirá nuestro poder"-.
Arroyo de agua tónica. Un corto trozo de alambre marca el reloj en la lata. Con mi navaja abrí el agujero en la caja ordenadora. Así de fácil. El fuego acometió y los blindados saltaron por los aires. Los depósitos fueron explotando en muecas horrísonas que escupían metralla. El personal procuraba escapar con esa sonrisa desdichada que queda en el rostro cuando se han quemado las cejas y las pestañas. Todo el sector quedó a oscuras y la escena era alumbrada por el fuego y los cortocircuitos.
Un tango con Páez Montra, editor del programa de noticias de la Agencia y durante la cena jugamos con las imágenes registradas en video. El hombre me hizo ver lo mucho que estaba yo bebiendo. Lo hizo en el mismo instante en que la cámara se detenía en un gran pozo humeante congestionado de carne para contrapicar, luego, en las luces intermitentes y en los infantes limpiando el área. Esos jóvenes guardias con sus chaquetas anaranjadas de siniestro, haciendo un trabajo asqueroso en medio de mis bromas. Son muy jóvenes, no han visto nunca nada semejante. Un helicóptero sobrevuela. Páez insiste en los detalles, no le hago ningún caso, hipnotizado por lo que veo... ¡el Monstruo vivito y coleando!: -Para destruir el objetivo político de la nueva cultura es que la difusión del poder, la revolución será televisada-.
Las pericias comenzaron antes de que se apagaran los fuegos. Me acerqué al cordón protector convencido de que mi embriaguez sería aceptada con mi jerarquía, y así fue que tuve a la vista mi talento. El helicóptero despegó haciendo volar una mortaja de plástico negro por sobre las ambulancias estacionadas. Integrantes célebres de la Agencia se acercaron en un Buick Le Sabre, atravesaron sin declaraciones la valla de la prensa. Arrastrada por el viento, la mortaja volvió a cruzar la carretera unos seis metros delante de mí para aterrizar en un matorral todavía encendida y consumirse. Y allí estaba yo, un figurón borracho por el éxito, apretándose un granito. Sintiendo con resignación cómo la aventura penetraba poco a poco en mi cerebro. Comenzaron a dolerme los pies. Miré hacia el coche, Páez ya no estaba... Subí a una colina para redondear desde allí la escena.
Al caer la noche me eché sobre la hierba mirando las estrellas. Ahora estaba en conocimiento de los crímenes que existen solamente para cierta calidad humana. Ahora soy un monstruo. Estoy tumbado bajo el cielo estrellado con la misma impecable actitud con que detuve la bala con la cabeza. Nunca fui golpeado tan duro por nada en la vida. La carne está casi lista cuando la conciencia suma: -Los amateurs se hacen pegar, los profesionales no, pero se pueden ahogar con un hueso de pollo. Además me duelen los pies. Una de esas tonterías que nos requieren en el momento de la muerte. Una fracción de segundo antes de desorbitar los ojos...
(Texto de ficción aparecido en el número 8 de la revista “Cerdos & Peces”, p. 58, enero de 1987)
(Argentina, 1949)
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